Friday, February 29, 2008

“Alguien se metió a mi casa a robar” [reportaje]

“La puerta de tu casa está abierta”, advirtió Yazmín a Emmanuel, su novio. Ambos se sorprendieron porque suponían que, para esa hora, nadie se encontraría en el departamento. Él se acercó lentamente, tocó y, al no obtener respuesta, decidió entrar. Revisó las habitaciones y comprobó que nadie más estaba en el lugar, como tampoco estaban la televisión del cuarto de su mamá, dos reproductores de DVD, algunas joyas y su Play Station.
Tras percatarse del hurto, Emmanuel fue al departamento de la dueña del edificio —ubicado cerca de Metro Observatorio, en la delegación Álvaro Obregón— para informarle que “se habían metido a mi casa a robar” y preguntarle si no había notado nada raro. La hija adolescente de la mujer dijo haber visto entrar a tres personas que abrieron el zaguán con llave; la puerta de casa de Emmanuel, en cambio, sí fue forzada. Ninguno de los vecinos declaró haber percibido que alguien saliera.
La Dirección General de Política y Estadística Criminal de la Procuraduría General de Justicia del DF reporta que, durante 2007, fueron denunciados 5 mil 694 robos a casa habitación, un promedio de 15.6 diarios. De ese total, 546 se cometieron con violencia, mientras que el resto, 5 mil 148, fueron no violentos, como ocurrió con la casa de Emmanuel.
Su familia, sin embargo, no planea levantar una denuncia. Según relata él, una prima que es abogada les dijo que podían hacerlo llamando por teléfono a la delegación. Su mamá intentó pedir orientación en Locatel, pero ahí —afirma— “no nos supieron explicar” y argumentaron que forzosamente debían acudir en persona a denunciar el robo.
Desanimados ante la situación, decidieron “no perder el tiempo” y afrontar el hecho por su cuenta. “Procuramos estar más atentos —comenta Emmanuel—. Sospechamos que (los ladrones) ya conocían nuestros horarios y cuándo no había nadie en la casa. Por eso incluso estamos buscando otro lugar dónde vivir”.

¿Por qué no denunciar?
Ana María Salazar, especialista en seguridad, profundiza en esa actitud. Expone que “es tan mala la impresión que las personas tienen sobre la capacidad del gobierno o su voluntad política para resolver este tipo de crímenes (los robos a casa habitación), que piensan que denunciar es una perdedera de tiempo”.
A su juicio, además, mucha gente percibe que las autoridades no van a preocuparse por atender estos delitos, aunque afecten la calidad de vida de la población, porque existen otros más serios y violentos a los que consideran se les dará prioridad.
Un tercer aspecto que desalienta a las personas a denunciar —continúa Salazar— radica en que sienten que podrán ser maltratadas por los propios funcionarios delegacionales o del Ministerio Público.

La prioridad: la vida
Quienes viven en casa habitación, explica Ana María Salazar, tienen varias opciones para proteger sus hogares. Una de ellas es conocer a los vecinos. De acuerdo con la experta, las personas tienen la posibilidad de intentar crear una comunidad que, “aunque no sea perfecta”, podría caracterizarse por el interés común de cuidar a sus miembros.
La segunda recomendación es siempre tener a la mano el número telefónico de emergencias, el 066. Para Salazar, si alguien sospecha que en una casa se está llevando a cabo un crimen, debe sentirse capaz de llamar y denunciar. “Hay que aprender que uno puede usar ese teléfono, que sí funciona; a veces no será lo más rápido, pero creo que ha habido esfuerzos del gobierno capitalino por mejorar ese servicio”, comenta.
Otra medida para prevenir el robo a casa habitación es procurar dar la apariencia de que siempre hay alguien en el domicilio, por ejemplo, manteniendo alguna luz encendida o impidiendo que se acumule la basura.
Salazar sugiere, por último, “tener una estrategia de familia en caso de que alguien quiera entrar a la casa”: a quién llamar, cómo proteger a los niños, cómo reaccionar y, añade, “siempre darle prioridad a la vida, no a los objetos, porque éstos, por mucho coraje que nos dé perderlos, se pueden recuperar; la vida no”.
En línea con esa idea, y a pesar del enojo por el hurto, Emmanuel, por un lado, reconoce: “Para lo que pudieron haberse llevado, se llevaron poco. Tal vez nos vieron llegar (a Yazmín y a él) y por eso no les dio tiempo”. Por otra parte, notoriamente se alegra de no haberse topado con los ladrones, “y más porque venía con Yazz”. “Lo importante —concluye— es que ni a mí ni a mi familia nos pasó nada”.

Sunday, February 10, 2008

El gobierno podrá contener al narco, pero no derrotarlo: José Luis Piñeyro

Tanto en términos cuantitativos como cualitativos, la violencia ejercida por el narcotráfico en México “ha llegado a un nivel histórico”, asegura José Luis Piñeyro, profesor investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana campus Azcapotzalco y especialista en seguridad nacional.
La cifra de muertes atribuidas al narco —más de 2 mil 500 en 2007—, explica, no sólo ha aumentado en comparación con años anteriores, sino que esas ejecuciones han dejado de ser únicamente ajustes de cuentas con funcionarios corruptos que no cumplieron con su parte en algún trato, o entre los mismos narcotraficantes, para convertirse en una nueva estrategia que pretende atemorizar a las corporaciones policiacas y a la población civil.
En entrevista telefónica, Piñeyro analiza las acciones que el gobierno de Felipe Calderón ha emprendido para combatir al narcotráfico, cuya fuerza es conocida en estados como Sinaloa, Michoacán, Tamaulipas y Baja California. Recientemente, en Tijuana, la ciudad más poblada de esta última entidad, se efectuó un tiroteo de más de tres horas entre sicarios del cártel de los Arellano —uno de los ocho que se estima operan en México— y elementos de la policía y el Ejército.
—¿Cuáles han sido los aciertos, si los ha habido, de la estrategia del gobierno federal y cuáles sus errores?
—Si hablamos de aciertos, se puede decir que había que hacer algo por recuperar el control político y territorial de las regiones en manos del narco, pero sabemos que esto es provisional. Antes, con que el Ejército llegara a un lugar los narcotraficantes se contenían, pero ahora se están enfrentando a él de forma directa, responden de una manera que no se había visto. Desaciertos ha habido muchos. No se ve que las acciones del gobierno vayan encaminadas a tratar de llegar a los nervios centrales del narcotráfico, como los circuitos financieros y de lavado de dinero. Tampoco ha habido una depuración de los cuerpos de seguridad estatales y municipales, como ha sucedido en Tamaulipas. El narco antes penetraba las corporaciones por arriba, por los altos mandos; ahora lo hace desde la base. Y no se incentiva la participación social para disminuir el número de narcodependientes, para trabajar en la prevención del delito o en la rehabilitación de los consumidores. Se sigue teniendo una visión estatocéntrica, del Estado como único responsable del combate al nacrotráfico, lo que es necesario pero no debería ser excluyente.
—¿Qué los riesgos entraña utilizar al Ejército en esta estrategia antinarco?
—Los riesgos son muchos. Se abre la posibilidad de que se cometan violaciones a los derechos humanos. Los soldados no están capacitados para ver medias tintas; ellos ven amigo o enemigo. No tienen esa formación que deberían tener las policías para estar en contacto con la población civil. Tampoco ha habido labores de inteligencia para no llegar “dando palos de ciego” sino poder alcanzar a funcionarios que en efecto estén coludidos con el narco. Otro riesgo es exponer a los militares al medio hipercorruptor que ha demostrado ser el narcotráfico.
—Usted y otros analistas han enfatizado que las acciones del gobierno federal contra el narcotráfico deberían no sólo centrarse en el enfoque represivo sino en el preventivo. ¿En qué consiste esto?
—Al narco se le puede atacar y hacerle perder poder confiscándole cargamentos, armas o dinero, pero también haciendo que disminuya la demanda de drogas. Hay que generar conciencia en la población de los riesgos que implica el consumo de drogas a través de una campaña nacional permanente y amplia. Prevenir el consumo y rehabilitar drogadictos puede restar fuerza al narcotráfico. También hay que coadyuvar mediante una participación social activa que apoye a los policías honestos que no se dejan cooptar por los cárteles.
—Tal vez una de las aristas más preocupantes del fenómeno del narcotráfico es el de la “narcopolítica”. El diario El Universal, por ejemplo, ha documentado la realización de marchas en Sinaloa, pagadas por el narcotráfico, para exigir el retiro del Ejército de la entidad. ¿Qué puede hacerse ante ello?
—Se puede restar o disminuir la base de apoyo social del narco. Si se paga y lleva a cabo este tipo de marchas, la prensa puede darlo a conocer y hacer que queden evidenciadas todas las personas que se prestan a ello. Últimamente no se han documentado casos de altos funcionarios como gobernadores, secretarios o subsecretarios aliados al narcotráfico, pero hay muchos rumores. En las elecciones en Michoacán (en noviembre del año pasado, para renovar la gubernatura y el Congreso del estado, así como 113 presidencias municipales), por ejemplo, algunos candidatos renunciaron a la contienda por supuestas amenazas del narco.
—En los medios de comunicación se libra el debate acerca de cómo presentar las notas sobre violencia de manera que ni se le haga el juego al narcotráfico haciendo eco de su campaña de terror, ni se deje de informar. ¿Qué opina al respecto?
—Creo que se debe informar desde una perspectiva objetiva, que pondere las noticias y no caiga en chismes ni anécdotas de carácter macabro. No informar es tan negativo como hacerlo con detalles exagerados e incluso morbosos. Y para ello se requiere de mucho profesionalismo en el periodismo.
—¿Es el narcotráfico un enemigo que puede ser derrotado?
—No creo que pueda ser derrotado, ni en general la delincuencia organizada. Un ejemplo claro de ello es Estados Unidos, el país más poderoso del mundo, donde se llevan a cabo acuerdos implícitos y explícitos entre las autoridades y los criminales en cuanto hasta qué límites pueden llegar estos últimos. En México, antes, por ejemplo, existía entre los narcotraficantes el pacto de no utilizar niños o no meterse con las familias de los capos; ahora emplean gente de todas las edades y matan a los familiares. En esta guerra el gobierno puede contener o disminuir el poder político del narco, pero se trata de una guerra sin frentes fijos, no clásica, y de la cual no veremos resultados positivos pronto.


Nota: Una versión editada de esta entrevista fue publicada en la revista electrónica Terra Magazine. La dedicatoria: mi trabajo, como siempre, a mi familia, a mis amigas y amigos, a Erika, a la vida.