Monday, December 25, 2006

Un elogio al placer

Mario Vargas Llosa es, sin lugar a dudas, uno de los más grandes escritores latinoamericanos del siglo XX y principios del XXI. Con su inteligencia y una prosa tan fluida como contundente, ha incursionado en algunos de los extensos temas de la humanidad como la política, la realidad llevada a la literatura o las utopías decimonónicas.
En línea con esa ambición por lo trascendente, en Elogio de la madrastra (1988) Vargas Llosa presenta, a la par de una interesantísima, vertiginosa y sutilmente macabra historia —narrada con un lenguaje sugestivo a la vez que elegante—, un pequeño tratado sobre el erotismo, el placer y la felicidad.
El relato se desarrolla en Lima, al interior de la casa que habitan don Rigoberto, su hijo Alfonso y Lucrecia, esposa del primero y madre sustituta del segundo. En el tiempo que llevan de casados, Rigoberto y Lucrecia pueden considerarse dichosos: se aman el uno al otro y ese sentimiento se traduce, casi cada noche, en intensos encuentros bañados de fantasía.
Para dar ese efecto de atmósfera onírica, el autor ha decidido intercalar entre algunos capítulos distintas interpretaciones sensuales de pinturas como Candaules, rey de Lidia, muestra su mujer al primer ministro Giges de Jacob Jordaens, Diana después de su baño de Francois Boucher y Venus con el Amor y la Música de Tiziano Vecellio.
Ahora bien, no obstante que Lucrecia ha superado su inicial miedo a un eventual rechazo del niño Fonchito, de que don Rigoberto tenga la certidumbre de que “La felicidad existe”, y de que ambos, juntos, se sientan capaces de entregarse al goce de sus cuerpos y sus juegos ajenos a toda preocupación como un par de deidades paganas, ese castillo de bienestar se revela más frágil de lo esperado. Como una fortaleza de naipes que se derrumbara ante una precoz ráfaga de viento.
De ese modo surgen las primeras lecciones de este pequeño estudio. Por un lado, Vargas Llosa parece decir que, en efecto, es posible llegar a ese estado de éxtasis más allá del tiempo y el espacio —más allá de todo límite— al que los seres humanos nos hemos dado en llamar felicidad.
Asimismo, a través de la figura de don Rigoberto, inspirado quizá por alguna reivindicación liberal del concepto de individuo, el autor asienta que la dicha sólo existe si se le busca en el lugar adecuado: “En el cuerpo propio y en el de la amada, por ejemplo; a solas y en el baño; por horas o minutos sobre una cama compartida con el ser tan deseado. Porque la felicidad era temporal, individual, excepcionalmente dual, rarísima vez tripartita y nunca colectiva, municipal”.
La búsqueda, pues, debe ser personal, a lo sumo en pareja pero en todo caso íntima, y en su relación con el placer, si bien el sexo es uno de los principales ingredientes —si no es que el de mayor trascendencia—, no es el único. Lucrecia y en especial don Rigoberto, cada quien por su lado, muestran que elementos tan cotidianos como el aseo personal, correctamente desempeñados y —por qué no— como un previo al acto amatorio, pueden convertirse en ceremonias o rituales placenteros en sí mismos. Así, es don Rigoberto quien, por ejemplo, plantea una de las ventajas de la eliminación de desechos del cuerpo: “limpiar el vientre es mucho menos incierto que limpiar el alma”.
Otro aspecto clave en el desarrollo de la novela es el recordatorio de que, dentro de nosotros, existe cierta propensión hacia lo socioculturalmente tachado como un atentado a la moral, cuando no horrendo o algo mucho peor. “En el fondo de su alma, a la bella siempre le fascinó la bestia, como recuerdan tantas fábulas y mitologías, y es raro que en el corazón de un apuesto jovenzuelo no anide algo perverso”, reflexiona el también creador de Los cachorros, La fiesta del chivo y El Paraíso en la otra esquina.
Es en la figura de Alfonso donde tal ambigüedad toca el extremo: Vargas Llosa cuestiona si es este chiquillo la personificación de la niñez como ese lugar donde se conjugan sin contradicciones ni remordimientos inocencia y pecado, donde los actos más reprobables y escandalosos se confunden con travesuras y pueden escapar de la censura o el castigo, o si, por el contrario, no es más que un maligno demonio escondido detrás del rostro angelical de un niño de diez años.
Y, por último, a pesar de que en esta persecución de la felicidad, en esta odisea que se traduce a la vida diaria, con frecuencia nos percatemos de lo fugaz o efímero de los instantes en que nos sentimos poco menos que inmortales, de que amargamente —otra vez con don Rigoberto— caigamos en la cuenta de que “Amar lo imposible tiene un precio que tarde o temprano se paga”, mediante una definición, de una plumada, el autor peruano nos deja una esperanza: ¿qué es, entonces, la dicha? “Sólo una pequeña sabiduría para oponer un momentáneo antídoto a las frustraciones y contrariedades de que estaba adobada la existencia”. La literatura, dentro de tantos otros, es uno de esos contravenenos.

FICHA BIBLIOGRÁFICA:

VARGAS LLOSA, Mario. Elogio de la madrastra [1988]. México, Grijalbo, 19a ed., 2003.

Tuesday, December 05, 2006

La carrera interminable


A mis profesores, colegas y amigos

A mi familia

Por último, y en especial, a mis alumnos

El 17 de septiembre de 2002 comenzó mi carrera universitaria. Un dato tan curioso como irrelevante: por causa del 192 aniversario del inicio de la guerra de Independencia de México, mi primer día de clases en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM no cayó en un tradicional lunes, sino en martes.
A más de cuatro años de mi ingreso a la licenciatura en Ciencias de la Comunicación, me gustaría pensar que ese muchacho de piocha y cabello largo, que calzaba Converse y tenía una gran afición por el rock lo mismo que el sueño de convertirse en cronista deportivo ha cambiado. No me refiero a que el deporte haya dejado de importarme o a que, por ejemplo, Nirvana ya no sea mi grupo favorito. Eso jamás. Tampoco aludo al hecho de que ahora uso casquete regular y la barba cerrada.
A lo que voy, pues, es a que hoy en día mis intereses van más allá de los antes citados, intento prestar mucho mayor atención a lo que ocurre en el mundo (no podía esperarse menos si una de mis aspiraciones es la de ser editor de internacionales de algún medio), así como tener más conciencia social y, con todo lo ambigua que puede resultar la frase, ser un poco más maduro.
Y si bien es cierto que mi paso por las aulas y los pasillos de la facultad —metafórica y literalmente hablando— no han sido el único factor de todos esos cambios, lo justo es dar a estos nueve semestres vividos en CU, y a quienes de una u otra manera los han compartido conmigo, el justo peso que han tenido en mi existencia.
De eso y más trata este ensayo. Intenta ser una reflexión acerca de lo que ha sido mi carrera y su vínculo con otros asuntos. Es, a su manera, una suerte de "examen final" sobre algunas de las más valiosas enseñanzas que he recabado a lo largo de los últimos cuatro años y medio, no sólo desde el punto de vista estrictamente académico, sino también existencial. Y es que la universidad, después de todo, es más que aprender una profesión con la cual "ganarse la vida", es despertar a la misma y asumir una postura para encararla. Ya los lectores decidirán si merezco o no aprobar esta prueba.

Primero que todo, y como todos, alumno
Evocar mi faceta como educando equivale, inevitablemente, a recordar a los hombres y mujeres que me han dado clase. Sería injusto no hacerlo. No obstante, antes de ello quisiera expresar mi sentir en relación a algunas actitudes más o menos comunes entre los miembros de mi generación.
Muchos nos hemos quejado —y nos seguimos quejando— de determinados profesores. Clases aburridas, falta de dinamismo, explicaciones poco claras o tareas en apariencia sin sentido son, entre otros, los señalamientos que se repiten. En efecto, criticar y exigir calidad en los docentes, por supuesto, es completa y absolutamente válido; es más, lo considero necesario.
Sin embargo, así como John F. Kennedy pronunció la célebre frase "No preguntes lo que tu país puede hacer por ti, pregunta lo que tú puedes hacer por tu país", creo que antes de volcarnos a despedazar la cátedra de cualquier mentor debemos detenernos a valorar nuestro propio desempeño. Igualmente, a pesar de las ínfulas que como estudiosos de la comunicación llegan a invadirnos, me parece de la más loable y bien entendida humildad tener siempre la capacidad de reconocer la propia ignorancia, que se desconoce de ciertos temas. Finalmente, a la universidad se acude a construir conocimiento, no a presumir una falsa sabiduría.
Expresadas las aclaraciones procedo con los agradecimientos: a Francisco Gomezmont y Alberto Dallal por su excéntrica erudición, a Mauricio Laguna Berber y Efraín Pérez Espino por su sarcasmo, a Porfirio Toledo y su lúcida parsimonia, a la punzante brillantez de Carlos León Molina, a la infinita paciencia de Virginia Careaga y Maira Pavón, al ingenio de Lourdes Romero, a la experiencia traducida en excelencia de Sonia Morales y Rigoberto López Quezada, a Lucía Rivadeneyra, de quien me vienen a la memoria algunas de sus reflexiones, como la intelectual "En México, Kafka sería costumbrista", o la tan certera "La ignorancia es muy osada" o, por último, la breve y serena "Saber escribir es saber pensar".
Mención aparte merecen dos mentores y, en mi caso particular, grandes amigos: Toibe Shoijet y Luis Carrasco. La profesora Toibe es, además de la tierna "abuelita" de muchísimas generaciones desde hace 25 años, la efusiva maestra que impulsa a sus alumnos a buscar conocer más e interesarse por todo lo que los rodea. El profesor Luis, por su parte, es un apasionado de los medios, un férreo crítico de industrias y productos culturales como Televisa y el cine de Hollywood, y —me consta— un aficionado a la disciplina.

Frente a un grupo
En definitiva una de las experiencias que más me han marcado durante la licenciatura y en mi formación personal ha sido la de convertirme en ayudante de profesor. Para muchos de los que pertenecemos a este gremio, nuestra condición no sólo representa ostentar un "poder" que proporciona el título de adjunto, poder que, por lo demás, es efímero, insignificante.
Para mí, como para otras personas interesadas en la docencia, es una práctica obligada. Es —y en este punto recurro a un lugar común— pararte del otro lado, de espaldas al pizarrón, y ponerte a prueba, es decir, reparar en aquello en lo que como alumno te habría gustado recibir (además de un 10 y poca tarea) y encontrar el modo de brindarlo a otros. Es también, por cierto, un excelente ejercicio disciplinario al igual que para hablar en público y, no menos importante, una especie de retribución a la universidad por lo que te ha dado.
En este rubro debo agradecer la buena escuela de la provengo, la de Omar Astorga, Penélope Martínez, Laura Canales, Cecilia Rosen, Arturo J. Flores y Daniel Francisco, sin olvidar la magnífica influencia de quienes han sido mis compañeros en diferentes adjuntías: Lizbeth Hernández y Jesús Serrano.
De Liz tomo su ánimo, esas incansables ganas de abrir los ojos, de despertar a "los chavos", de echar a andar sus propios proyectos. Del buen Chucho me quedo con esa capacidad de ir, por así decirlo, "más allá de lo evidente", de penetrar en la cultura y, a través de sus interpretaciones, arribar hasta las causas últimas de las cosas.
Una anécdota: hace poco más de un año, cuando tuve la oportunidad de charlar con Eduardo Casar en la Facultad de Filosofía y Letras y me comentó que, dentro de las actividades que realizaba —escribir, preparar guiones para radio o televisión, investigar y atender sus cátedras— , la que más le gustaba era dar clases, en honor a la verdad, no le creí. Hoy día, no obstante, le entiendo bastante bien. He conocido pocas emociones como la satisfacción de estar frente a un grupo de personas más jóvenes que tú y sentir que les estás transmitiendo algo... o, al menos, que aparentemente te prestan atención.

Más allá de las aulas
Un par de meses atrás pude leer Cuentos chinos de Andrés Oppenheimer. En esta obra el periodista argentino analiza el panorama mundial actual y el papel, a su juicio, cada vez menos relevante de América Latina dentro del mismo. Así, Oppenheimer critica, por ejemplo, que Brasil, "el coloso del sur", pretenda erigirse en líder de la región relegando a otros protagonistas, o la creciente desigualdad en Venezuela, producto del manejo que una irresponsable clase política encabezada por Hugo Chávez hace del dinero proveniente de sus recursos petroleros —los famosos petrodólares— , o que, en su país de origen, los dirigentes, incluido el presidente Néstor Kirchner, adopten una hueca actitud altiva y al grito de "¡Argentina, Argentina!" se enorgullezcan de negarse a pagar la deuda externa.
México, por supuesto, no queda exento de crítica. Del Estado-nación del cual formamos parte Oppenheimer señala que se ha quedado "dormido" frente a los grandes retos planteados por la globalización, dentro de otras razones, porque sus principales líderes y aspirantes políticos —léase Andrés Manuel López Obrador, aunque, a mi gusto, no sólo él— permanecen en el discurso, en la demagogia, y por otro lado, sus instituciones de enseñanza pública han quedado rezagadas en relación a las exigencias de un mercado laboral global en el marco de la "Sociedad de la Información y el Conocimiento". Es explícita la dedicatoria a la UNAM, a la que el argentino califica como "modelo de ineficiencia" debido al enorme subsidio que recibe del Estado y a los pocos egresados en comparación con su alumnado.
Ahora bien, más allá de que como mexicanos o como gente de la UNAM, o ambas, podamos no estar de acuerdo con lo anterior —a lo que podríamos considerar una ofensa descarada— , o de lo neoliberal que pueda parecer esta apreciación, me parece que vale la pena retomar, aunque sea a manera de autocrítica, algunos de sus argumentos.
Uno de ellos es que la mayor parte de ese jugoso presupuesto no se va en financiar investigaciones, mejoras técnicas o la planta docente, sino en los salarios de los trabajadores administrativos. Aclaro: no pretendo acusar al Sindicato de Trabajadores de la UNAM de todos nuestros males o pugnar por su desaparición; sin embargo, sí creo que debería reformularse tanto la distribución de recursos como la relación y el desempeño de este organismo sindical con respecto al resto de la comunidad universitaria.
Por otro lado, Oppenheimer critica que quienes formamos parte de esta casa de estudios nos alcemos el cuello con los rankings mundiales, como el publicado por The Times, y el hecho de que, al momento de escribirse el libro, la universidad ocupara el lugar 95 (hoy día, como sabemos, se ubica en el 74), siendo la única de Latinoamérica dentro de los primeros 100 sitios. A grandes rasgos, el columnista de The Miami Herald cuestiona: "¿Cómo no va a ser con tales subsidios?".
Sobra decir que no comparto su punto de vista, pero lo que me resulta del todo acertado es que añada lo siguiente: como país y como miembros de una región, en vez de alegrarnos de que la UNAM sea la única universidad dentro de esa clasificación, deberíamos preguntarnos por qué sólo hay una en ese listado y preocuparnos por ello.
¿A dónde quiero llegar con todo esto? Valga el simplismo: está bien "ponerse la camiseta", pero hay que ponérsela en serio. Debemos aprender a valorar el asiento que ocupamos, a demostrar que lo merecemos y a contribuir, sin formalidades vacías o falso orgullo, a la vida de nuestra alma mater y a su trascendencia en el devenir nacional. ¿Cómo?
Con estudio, trabajo y autocrítica, tomando conciencia de la complejidad de este país y de este planeta, promoviendo una verdadera cultura política regida por la información, el respeto a la pluralidad de ideas, la inclusión y la participación constante. Utópico, lo sé. Por ello, aquí he de apoyarme en otro libro y otro autor, La imaginación y el poder de Jorge Volpi. En esta "historia intelectual de 1968" Volpi analiza el activismo de esas generaciones y rescata como una de sus características primordiales la capacidad de imaginar un mundo distinto a aquel en el que habitaban. Aunque fracasaron en su intento, si ellos pudieron, ¿por qué nosotros no?
Por otro lado, en un ámbito aún más cercano, una de las lecciones más valiosas que he aprendido en recientes años es que las personas y las cosas difícilmente son lo que a primera vista nos parecen. Creo factible que, como reza otro proverbio, la respuesta o la explicación más sencilla suela ser la acertada, pero a fin de alcanzarla debemos pasar antes por procesos de investigación y meditación profundos.
El prejuicio, el estereotipo. Pocos vicios tan peligrosos y —hay que admitirlo— terriblemente comunes como esa tendencia a querer pontificar, a creerse con la autoridad para definir a las personas, las situaciones o los problemas como si se fuera omnisapiente, a considerarse poseedores de "la razón", de la "verdad absoluta".
Actitudes así pueden cerrarnos muchas puertas, privarnos de interesantes posibilidades, mantenernos en el error, en la sombra. En mi caso, por fortuna, aunque hace un par de años no hubiera imaginado que uno de mis compañeros de generación, Mario Colina Álvarez, era no sólo un lector voraz sino un escritor en potencia, ahora con sinceridad le agradezco, dentro de otros intercambios literarios, haberme acercado más al admirable trabajo de Mario Vargas Llosa, haberme presentado a Sergio Pitol y a Alberto Fuguet, y haber hecho de mi conocimiento una hermosa cita de Edgar Allan Poe: "Las obras de los genios nunca son sanas en sí mismas".

Al final, y por siempre, un aprendiz más
¿Por qué titular estas cuartillas "La carrera interminable"? Cualquier lector podría preguntarse: "¿No se supone que ya estás por acabar?". Me explico. Este título, como insinué al principio, no alude únicamente al periodo de nueve semestres que dura nuestra licenciatura (por añadidura, tampoco se refiere al hecho de que aún me hace falta cursar una materia y, claro, realizar mi tesis).
Esta "carrera" de la que escribo es una cuestión personal, por así decirlo, una manera o un estilo de vida. Dicen que uno nunca deja de aprender. Pocos refranes me resultan tanto o más acertados que éste. La vida, por donde quiera que se le vea, es un eterno aprendizaje, una carrera sin fin —interminable— hacia el conocimiento, de este complejo mundo, de este caótico e impresionante país, de lo viejo y de lo nuevo, de las ciencias, las humanidades y las artes, de los otros, de uno mismo.
Mi experiencia me lleva a concluir que está en cada individuo decidir de qué manera afronta esa carrera: si abandona o de plano prefiere no correr, no arriesgar, no perder; si, como hacen los sprinters en las competencias de fondo y medio fondo, permanece rezagado para después aprovechar lo que fue logrado por otros; o si, a la manera del difunto y plusmarquista corredor de 5 mil metros estadounidense Steve Prefontaine, desde un principio busca la punta, se aferra a ella y, en última instancia, no pretende algo distinto que vencer sus propios límites...
Y sin más que agregar: en sus marcas, listos, fuera.

Saturday, November 25, 2006

Irak: cuando el radicalismo y la inconciencia convergen

[Foro Internacional, columna]

Una vez más Irak está de luto. Este jueves 23 de noviembre la nación islámica vivió, de acuerdo con información de El País, la mayor jornada de violencia desde el inicio de la invasión estadounidense a su territorio en marzo de 2003: ataques coordinados compuestos por la explosión de cuatro coches-bomba y fuego de mortero en el barrio chiíta de Ciudad Sáder dejaron al menos 160 muertos y 250 heridos.
En línea con el diario español, estos siniestros no son algo distinto que la continuación del odio sectario que ha echado raíces en Irak, de los enfrentamientos entre la mayoría chiíta y la minoría sunita, grupos étnicos que representan, respectivamente, el 60 y el 15 por ciento de la población iraquí.
Así, el primer antecedente de lo ocurrido se remonta a febrero, cuando fue destrozada la Mezquita Dorada de Samarra, importante templo chiíta. De esa acometida derivó como respuesta la creación de los “escuadrones de la muerte”, que han perpetrado atentados en contra de los sunitas y presuntamente están liderados por el líder radical Múqtada al Sáder, hijo del ayatolá Mohamed Sadek al Sáder, en cuyo honor fue nombrado el barrio recién atacado. Las explosiones del jueves, entonces, equivaldrían a las represalias de los sunitas por causa de las repetidas ofensas de los “escuadrones” chiítas.
Ante este panorama —producto de la tensión política, social, étnica y religiosa que se vive en Irak— resulta inquietante no sólo que a principios de este mes de noviembre se diera a conocer la sentencia de muerte al ex dictador Saddam Hussein, sino que las actuales autoridades de aquel país minimizaran las posibles reacciones de este veredicto. El propio primer ministro, Nuri Kamal al-Maliki, en declaraciones reproducidas por The New York Times, mencionó que Hussein “está encarando el castigo que merece. Su sentencia no representa nada porque ejecutarlo no vale la sangre que derramó. Pero esto quizá reconforte un poco a las familias de los mártires”.
En ese mismo tenor, el embajador de Estados Unidos en Irak, Zalmay Khalilzad, calificó el veredicto del tribunal especial como “una importante piedra angular en la construcción de una sociedad libre. A pesar de que los iraquíes puedan enfrentar días difíciles en las próximas semanas —añadió—, cerrar el libro de Saddam Hussein y su régimen es una oportunidad para unir y construir un futuro mejor”.
Con esta actitud, tanto el premier iraquí como el diplomático estadounidense olvidan los matices, lo complejo este mundo, demuestran falta de sensibilidad política: si bien es cierto que Hussein merecía “enfrentar su castigo”, es decir, asumir su responsabilidad por crímenes contra la humanidad (fue condenado por el asesinato de 150 chiítas de la aldea de Dujail a principios de los 80, aunque igualmente enfrenta cargos por la muerte de nada menos que 50 mil personas durante la campaña militar de 87-88 en el Kurdistán), también lo es que la figura del ex dictador, de origen sunita, divide, exacerba los ánimos de sus partidarios y detractores.
Y en un ambiente tan polarizado, dictar sentencia de muerte a un personaje que despierta tantos y tan intensos sentimientos puede resultar por demás peligroso. Desde el punto de vista simbólico, llevar a la horca a Saddam Hussein es una afrenta para la comunidad sunita, ya de por sí molesta por encontrarse relegada del poder que detenta la coalición kurdo-chiíta así como por la presencia extranjera en su territorio. Por otra parte, desde el más abierto pragmatismo, significa el pretexto perfecto para incrementar los ataques contra la mayoría dominante y la resistencia contra la ocupación militar encabezada por EU.
Hasta este punto, aunque con distintos argumentos, organismos internacionales como Human Rights Watch, el Consejo de Europa y la misma Unión Europa han rechazado tal sentencia. Mientras que la ONG ha puesto en duda lo justo y legítimo del juicio, tanto el Consejo como la UE han recordado su oposición a la pena de muerte y han hecho énfasis en la necesidad de tratar a Hussein como un criminal sin convertirlo en “mártir”.
A todo esto no es ocioso pensar —o repensar, mejor dicho— los costos que ha reportado la guerra en Irak. Si no que lo digan Madrid y el ex presidente del gobierno español, José María Aznar; o que lo digan Londres y el todavía primer ministro británico Tony Blair; o que, por fin, lo admita el propio George W. Bush, a quien esta fallida empresa, que se halla a un pelo de transformarse en un “segundo Vietnam”, acaba de pasarle la factura en las elecciones parlamentarias en su país a través de la pérdida de la mayoría republicana en el Senado y la Cámara de Representantes.
Finalmente, que lo diga el pueblo de Irak, sin duda el más afectado. En algo tiene razón Zalmay Khalilzad: los iraquíes enfrentarán semanas difíciles. La violencia étnica continuará y, a pesar de que la sentencia de Hussein deberá ser ratificada o desechada por la sala de apelaciones de la corte antes de ser ejecutada, su posibilidad flotará en el aire. Ojalá que los jueces que la revisen entiendan que sustituir la horca por una celda no significa dejar de castigar y someterse al miedo que generan los sunitas radicales, sino evitar, en términos llanos, que la sangre llegue al río. ¿O acaso tendremos que calcular la proporción de cuántas vidas civiles más costará la del ex dictador?

Monday, November 20, 2006

La vida plasmada en tinta


A Erika Martínez:
feliz cumpleaños, mi amor


Admiro a quienes no creen en el destino. Me inspiran respeto aquellas personas que dudan, desconfían de la sola noción de algo similar al meant to be, de que el sino de la humanidad, de los países, los pueblos o los individuos pueda estar trazado desde antes de que éstos pisen la Tierra.
Sin embargo, no me cuento dentro de los miembros de ese grupo. Quizá por ello los admiro. Si bien no acepto totalmente la idea de que nuestras vidas sean como un libro ya escrito, o preescrito, de principio a fin —con puntos y comas— por algo o alguien “superior” a nosotros, tampoco me atrevo a refutar de tajo la posibilidad de eso que llamamos coincidencias, sincronías o, a secas, destino.
¿O de qué otra manera explicaría, entonces, que a mis 22 años y justo en mi época como practicante en un periódico llegara a mis manos Tinta roja del chileno Alberto Fuguet, una novela sobre un estudiante de periodismo de 23 años que entra a “hacer la práctica” a El Clamor, “Diario masivo y popular”? Valga el anterior compendio autobiográfico como preámbulo a lo que habrá de tratarse en estas líneas, la obra de Fuguet. Por lo demás, ofrezco una disculpa por las pasadas y futuras confesiones.
Tinta roja, decía, versa sobre la vida de Alfonso Fernández Ferrer, en particular acerca del verano en que fue reportero de práctica en la sección policial de El Clamor, medio más o menos equiparable a La Prensa o El Metro de México.
Publicado por primera vez hace 10 años, en 1996, el interesante trabajo de este chileno también responsable de Sobredosis, Mala Onda, Por favor, rebobinar o Las películas de mi vida deja ver, en primer lugar, la influencia del cine. Fuguet (Santiago, 1964) comienza la narración presentando a un Alfonso ya adulto, en apariencia exitoso editor de una revista de viajes, Pasaporte, quien, no obstante, se sabe insatisfecho: “[...] la mediocridad —revela— es más sutil de lo que uno cree y a veces te abraza con el manto de la seguridad. Uno se acostumbra y sigue adelante. La vida creativa puede ser activa e intensa, pero carece de la estabilidad del pantano. Uno, al final, puede vivir de lo más bien sin estímulos. El hombre es un animal de costumbres y yo me acostumbré”.
Semiahogado en el desencanto, Alfonso observa a Martín Vergara, joven, periodista y escritor en ciernes en cuya persona se ve reflejado pero, a la vez, encuentra actitudes ingenuas y desdeñables —como la de ignorar que “lo único que a uno no le sobra es tiempo y veranos”—, lo mismo que el modelo de hijo que no cumple su vástago biológico, Benjamín. Finalmente, por cierto, en Vergara también halla a un rival.
La competencia unilateral que Alfonso emprende en contra de Martín culmina la noche del cumpleaños de éste. Martín se embriaga y provoca que Alfonso le hable y recuerde su propia juventud. En ese punto un flashback conduce la narración a la época en que Fernández Ferrer ingresó a El Clamor para conocer cadáveres al igual que el desprecio de editores prepotentes, el crimen, el sufrimiento más descarnado, a Saúl Faúndez, al fotógrafo Escalona, al Camión Sanhueza, a Roxana Aceituno y al detective Hugo Norambuena. En pocas palabras, en El Clamor Alfonso conoce al mundo y a sí mismo.
Desde el punto de vista técnico, el cambio en el tipo de narrador, de uno en primera persona a uno en tercera, da la impresión de alejamiento, de la perspectiva que proporciona el paso de los años. Una vez concluida esta remembranza, que constituye la mayor parte del libro, una elipsis nos regresa al Alfonso adulto que narra su presente.
Resulta sencillo inferir que en este tipo de novela autobiográfica el fuerte no es la tensión o el misterio que mantiene la historia. Fuguet guarda un ritmo constante —sin muchos altibajos— y libera el desenlace de forma gradual, en pequeñas dosis. Empero, el enorme mérito de esta obra no reside en la incertidumbre o la duda generada en el lector, sino en el grado de identificación que es capaz de establecer con éste, es decir, en cómo lo hace recordar y reflexionar sobre su propia vida.
En ese sentido, y a pesar de los localismos en el lenguaje —por otro lado, necesarios para imprimir realismo al relato—, me parece que Tinta roja es un excelente retrato de la existencia y los conflictos del joven latinoamericano de clase media con cierta sensibilidad intelectual y artística, así como, por supuesto, con sueños de grandeza y, a la manera de los autores de la generación de Tom Wolfe que aspiraban a crear “La Gran Novela Americana”, con la creencia de que a través del periodismo es factible saltar a la literatura y convertirse en escritor. Qué mejor muestra de esa ilusión que la frase inicial del libro: “Nací con tinta en las venas. Eso, al menos, es lo que me gustaría creer”.
Igualmente, Fuguet logra una personal y entrañable antología de las enseñanzas que, tanto en el ejercicio periodístico como en letras y en la vida, nos invitan, por llamarlo de algún modo, a madurar. Así, dentro del periodismo destaca la contundencia y la crudeza de reporteros “chapados a la antigua” como Omar Ortega Petersen, El Chacal, o el propio Saúl Faúndez, forjados no en las aulas universitarias sino en las redacciones y fuera de ellas. De boca del primero escuchamos la frase “No existen las noticias aburridas, solamente los reporteros ineptos y reprimidos”, mientras que el segundo cuestiona a Alfonso qué le enseñaron en la escuela, porque “El periodismo, como la prostitución, se aprende en la calle”.
En lo que respecta a la literatura, sin ser nada cercano a un académico Faúndez da cátedra de la relación entre la realidad y cuentos y novelas, de cómo deben producirse éstos: “Por mucha que sea la tentación, es mejor escribir sobre uno, sobre lo que sabes, que escribir sobre los otros”. Y en tercer término cabe añadir que mediante sus personajes Fuguet transmite una suerte de filosofía del devenir cotidiano, cuyas máximas plantean, por ejemplo, la importancia de que una persona descubra cuáles son sus prioridades, de no juzgar a los otros por “las cosas chicas”, del sufrimiento como causa del apego a la mentira o de la libertad como única integridad válida.
Termino este recorrido con una última confesión: despertó especialmente mi interés la forma en que el autor plasma el inestable, alentador y al mismo tiempo doloroso proceso del joven que crece y comienza su entrada a la vida adulta y, en ese tránsito, por momentos llega a sentir que su existencia se va directo al carajo. O, en palabras de Fuguet: “Nada tan grave, nada tan raro, solo esa sensación de estar a la deriva. La vida, simplemente”. Pero, más aún, fuera de la crudeza antes descrita, prefiero quedarme con una de las ideas clave de esta novela: la vida da segundas oportunidades. Hasta este punto, me consta.

FICHA BIBLIOGRÁFICA:

FUGUET, Alberto. Tinta roja [1996]. España, Punto de Lectura, 2006.

Tuesday, November 14, 2006

México, el mundo y el nuevo sexenio

[Foro Internacional, columna]

A 17 días de que en México inicie un nuevo periodo presidencial, es urgente revisar el contexto internacional en el cual se inscribirá el sexenio de Felipe Calderón Hinojosa. Veamos: ¿cuáles serán las relaciones diplomáticas que más peso tendrán en el destino del país?, ¿cómo deberán cultivarse éstas?, ¿qué retos afrontará la política exterior del próximo mandatario?
La historia y la lógica de inmediato nos llevan a pensar en el “vecino del norte”, Estados Unidos. Existen razones para ello en tanto que con esa nación compartimos la nada despreciable cifra de 3 mil kilómetros de frontera, y las remesas que los mexicanos residentes allá envían a territorio nacional se han convertido —con todos los pros y contras que ello implica— en el segundo motor de la economía sólo detrás de los inestables y dentro de poco menguantes ingresos petroleros.
Sin embargo, sobra decir que un análisis profundo del panorama mundial debe trascender la resignación y el simplismo de la frase “México, tan lejos de Dios, tan cerca de Estados Unidos” en al menos dos muy obvios sentidos: 1) no todo el mundo es EU, es decir, muchísimos más países resultan importantes para el Estado mexicano; y 2) pese a las aparentemente eternas diferencias en la relación bilateral con quien es todavía la primera potencial mundial, México no debe cejar en su empeño de establecer vínculos justos con ella.
En esa línea, retomemos lo ocurrido el pasado 7 de noviembre, fecha en que en Estados Unidos se celebraron elecciones intermedias. Tras 12 años de haber sido la segunda fuerza política parlamentaria, el Partido Demócrata recuperó la mayoría en ambas cámaras. El espíritu antiinmigrante que ha caracterizado a los republicanos, el grupo político derrotado, y la promesa de Harry Reid, próximo líder de los demócratas en el Senado, de revisar la situación de una hipotética reforma migratoria que “saque de las sombras” a los migrantes han conducido al optimismo de algunos analistas, entre ellos el economista y demógrafo Rodolfo Tuirán.
No obstante, creo pertinente hacer un llamado a la prudencia: en efecto, el triunfo demócrata quizá abra la posibilidad de un tan anhelado acuerdo migratorio incluyente para los millones de connacionales que habitan en EU, pero de ningún modo es, por sí solo, motivo para alegrarse y cantar victoria en la medida en que los estadounidenses seguirán preocupados por la seguridad nacional y, dentro de ella, la de sus fronteras, más aún con miras a la elección presidencial de 2008.
México, por otra parte, deberá voltear la mirada hacia el sur, hacia el resto de América Latina. Así lo h
a señalado gente como Beatriz Paredes, recalcando que con los otros países del continente nos unen aspectos históricos y culturales comunes, aunque —cabe aclarar— difícilmente podremos erigirnos líderes de la región debido a la lejanía voluntaria o involuntaria que durante los pasados seis años se estableció con respecto a Latinoamérica, así como por causa de conflictos diplomáticos con algunos de los dirigentes más beligerantes del área como Hugo Chávez y Fidel Castro.
Asimismo, no está de más decir que acercarse a los estados latinoamericanos no debe significar adoptar el discurso “antiimperialista” de Venezuela, Cuba o Bolivia. Media un abismo entre la necesaria crítica al sistema capitalista, el consumismo, las acciones intervencionistas o la injustificada invasión a otros países en nombre de la paz y la democracia, y declarar que George W. Bush es “el diablo”.
Y allende los límites de nuestro continente, México encarará, si no una nueva Organización de las Naciones Unidas, al menos sí el periodo de un nuevo secretario general, el sudcoreano Ban Ki-Moon, quien el 1 de enero de 2007 suplirá en el cargo al ganés Kofi Annan.
También enfrentará un contexto global en el que China, India y otras naciones asiáticas cobran mayor importancia en la economía; los jaloneos entre los distintos países acusados de violar los derechos humanos; el fundamentalismo cristiano e islámico a veces traducido en actos terroristas; y una latente carrera nuclear (esperemos que no armamentista).
Lo indudable, una vez concluida esta medianamente ordenada relación de hechos y situaciones, es que el nuevo titular del Ejecutivo y el responsable de cartera correspondiente, seguramente Arturo Sarukhán, deberán enmendar una política exterior que en el sexenio que termina estuvo marcada por la falta de sensibilidad y experiencia diplomática, la indisciplina o el inoportuno afán de protagonismo del propio presidente Vicente Fox o del titular en turno de la Secretaria de Relaciones Exteriores.
Y si, como lo han hecho notar Jorge Zepeda Patterson o Ricardo Rocha, Felipe Calderón enfrentará graves problemas al interior del país —el estigma social del fallido “cambio”, la inmediata resolución del conflicto en Oaxaca, la oposición de Andrés Manuel López Obrador y la falta de credibilidad por parte de los seguidores de este último, las presiones o descarados chantajes del PRI para mantener una mayoría en el Poder Legislativo y alcanzar acuerdos, lo mismo que las diferencias dentro de su propio equipo y el asedio del ala ultraderechista de su partido—, el panorama internacional, sin ser alarmistas, no se antoja menos complicado.

Tuesday, October 31, 2006

Paro en FCPyS en apoyo a Oaxaca

Pese a desacuerdos, “Asamblea estudiantil” toma instalaciones

Una “Asamblea estudiantil” tomó en paro las instalaciones de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM “en repudio a la represión a los pueblos de Oaxaca”, a pesar de que la mayor parte del alumnado que llegó a clases hoy por la mañana manifestó su desacuerdo con esa acción.
Desde antes de las 7:00 horas, los integrantes de la “Asamblea” bloquearon el acceso a los edificios que albergan las aulas, a la biblioteca y a los estacionamientos de alumnos y profesores. Sólo era posible entrar al inmueble B con el fin de utilizar los baños.
El grupo que organizó el paro se instaló con micrófono y bocina en la explanada principal. Desde ahí, sus miembros recordaron que la decisión fue tomada tras dos asambleas celebradas el lunes. Sin embargo, muchos de los cientos de estudiantes que acudieron al plantel este martes a clases dijeron no estar enterados de esas reuniones o no haber participado.
Entre las 8:00 y las 9:00 horas más alumnos se fueron congregando alrededor de los integrantes de la “Asamblea estudiantil”. Algunos de ellos comenzaron a exigir la reapertura de los salones para poder tener clases. Conforme transcurrió el tiempo el reclamo se hizo más fuerte. “¡Váyanse a Oaxaca, queremos estudiar!” y “¡No al paro!”, gritaron.
No obstante, aproximadamente a las 9:30 horas y al no recibir respuesta a sus peticiones, los detractores del cese de actividades se separaron de la comitiva y se dirigieron a la explanada baja con el propósito de organizar su propia asamblea.
En respuesta, el grupo en pro de la suspensión de labores también se trasladó allá y empleó como tarima las escaleras de la entrada sur del edificio A, frente a las ventanillas de Servicios Escolares.
Desde ese lugar continuó la asamblea, y durante más de una hora, en el transcurso de la cual muchos opositores al cese comenzaron a retirarse, se puso a discusión el plan a seguir: continuar con el paro total, reabrir los salones o dar paso a un “paro activo”.
A lo largo de esta discusión quedó de manifiesto la división entre el estudiantado. Mientras aún muchos alumnos exigían el regreso a las aulas y otros estaban expectantes, cada vez más partidarios del paro fueron llegando. Una de ellas arguyó que quienes se oponían a ese tipo de expresiones lo hacían porque “no tienen conciencia”.
Al final, cerca de las 11:00 horas, cuando los promotores del cese superaban en número a sus opositores, la votación ratificó la medida, a la que se añadían una movilización a la torre de Rectoría a las 13:00 horas y, a las 16:00 horas, la participación en la marcha del Hemiciclo a Juárez a la Secretaría de Gobernación en apoyo a la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO).
Para Quetzalcóatl Espinal Cortés, alumno en favor del paro, su ratificación se explica porque los miembros del grupo que lo promueven “ya se la saben: después de cuatro horas se esperan a que la gente se canse y se vaya”. En ello coincidió Juan José Cué, detractor del cese, quien sentenció: “Lo de siempre: le apuestan al desgaste”.

Cierran calles por falta de agua

Llevamos dos semanas sin el servicio, afirman vecinos de La Cascada y Merced Gómez

La noche de este lunes 30 de octubre habitantes de las colonias La Cascada y Merced Gómez, en la delegación Álvaro Obregón, cerraron, entre otras calles, avenida Centenario, Eje 5 Poniente, Río Mixcoac, Rosa Vulcano y Francisco P. Miranda en protesta por la falta de agua en sus hogares, que se ha prolongado por 15 días.
El bloqueo comenzó desde las 19:00 horas y se mantuvo hasta las 23:30 horas, lo que ocasionó tráfico, desconcierto en los automovilistas y que microbuses como el de la ruta 2 (Metro Zapata-Plateros) circularan en sentido contrario.
Ante las protestas, Leonel Luna, delegado de Álvaro Obregón, acudió a la zona a dialogar con los inconformes acompañado de elementos de seguridad. Una de las posibilidades que se planteó fue “negociar” con los habitantes de la Unidad Habitacional Lomas de Plateros, contigua a La Cascada y Merced Gómez, para que éstos permitan el acceso a las tomas comunes situadas en sus edificios.
Sin embargo, vecinos de Plateros, también presentes durante la manifestación, mencionaron que podrían dar agua a esas colonias pero “luego se hacen costumbres” y, por otro lado, argumentaron que como condóminos deben pagar el recibo de las tomas comunes.
Mientras el delegado hablaba con los inconformes se escucharon gritos como “¡Chismoso!” y “¡Ya traigan el agua!”. Asimismo, un hombre que se quejó del bloqueo obtuvo como respuesta la rechifla del contingente.
Luna, quien recientemente recibió la administración de manos de la también perredista Leticia Robles, se comprometió a llevar agua a las 12:00 horas de este martes 31. Si no cumple, amenazaron los manifestantes, “volveremos a cerrar las calles”.

“A mí no me gustan estas cosas”
Alicia Saldívar y Laura Tadeo, habitantes de La Cascada, señalaron que el servicio fue suspendido un jueves. Desde ese momento comenzaron a reportar el problema a las autoridades pero sus peticiones nunca fueron atendidas.
La señora Saldívar comentó que sí han llegado a sus colonias pipas con el líquido, aunque éstas han resultado insuficientes. “Después de dos semanas ya no podemos acarrear”, añadió. Además, pese a que se supone se trata de agua potable, agregó la señora Tadeo, no se sabe qué tan limpios estén los contenedores.
“A mí no me gustan estas cosas”, aclaró Alicia Saldívar. “Me fueron a tocar a las 6:00 [PM] y me preguntaron si los apoyaba. No me gustan los plantones, pero también es mi problema y, bueno, los apoyo”, concluyó. Por su parte, Laura Tadeo enfatizó que ante situaciones como esa la gente “se agota”. La “desatención de las autoridades” es la que agrava el problema, finalizó.

Wednesday, October 25, 2006

Un relato adolescente [cuento]

Un sabor amargo inundaba mi boca. Sentía una capa áspera sobre los dientes y la lengua, como aquella que se forma cuando uno se va a dormir sin antes haberse cepillado, sólo que ésta era más gruesa y pesada. No me daba vueltas la cabeza, no estaba mareado. Sin embargo, sí sentía una molesta punzada en el lado derecho de la nuca. Me dolía el cuerpo. En suma, estaba crudo.
Todavía con los ojos cerrados intentaba recordar qué había ocurrido la noche anterior, ¿o debo decir la madrugada de hoy, hace quizá sólo apenas unas horas? Yacía bocabajo, recostado en un juego de colchones y cobijas dispuestos sobre el suelo. Decidí voltear hacia mi izquierda y lo que vi comenzó a darme algunos indicios, algunas explicaciones. Ahí se encontraba David, mi primo, bien jetón. Le seguían Carlos y Ana, también dormidos; más allá Luis y Armando, acomodados en el sillón.
Estábamos en la sala de casa de Fernando. Era —creo— la mañana del sábado. El viernes habíamos tenido fiesta. O algo así. En todo caso, puede ser que chesta o peda sean conceptos más precisos.
Tal parece que sí había acudido mucha gente. Al fondo del cuarto, pegada a la pared, estaba la mesa, encima de la cual descansaban botellas de Coca y de Squirt vacías, bolsas de chicharrones repletas de basura, cáscaras de limón, ceniceros copados de colillas, un tequila y un pomo (un Antillano blanco, al que desde hacía un tiempo apodábamos cariñosamente el “Antihumano”). Alcancé a divisar que debajo del mueble había dos cartones de caguamas y, junto a ellos, lo que quedaba de un par de panalitos de mezcal.
Ante esa visión de los saldos de la noche anterior —o, corrijo, de la madrugada de ese día—, mi organismo no tardó en reclamar: una terrible arcada acuchilló mi estómago. Sentí asco.
Empezaba, no obstante, a hacer memoria. Nosotros —Ana, Carlos, David y yo— habíamos llegado como a las ocho y media o nueve. En efecto, mucha gente atendió a la invitación. No conocía a la mayoría o únicamente los ubicaba de vista. Eran güeyes de la prepa, de sexto, por tanto, dos generaciones arriba de la mía.
Al principio, francamente, la música estaba medio chafa. Los falsos freskis que esa noche querían hacerse pasar por amigos de Fernando exigían escuchar electrónica, los que ya andaban medio entonados cumbia, y uno que otro borracho prematuro ya pedía las clásicas —por no decir choteadas y aberrantes— rolas de Inspector.
Como siempre ocurría en casos similares, hicimos nuestro círculo aparte, recolectamos la vaca, fuimos por unas chelas y nos pusimos a chupar y a criticar a los posers que se creían muy rudos por escuchar a Limp Bizkit para después enfrascarnos en una de nuestras eternas discusiones: ¿quién era el mejor guitarrista del planeta?
—La neta Tom Morello —asentó Carlos—. ¿Has visto el video en el que desconecta su lira y toca con el enchufe? ¿O la pedalera que trae? ¿Y todos los sonidos que saca?
—No mames —lo frenó, tajante, Ana, su novia—. Kirk Hammett está más cabrón.
—¿Tú qué dices, pinche Agus?
—¿Eh?
Sí, andaba en la pendeja. Tenía suficientes motivos para estarlo. A esa fiesta, se suponía, iría Susana. De acuerdo con mis cálculos llegaría de un momento a otro. Aunque habíamos cortado, yo mismo la invité. Si ni siquiera me había dolido... ¡Okay, okay! Ella me había cortado a mí, y sí, precisamente por eso le pedí que fuera. Quería que regresáramos. Y bueno, finalmente ella había aceptado ir, ¿no? Tenía posibilidades...
—Ya párate, cabrón —Fernando interrumpió mis remembranzas—. No mames, dejaste el baño hecho un desmadre.
—¿Qué?
—¿Apoco no te acuerdas? Así andabas. Total, al rato me ayudas. Voy por consomé y barbacoa. ¿Qué, vas a querer?
Para ese momento, tanta era mi náusea que la imagen de un humeante y picoso consomé acompañado de sendos tacos de maciza, en otras ocasiones casi cercana a un atisbo al paraíso, me causó una repulsión tremenda. Las arcadas vinieron otra vez.
—No, güey. Gracias.
—¿Crudito? Ay, pinche Agus— tomó su chamarra y enfiló rumbo a la puerta.
—Oye —intenté detenerlo—, ¿qué pasó ayer?, ¿qué hice?
—¿En serio no te acuerdas? —dijo mientras seguía avanzando.
—Por eso te pregunto —repuse ya algo molesto.
—Ay, no mames. No te creo.
—¡Dime!
—¡Acuérdate! —gritó desde el zaguán, salió y cerró.
Hijo de la chingada, pensé. Me dejó con la duda. Pero, ¿qué carajos pasó?
Retomé mis esfuerzos por reconstruir los sucesos. Y, pese a todo, la historia comenzaba a adquirir forma: teníamos fiesta (o algo parecido) en casa de Fernando, llegamos, había mucha gente, esperaba a Susana. Por supuesto, estaba nervioso.
Habíamos abandonado el debate acerca de los guitarristas, como siempre, y como en muchos otros casos, sin obtener resultados. Así pues, de la discusión pasamos a la autocomplacencia, o sea, a los juicios en los que todos coincidíamos.
—¿Ya escuchaste el nuevo disco de System of a Down? —inquirió Carlos—. No ma..., está bien cabrón. Ese bataco parece pulpo.
—Neta, está bien chido— secundó David.
Para ese entonces logramos desplazar a los freskis que apañaron el estero. Nos apropiamos de él y pusimos a Pantera. Carlos movía la cabeza cual headbanger e imitaba los gritos de su ídolo, Phil Anselmo. Por mi parte, aunque los riffs del ahora difunto Diamond Darrell o el vigor de Vinnie Paul me llegaban a la médula, y de que me moría de ganas por tomar mi airguitar o sentarme en mi batería imaginaria, trataba de contenerme. Sin importar que Susana ya me había visto hacerlo en un sinnúmero de veces, esta ocasión no quería que me sorprendiera lanzando golpes a la nada como un vil loco.
Las nueve y media. Ella aún no se aparecía. Por ende, mis nervios iban en aumento. Las preguntas me torturaban: ¿y si no venía?, ¿y si solamente me había dado el avión?, ¿y si de plano ya no quiere nada conmigo? ¡Vale madres! Pero, a los pocos minutos, llegó.
Me dejó en la baba. Lucía guapísima: acababa de pintarse el cabello de rojo y lo traía suelto; vestía un pantalón negro y entallado, y una blusita azul con los hombros descubiertos; sus ojos cafés, enmarcados por sus largas pestañas rizadas, irradiaban luz.
Sin embargo, el encanto duró poco. Detrás de ella, ¡y tomado de su mano!, entró el imbécil de Rodrigo, uno de tantos fósiles de la prepa que se parapetaban en su edad y su supuesta “experiencia en la vida” para apantallar chavitas. Por desgracia, con cierta frecuencia lo lograban.
De inmediato mis cuates captaron la situación.
—¿Qué pedo? ¿No era esa tu chava? —me preguntó Luis. Él y Armando acababan de llegar.
—Era... —respondí lacónico.
Más que enojado me sentí desconcertado. Tenía que averiguar qué ocurría. ¿Eran novios? Imposible. ¿O no?
—Ahorita vengo.
Eché a andar rumbo a donde se encontraban, decidido a... ¿A qué? ¿Qué planeaba hacer? ¿Reclamarle? No éramos más que amigos. Por lo demás, simplemente me habría visto fatal al asumir el papel del celoso, posesivo, hermético y ridículo ex novio. En el trayecto, por fortuna, rectifiqué la estrategia.
—Hola, Susana. ¿Cómo estás? —me dirigí a ella—. ¿Qué onda? —saludé cordial a aquel intruso, aunque, evidentemente, se me retorcían las tripas.
—Bien, gracias. ¿Y tú qué tal? —Susana sonrió mientras el estorbo apenas había asentido y, sin disimulo, me barría como si yo fuera quien desentonara en el cuadro.
—Qué bueno que viniste —a pesar de mi diplomacia, no podía hablar en plural. —Ojalá te la pases a gusto. Voy a andar por allá por si necesitas algo.
—Bueno, gracias —dijo con amabilidad.
—Oye, güey —irrumpió el lastre—. Consígueme una chela, ¿no?
—Ajá —apenas pude contener mi enojo y expresar ese ambiguo monosílabo. Claro está, no le conseguí nada. Mi cordialidad tiene límites.
De pronto recibí un codazo en las costillas. David se dio la vuelta, se acomodó y despertó.
—¿Qué onda, Agus?
—¿Qué pasó, David?
—No mames, te pusiste bien pedo ayer.
Sus palabras fueron como un llamado a la tropa. Carlos y Ana se desperezaron; Luis y Armando también; Fernando regresó con el desayuno.
—Pinche Agus, qué desmadre te traías —se burló Carlos.
Todos rieron y, por fin, me explicaron lo sucedido. Según su relato (yo sigo sin acordarme de todo), ver a Susana con aquel idiota me cayó bastante mal, aunque todavía peor me sentó todo el alcohol que bebí en las siguientes horas, en especial los panalitos de mezcal cuyos restos quedaron debajo de la mesa. Un clásico caso de intoxicación etílica producto de una depresión amorosa, pudo haber diagnosticado cualquier doctor. En términos llanos, como dicen los que de eso saben, me puse a chupar, hasta la madre, por una vieja. Obviamente acabé en el baño de Fernando visitando al monstruo de porcelana, o, para olvidar los eufemismos, guacareando de briago, pues.
Lo anterior aclaraba el porqué de mis lagunas mentales, del mal sabor de boca, del dolor de cabeza, del cuerpo cortado y de la momentánea repulsión hacia la barbacoa. Pero, estaba seguro, había algo más, algo que me tenía inquieto, preocupado... ¡Claro! ¿Susana me vio así, haciendo todo ese relajo? ¡En la torre! Hube de quedarme con la duda durante el resto del fin de semana, porque ese espantoso remedo de mezcal había disuelto mi memoria, y ninguno de mis amigos —que sí agarraron una jarra memorable, de esas que hasta da gusto evocar— sabía a qué hora se había ido Susana y, por tanto, si contempló o no mi patético espectáculo.
Sábado y domingo se me fueron en curarme la cruda, dormir, dizque hacer tarea y torturarme pensando con qué cara llegaría a la prepa el lunes si el rumor se había esparcido —lo que era lo más probable— o, peor aún, si ella había sido testigo de todo. Para colmo, por cierto, los Pumas perdieron con el América en esas fechas.
Pero inició la semana. Llegué temprano y entré a la escuela como si no quisiera que nadie se percatase de mi presencia. (Para ser franco, no lo quería.) Caminé rumbo al salón donde teníamos clase. Todavía no arribaba la maestra: la mayoría de los escasos compañeros que también habían madrugado esperaban afuera.
Me asomé al salón. Ahí estaba Susana. Sola. Me brincó el corazón y empezaron a sudarme las manos. No obstante, si quería hablar con ella y averiguar si estaba enterada de mi ridículo ese era el momento. Saqué valor no sé de dónde y entré como si nada. Me acerqué. Saludé tranquilo haciendo acopio de un aplomo hasta ese instante desconocido para mí.
—Hola —dije.
Levantó la mirada de su libro, el Diario de Lecumberri de Álvaro Mutis.
—Hola —respondió.
Su indiferencia inicial me alarmó.
—¿Qué tienes?
—Nada... Sueño... Bueno, no. Tuve un mal fin de semana.
—¿Te peleaste con tu galán?
Frunció en entrecejo, sonrió y, finalmente, preguntó:
—¿Cuál galán?
—El chavo con el que fuiste a casa de mi amigo.
—¿Quién? ¿Rodrigo? ¡Ay, no! Quiere conmigo y el viernes se me pegó. Me estaba ligando; pero no, es un odioso. De hecho ahí empezó mal mi fin de semana.
—¿Por?
—Ay, ni me dejó disfrutar la fiesta. Desde que llegamos no me soltaba. Además, ¿tú crees?, después de que fuiste a saludarme se puso bien celoso. Y eso que no somos nada. Empezó a molestarme con que se veía que yo todavía quería andar contigo y no sé qué más.
—¿Y a qué hora se fueron? —fingí no haberle dado importancia a su última frase.
—Como a la media hora. La verdad me hartó y le inventé que tenía que regresar temprano a mi casa. Ya ni te vi para despedirme. ¿Cómo te la pasaste?
—¿Nadie te ha contado nada?
—No, ¿qué pasó?
—N... No, nada.
A esas alturas todo iba de maravilla como para cometer el error de hablar de más. Susana no andaba con Rodrigo; por el contrario, según me explicó, él se había puesto celoso de mí. Y, por si esto resultase poca cosa, ella se fue temprano de casa de Fernando, lo que significaba que no había visto mi show. Aunque aún quedaba la posibilidad de que se hubiera enterado por otro lado; los informantes —los chismosos y chismosas que tanto abundaban en la prepa— nunca brillaban por su ausencia.
En esas conjeturas me sumergía cuando, de repente, sus siguientes palabras hicieron que el que se estuviera al tanto o no de mis peripecias en el baño del Fer perdieran importancia:
—Oye —dijo—, ¿qué vas a hacer el viernes? Te invito a una fiesta.

Wednesday, September 27, 2006

Ni “de la APPO” ni “acarreados” [crónica]


Su mensaje es claro: “¡Ulises, amigo, el pueblo está contigo!”. Son los cerca de 2 mil pobladores de municipios como San Sebastián Coatlán, San Nicolás Yaxe, San Pedro Taviche y Ozoltepec que la mañana de este martes 26 de septiembre de 2006 arribaron, desde Oaxaca, al Distrito Federal. “Llegaron como a las 6:40”, señala una oficial de la Secretaría de Seguridad Pública capitalina. “Hasta el momento todo tranquilo, éstos no son los de la marcha, no son los de la APPO”.
¿El motivo? Exigir, frente a la Secretaría de Gobernación (Segob), que su titular, Carlos Abascal Carranza, y el presidente de la República, Vicente Fox Quesada, solucionen el conflicto en la entidad, iniciado el 22 de mayo pasado y que ha alejado a sus hijos de las aulas.
Muchos llevan pancartas: mantas rotuladas o cartulinas improvisadas. Invariablemente los letreros indican su lugar de procedencia, reiteran su apoyo a Ruiz Ortiz, demandan el restablecimiento de las clases.
“Están muy dispersos, unos se quedan porque van al baño, otros que por comida”, explica la oficial antes citada. Las 11:30, y mientras algunos viajeros gritan sus consignas frente al edificio de la Segob, otros han entrado a un local de quesadillas por un refrigerio. Dos o tres vendedores de fruta, uno de tamales y otro de frituras también sacan jugo a la concurrencia. Es casi medio día, por tanto, hora del almuerzo.
Algunos medios se han aparecido. Aprovechando las cámaras, como por si atacara la duda, una manifestante grita: “No somos acarreados, estamos aquí por voluntad”.
Laura Castillo Hernández es otra de las madres que viajaron desde Oaxaca, una de las más entusiastas. Asegura que lo de la Asamblea Popular del Pueblo de Oaxaca “ya es algo crítico”. Afirma asimismo que el problema no se solucionará con la destitución del gobernador Ruiz. Sin embargo, cuando un reportero de televisión le pregunta de cuál sería un posible remedio, la mujer titubea, se pone nerviosa, no acierta a más que a repetir la muletilla: “La intervención del gobierno federal”.
Pero, a pesar de todo, tiene razón: lo de la APPO es algo crítico. Lo que inició como una demanda del magisterio por reivindicaciones salariales se ha convertido en una de las mayores crisis de gobernabilidad en el sexenio de Vicente Fox. ¿Qué camino tomar? ¿Cómo frenar la violencia y, al mismo tiempo, llegar a un acuerdo con la APPO? ¿Cómo proceder: mandar a la fuerza pública a riesgo de ser tomado como un “represor”, o remover al “gobernador incómodo” y —quizá— dar
pie a que esto desate un “efecto dominó” que —como señalará Eugenio Anguiano en su artículo del miércoles— pueda poner en riesgo al propio Felipe Calderón?
Pasadas las 12:00 el contingente toma la decisión: “¡No nos moveremos de aquí hasta que Abascal nos atienda!”. La unanimidad de la resolución exacerba los ánimos. Los hombres más cercanos a la puerta comienzan a golpearla. De inmediato, no obstante, el resto de la comitiva los reprende con silbidos y amonestaciones: “¡No estamos aquí para eso!”.
Buscan una entrada, un punto de contacto con el interior de la dependencia. Rodean el edificio, dan con la reja principal, se vuelcan sobre ella. Nuevamente los empujones y los consiguientes regaños. Ahí los recibe un miembro de la Segob que asevera se permitirá el acceso a una comisión que por 20 minutos podrá discutir con otro funcionario, no el secretario, con la finalidad de determinar las acciones a seguir y si, posteriormente, Abascal Carranza podrá atenderlos.
Los representantes entran. El resto aguarda afuera. Transcurren los 20 minutos. Un hombre lo hace notar pero nadie parece hacerle caso. Algunos se separan de la entrada, se relajan. Hay quienes, inclusive, encuentran el espacio para una broma no exenta de cierta necesidad de llamar la atención: un muchacho se pega a la reja, asume su personaje y a todo pulmón grita “¡Pepe el Toro es inocente!”.
Todos ríen. Todos esperan. Corren otros 20 minutos y la comisión negociadora aún no sale. En las aceras, a la sombra, descansan algunos de los manifestantes. También lo hacen sus pancartas y sus lemas: “¡Ulises sí se queda!”, “¡Queremos clases!”, “¡Queremos soluciones!”. El mensaje, otra vez, es claro. La solución, ni para las autoridades, los analistas o los directamente afectados, no.

Tuesday, September 12, 2006

La Humanidad, abismo insondable

"Como siempre, en el cuerpo de la
escritura hay un diálogo entre el ensayo
y la ficción, una reflexión sobre la literatura y
también la comparación entre ella y el
desconcierto general que es la vida".
Sergio Pitol, El mago de Viena

Al igual que la filosofía o las ciencias, la literatura intenta explicar la realidad. Es una aproximación a los porqués de este mundo, así como a las causas, comportamientos y propósitos de quienes habitamos en él. Así pues, es a través de la imaginación y del lenguaje, lo mismo que de los universos creados a partir de ambos, que un escritor busca entender y transmitir aquello que ve, escucha, siente, piensa.
En esa línea, La Gruta del Toscano, la más reciente obra de Ignacio Padilla (1968), es, como ha señalado Rafael Lemus, una novela de aventuras, pero también un ensayo acerca de los motivos de los seres humanos para llevar a cabo empresas tan arduas como aparentemente irrealizables y sin sentido. ¿Cuál puede ser el objeto de que una mujer o un hombre intenten llegar a la cima de una montaña, adentrarse en una espesa selva o explorar la cueva más inhóspita si su mera pretensión puede costarles la salud del cuerpo, de la mente, del espíritu? ¿Vale la pena abandonarlo todo en aras de metas quizá engañosamente trasce
ndentes: el honor nacional, la divinidad, la conquista de últimas fronteras, la inmortalidad o el dominio de la naturaleza?
Ya los epígrafes plantean la disyuntiva. Con ingenio, el autor ha elegido frases de dos famosos montañistas, el inglés George Mallory y el francés Gastón Rebuffat. El primero, quien murió en su intentona de escalar el Everest, hace gala de su arrojo: "El juego amerita perder un dedo" (no dudo, por cierto, que esta "poética del fracaso" y este heroísmo de Mallory hayan derivado en la concepción literaria de Seamus Linden, el "reportero calamitoso"). Por el contrario, Rebuffat, el primer hombre en conquistar las seis caras del norte de los Alpes, prefiere la prudencia: "Lachenal tenía razón: ¿de qué sirve conquistar la cumbre si para ello hay que perder los dedos?". Imposible exponer con más claridad los extremos.
Por otra parte, en lo que a la anécdota respecta, por medio de un estilo ágil, apoyado en elementos fantásticos como el principado de Ruritania o un ejército de zarigüeyas luminiscentes, y auxiliado por dos personajes que nunca llegan a conocerse —el sherpa Pasang Nuru y el periodista Eddie Haskins—, Padilla relata la historia de esta gigantesca gruta himalaica que parece ser no menos que la entrada al inframundo: la inspiración del Infierno de Dante Alighieri. Evidentemente, la cronología de este abismo no tendría el mismo valor si a él no fueran unidas —literalmente— las vidas de quienes intentaron sondarlo, desde el capitán Jan Reissen-Mileto hasta la expedición china de 1965, pasando por el jesuita Mário Gudino, el italiano fascista Massimo Sansoni, el chiflado Lucas Gleeson o la mayoría de la Cofradía de Zenda.
En la reconstrucción del pasado de la gruta, tanto Pasang Nuru como Eddie Haskins plantean más reflexiones. El nepalés, por ejemplo, con frecuencia se pregunta a qué se debe el empeño de los exploradores a los que sirve, más aún cuando "La humanidad no parecía mejor ni más santa porque un puñado de hombres ateridos hubiese puesto el pie en tal o cual círculo del infierno". Mientras, el reportero se cuestiona los motivos del "inestable dios del periodismo" para seguir repartiendo la verdad "a las personas menos adecuadas y en el momento menos pensado".
La novela, según declaró el autor en una entrevista con Sandra Licona —publicada en El Universal del martes 25 de julio—, pretende ser "totalizante, polifónica", no seguir una línea anecdótica definitiva sino contar varias historias y presentar muchas reflexiones. En ese sentido, por todo lo antes mencionado, Padilla cumple con su cometido, a la vez que permanece fiel a uno de los preceptos de la generación del Crack: demostrar que un literato mexicano no tiene por qué ceñirse a escribir sobre la Revolución, el campo o —en una palabra— México, sino que puede crear obras, por así decirlo, más cosmopolitas que, además, reivindiquen el respeto por el lector inteligente.
Sin embargo, si bien el también autor de Si volviesen sus majestades, Amphytrion y Espiral de artillería exhibe su erudición al momento de aventurar posibles respuestas al porqué del deseo humano por realizar lo irrealizable —y con ello correr el riego de terminar congelado, carcomido por aguas sulfurosas o devorado por los gusanos o la gangrena—, nunca da una explicación concluyente. Tal vez sea el rencor, o la locura o, para responder a la manera de Mallory, porque esos retos simple y llanamente "están allí". Es probable no obstante que así lo haya querido el propio Padilla, no plantear la última verdad sino únicamente lanzar algunas ideas para que el lector decida, o bien que el alma humana sea el más insondable de todos los abismos.
Para finalizar, en la citada entrevista el escritor también habló acerca de la relación de su trabajo con los viajes que ha emprendido y aquellos que no: "Por lo general escribo sobre lugares a los que no he ido, mi literatura se basa en mis lecturas [...] He realizado viajes reales a Europa y África, creo que cada uno de los países que conocí me han significado experiencias importantes, pero de las cuales no he escrito. Escribo más bien sobre experiencias que quisiera vivir". Siguiendo este razonamiento, quizá La Gruta del Toscano no ofrezca todas las repuestas (¿y qué o quién sí?), pero por la variedad de sus personajes, de los escenarios en los que se desenvuelven y la riqueza de sus reflexiones, cuando menos debemos agradecer a Ignacio Padilla el recordarnos que la literatura es otra forma de viajar, incluso si el destino es el mismo fondo del infierno o los rincones más inexplorados e incomprensibles de la condición humana.


FICHA BIBLIOGRÁFICA:
PADILLA, Ignacio. La Gruta del Toscano. México, Alfaguara, 2006.

Wednesday, August 30, 2006

El periódico de los sábados [cuento]


Sentado en el cómodo sillón de la estancia, con la primera sección extendida, una taza de café a la mano y el silencio propicio para leer, un pensamiento me asalta de golpe: sería casi imposible explicar mi vida sin el periódico de los sábados. ¡De verdad! Por increíble o absurdo que parezca, gran parte de mis acciones desde mi entrada oficial a la edad adulta sólo encuentran sentido en función de las páginas de ese diario.
Empecé a leerlo en el último año de la preparatoria, cuando a la mayoría de nosotros no nos preocupaba algo más que obtener un buen promedio que nos permitiera ingresar con pase automático a una carrera en no pocas veces elegida irreflexivamente. Bueno, por supuesto que nos interesaban otras cosas: las fiestas del fin de semana, las calenturas con frecuencia confundidas con amoríos y uno que otro problema existencial del tipo “¡Qué complicado es crecer!” o “¿Qué voy a hacer con mi vida?”.
Fue en aquel entonces que un profesor, como si quisiera hallar agua perforando en el terreno más árido, intentó hacer brotar de nosotros, sus alumnos, si no una corriente al menos sí unas cuantas gotas de legítima conciencia cívica.
—Durante todo el curso —dijo el día que se presentó al grupo— van a comprar el periódico del fin de semana, sábado o domingo, van a leer las que consideren las noticias más importantes o a rescatar las que les llamen la atención, y después vamos a comentarlas en clase.
Ante el férreo y grosero escepticismo reflejado en nuestros rostros, su poder de convencimiento hubo de demostrar su superioridad:
—Este ejercicio valdrá la mitad de su calificación.
Puesto que no me gustaba hacer la tarea en domingo, opté por comprar el diario sabatino. Así pues, motivado por el ultimátum del profesor, a partir de esa semana me habitué a despertar temprano para dirigirme con el voceador.
Inmediatamente me di cuenta de lo poco que conocía la ciudad, el país, el mundo. Me revelé a mí mismo como un gigantesco ignorante de los mecanismos y el funcionamiento de la sociedad. Ahora recuerdo con una sonrisa en los labios el ligero dolor de cabeza que me invadía después de dos horas de lectura: tantas columnas, palabras, letras, cifras; tantos nombres, cargos, siglas, acrónimos, dependencias, lugares.
No obstante, lo que en un principio me pareció algo bastante próximo a una tortura poco a poco transitó del plano de la obligación al de la sana costumbre. Más tarde se transformó en un placer y, finalmente, en una necesidad. Fue de esa manera como se constituyó todo un ritual que ha sido celebrado a lo largo de muchísimas semanas. Todos los sábados despertaba con calma, me desperezaba, me enfundaba en unas bermudas o un short y una playera, me calzaba unos tenis para correr —sin calcetines— e iba por el periódico. A mi regreso leía la primera plana, hacía un poco de ejercicio y después volvía al resto del diario acompañado de un frugal desayuno: fruta, un poco de pan con mantequilla y mi primera o segunda taza de café.
Llegó un momento en que me fue difícil concebir mis sábados sin la nota principal y los titulares del día, sin las páginas de internacionales —muy en especial sin las notas de los corresponsales en Estados Unidos, América del Sur, Europa o Medio Oriente— , sin la información nacional o las crónicas políticas y urbanas de Fidel S. y Sara P. ¡Y qué decir de los cartones, el editorial o, claro está, el suplemento cultural! De este último, a la fecha, mi estudio alberga una pila con casi la totalidad de sus números. Destino poético, unas semanas después de la amenaza del profesor, esta publicación hizo su debut.
Terminado el bachillerato, la asignatura en cuestión tuvo mucho más repercusiones que simples puntos en mi historial académico. Convencido de que una de las causas de los problemas que aquejan a la sociedad es una escasa politización —originada a su vez por la falta de información, conciencia y organización ciudadana— , y movido por el ideal quizá demasiado romántico de tratar de aportar algo para el beneficio social, decidí estudiar periodismo.
No viene a cuento relatar mis andanzas en la universidad y en estos años de ejercicio profesional. En todo caso, sólo retomaré un episodio de los preciosos semestres vividos en Ciudad Universitaria.
En una ocasión una profesora explicó que quienes desde pequeños leen el periódico lo hacen porque en sus hogares sus padres así lo estilaron. “A la tierra que fueres haz lo que vieres”, por imitación los niños tenían sus primeros acercamientos con la prensa. En mi casa, la verdad sea dicha, no solían leerse los diarios, y en parte debido a esa circunstancia, en parte por mi desidia, fue que me relacioné con ellos hasta los dieciocho años. Por otro lado, lo anterior nunca me ha apenado en lo más mínimo: la abundancia de buenos libros —entre ellos las obras completas de Shakespeare, Wilde, Camus, Hesse, algunas novelas de García Márquez, El Quijote, La divina comedia y muchas, muchas enciclopedias— siempre compensó la tenue presencia de textos periodísticos.
Pero la idea de la profesora se había grabado en mi cabeza. Se tornó en uno de esos pensamientos que quedan como tatuados en la memoria. Por ello, con base en su hipótesis, decidí poner manos a la obra y, desde casa, tratar de revertir esa situación.
A mis treinta y cuatro años, no sólo me alegra recordar el tiempo en que inicié mi relación con la edición sabatina del diario, sino percatarme de que, en esencia, mi afición no ha cambiado. Cada sábado, siempre que las circunstancias lo permiten, despierto temprano. Volteo a mi lado y, feliz, abrazo a mi esposa —la misma adolescente, ahora una mujer, que conocí en la prepa— y le doy los buenos días. Me desperezo, me calzo un par de tenis y salgo por el periódico. Regreso a casa, disfruto un desayuno igual de escueto que antaño y bebo una siempre reconfortante taza de café. Aunque lo mejor ocurre por la tarde, cuando pretendo buscar los horarios de los partidos de futbol del día, y descubro que mi pequeño hijo, de sólo seis años, me ha ganado la sección.

Tuesday, August 08, 2006

Al encanto femenino [cuento]


Incrédulo, el hombre se mofaba de la sola idea de que una mujer la mitad de su tamaño pudiera mover un objeto tan imponente. Sentados en la cima de una colina, ambos observaban una enorme roca en medio de un apacible paisaje bañado por el sol del atardecer. Tratábase de un cuerpo gris pálido de tres metros de altura por cinco de largo y otros tantos de ancho; pesaba, quizá, un par de toneladas.
La Gran Piedra simplemente estaba ahí: era el sólido protagonista del cuadro, semejante a un meteorito que hubiera viajado por el universo amenazando con causar un daño considerable a cualquier pequeño planeta que osara cruzarse en su camino o con dejar huella en la superficie de alguna de las tantas lunas de Saturno. Un gigante inamovible. Fue esta última impresión, la de ser imbatible, lo que motivó la apuesta.
—Me juego lo que quieras a que puedo hacer que esa roca se mueva —retó ella—. Y sin sudar una gota —añadió.
En principio, el comentario no despertó más que una risa estrepitosa con burla apenas contenida. Sin embargo, su semblante confiado llamó la atención de él y provocó que poco a poco fuera deteniendo su júbilo.
—¿Hablas en serio? —preguntó.
—Claro. ¿Vas? Una semana de sueldo.
Seguro de sí, accedió. ¿Cómo perder una apuesta así? Imposible. Acordaron regresar al día siguiente. Fijaron como únicas condiciones que ella no podría utilizar ninguna herramienta ni mucho menos recurrir a maquinaria; tampoco podría pagar por recibir ningún tipo de auxilio; finalmente, tal como ella misma lo había asentado, no le estaba permitido sudar una gota.
Llegado el momento decisivo ella se apareció sin ningún material o utensilio. No obstante, a sus espaldas venía un ejército de diez hombres que en menos de un minuto logró mover la roca metro y medio de su ubicación original.
—¡Oye! —reclamó él—. Eso no era parte del trato.
—¿Cuál es el problema? No estoy rompiendo las reglas: no traje máquinas, no les he pagado ni un centavo y, sobre todo, ni siquiera me he acalorado.
En efecto, aquellos hombres no habían recibido dinero alguno. Bastó con que esa mañana, armada solamente con su coquetería y ternura naturales, ella recorriera las calles del pueblo para reclutar a su equipo. Empero, en todo este asunto existió otro argumento de mayor fuerza:
—No puedo creer que aceptaran venir hasta acá para mover esa cosa nada más por tu linda cara, sin la promesa de recibir la más mínima remuneración.
—A decir verdad —aclaró ella—, sí se les va a pagar, sólo que no voy a ser yo quien lo haga, sino tú. Cuando hablé con ellos para pedirles que vinieran, les dije que un joven deseaba mover esa piedra y daría buen dinero a cambio, pero le apenaba andar por el pueblo en busca de hombres para realizar la tarea y por eso me mandaba a mí.
Una vez saldada la deuda, aunque ella no se embolsó un céntimo, sí consiguió la nada despreciable sensación de haber triunfado. Él, por su parte, después de reconocer su derrota y superar el consecuente enojo, hubo de recordar que no se deben subestimar la mirada, la sonrisa, la belleza y, sobre todo, el ingenio de una mujer.

Saturday, July 29, 2006

María Estuardo a la luz de Zweig


“El biógrafo sale siempre al rescate de su personaje.
Con su pluma le otorga un sentido a su vida,
le permite pasar a la posteridad”.
Mauricio Pilatowsky

Stefan Zweig decidió abandonar este mundo el 22 de febrero de 1942. Tras haber huido de Europa a causa de la persecución nazi, alarmados por lo que veían como la decadencia de la cultura del “viejo continente”, el escritor austriaco de origen judío y Charlotte Elisabeth Altmann, su segunda esposa, se suicidaron en la ciudad de Petrópolis, Brasil. Casi cuatro siglos antes, el 8 de diciembre de 1542, nació la protagonista de una de sus más célebres biografías: María Estuardo.
No es casualidad que, sobre cualquier otro término, Zweig haya elegido “tragedia” para referirse a la vida de esta reina de Escocia. En efecto, tal como también lo notó el autor de Guillermo Tell, el dramaturgo alemán Friedrich Schiller, de principio a fin la existencia de María Estuardo estuvo marcada por la sombra de lo trágico.
Al morir su padre, el rey Jacobo V, ascendió al trono de su país contando únicamente seis días de nacida. De niña, con el propósito de protegerla de la siempre infiel y convenenciera nobleza escocesa, fue llevada a Francia, donde se crió en un ambiente de amor a las artes contrario a su rudimentaria tierra natal. Contrajo matrimonio tres veces: primero con el joven y frágil Francisco II, lo que le valió la corona francesa; años más tarde se casó con Henry Darnley, quien en poco tiempo demostró no ser merecedor de los favores de una reina; finalmente, fue su pasión por un militar, Bothwell, así como las acciones a que éste la condujo —entre ellas contribuir al asesinato de Darnley para después desposarse con él— , lo que le costó su dignidad a los ojos del mundo.
Pero de todas las situaciones desfavorables a María Estuardo fueron dos las que jugaron más en su contra: por un lado, el asedio permanente de una potencia, Inglaterra, y de su reina, Isabel; por el otro, la naturaleza de la propia reina de Escocia, su altivez con frecuencia trocada en imprudencia. “El orgullo fue siempre su fuerza más poderosa, y antes doblará la rodilla delante del cadalso que ante una protectora; antes prefiere mentir insensatamente a confesar con claridad; antes prefiere ir al abismo que humillarse”, escribe de ella el autor.
En lo que a la política respecta, la lucha entre María Estuardo e Isabel representó más que los desencuentros entre dos mujeres: fue la pugna entre dos reinos por la hegemonía de las islas británicas, una pugna desigual porque Inglaterra, que a la postre habría de convertirse en un gigante de la guerra y el comercio marítimo, en todo momento llevó la delantera. De tal magnitud era este choque que sólo podía concluir con la muerte de una de las contendientes. Así ocurrió el 8 de febrero de 1587.
Asimismo, este enfrentamiento constituyó otro episodio de la oposición entre dos religiones: catolicismo y protestantismo. En el contexto de la Reforma impulsada por Lutero y Calvino y la Contrarreforma de la Iglesia Romana, los protestantes ingleses y los católicos escoceses pelearon por la supremacía de su visión del mundo no exentos de fundamentalismos como los observados hoy en día. En ese sentido, las palabras dedicadas al fanático protestante John Knox parecen haber sido pensadas para criticar movimientos como el del “Nuevo Cristianismo” estadounidense o el islamismo de Hamas: “Siempre aquellos que afirman de antemano que luchan a favor de Dios son los hombres menos pacíficos de la tierra; como creen percibir mensajes celestes, tienen sordos los oídos para toda palabra de la humanidad”.
Es de llamar la atención que en las dos frases citadas hasta este punto, lo mismo que en muchos otros juicios enunciados por Zweig a lo largo de la obra, un elemento haga su aparición: el vocablo “siempre”. ¿Qué es significa esto?
Habrá quien podrá pensar que la utilización de “siempre” como el adverbio de tiempo que evoca la eternidad —la totalidad— equivale a generalizar o reducir lo complejo de una existencia a unas cuantas leyes no aplicables en todos los casos. Sin embargo, en opinión de quien estas líneas escribe, Zweig no tuvo la intención de limitar la realidad —su materia prima— a aquello que él apreció, sino de encontrar un sentido a ese ser y a ese momento socio-histórico que estaba estudiando.
De esa manera, el autor presenta una versión de los hechos, su versión, alejada tanto de los prejuicios de los críticos acérrimos de la monarca como de los argumentos de sus defensores. Igualmente, en ésta, como en toda reconstrucción de la realidad, quedan plasmadas la interpretación del investigador en torno a los acontecimientos y sus creencias acerca de otros temas relacionados (en este caso particular, la Política y la Historia, con mayúsculas). Por último, ya que atravesamos por una coyuntura en la cual los actores políticos promueven o dicen promover los valores de la democracia, recordemos uno de ellos: la capacidad de disentir. Como lectores, pues, no estamos obligados a estar de acuerdo con todo lo expresado.
Por la profundidad y el detalle con los que fue investigado, construido e interpretado, este trabajo sobre María Estuardo es digno de ser situado en el pedestal de grandes obras de la literatura universal. Su creador, por su parte, tanto por esta obra como por tantas otras que aportó al mundo —Magallanes, Fouché, María Antonieta, Américo Vespucio o su autobiografía, El mundo de ayer— , merece ser considerado, cuando menos, uno de los mejores escritores del siglo XX.
Nadie más que un artista de su talla podría, en una frase, ser capaz de comunicarnos sus influencias y revelarnos a quién se deben éstas y él mismo. Al describir el tormento por el que atravesó María Estuardo durante su amorío con el proscrito Bothwell, manifiesto en una carta que la reina dirigió al objeto de su pasión, Stefan Zweig termina: “Sólo un Shakespeare, sólo un Dostoiewski, pueden componer algo análogo; ellos y su sublime maestra: la realidad”.


FICHA BIBLIOGRÁFICA:
ZWEIG, Stefan. María Estuardo. Barcelona, Editorial Juventud, 6a ed., 2002.

Thursday, July 20, 2006

Miden 8.5 por 5.3 centímetros


¿Alguna vez ha reparado en la importancia de las credenciales? Por una u otra razón es probable que sí: no haber podido acceder a la escuela, verse con los bolsillos vacíos tras la imposibilidad de cobrar un cheque, sufrir frente a un agente de tránsito por no portar la licencia, padecer una breve semihumillación ante un presuntuoso y medio o muy musculoso cadenero de nombre Roco (sic) con tal de entrar al antro.
Pero, ¿qué son esos rectángulos de cartón o, las más de las veces, plástico que contienen nuestra imagen (con frecuencia una no muy grata) y/o algunos de nuestros datos? Conocidas en inglés como ID’s, ¿son, valga la analogía, fragmentos de nuestra identidad? Quizá el asunto no llegue a tanto. Empero, lo cierto es que su utilidad puede ser incalculable.
En fechas recientes he tenido la oportunidad de corroborar qué tan valiosas pueden ser las credenciales. (Me pregunto, por cierto, cuál será el promedio identificaciones, de cualquier tipo, que un ser humano recibe a lo largo de su vida.) He aquí algunas anécdotas.
Remontémonos al domingo 2 de julio de 2006. Sí, está en lo correcto: el día de las elecciones. Me permito relatar de nueva cuenta, aunque —espero— en menos palabras, el episodio ya conocido por mi familia, amigos y conocidos: en la tarde, alrededor de las 4:00 (las casillas cerraban a las 6:00), estando a menos de 30 metros de donde me correspondía sufragar, me percato de que he extraviado mi credencial del IFE; la había olvidado, ¡casi una semana antes!, en el edificio de El Universal. La obvia consecuencia: no pude votar. En vista de los resultados hasta ahora oficiales, no ha faltado quien me haya bromeado: “Ya ves, por tu culpa no va a ganar López Obrador”.
Ahora vayamos a la semana pasada, en concreto, del martes 11 al domingo 16. Los amigos habíamos planeado salir de vacaciones desde hacía unos seis meses. Después de mucho dialogar, decidimos ir a Playa Azul, Michoacán. Al no poseer un automóvil propio ni tener los recursos para pagar un boleto de avión, el medio de transporte fue el autobús. Nuestra condición de estudiantes, así como el hecho de contar con la credencial actualizada, nos permitió ahorrarnos muy buen dinero, tanto que con el precio de un viaje redondo pagamos dos.
El día que fuimos a comprar los pasajes de ida, además, al observar a la vendedora revisar que los sellos del actual ciclo escolar estuvieran en orden, recordé que a Erika y a mí no nos había preocupado resellar nuestras credenciales hasta aquella ocasión que en la Cineteca Nacional no nos hicieron el descuento del 50 por ciento por no estar éstas actualizadas.
Por último referiré algunos acontecimientos de la presente semana. He comenzado mis prácticas profesionales en El Universal. Apenas ayer, jueves, recibí la credencial que —al menos por el momento— me abre las puertas del periódico sin la necesidad de acudir a recepción, reportarme, registrarme y, sobre todo, recibir y tener que portar “en un lugar visible” uno de esos espantosos pegotes con la leyenda “Visitante” que, por alguna razón que no logro precisar, siempre me han molestado.
Basten estos pequeños ejemplos para demostrar la utilidad de una credencial. Como éste, en pocos instantes he podido comprender con tal empatía la angustia de quienes han extraviado la cartera y, movidos por la desesperación, han pegado en las paredes o los baños de la Facultad un letrero con semejante explicación: “Perdí mi cartera / Es rosa con estrellas plateadas / Si la encontraste, por favor devuélvemela / Trae todas mis credenciales y quiero recuperarlas”. El interés se hace más evidente cuando, aunado al tono dramático impreso al mensaje, se ofrece una recompensa.
En lo que a mí respecta, espero nunca verme en tales aprietos, e inmerso en cierta nostalgia adelantada por terminar la carrera (en agosto empiezo el último semestre), me cuesta trabajo hacerme a la idea de abandonar el privilegio del préstamo a domicilio con la credencial de la Biblioteca Central.
Pienso que una conclusión medianamente justa podría ser la siguiente: lo importante no sólo son las credenciales, sino todo lo que representan, y muchas veces eso a lo que aluden somos nosotros mismos.

Tuesday, July 18, 2006

Futbol a través de la complejidad

Para todos aquellos y aquellas quienes piensan que el futbol soccer se reduce a personas “corriendo como bobos detrás de un balón”, los recientes acontecimientos en el escenario internacional pueden ser muestra de la complejidad de este deporte. Comencemos...
El domingo 9 de julio la selección italiana se alzó con su cuarto título mundial tras vencer a su similar de Francia con marcador global de 6-4 (1-1 en tiempo regular, 5-3 en penales). Sin embargo, de este campeonato de la squadra azzurra se desprenden muchísimos aspectos dignos de mención.
El primero de ellos es el tan sonado, comentado, criticado y burlado cabezaso que Zinedine Zidane, figura y capitán de Francia, propinó al defensor italiano Marco Materazzi después de que éste le insultara. Tal acción le costó a Zizou la expulsión a sólo minutos antes de ir a penales y, lo más dramático, la oportunidad de retirarse de su selección sosteniendo la Copa FIFA.
Ahora, mientras se especula que el astro francés fue acusado de “terrorista islámico” (lo que constituiría una mancha para la campaña de “No al racismo” promovida por la FIFA para Alemania 2006), Zidane argumenta que el italiano injurió varias veces a su madre y a su hermana al llamarles “prostitutas” y, por último, Materazzi sólo ha admitido el insulto pero no ha indicado cuál fue.
Ambos futbolistas se verán las caras el próximo jueves 20 en un careo con el cual la FIFA decidirá si hubo o no una agresión racista y, de ser así, aplicará “un castigo ejemplar”. Asimismo, para añadir otro poco a la polémica, el organismo habrá de determinar si le retira o no el Balón de Oro como mejor jugador del torneo a Zidane debido a su reacción antideportiva.
Y si lo anterior no basta para demostrar lo complejo del futbol, echemos un vistazo a los problemas que enfrenta la liga italiana aun después de que su representativo nacional obtuviera el tetracampeonato.
Este escándalo fue revelado en mayo con la publicación de conversaciones telefónicas entre Luciano Moggi, ex funcionario de la Juventus, y autoridades del futbol italiano (por cierto, no sólo en México y Estados Unidos se intervienen y graban las comunicaciones).
Tal embrollo -en el que están involucrados empresarios, directivos, instituciones y árbitros en el arreglo de partidos- ha tenido graves consecuencias para cuatro de los principales equipos italianos: la Juventus, actual campeón, descenderá a la Serie B (segunda división) y perderá sus dos últimos títulos lo mismo que 30 puntos para el siguiente torneo; Fiorentina y Lazio también descenderán y se les restarán, respectivamente, 12 y 7 puntos; y al Milán, único que permanecerá en la Serie A, se le descontarán 15 puntos y no podrá jugar la Liga de Campeones de Europa.
Igualmente, otro efecto del escándalo italiano será el éxodo de muchísimos jugadores que militan en los equipos afectados, entre ellos 13 campeones del mundo. Por lo pronto, Fabio Capello, quien fuera director técnico de la Vieja Señora del Calcio, ha firmado con el Real Madrid. A él se ha unido el capitán de Italia, Fabio Cannavaro, y quizá lo hagan Gianluca Zambrotta y el brasileño Emerson.
En esta ronda de fichajes, además, quedará de manifiesto la lucha entre dos de los clubes más poderosos del planeta: el Chelsea inglés y el antes citado Real Madrid. Los merengues ya ganaron un asalto al contratar a Cannavaro, pero el accionista ruso Roman Abramovich, del Chelsea, ya ofreció 120 millones de euros por Kaká, el mediocampista del Milán en quien el equipo español ya había situado la mirada.
Y díganme: más allá de las reglas dentro de la cancha, ¿es o no complejo el futbol?

Sunday, July 02, 2006

Voto frustrado [relato testimonial]


Iba a ser la primera vez que votaría. No podría ser mejor la conjugación del verbo: iba. En las elecciones presidenciales de 2000 contaba sólo 16 años; por ende, aún no tenía la edad suficiente para participar en los comicios. En aquella ocasión, como sabemos, la consigna era o parecía ser sacar al Partido Revolucionario Institucional (PRI) de Los Pinos. El resultado fue el igualmente consabido triunfo del Partido Acción Nacional (PAN) y de su candidato, Vicente Fox Quesada.
Para este proceso electoral muchas posibilidades estaban —corrijo: ¡están!— en juego: la continuidad de un decepcionante o cuando menos poco satisfactorio gobierno que prometió “el cambio”; el viraje a una izquierda que con hechos habría de sacudirse la etiqueta de “populista”; y finalmente, la poco probable vuelta a los colores que con más bajos que altos condujeron al país durante casi todo el siglo XX.
La expectativa generada por unas anticipadísimas campañas, llevadas a cabo aun desde la plataforma de un cargo público —llámese Secretaría de Gobernación, jefatura de Gobierno del DF o gubernatura del Estado de México— , así como la trascendencia histórica de esta decisión, provocaron que instituciones, empresas y personajes hicieran énfasis en la importancia de acudir a las urnas este 2 de julio de 2006.
Contagiado de esta actitud contraria al abstencionismo, consciente de que la mejor o más directa forma de expresarme a favor o en contra de una opción era ir a votar, la tarde de este domingo, después de cumplir con algunos compromisos sociolaborales, enfilé hacia la casilla correspondiente a mi sección.
Grande, bastante ingrata fue mi sorpresa al descubrir la ausencia de mi credencial de elector. Hurgué en mi cartera, busqué en la carpeta donde suelo guardar algunos documentos, visualicé la posibilidad de haberla olvidado en casa —en la sala o en la cabecera de mi cama— , pensé que, quizá, la había perdido. Por fin, el insight, ese relámpago que alumbra la oscuridad de la incertidumbre: recordé que el lunes de esa semana acudí a una cita a la sede de El Universal;
para poder acceder al edificio, en el vestíbulo me pidieron una identificación; entregué mi credencial del Instituto Federal Electoral (IFE), pero, al salir, no la recogí.
A causa del despiste me sentí poco menos que un imbécil. Una cosa era haberla olvidado, ¿pero percatarme de ello una semana después? Triste manera de perder la oportunidad de participar en una jornada histórica. Ante esta omisión a mi responsabilidad como ciudadano, lo mínimo que puedo hacer es reportar, por ejemplo, que en las elecciones locales de los estados de Guanajuato, Morelos y Jalisco el PAN ha ganado la gubernatura. En el DF, cumpliendo con los pronósticos, Marcelo Ebrard, candidato de la Alianza Por el Bien de Todos (PRD-PT-Convergencia), acaparó casi la mitad de los votos.
La hora del cierre
A las 23:00 horas, Luis Carlos Ugalde, consejero presidente del IFE, anunció que el Instituto aplazará hasta el miércoles la entrega del resultado oficial de la elección presidencial. Entretanto, tanto Felipe Calderón como Andrés Manuel López Obrador han manifestado su esperanza en ser declarados vencedores de los comicios.
Por su parte, según el Programa de Resultados Electorales Preliminares (PREP), con el 46.73 por ciento de las casillas procesadas y casi un 60 por ciento de participación ciudadana, el PAN lleva la delantera con el 37.97 por ciento de la votación, seguido de la Alianza Por el Bien de Todos con 35.81 por ciento. Tal como se tenía previsto, la Alianza por México (PRI-PVEM) fue relegada al tercer lugar con 19.46 por ciento.
Mientras todos tendremos que esperar al 5 de julio a que el IFE dé los resultados definitivos, a menos que en estos comicios se presente una segunda vuelta, yo tendré que esperar unos días —hasta mi siguiente cita en El Universal— para recuperar mi credencial, y deberé aguardar seis años más —hasta 2012— para participar en una elección presidencial, la del sucesor o sucesora de quien el próximo 1 de diciembre asumirá la jefatura del Ejecutivo.

Saturday, June 10, 2006

Un México "en el limbo" [crónica]


Adolescentes y mujeres jóvenes en “jeans” a la cadera y blusitas entalladas, pestañas rizadas, maquillaje y peinado perfectos, en la mano una bolsa de Zara o de otra de las 39 tiendas de moda para dama que según la página electrónica de Centro Santa Fe existen en la plaza. Algunos caballeros, por su parte, optan por un estilo “casual”: bien afeitados, zapatos de gamuza café, pantalones de mezclilla, camisa de manga larga a rayas verticales siempre fajada. Dos palabras: “Gente nice”.
La mayoría evoca la sección de sociales de un diario, revistas como Caras o Quién, o los ideales estéticos de aquellas elites protagonistas de series de la televisión estadounidense como The OC o The Beautiful People, o bien sus patéticos equivalentes nacionales: Rebelde y Código Postal. Ya en Amar te duele (2002) Fernando Sariñana puso la mirada en este lugar, en este ambiente, para retratar —aunque con cierto sesgo— algunos de los contrastes de la sociedad de este país.
Centro Santa Fe, de acuerdo con su sitio web (www.centrosantafe.com.mx), cuenta con 272 locales, entre bancos, casas de cambio, cafés, restaurantes, un cine, agencias de viajes, lugares de entretenimiento y muchísimas tiendas de ropa, calzado y accesorios para niños, hombres y mujeres.
En un recorrido por el primer piso de este centro comercial de gigantescas dimensiones, después de una tienda de muebles para baño donde un retrete cuesta 4 mil 894 pesos, aparece una sorpresa: una librería. El Péndulo es su nombre. Lo que no sorprende es que, a diferencia del café Starbucks o McDonald’s, no está a reventar. Durante un lapso de 10 minutos, sólo una o dos personas —cuando mucho— entran a curiosear y salen sin haber comprado nada.
René trabaja ahí. Mide aproximadamente 1.70 metros de estatura, es delgado, usa lentes, barba cerrada y tiene el cabello negro, lacio y largo amarrado en una cola de caballo. Estudió Filosofía en la UNAM y relata que la plaza tiene unos 12 años. En efecto, según su sitio oficial, Centro Santa Fe fue inaugurado en noviembre de 1993 como un lugar “que satisface las necesidades más exigentes con un alcance regional y comparable con los mejores centros comerciales del mundo”.
El Péndulo —explica René— es la única librería en todo el complejo. La cadena tiene sucursales en la Condesa, Polanco, Perisur y la Zona Rosa, pero aunque la de Santa Fe quiso explotar su concepto de “cafebrería” —un lugar donde se mezclan una cafetería con una librería— tuvo que renunciar al rubro de los refrigerios. “El centro comercial tiene topes de giro”, menciona René. “Si ya existen 11 restaurantes y ése es el límite, tú no puedes llegar a poner otro”.
Para él, a pesar de que el centro comercial fue creado con la idea de ser “el mejor, el más exclusivo, el más caro”, ha ocurrido una “metamorfosis” en sus asistentes. Fue pensado para las clases altas, pero “se ha vuelto más popular”. “Antes le preguntabas a una persona que trabajaba aquí ‘Oye, ¿tú vienes los fines de semana?’ y te respondía ‘No, esto es para otra gente’. Ahora les preguntas y te dicen que sí, que vienen al cine o a tomar un helado”. En opinión de René, aunque las clases medias del pueblo de Santa Fe o de zonas de Cuajimalpa no vengan, por ejemplo, a comprar ropa, sí acuden por esparcimiento, y eso cambia la configuración del público de la plaza.
—¿Y qué tal jala el negocio?
Su primera respuesta es una mueca que parece decir “No muy bien”.
—Ha sido difícil sobrevivir —comenta—. Hemos estado prácticamente desde que inició el centro y hemos tenido que ser muy flexibles. De hecho, hace unos tres años estuvimos a punto de cerrar, pero pudimos adaptarnos.
René interrumpe su exposición para atender a un hombre que pregunta por El Principito. Va al fondo del local por el ejemplar. La librería se aboca a las humanidades: literatura, filosofía y arte;
también se venden discos compactos y películas en DVD. En ella, además de René, trabajan una mujer joven, morena, delgada, y un muchacho de cabello castaño claro y barba de candado.
—Pues sí —dice René a su regreso—, tenemos que ser muy cuidadosos con el material que adquirimos, con los volúmenes que manejamos.
—¿Y qué es lo que más te piden, lo que más se vende?
—Hay gente que ya tiene una afición más definida, clientes que dicen ‘Mi esposa viene a comprar chucherías, pero yo vengo por libros’. Sin embargo, tenemos que manejar mucho el libro de ocasión, el de moda o los de superación personal.
A manera de ejemplo, sobre la mesa ubicada a la entrada del local, la “mesa de novedades”, descansan bestsellers como La fortaleza digital, La conspiración o El código Da Vinci de Dan Brown, o el ganador del Premio Alfaguara de Novela 2006, Abril rojo, de Santiago Roncagliolo, o la más reciente obra de Mario Vargas Llosa, Travesuras de la niña mala. Si bien el precio de este último (212 pesos) rebasa el ofrecido por El Sótano (200 pesos), es inferior al de Sanborn’s (235 pesos).
Aunque es complicado mantener la lealtad del público —reconoce René— , señala que una de
las ventajas de El Péndulo es que no sólo son la única librería en la plaza, sino en varias cuadras a la redonda. Existe una Gandhi dentro de la Ibero —aclara— , pero “es una Gandhi rara”, trabaja únicamente para los estudiantes y los académicos. En El Péndulo en algún momento pensaron que podría ser competencia; no obstante —afirma René—, no lo ha sido.
Sobre los estudiantes de la Universidad Iberoamericana (UIA), comenta: “No tienen inquietudes como los de la UNAM o todavía como los de la [Universidad] del Valle [México]”. René se pregunta en qué pensarán y concluye: “Son chavos que están en el limbo”.
Ha comenzado a llegar más gente. Los trabajadores de El Péndulo, René incluido, se afanan en atender a los potenciales clientes. Mientras tanto, como invocado por la alusión a quienes “están en el limbo”, entra al local Jack Duarte, el actor que interpreta a Tomás Goycolea en Rebelde, la exitosa telenovela juvenil de Televisa. No permanece mucho tiempo. Sonriente pregunta algo. Recibe respuesta y sale tan rápido como se apareció.
René regresa otra vez. La charla termina. Él debe volver al trabajo; el cronista, continuar su camino. Queda en la mente del segundo un pensamiento, el de que —como dijo René— en las nuevas calles de Santa Fe, en las zonas residenciales, “no puedes entrar, todo está muy arreglado, la gente no tiene idea de lo que pasa en el país, está en el limbo”. En resumen: “Ahí sí es otro México”. ¿Será que, como lo explican los alemanes Hans-Peter Martin y Harald Schumman en La trampa de la globalización, en estos tiempos de polarización social las clases altas se están aislando en exclusivos paraísos protegidos del resto del mundo? Así parece.