Saturday, June 10, 2006

Un México "en el limbo" [crónica]


Adolescentes y mujeres jóvenes en “jeans” a la cadera y blusitas entalladas, pestañas rizadas, maquillaje y peinado perfectos, en la mano una bolsa de Zara o de otra de las 39 tiendas de moda para dama que según la página electrónica de Centro Santa Fe existen en la plaza. Algunos caballeros, por su parte, optan por un estilo “casual”: bien afeitados, zapatos de gamuza café, pantalones de mezclilla, camisa de manga larga a rayas verticales siempre fajada. Dos palabras: “Gente nice”.
La mayoría evoca la sección de sociales de un diario, revistas como Caras o Quién, o los ideales estéticos de aquellas elites protagonistas de series de la televisión estadounidense como The OC o The Beautiful People, o bien sus patéticos equivalentes nacionales: Rebelde y Código Postal. Ya en Amar te duele (2002) Fernando Sariñana puso la mirada en este lugar, en este ambiente, para retratar —aunque con cierto sesgo— algunos de los contrastes de la sociedad de este país.
Centro Santa Fe, de acuerdo con su sitio web (www.centrosantafe.com.mx), cuenta con 272 locales, entre bancos, casas de cambio, cafés, restaurantes, un cine, agencias de viajes, lugares de entretenimiento y muchísimas tiendas de ropa, calzado y accesorios para niños, hombres y mujeres.
En un recorrido por el primer piso de este centro comercial de gigantescas dimensiones, después de una tienda de muebles para baño donde un retrete cuesta 4 mil 894 pesos, aparece una sorpresa: una librería. El Péndulo es su nombre. Lo que no sorprende es que, a diferencia del café Starbucks o McDonald’s, no está a reventar. Durante un lapso de 10 minutos, sólo una o dos personas —cuando mucho— entran a curiosear y salen sin haber comprado nada.
René trabaja ahí. Mide aproximadamente 1.70 metros de estatura, es delgado, usa lentes, barba cerrada y tiene el cabello negro, lacio y largo amarrado en una cola de caballo. Estudió Filosofía en la UNAM y relata que la plaza tiene unos 12 años. En efecto, según su sitio oficial, Centro Santa Fe fue inaugurado en noviembre de 1993 como un lugar “que satisface las necesidades más exigentes con un alcance regional y comparable con los mejores centros comerciales del mundo”.
El Péndulo —explica René— es la única librería en todo el complejo. La cadena tiene sucursales en la Condesa, Polanco, Perisur y la Zona Rosa, pero aunque la de Santa Fe quiso explotar su concepto de “cafebrería” —un lugar donde se mezclan una cafetería con una librería— tuvo que renunciar al rubro de los refrigerios. “El centro comercial tiene topes de giro”, menciona René. “Si ya existen 11 restaurantes y ése es el límite, tú no puedes llegar a poner otro”.
Para él, a pesar de que el centro comercial fue creado con la idea de ser “el mejor, el más exclusivo, el más caro”, ha ocurrido una “metamorfosis” en sus asistentes. Fue pensado para las clases altas, pero “se ha vuelto más popular”. “Antes le preguntabas a una persona que trabajaba aquí ‘Oye, ¿tú vienes los fines de semana?’ y te respondía ‘No, esto es para otra gente’. Ahora les preguntas y te dicen que sí, que vienen al cine o a tomar un helado”. En opinión de René, aunque las clases medias del pueblo de Santa Fe o de zonas de Cuajimalpa no vengan, por ejemplo, a comprar ropa, sí acuden por esparcimiento, y eso cambia la configuración del público de la plaza.
—¿Y qué tal jala el negocio?
Su primera respuesta es una mueca que parece decir “No muy bien”.
—Ha sido difícil sobrevivir —comenta—. Hemos estado prácticamente desde que inició el centro y hemos tenido que ser muy flexibles. De hecho, hace unos tres años estuvimos a punto de cerrar, pero pudimos adaptarnos.
René interrumpe su exposición para atender a un hombre que pregunta por El Principito. Va al fondo del local por el ejemplar. La librería se aboca a las humanidades: literatura, filosofía y arte;
también se venden discos compactos y películas en DVD. En ella, además de René, trabajan una mujer joven, morena, delgada, y un muchacho de cabello castaño claro y barba de candado.
—Pues sí —dice René a su regreso—, tenemos que ser muy cuidadosos con el material que adquirimos, con los volúmenes que manejamos.
—¿Y qué es lo que más te piden, lo que más se vende?
—Hay gente que ya tiene una afición más definida, clientes que dicen ‘Mi esposa viene a comprar chucherías, pero yo vengo por libros’. Sin embargo, tenemos que manejar mucho el libro de ocasión, el de moda o los de superación personal.
A manera de ejemplo, sobre la mesa ubicada a la entrada del local, la “mesa de novedades”, descansan bestsellers como La fortaleza digital, La conspiración o El código Da Vinci de Dan Brown, o el ganador del Premio Alfaguara de Novela 2006, Abril rojo, de Santiago Roncagliolo, o la más reciente obra de Mario Vargas Llosa, Travesuras de la niña mala. Si bien el precio de este último (212 pesos) rebasa el ofrecido por El Sótano (200 pesos), es inferior al de Sanborn’s (235 pesos).
Aunque es complicado mantener la lealtad del público —reconoce René— , señala que una de
las ventajas de El Péndulo es que no sólo son la única librería en la plaza, sino en varias cuadras a la redonda. Existe una Gandhi dentro de la Ibero —aclara— , pero “es una Gandhi rara”, trabaja únicamente para los estudiantes y los académicos. En El Péndulo en algún momento pensaron que podría ser competencia; no obstante —afirma René—, no lo ha sido.
Sobre los estudiantes de la Universidad Iberoamericana (UIA), comenta: “No tienen inquietudes como los de la UNAM o todavía como los de la [Universidad] del Valle [México]”. René se pregunta en qué pensarán y concluye: “Son chavos que están en el limbo”.
Ha comenzado a llegar más gente. Los trabajadores de El Péndulo, René incluido, se afanan en atender a los potenciales clientes. Mientras tanto, como invocado por la alusión a quienes “están en el limbo”, entra al local Jack Duarte, el actor que interpreta a Tomás Goycolea en Rebelde, la exitosa telenovela juvenil de Televisa. No permanece mucho tiempo. Sonriente pregunta algo. Recibe respuesta y sale tan rápido como se apareció.
René regresa otra vez. La charla termina. Él debe volver al trabajo; el cronista, continuar su camino. Queda en la mente del segundo un pensamiento, el de que —como dijo René— en las nuevas calles de Santa Fe, en las zonas residenciales, “no puedes entrar, todo está muy arreglado, la gente no tiene idea de lo que pasa en el país, está en el limbo”. En resumen: “Ahí sí es otro México”. ¿Será que, como lo explican los alemanes Hans-Peter Martin y Harald Schumman en La trampa de la globalización, en estos tiempos de polarización social las clases altas se están aislando en exclusivos paraísos protegidos del resto del mundo? Así parece.

Thursday, June 08, 2006

La tercera de humanos y mutantes

Al menos en una ocasión, los miembros de las generaciones que han crecido frente a la televisión y sus series de aventuras —un servidor incluido— han soñado con poder volar, correr tan rápido como el viento, ser más fuertes que una montaña, lanzar rayos, leer la mente o manipular objetos con el pensamiento. Tales son sólo algunas de las facultades de las que gozan los Hombres-X, esos célebres personajes de Marvel Comics creados por Stan Lee y Jack Kirby a principios de la década de 1960.
En X-Men III: La última batalla (X-Men: The last stand, 2006), estrenada en México el pasado viernes 26 de mayo, el director Brett Ratner (Hombre de familia, 2000; El dragón rojo, 2002) presenta la más reciente producción cinematográfica de esta exitosa franquicia de historietas, series televisivas, tarjetas y figuras de acción.
En esta última parte de la trilogía el eterno conflicto entre humanos y mutantes alcanza su clímax cuando la empresa farmacéutica de Warren Worthington desarrolla un supresor del gen causante de las m
utaciones. (Este empresario es, para los no enterados, el padre de Warren Worthington III, Arcángel, un interesantísimo personaje que, sin embargo, es poco explotado en la cinta.) Mientras la idea de esta “cura” representa una esperanza de aceptación personal y social para aquellos que, como Rouge (Anna Paquin), nunca se han sentido completamente satisfechos con sus dones, para los más radicales, como Magneto (Ian McKellen), constituye una amenaza de exterminio.
Inmersos en la tensión de una batalla entre el género humano y quienes representan “la nueva etapa en la evolución”, dos personajes cobran singular importancia: Logan, mejor conocido como Wolverine (Hugh Jackman), y Jean Grey (Famke Janssen), quien al final de la segunda película, tras salvar al Ave Negra con toda su tripulación, es sepultada por el contenido de una presa.
Jean, única mutante de clase cinco, se enfrenta a Fénix, su poderosísima pero inestable personalidad oculta, lo que la convierte en una pieza clave de esta “última batalla”. Wolverine, por su parte, debe lidiar con su clásica rebeldía y asumir la responsabilidad de suceder a Charles Xavier (Patrick Stewart) como líder de los Hombres-X. (¡Sorpresa! Cíclope no hereda ese trono.)
Cierto: la cinta no es otra cosa que un filme veraniego de Hollywood, o sea, un espectacular producto de los estudios Fox creado con el propósito de entretener a la audiencia y, sobre todo, de erigirse como un éxito en taquilla. De hecho, tal parece que así será: según la versión en inglés de la enciclopedia virtual Wikipedia (
http://en.wikipedia.org/wiki/X_Men), la película recaudó 45 millones de dólares el día de su estreno y 120.1 en su primer fin de semana.
No obstante, también es verdad que para disfrutarla hay que verla como lo que es: la adaptación cinematográfica de un cómic, fantasía y acción al estilo Hollywood. Pese a sus alusiones a la lucha por la diversidad y su aceptación, o a sus críticas al antisemitismo —cuando niño, Magneto fue prisionero en campos de concentración nazis— , X-Men III no es un tratado de política o filosofía sino entretenimiento.
Como en toda película de aventuras cuyo público es principalmente infantil y juvenil, el final es esencialmente predecible: “los buenos ganan”. No hay más. En el plano de la trama, sin embargo, se presentan algunas muertes inesperadas, y en cuanto a los aspectos técnicos, los efectos especiales y las caracterizaciones son notables. Basta con observar a Kelsey Grammer, en otra época el pomposo psicólogo Frasier Crane, como otro doctor: Hank McKoy, la peluda, azulada y letrada Bestia.
Asimismo, es de rescatar la dirección de Brett Ratner, ya que, por un lado, logró mantener la identidad visual que había establecido Bryan Singer, el director de los dos primeros capítulos (quien próximamente estará en la pantalla con otra de superhéroes: Superman regresa); y, por el otro, consiguió atar los cabos sueltos para dar término a la historia.
En fin, ya sea que se tenga afición por el amplio universo de los cómics, que se desee recordar la niñez y los sueños acompañados de disfraces, superpoderes y peleas por la justicia o la supervivencia del género humano o del mundo, o que simplemente se quiera pasar el rato sin mayores aspiraciones ni exigencias intelectuales, X-Men III es una opción apropiada. De no ser así, aconsejo pensar en otra película o incluso en otra actividad.

FICHA TÉCNICA
X-Men III: La última batalla (X-Men: The last stand)
Dirigida por: Brett Ratner
Con: Ian McKellen, Halle Berry, Kelsey Grammer, Hugh Jackman, Famke Janssen, Patrick Stewart
Género: Acción
Clasificación: (B) Duración: 1:45 (105 min) Formato: Flat
País de Origen: Estados Unidos
Idioma: Inglés
Año: 2005