Tuesday, April 28, 2009

Influenza: primer recuento

Todo comenzó el jueves en la noche. El secretario de Salud federal, José Ángel Córdova Villalobos, anunciaba que, ante el riesgo de una epidemia de influenza, las clases se suspenderían en las instituciones educativas públicas y privadas, de todos los niveles, en el DF, en el estado de México y en San Luis Potosí.
Reconocía 20 muertes en las primeras tres semanas de abril y comunicaba las recomendaciones generales para evitar el contagio: alejarse de personas con infecciones en vías respiratorias, ingerir líquidos y alimentos ricos en vitaminas A y C, lavarse constantemente las manos con agua y jabón, portar tapabocas, no saludar de beso o de mano, no compartir alimentos, mantener los inmuebles ventilados, acudir al médico en caso de presentar síntomas —fiebre mayor a 39 grados, dolor muscular, flujo nasal, tos—, no automedicarse.
Para el día siguiente, viernes, se informaba que se trataba de una variedad desconocida de influenza porcina para la que las vacunas con las que se contaba resultaban ineficaces. Por el contrario, los antivirales, reiteraba el gobierno, sí podían detener la enfermedad. La cifra de defunciones aumentaba a 68, aunque, se decía, de ellas solamente 20 correspondían al mal detectado.
Las autoridades decidían aumentar las medidas precautorias: a fin de impedir concentraciones de gente,
553 actos públicos programados para el fin de semana en el valle de México serían suspendidos y al menos tres partidos de futbol se jugarían a puerta cerrada. En las farmacias se agotaban los tapabocas y el gel antibacterial. Entre la población, el miedo, todavía combinado con escepticismo e incluso con cierta tranquilidad, comenzaba a circular.
Ya para el sábado se hacía evidente que las precauciones serían mayores. En contraste, el avance oficial en contener el virus parecía poco claro.
Por un lado se avisaba que
el regreso a clases se pospondría hasta el miércoles 6 de mayo; las misas del domingo no se celebrarían. Por el otro, el secretario de Salud confirmaba 81 decesos pero seguía admitiendo únicamente 20 provocados por la influenza. Había, además, mil 324 pacientes en estudio y 11 casos en Estados Unidos, ninguno de ellos fatal.
El domingo, en un mensaje en cadena nacional, el presidente Felipe Calderón decía que México vivía una situación de emergencia, y aunque aceptaba la seriedad de la enfermedad, aseguraba que ésta es curable y que se disponía de los medicamentos suficientes para encararla. Mientras tanto, el jefe de gobierno capitalino, Marcelo Ebrard, señalaba
la posibilidad de detener toda actividad económica en el DF.
Ayer, por último, como si se tratase de una broma cruel, el día comenzó mal para la ciudad: tembló. El sismo de 5.7 grados, ocurrido alrededor de las 11:30 am, llegó para subir la tensión. No pocos empezaron a bromear con los signos de los tiempos. “¡Es el apocalipsis!”, exclamaba un cibernauta. “Es un mal año para México”, estimaba otra. “Crisis, inseguridad, influenza y ahora tiembla, ¿qué falta?”, se preguntaba uno más.
La
Organización Mundial de la Salud (OMS) elevaba de 3 a 4, en una escala de 6, el nivel de alerta epidemiológica para México. Informaba también de casos confirmados y sospechosos en otros países: Canadá, Brasil, España, Reino Unido, Francia, Australia... Reconocía no poder detener la expansión del virus sino prepararse para mitigar sus efectos.
En cuanto a la República, se establecía paro nacional de clases, se optaba por continuar con las actividades económicas en la capital y se daba a conocer la cifra oficial: mil 995 casos, 149 muertos, 776 hospitalizados y mil 70 dados de alta.
Inédito, preocupante e incluso aún un tanto inverosímil, este episodio aparentemente está lejos de terminar. Por ello, pese a que son por completo válidos y necesarios los cuestionamientos y las críticas a la respuesta gubernamental, coincido con lo que hoy escribe José Cárdenas: “Ante la emergencia tenemos que conducirnos como una nación civilizada, madura y responsable. Cooperar y cumplir las medidas ordenadas por las autoridades. Hay que tomarnos en serio. Mucha falta le hace al país ‘jalar parejo’ en estos tiempos”.
Desconozco cómo habremos de recordar en el futuro este “periodo de la influenza”, pero estoy convencido de que eso dependerá en buena medida de la forma en que gobierno y ciudadanos lo enfrentemos ahora. A los dirigentes corresponde informarnos con veracidad así como proceder con inteligencia y prontitud. A nosotros, mantenernos pendientes, no propagar el miedo y actuar con conocimiento de causa en aras de un concepto que desde hace mucho tenemos muy olvidado: el bienestar común.


Nota: Este texto aparece hoy en e-joven.

Thursday, April 23, 2009

Una anécdota de microbús

El tipo, desde el principio, me pareció todo un fantoche. Sentado al fondo del microbús, justo a la mitad del asiento, con la pierna cruzada y obstaculizando el paso a otros, su pose me hizo pensar en aquellos personajes que se creen superiores a todos los seres humanos por tener un buen trabajo, percibir un alto sueldo y contar con una agenda retacada de reuniones y fiestas.
De treinta y tantos años, semifornido, de cabello castaño claro engominado y peinado hacia atrás, y vestido con un traje verde oscuro, el hombre hablaba por su teléfono celular. Al poco tiempo, su conversación empezó a confirmar mis prejuicios.
Los cinco o seis pasajeros en el vehículo podíamos escuchar su voz. Hacía planes:
—Sí, güey. No traigo mi Blackberry, pero échame un fon o mándame un pinche mail.
Mencionaba también que en los días siguientes habrían de recoger a un amigo a quien llevarían “al Men’s Club”, a un lugar donde el visitante pudiera “tocar cola” porque la última ocasión “se quedó picado”.
Terminó esa llamada, colgó e inició otra del mismo tono pedante que, para mi fortuna, duró muy poco. Agradecí la brevedad: de noche, después de la jornada laboral, mi espíritu neurótico tiende a crecer.
Por fin algo de silencio, imaginé. Unas calles adelante, sin embargo, cuando al microbús ya había subido más gente, la paz se quebró.
—Perdón, ¿no? Si pisas se dice perdón —se quejó el del celular.
El destinatario de sus reclamos era un hombre parado cerca de la puerta, frente al asiento de atrás. Como incrédulo, el increpado volteó a ver al quejoso sin responder nada.
—Por educación, si pisas a alguien le dices perdón, ¿no? —insistió, subiendo el volumen, aquel que continuaba sentado a sus anchas con la pierna cruzada y estorbando el paso.
El aludido, de unos cuarenta años, más delgado y de menor estatura que su interlocutor, seguía sin dar crédito al descontento y quizá todavía menos a la actitud de quien lo expresaba. Ante una nueva recriminación, reaccionó en voz baja, con algo de timidez, aunque haciendo notar lo obvio:
—Pues tú no extiendas las piernas —dijo, al momento en que la atención de los pasajeros ya se centraba en la pequeña escena.
La “víctima del pisotón”, entonces, saltó de su lugar y encaró al que, a su juicio, osaba ofenderlo:
—Bueno, ¿cuál es tu pedo, cabrón?
El supuesto agresor, otra vez, se quedó callado. No opuso una de esas miradas firmes que se observan en los héroes de las películas y que son capaces de detener tormentas. Más bien, algo confundido, sólo guardó silencio. Ignoró al fanfarrón que, al no encontrar un eco a sus impulsos, desistió y regresó a su sitio.
Con ello, igualmente, cierta calma retornó al vehículo, esa atmósfera tensa de cuando se acaba de presenciar un conato de bronca que no alcanza a estallar. El del celular, el del traje, el que planeaba ir al Men’s Club, ya no emitió palabra en el resto del trayecto hasta que llegó a su destino. Y, como él, los demás viajeros también permanecieron tranquilos, al grado de que incluso daban la impresión de tener miedo de volver a alterar al pisado.
Mientras tanto, numerosas preguntas se agolpaban en mi cabeza: ¿en qué instante y por qué dejamos que el dinero, o cualquier otro aspecto material, se convirtiera en el parámetro para medir el “valor” de una persona y, por consiguiente, para compararnos y convencernos de que merecemos más respeto que otros? ¿Cómo es que exigimos algo que no estamos dispuestos a dar, como un mínimo de educación cívica? ¿Por qué si vemos absurdos e injusticias frente a nosotros no las denunciamos ni actuamos para impedirlas?
¿Por qué en ese microbús aquella noche ninguno de los testigos puso freno al altanero? Y más aún, ¿por qué yo no hice nada?

Nota: Con este texto debuto en el portal de la revista Día Siete. Espero que sea la primera de muchas y valiosas participaciones en la sección Dardos. Todas sus críticas, por supuesto, serán bienvenidas.

Tuesday, April 21, 2009

¿Usted qué hará con su voto?

“Todos los partidos son iguales, no hay a quién irle”, “Yo ando muy apático”, “Después de lo que pasó en 2006, yo voy a anular mi voto”, “¿Para qué ir a votar? ¿De qué sirve?”… Palabras más, palabras menos, esas son tan sólo algunas de las razones que he escuchado para no participar en las próximas elecciones del 5 de julio.
Es posible argumentar que esas opiniones no explican la complejidad de las deficiencias de nuestra democracia o, simplemente, se puede no estar de acuerdo con ellas. Sin embargo, lo que esas frases expresan con claridad es el creciente y por lo general justificado descontento de los mexicanos para con el sistema electoral, para con los políticos y para con el régimen democrático.
Datos de la propia Secretaría de Gobernación confirman ese estado de ánimo. El 66% de los participantes en la cuarta Encuesta Nacional sobre Cultura Política y Prácticas Ciudadanas declaró no creer en comicios limpios, mientras que 52% dijo estar insatisfecho con la democracia.
Así, intentar responder interrogantes fundamentales como por qué no funciona nuestro régimen político o por qué las libertades democráticas no se han visto acompañadas por igualdad de oportunidades económicas y de desarrollo para la población merecería tratamiento aparte. Por ende, mi intención en este texto es centrarme solamente en cómo los mexicanos encararemos la jornada del 5 de julio, a partir de la cual se renovarán la Cámara de Diputados, seis gubernaturas, la Asamblea Legislativa del DF y las 16 jefaturas delegacionales de la capital.
A grandes rasgos se plantean tres opciones: a) votar, consciente o inconscientemente, por los candidatos de un solo partido o de manera diferenciada; b) abstenerse, sea por indiferencia o como manifestación de protesta; y c) anular el sufragio como otra muestra de inconformidad.
Como apuntaba desde el principio, las dos últimas alternativas cobran cada vez más fuerza. Frente a esa realidad, asimismo, surgen otras preguntas como qué es lo que nos dice la abstención de nuestra sociedad o si el voto nulo tiene o no alguna utilidad.
El
suplemento Ideas del sábado pasado sirvió de arena para ese debate. En primer lugar, el politólogo César Cansino sostuvo que el abstencionismo, contrario a lo que suele pensarse, no necesariamente es signo de escasa cultura democrática, sino que habla de que la gente es capaz de discernir si tiene sentido o no acudir a la urna. Además, señaló que para estas intermedias —que tradicionalmente convocan menos participación que unas presidenciales— se espera un índice de abstención de 62% del padrón.
Respecto del voto nulo se dio una confrontación interesante. Por un lado,
Onésimo Flores afirmó que esta acción únicamente equivale a una expresión de descontento que no asume mayor compromiso con la vida pública y, por lo tanto, es como entregar un cheque en blanco a los políticos. Para él, en la medida en que quien anula la boleta no elige entre ninguno de los candidatos, no está en facultad de exigirles cuentas después.
En el otro extremo,
Andrés Lajous defendió el derecho al sufragio nulo al asegurar que se trata de una toma de postura, a saber: “Creo en la democracia y en las elecciones, pero no creo en ninguno de los que hoy quieren ser nuestros representantes”. A su juicio, aquel que no está convencido con la oferta político-electoral no está obligado a pronunciarse a favor del “menos peor”, sino que puede externar esa insatisfacción tachando la papeleta.
Polémica sin duda, la discusión invita a reflexionar por qué camino transitaremos durante la jornada comicial. En lo personal, considero que tanto abstenerse de votar como anular la boleta constituyen vías legítimas de manifestar nuestro descontento siempre y cuando cumplan con dos condiciones: primero, ser actos conscientes, pensados, no reacciones viscerales ni producto de la imitación, y segundo, ser sólo un componente de una actitud cívica más amplia, responsable, crítica y proactiva.
A mi entender, no importa cuán simbólicos resulten una baja participación o un alto porcentaje de votos nulos si los ciudadanos nos conformamos con protestar de esa forma y, una vez concluido el periodo electoral, dejamos de demandar a los gobernantes y a los representantes gestiones eficaces o, más aún, si no proponemos ni colaboramos en la mejora de la vida pública. Los políticos deberán atender el mensaje que dejen los comicios de julio. Nosotros también.


Nota: Este texto aparece hoy en e-joven.

Tuesday, April 14, 2009

La responsabilidad en el olvido

Movimientos recientes a la cabeza de algunas instituciones públicas confirman una penosa costumbre de la política mexicana: el uso del cargo sólo como una plataforma para un proyecto personal, o bien para fortalecer intereses partidistas o de grupo, pero siempre haciendo a un lado las responsabilidades por atender.
La práctica no es exclusiva de un nivel del gobierno; se da tanto en el federal como en estatal y en el local. Tampoco distingue colores; la reproducen el PAN, el PRI y el PRD, y en los partidos minoritarios no hay muchos visos de un actuar diferente.
Primer botón de muestra: hace algunas semanas, en el DF, la panista Gabriela Cuevas dejó la jefatura delegacional en Miguel Hidalgo en busca de una curul en la siguiente Cámara de Diputados. Militante de Acción Nacional desde los 15 años, durante su gestión fue crítica constante de las obras emprendidas por la administración del perredista Marcelo Ebrard, aunque ella misma, aun después de renunciar al puesto, ha enfrentado duros señalamientos de vecinos de esa demarcación debido a la construcción todavía no concluida de ejes viales y pasos a desnivel.
El segundo ejemplo, curiosamente, también gira en torno de aquella delegación. En la disputa electoral, el PRD pretende aumentar su hegemonía en la capital del país lanzando a Ana Gabriela Guevara como candidata a jefa delegacional.
Sin embargo, la otrora reconocida atleta, única medallista olímpica mexicana en pruebas de velocidad y quien tanto reprochara la desatención oficial a las actividades deportivas, comienza su campaña con el antecedente negativo de aspirar a un nuevo cargo habiendo estado menos de un año en la titularidad del Instituto del Deporte del DF. Frente a ese hecho resulta casi inevitable pensar que la ex velocista sonorense simplemente cambió de prioridades y demostró poco compromiso con la causa que decía defender.
Muy similar es el caso del ex futbolista Carlos Hermosillo. Luego de ocupar desde principios de sexenio la dirección de la Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte (Conade), el máximo goleador en la historia del balompié mexicano también decidió dejar la oficina para ir tras una diputación federal por el blanquiazul. A su relevó llegó Bernardo de la Garza, quien en 2006 fuera candidato presidencial por el indefendible Partido Verde Ecologista de México y no parece acreditar experiencia en materia deportiva.
De lo anterior es posible resaltar al menos tres aspectos: la forma en que el PAN echa mano de figuras conocidas como ex deportistas con el mero afán de recabar votos, que los hombres cercanos a Los Pinos gozan de preferencia al momento de los nombramientos en dependencias federales y, en lo que toca a la Conade, que todo indica que el deporte seguirá esperando un proyecto real y de largo aliento que lo saque del atraso.
El cuarto y último ejemplo al que quiero remitirme tiene que ver con otro doloroso rezago, el educativo. Como se sabe, Josefina Vázquez Mota dejó la Secretaría de Educación Pública (SEP) para ocupar el primer sitio en la lista de diputados plurinominales del PAN y, quizá, la coordinación de su bancada. Alonso Lujambio, antes comisionado presidente del Instituto Federal de Acceso a la Información (IFAI), fue designado en su lugar.
Aun sin considerar las fundadas críticas a la gestión de Vázquez Mota y al pacto entre el gobierno federal y el sindicato magisterial comandado por Elba Esther Gordillo, el solo hecho de que con motivo de las elecciones de julio próximo el Ejecutivo realizara cambios en el despacho encargado de la educación evidencia que este tema no ocupa un primer plano en su agenda. Y aunque Lujambio podría demostrar lo contrario, un sano escepticismo conduce a no generar demasiadas expectativas.
Los expedientes citados y muchos otros de los que podría darse cuenta corroboran que, como hace unos días nos escribía el lector José Jesús Sierra, la política ha perdido su virtud “porque el compromiso de servicio se cambió por la ambición del poder y del dinero”. Sin más, un diagnóstico tan certero debería llamarnos a todos buscar terminar con esa situación.


Nota: Este texto aparece hoy en e-joven.

Saturday, April 11, 2009

Fidencio, suplantado hasta en el panteón

El martes 22 de junio de 1937, la segunda sección de El Universal mostraba como uno de sus encabezados principales: “El ‘Niño Fidencio’, muerto en Toluca de un tiro”. La versión sería desmentida unos días después


José de Jesús Fidencio Constantino Síntora, mejor conocido como el Niño Fidencio, el santo no reconocido por la Iglesia que cobró fama en el norte del país en la década de 1920 por sanar a los enfermos, y que incluso atendió al entonces presidente Plutarco Elías Calles, llegó a reunir en Espinazo, Nuevo León, el sitio donde practicaba sus curaciones, hasta a 30 mil personas en un solo día.
Tal popularidad, según lo explican José Luis Berlanga, Éric Lara y César Ramírez en el libro Las fiestas del dolor: un estudio sobre las celebraciones del Niño Fidencio (Consejo Estatal para la Cultura y las Artes, 1999), se debió a tres factores: el carisma del personaje, su condición de pobreza que le permitía una identificación con la gente y una apariencia física similar a la de un infante, que en la tradición católica evoca inocencia, pureza y bondad.
Aunque el éxito de este hombre que nació en Guanajuato el 17 de octubre de 1898 tuvo también otros efectos. Uno de los menos difundidos es que en aquellos años, en otras partes de la República, surgieron impostores, falsos “Niños” que se hacían pasar por el original. He aquí un caso.


Noticia en la capital
El martes 22 de junio de 1937, la segunda sección de El Universal, en la ciudad de México, mostraba como uno de sus encabezados principales: “El ‘Niño Fidencio’, muerto en Toluca de un tiro”. Debajo del titular, extendido a lo ancho de toda la plana, otros elementos pretenden completar la información.
Primero aparece el “último retrato” de la supuesta víctima, una fotografía de archivo con el mismo Fidencio que puede observarse en otras placas de la época: un hombre delgado, de tez blanca, cabello lacio, frente amplia, ojos pequeños, nariz alargada, boca grande, barba partida. A su derecha viene la imagen del victimario, el gendarme Mario Méndez López, quien habría disparado al curandero en una taberna de la capital mexiquense.
Más abajo un sumario expone que el personaje, “que tuvo algunas semanas de popularidad en Espinazo”, se había mudado a Toluca.
La nota, finalmente, detalla que la policía se enteró de que “un individuo a quien se trata de identificar como el auténtico Fidencio Constantino, ‘El Niño Fidencio’, fue muerto en el interior de la cantina denominada ‘La Barra de Nautla’”. El gendarme —se dice— declaró a las autoridades que él se encontraba en el local cuando arribó Fidencio, con quien afirmó mantener amistad. Así pues, empezaron a jugar dominó, mas luego de un rato, aparentemente motivado por la discusión de un asunto de dinero, Méndez López tomó su pistola, disparó, hirió a su contertulio y busco huir, aunque en su intento fue detenido.
Tras la información del corresponsal el diario agrega una semblanza del “taumaturgo y santón”: “Comenzó a tener algún prestigio como curandero en la zona, y bien pronto su fama llegó hasta Saltillo, de donde se tuvieron las primeras noticias concretas acerca de él. Era un tipo raro, rarísimo. No aceptaba dinero de nadie; organizaba a sus enfermos y la gente sencilla del campo lo comenzó a rodear de aureola de santo y volaron las leyendas y consejas, a cual más absurdas, aun atrayentes acerca de su personalidad”.
“Su fama —continúa el rotativo— creció en forma tal que traspasó la frontera. Todos los desahuciados por la ciencia iban en busca del empírico solitario (…) Curaba con espuma de jabón, manteca batida, miel de abejas y un endiablado cocimiento que hacía con la ‘gobernadora’, los ramos de flores y las cajas de dulces que le obsequiaban. Todo lo mandaba echar a un perol de agua hirviente”.
Ya al cierre del texto, no obstante, se deja una advertencia: “Resultaron muchos ‘Niños Fidencios’ falsificados (…) vulgares estafadores con quienes las policía tenía que ver frecuentemente (…) Por los retratos que publicamos parece que puede ser Fidencio Constantino el muerto; pero estas líneas, posteriores a la noticia de nuestro corresponsal, se escriben con las reservas correspondientes”.


Muere el engaño, llega el sueño eterno
Dos días más tarde la versión seguía sosteniéndose. El 24 de junio incluso se consignaba que en los funerales del curandero, celebrados en Toluca, habían participado “no menos de dos mil personas”, un cortejo “tan nutrido que paralizó el tránsito de vehículos por las calles que recorrió”.
Sin embargo, a Fidencio, al verdadero Fidencio, aún no le había llegado la hora.
Así, recién concluidas las exequias del presunto santón, el engaño también murió. “‘El Niño Fidencio’ muerto no es el auténtico”, reportaba El Universal en su edición del sábado 26 de junio. Aunque la nota del corresponsal no revela el nombre del impostor, aclara: “El de Toluca era uno de los tantos falsos ‘Niños Fidencios’ que han resultado en el país. El de Espinazo hace una vida de ejemplar austeridad y sencillez”.
El curandero real, en todo caso, no tardaría mucho en pasar a la otra vida. Tan sólo 14 meses después del incidente de su impostor, el 19 de octubre de 1938, José de Jesús Fidencio Constantino Síntora fallecía en el lugar donde efectuaba sus sanaciones. Con apenas 40 años cumplidos, su defunción —de acuerdo con los testimonios— se habría debido al cansancio y a los malestares causados por las extenuantes jornadas de trabajo con sus pacientes.
Breves, unas cuantas líneas en la primera plana de El Universal del 20 de octubre se limitan a informar del deceso de aquel que “alcanzó tanto renombre en vista de que numerosas personas le atribuían curaciones maravillosas”. Por supuesto, esas palabras no podían prever que la fama y el culto de Fidencio trascenderían todo el siglo XX y llegarían hasta hoy, como también lo hace una de sus últimas imágenes.
Fechada en Espinazo el día de su muerte, la fotografía lo plasma rodeado de flores y acompañado por un cuadro de la Virgen de Guadalupe. Viste de blanco, su rostro ha dejado de ser delgado, la boca luce entreabierta, los ojos están cerrados. El Niño Fidencio descansa en el sueño eterno. El mismo que todos estamos destinados a dormir.

Nota: Esta historia, reconstruida con ayuda del Centro de Documentación y del Archivo Fotográfico de El Universal, aparece hoy en la página 4 del suplemento sabatino Ideas, en un número dedicado a los cultos populares. Aldolfo Castañón presenta el material principal, mientras que a cuenta de Lizbeth Hernández corre un texto muy completo sobre estas figuras.

Tuesday, April 07, 2009

¿México digital?

La Cámara de Diputados aprobó el jueves pasado la iniciativa de Ley para el Desarrollo de la Sociedad de la Información. El ordenamiento, enviado al Senado para su revisión, busca que la entrada de México en la era digital sea una prioridad de las políticas públicas de esta administración y de las siguientes, reducir la brecha social en el acceso a tecnologías y conocimientos, así como promover la mayor adopción de estos elementos por parte del Estado y del sector privado con la finalidad mejorar tanto la gestión gubernamental como la competitividad del país.
De primera impresión, estos objetivos resultan no sólo deseables sino congruentes con la actualidad: en una época en la que en todo el mundo es cada vez más constatable el adagio “información es poder” (para los gobiernos, para las empresas, para las instituciones académicas y para las personas), la nación no debe permitirse quedar rezagada respecto de los avances de las revoluciones tecnológicas. Sin embargo, una lectura completa de la legislación deja ver vacíos que —como ha ocurrido en otros casos— podrían bloquear cualquier buena intención.
Para comenzar, a pesar de que la iniciativa reconoce que en México hay enormes desigualdades, “pues existe un sector muy pequeño que se encuentra al mismo nivel de equipamiento y de conocimiento que los países del primer mundo, (mientras) existe un sector de la población que usa de manera elemental el medio (y) la gran mayoría de los mexicanos nunca han tenido la oportunidad de asomarse a la realidad de las computadoras e internet”, en todo su texto no brinda una sola pista acerca de cómo sería posible atacar y disminuir esa brecha.
Entiendo que, como señala el ordenamiento —disponible en la
Gaceta Parlamentaria—, una vez publicada la ley corresponderá al Ejecutivo federal elaborar la agenda digital nacional que servirá de base para diseñar las estrategias, los programas y las acciones concretas para el desarrollo de la sociedad de la información. No obstante, considero grave que desde la legislación no se exponga al menos un principio claro que guíe a las instituciones en la lucha contra tales disparidades.
Así, puede inferirse que los diputados ignoraron la magnitud del problema que se debe revertir o la incidencia de
otros factores que frenan la popularización de las nuevas tecnologías. Por ejemplo: ¿cómo llevar al país a la modernidad si únicamente 20% de los mexicanos tiene acceso a internet, si los monopolios en telecomunicaciones imponen sus condiciones y sus tarifas en el mercado, y si la inversión nacional en este rubro es baja? Todo lo anterior parece quedar soslayado.
Por otra parte, la ley también estipula la creación de una comisión intersecretarial encargada de coordinar las actividades entre dependencias y niveles de gobierno en materia digital, y de un consejo que evalúe los avances obtenidos. Pero si bien un proyecto como la digitalización del país puede justificar el establecimiento de organismos específicos, experiencias pasadas despiertan dudas sobre su funcionamiento.
El caso más reciente es el del Consejo Nacional de Fomento para el Libro y la Lectura,
producto de la legislación aprobada en abril de 2008, de cuyas acciones y resultados poco sabemos y podemos palpar los ciudadanos. En ese sentido, del mismo modo en que esos órganos tendrían que realizar una más transparente difusión de su trabajo, todos deberíamos estar al pendiente de ellos y exigirles cuentas.
Una última crítica se desprende del artículo cuarto transitorio de la ley, que dispone que para las instancias arriba citadas “se aprovecharán los recursos humanos, materiales y financieros de las dependencias y entidades, por lo que no se requerirán recursos adicionales para tal fin”.
Esta medida, según el texto, responde a una política de austeridad. Empero, dados el tamaño y la ambición del reto, es ilógico defender la mesura en el gasto público en un ámbito que es capital para el desarrollo nacional, al tiempo que simplemente se olvida en otros como los exagerados sueldos de los altos funcionarios.
Resulta positivo que se pretenda llevar a México a la sociedad de la información a través de una política de Estado con visión de largo plazo. Sin embargo, debemos comprender que eso no se conseguirá con palabras, o sea, con el mero hecho de expedir una ley, y menos si ésta presenta deficiencias. Falta, pues, un largo camino por recorrer, uno en el que el primer paso consiste en que el Senado corrija la iniciativa enviada desde San Lázaro con el propósito de contar con un marco jurídico completo que abra las puertas para entrar en la era digital. De lo contrario, otra vez, tendremos sólo buenas intenciones. No más.

Nota: Este texto aparece hoy en e-joven.

Friday, April 03, 2009

“A’i pa’ después”

Un conocido chiste refiere que México es el país del mañana: mañana lo arreglo, mañana te pago, mañana —o la siguiente semana— nos tomamos un café. Fuera del humorismo casi involuntario, la tendencia a postergar indefinidamente y sin justificación real la reflexión, las decisiones o las acciones tiene serias consecuencias en lo público y en lo privado.
Ejemplos abundan: la puerta que no reparamos o el foco fundido que no cambiamos hasta que un ladrón se mete a la casa o alguien tropieza en la oscuridad, o aquella persona que por exceso de confianza o franca desidia ignora una dolencia hasta que ésta se convierte en una enfermedad grave que antes podía prevenirse.
O claro, la nación que no se alarma ni pone manos a la obra hasta que la inmovilidad del régimen político, la indefinición frente al mundo, la dependencia económica, el desempleo, la inseguridad, el narcotráfico, el rezago educativo, la crisis ambiental y el desplome de la calidad de vida se ciernen sobre ella.
Lamentable en sí mismo, ese gusto por la postergación se torna más riesgoso en tanto que de él deriva el cortoplacismo, otro vicio común de nuestra historia contemporánea. Tan sencilla como en apariencia ineludible, la mecánica de ambos males funciona así: al abandonar la resolución de los problemas siempre para después, cuando llega el momento de afrontarlos asumimos la opción más rápida, la que nos saque del paso, no la mejor ni la que prevea las implicaciones o nuestros proyectos futuros.
¿Tráfico? Construyamos más vialidades; qué importa el transporte público. ¿Aumentan los crímenes? Enviemos más policías a las calles; no hay por qué investigar las causas de la delincuencia o combatir la corrupción que la permite. ¿Miles de jóvenes son rechazados por las universidades del Estado? Incrementemos los lugares en los planteles; qué más da si desde el nivel básico los estudiantes acarrean deficiencias o si por falta de puestos de trabajo, aun con una licenciatura, terminarán sumándose a la desocupación.
Así, por atender la superficie de una situación en lo inmediato nos olvidamos de su fondo y del largo plazo.
Me resisto a creer que dejar todo para el último minuto y a las carreras es una característica inherente a los mexicanos. Sin embargo, con molestia noto que la tradición cultivada desde el poder de mirar el horizonte con un alcance no mayor a lo que dura un cargo ha dejado una profunda huella en quienes aquí habitamos. Una marca que deberíamos comenzar a borrar ya. ¿O lo vemos mañana?

Nota: Este texto fue solicitado por un viejo amigo, Rodolfo Villagómez, para la revista Tangente, que circula en Oaxaca y me parece espera hacerlo en el DF. En esta segunda ocasión que colaboro con ellos, él ahora sólo determinó la extensión; yo, el tema.

Wednesday, April 01, 2009

La ciudad “junto a un monte grande” [crónica]




MONTERREY, Nuevo León.— Américo, un taxista con 28 años en el oficio y originario de Cadereyta, municipalidad a la mitad del estado, pone al descubierto la ignorancia del cronista: “Del aeropuerto al centro son 32 kilómetros, ¿a poco se los iba a echar a pie?”.
A la izquierda, sobre la carretera Miguel Alemán, la vista del Cerro de la Silla acompaña el camino hacia la ciudad. Al frente se extiende la Sierra Madre Oriental. “Aquí estamos entre montañas”, resume el conductor.
Después de los municipios de Apodaca, San Nicolás y Guadalupe aparece Monterrey, cabecera de una de las zonas metropolitanas más importantes del país con una población de 3.8 millones de habitantes y un territorio de 5 mil 771 kilómetros cuadrados. Sitio de tradición industrial, cuna de empresas como Cementos Mexicanos, Vitro y Soriana.
En el centro destaca la Macroplaza. Custodiada en sus cuatro esquinas por estatuas de Miguel Hidalgo, Benito Juárez, José María Morelos y Mariano Escobedo, en uno de sus extremos alberga el Palacio de Gobierno. En el otro se ubica un monumento que evoca un episodio contemporáneo de la relación México-Estados Unidos: el encuentro efectuado en 1992 entre los entonces presidentes Carlos Salinas de Gortari y George H. W. Bush para prender “el fuego de la amistad”.
Hasta hace unos días, sin embargo, las tensiones habían aumentado debido al intercambio de acusaciones respecto de la responsabilidad de cada nación en la lucha contra el narcotráfico. Tras numerosas declaraciones de funcionarios de ambos lados de la frontera, la tormenta diplomática quedó calmada —al menos de momento— con la visita que la secretaria de Estado estadounidense, Hillary Clinton, realizó al Distrito Federal y luego, precisamente, a la sultana del norte.
Delante de la Macroplaza un muro retoma las palabras con las que el conquistador español Diego de Montemayor se refirió al lugar más de cuatro siglos atrás. La ciudad “junto a un monte grande”, escribió el ibérico en el decreto de su fundación fechado el 20 de septiembre de 1596.
La pared también precede el inicio de uno de los grandes atractivos turísticos locales: el Paseo Santa Lucía. Se trata de un corredor de 2.5 kilómetros por el que fluye la corriente de un ojo de agua y en cuyo derredor se observan algunos negocios, áreas verdes y numerosos visitantes que disfrutan de la recién comenzada primavera. El trayecto se interna en otro símbolo regiomontano, el Parque Fundidora, un amplio y concurrido espacio ecológico que hace homenaje a industrias como la del acero.
Frente a esa belleza, no obstante, los recordatorios de los problemas que padece Monterrey literalmente transitan por sus calles. Así, retratos de pobreza como los indigentes distribuidos en varios puntos de avenida 15 de Mayo contrastan con que el vecino San Pedro Garza García sea el municipio de mejor nivel de vida en todo México.
Del mismo modo, los soldados que patrullan la ciudad y las declaraciones de Guillermo Moreno Serrano, comandante de la Cuarta Región Militar, hablan del combate a los cárteles de la droga que se lleva a cabo en la entidad. La presencia del narcotráfico, señaló el general de División al diario El Norte, tiene “bastante peso” en la zona, circunstancia que obliga a mantener la actividad castrense. Y vale decir que esa misma lógica, sin plantear otras respuestas para atacar al crimen organizado, se reproduce a nivel nacional.
En año de elecciones, por último, la disputa política cobra fuerza. El gobierno del estado presume sus obras en televisión y en anuncios espectaculares con la imagen del cantante Lupe Esparza y con el lema “El progreso se demuestra con hechos”.
Américo está de acuerdo. Para él, el mandatario Natividad González Parás, del PRI, “la ha hecho bien”, aunque augura que el PAN se llevará tanto la gubernatura como la principal alcaldía. En todo caso, en virtud de lo que muestran los medios de comunicación, es claro que el ganador de la contienda del próximo 5 julio se definirá entre los candidatos del tricolor, Rodrigo Medina, y del blanquiazul, Fernando Elizondo.
Montañas, sol, plazas, carritos que venden nachos y hot dogs, playeras de los Tigres y de los Rayados, pronósticos políticos, el andar de los regiomontanos… Más allá de todo esto llega, inevitable, la escala que pone fin al recorrido: la Universidad Autónoma de Nuevo León.
Ahí, entre la Rectoría y el estadio de futbol, el cronista encuentra algo que le hará atesorar este viaje en la memoria. A la entrada de la biblioteca lee una frase de Alfonso Reyes: “Defended, contra las nuevas barbaries, la libertad del espíritu y el derecho a las insobornables disciplinas de la verdad”. En su elegancia, en su idealismo, la máxima le confirma el sentido del saber, le despierta una sonrisa, lo colma de ánimos. Ahora puede regresar a casa.