Saturday, August 29, 2009

De Cabo a Cabo [crónica]




LOS CABOS, Baja California Sur.— Al extremo meridional de la península, casi pegado al mar, el corredor turístico se extiende 33 kilómetros entre Cabo San Lucas, cerca del famoso arco de piedra símbolo de este destino, y San José del Cabo, hacia el aeropuerto local.
Esta región es la única de la entidad con clima cálido húmedo; en el resto de su territorio es seco desértico, con temperaturas que van de los cero grados Celsius en invierno a los 40 en verano. Aquí se ubican playas, sitios para surfistas, campos de golf y hoteles cuyo objetivo primario es el turismo extranjero, en particular el proveniente de Estados Unidos. Ello explica que por estos rumbos sea muy común escuchar a la gente hablar en inglés o encontrar precios en dólares.
Probablemente la amabilidad de los lugareños se derive, al menos en parte, del hecho de que recibir visitantes constituya una de sus principales actividades económicas, junto con la agricultura, la ganadería y la pesca.
“Aquí la banda es bien ley”, comenta Javier, un joven arquitecto originario del Distrito Federal con tres años de residir en esta población. Su dicho se confirma, por ejemplo, en la diligencia con la que los sudcalifornianos orientan al forastero extraviado —incluso si éste no solicita explícitamente la ayuda, sino sólo con cara de desconcierto— o en que para dar con La Playita, espacio popular recomendado para pescar o para degustar productos del mar, y a donde no llega el transporte público, sea costumbre “irse de a raite”.
Éste, en efecto, se consigue con facilidad. Basta soportar en el camino bajo el rayo del sol, aguardar el paso de algún vehículo y, al verlo aproximarse, superar la pena de alzar la mano y apuntar con el pulgar hacia un costado. Para el tercer intento el pudor se va y el movimiento, rígido al inicio, se torna fluido. Eventualmente alguien se detiene y hace de buen samaritano.
Para el regreso, al anochecer, cuando los bañistas comienzan a retirarse, la operación se repite —ya sin el agobio del calor— y la suerte es la misma. Al respecto un hombre expresa: “Yo también he estado en esa situación de tener que pedir aventón, así que si los veo ahí parados digo ‘por qué no los voy a llevar’”.
A este destino, empero, también lo ha golpeado la crisis económica. Javier señala que el turismo y el flujo de capital han disminuido, lo que ha provocado el cierre de varias empresas, entre ellas la compañía en la que él trabajaba proporcionando mantenimiento a algunos hoteles. Tales condiciones, estima, se mantendrán durante un año más. Por ello planea retornar al DF y quizá después volver a estas tierras.
Su testimonio da cuenta de otro problema local que conduce al cronista a pensar en el resto del país: “Aquí la gente es bien ley —insiste—, pero hace las cosas de chingadazo”. Expone como muestra las obras emprendidas sobre la avenida principal que se dirige a Cabo San Lucas, algunas de las cuales, a su juicio, están mal realizadas o avanzan con gran lentitud porque las constructoras entre más se tardan cobran más a los gobiernos estatal o municipal, ambos del PRD.
Por otra parte, no lejos de esas calles en remodelación, casi a la entrada de la costa, una sonriente promotora turística anuncia tours en lancha al emblemático arco de piedra, a la última roca de la península, a la Playa del Amor, aquella en la que sitúa “la Cueva de Andrés... porque entran dos y salen tres”, así como a la Playa del Divorcio, llamada así porque separa el Mar de Cortés del Océano Pacífico.
El bote se acerca. Para abordarlo hay que caminar unos metros sobre el agua y subir con cuidado. Una vez dentro, la embarcación gira y se enfila hacia las célebres formaciones. En su trayecto cruza con otras naves, motos acuáticas, pelícanos, gaviotas y aun lobos marinos.
Minutos más tarde aparece el conocido arco que ha esculpido la marea. Su imagen impresiona; sin embargo, más lo hace el océano frente a él, a sus espaldas, a su alrededor. Por todos lados. Imponente, enorme, profundo, incansable, el mar asombra, deleita, inspira a quien lo observa a seguir su ejemplo de fortaleza en la batalla que es la vida.

Nota: Este texto aparece en los Dardos de diasiete.com. Aprovecho también para agradecer a Eli García por un gran viaje.

3 comments:

Elizabeth García said...

Gracias por el agradecimiento jeje.
Fue un viaje genial, seguramente el primero de muchos otros.
Gracias por todos estos momentos que me han hecho tan feliz.
Te quiero muchísimo.
Un beso.

Mariana Torres said...

Wow! Don Mau, gran cierre! Gracias por un poquito más de literatura y menos periodismo (no se ofenda, pero a veces se prefiere). :D

Necio Hutopo said...

Vale, sí... Conque presumiendo vacacioes...