Wednesday, February 28, 2007

Estados Unidos e Irán, ¿a la guerra?

[Foro Internacional, columna]
Manouchehr Mottaki, canciller de Irán, declaró el pasado sábado 24 de febrero que “No vemos a Estados Unidos en una posición para colgarle a sus contribuyentes otra crisis y empezar otra guerra en la región”. El diplomático aludía, claro está, a una posible acción militar de EU en represalia al programa nuclear iraní. Pero si bien esta declaración puede resultar políticamente incorrecta o de plano cínica, lo cierto es que Mottaki tiene razón.
Hace unos días conocí la opinión de uno de los lectores de El Universal en el sentido de que Estados Unidos está planeando invadir Irán y sólo espera el pretexto oportuno para hacerlo. No dudo que, con algunos o muchos fundamentos, más personas piensen del mismo modo.
Sin embargo —y con esto no pretendo defender a la administración Bush ni nada similar—, creo que es bastante más realista, en primer lugar, abandonar esa visión de la hegemonía estadounidense, la concepción de EU como el tirano del mundo que únicamente busca ampliar su esfera de dominación y sin mayores obstáculos lo consigue.
Aún es la primera potencia mundial, sí; ha buscado y sigue buscando expandir su esfera de influencia aunque con ello haya demostrado sus contradicciones e intransigencias, como en su renuencia a adoptar el Protocolo de Kioto, también; pero, como lo han señalado articulistas como el británico Timothy Garton Ash, hoy en día este planeta es multipolar, o sea, no se mueve bajo las órdenes de un solo país.
En segundo término, dentro de este nuevo “caos global”, Estados Unidos simple y llanamente no está o no estaría en condiciones de iniciar una nueva ofensiva en Medio Oriente, en esta ocasión contra la nación encabezada por el polémico Mahmoud Ahmadineyad. ¿Por qué?
En un artículo publicado por The New York Times, Michael Slackman señala algunas de las causas por las que Irán se ha convertido en un factor de peso en la zona y, en otro tenor, en un dolor de cabeza para los intereses de Estados Unidos. De acuerdo con el analista, el país gobernado por Ahmadineyad mantiene estrechas relaciones con Siria, y provee de armas a la guerrilla libanesa Hezbolá y al grupo palestino Hamas.
Además, debido a los lazos étnicos y religiosos que mantiene con la mayoría chiíta iraquí, puede ejercer una notable influencia en esta nación en la que, desde marzo de 2003, el gobierno de George W. Bush ha dejado miles de millones de dólares, las vidas de más de 3 mil soldados estadounidenses y una buena cuota de capital político, es decir, de confianza y credibilidad ante la comunidad internacional y, lo que es aún más significativo, frente a su propia población.
Por lo tanto, a pesar de las declaraciones del vicepresidente estadounidense Dick Cheney, quien afirmó que toda medida es viable —incluido un ataque— si el país islámico no cede en su programa nuclear, y a pesar de que, sin duda, el gobierno de Bush debe estar preocupado por la creciente influencia de Irán en la región, la verdad es que si EU pretendiera iniciar una invasión a territorio iraní, incluso antes de que sus tropas partieran se toparían con un doble muro: la falta de cohesión en el Legislativo, en donde incluso algunos republicanos han manifestado su desacuerdo con la estrategia en Irak, y por supuesto, el descontento de un amplio sector de la población por el rumbo de las acciones en la nación antes gobernada por el ejecutado Saddam Hussein.
En ese contexto, emprender una ofensiva en Irán sería un rotundo fracaso, o cuando menos una acción políticamente poco inteligente, riesgosa. Más aún cuando Estados Unidos y otros países de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) también tienen puestos ojos y tropas en otra nación de Medio Oriente, Afganistán. (Al cierre de este texto, los medios de comunicación dieron a conocer que, durante la visita del vicepresidente Cheney a una base aérea estadounidense cerca de Kabul, a sólo una milla de donde éste se encontraba al momento de la explosión, un atentado con bomba ratificado por rebeldes talibanes dejó al menos 23 muertos.)
Así las cosas, ante un Estados Unidos que a su manera y paradójicamente ha contribuido a la radicalización de ciertos grupos extremistas, y ante un Irán empeñado en desarrollar un programa nuclear con supuestos fines pacíficos, pero que sistemáticamente se niega a abrir las puertas al escrutinio de organismos globales como la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), con lo cual siembra dudas y provoca especulaciones, la comunidad mundial, principalmente por medio de la Organización de las Naciones Unidas, tendrá que tomar cartas en el asunto.
Por un lado deberá insistir en que el gobierno de Bush detenga una política exterior polarizante que tanto a su nación como a otros representantes de Occidente les ha ganado la animadversión de varios países islámicos, y por el otro, deberá buscar, ya sea a través del diálogo diplomático o de sanciones políticas y comerciales, poner un alto al fundamentalismo del régimen de Ahmadineyad y con esto propiciar la estabilidad en un siempre conflictivo Medio Oriente. En nada beneficiará a esa región que cada vez más musulmanes odien a EU ni que uno de sus miembros se una al club nuclear. Tampoco al resto del planeta.

Tuesday, February 20, 2007

“Posible tener una buena relación con Cuba y EU”

[Entrevista con Ricardo Pascoe Pierce,
ex embajador de México en Cuba]
Ricardo Pascoe Pierce, doctor en Economía por la London School of Economics and Political Science, fue nombrado en el año 2000 embajador de México en Cuba por el entonces presidente Vicente Fox. Durante su gestión, concluida en octubre de 2002, enfrentó algunos de los momentos más álgidos de la relación bilateral, entre ellos el “Comes y te vas”.
Ante lo que han expresado el ex presidente Carlos Salinas de Gortari y el ex canciller Jorge Castañeda acerca del vínculo entre ambos países, en entrevista telefónica el otrora diplomático menciona que las dos visiones “son los dos extremos opuestos”.
Para Pascoe, Salinas de Gortari manifiesta la “vieja visión priísta, hacer caso omiso de lo que ocurra en la isla, escudarse en la autodeterminación para quedarse callado”. Esto, considera, constituye una “falsificación de la política exterior” porque equivaldría a “repensar la relación con Cuba sobre bases falsas”, puesto que México opina sobre distintos temas en los organismos internacionales.
En el otro extremo, lo que Jorge Castañeda plantea es ir a pelearse abiertamente sin decir cuál es su postura. El ex secretario de Relaciones Exteriores, añade, “se ha convertido en un cabildero de los ricos de Miami”.
El ex embajador asegura que México debe buscar una postura intermedia, ser un agente promotor del diálogo entre la “Cuba de adentro” y la “Cuba de afuera”, o sea, entre los cubanos que viven en la isla y los que han salido de ella, para lo cual se requiere tacto político y diplomático.
México, aclara, ha perdido mucho por la irresponsabilidad de quienes estuvieron a cargo de la política exterior en el anterior sexenio, aunque tiene que reconstruir esa posibilidad.
—Al asumir su cargo como presidente, Felipe Calderón señaló que se llevaría a cabo un giro en la política exterior. Algunos columnistas, como Raymundo Riva Palacio, han criticado estas declaraciones argumentando que sólo son buenas intenciones que han carecido de acciones concretas, y que es con Cuba con quien México primero tendría que acercarse. Cuba, dicen, tendría que ser “la llave” para acercarse a América Latina.
—Yo creo que es demasiado temprano para hacer un balance. Se ha avanzado con discreción en el tema de América Latina. Por lo que sé, la propia canciller (Patricia Espinosa Cantellano) ha promovido encuentros con Cuba, con su embajador en México. Además, hay que recordar que Calderón está remando contracorriente seis años en lo que toca a las relaciones con América Latina y Cuba, contra lo que fue una conducta incorrecta. Existe mucho malestar de América Latina hacia México, por lo que con cuidado habría que idear una estrategia convincente, real, a largo plazo.
—Dentro de esa estrategia, ¿cuáles podrían ser algunas acciones concretas?
—Una de ellas sería que México retirara la demanda de pago hacia Cuba con el Banco Nacional de Comercio Exterior (Bancomext). México podría alcanzar una negociación amistosa de esa deuda. También podría ofrecerse a Cuba una línea de crédito especial para comprar petróleo y ayudarle en su situación económica. En tercer lugar, podría quitarse el estigma de persona non grata al diplomático cubano Orlando Silva.
—¿Qué ocurrirá cuando Fidel Castro muera? ¿Cómo deberá afrontar México ese acontecimiento?
—Ya sea que Fidel Castro muera o salga definitivamente del escenario político, cambiar de un sistema de decisiones unipersonales a compartidas no ocurre en poco tiempo. Pero de hecho este proceso ya se está dando desde hace siete u ocho meses. Raúl Castro no tiene un poder total como su hermano. Ya está cambiando la manera en la que la clase política cubana toma las decisiones. México debiera hacer todo el esfuerzo por estar presente, por asumir el papel de un país confiable, aunque es muy difícil. Recuperar ese espacio requerirá de inteligencia, decisión.
—Al morir Fidel Castro, ¿afrontarán México o Estados Unidos un éxodo masivo de cubanos a sus territorios?
—No estoy tan seguro. Presenciamos el arribo permanente de cubanos a las costas de México, hay un goteo migratorio que pudiera convertirse en un río de personas, pero esto en mucho dependerá del proceso interno en la isla. No se sabe si ha habido o no conatos de aumentar la migración. No hay indicios de que eso ocurra cuando muera Fidel. La clase política cubana es muy sofisticada porque ha viajado, a diferencia, por ejemplo, de la Corea del Norte, que tiende al aislamiento, y tiene la capacidad de mantener la estabilidad política.
—¿Cómo debe México afrontar el hecho de compartir una amplia frontera con Estados Unidos y, a la vez, una relación estrecha con Cuba, o una relación que busca reconstruir?
—No creo que exista contradicción en tratar de llevar una buena relación con ambos países. Esa es una falsa disyuntiva. Caímos en esa trampa porque quisimos, y Jorge Castañeda tuvo sus razones político-personales y de su chequera. Es posible tener una buena relación con Cuba y Estados Unidos. México no tiene por qué ser visto como un ariete de Estados Unidos hacia América Latina. Y a México le tiene que interesar Cuba porque es su tercera frontera.

Friday, February 16, 2007

El dilema de la relación México-Cuba

[Foro Internacional, columna]

“Los cubanos son hermosos”. La mirada de Lizbeth Hernández brilla al recordar su reciente visita a la isla y, claro, a la gente que conoció allá. “Las cubanas también son muy guapas”, agrega equitativa. Liz, como la llaman sus amigos, una joven universitaria de 22 años, señala que, a pesar de sus carencias —“que dan tristeza”—, los isleños son personas muy cálidas, alegres. Por otro lado, relata Liz, ellos se preguntan si en México “ya no queremos a los cubanos”.
¿Cuál es, pues, el estado actual de las relaciones de México con Cuba? No es un misterio que durante el sexenio anterior, el de Vicente Fox, a raíz de episodios tan vergonzosos como el “comes y te vas”, los nexos entre ambas naciones se han visto disminuidos. Más aún, para el ex presidente Carlos Salinas de Gortari (1988-1994), del lado de nuestro país este deterioro viene desde 1995, y ha sido motivado “en parte por ignorancia de la historia y en parte por una apreciación equivocada sobre la manera de vincularse con los Estados Unidos”.
En un ensayo publicado en el número del 5 de febrero de 2007 de Milenio Semanal, “Cuba y Estados Unidos. Construyendo puentes para la distensión y el reencuentro”, Salinas plantea que por razones geográficas e históricas las relaciones entre México y Cuba han sido estrechas, amistosas en la gran mayoría de los casos y fundamentales para los dos países. Igualmente, el ex mandatario asevera que la soberanía mexicana de los próximos años dependerá a su vez de la defensa de la soberanía cubana que en la diplomacia nacional se ejerza o deje de ejercerse.
México, concluye Salinas, debe proclamarse por la no intervención de otros países en los asuntos de Cuba, debe pugnar por el derecho de los cubanos a la autodeterminación.
Ahora, si bien estas ideas provienen de un ex jefe de Estado, que, como él mismo hace notar con poca modestia, en 1994 participó en un diálogo terciado entre Fidel Castro y el entonces presidente de Estados Unidos Bill Clinton por causa de la crisis de los balseros, y ciertamente hacen acopio de hechos significativos en 500 años de historia, el ensayo resulta más un recuento que una propuesta de “hoja de ruta” para destrabar y mejorar las relaciones México-Cuba, y sobre todo, más un autoelogio de la política exterior llevada a cabo durante su sexenio que un análisis serio de las condiciones de un mundo más globalizado hoy que hace 13 años.
Lo que planteamos aquí, por el contrario, es que, en un contexto internacional en el cual los Estados-nación están cada vez más interconectados y son cada vez más interdependientes, una postura válida es la de criticar la injerencia unilateral y arbitraria en los asuntos internos de un país, es decir, promover su derecho a decidir por sí mismo, y otra es cerrar los ojos y oídos a situaciones tan censurables como la ausencia de una verdadera democracia, de libertad de expresión, las violaciones a los derechos humanos o las carencias económicas y materiales de un pueblo, o sea, renunciar a alzar la voz en la tribuna mundial y con ello abandonar la posibilidad de exigir y fomentar cambios positivos dentro de la isla.
Tarde o temprano, después de la muerte de Fidel o de su salida definitiva del escenario político, Cuba se transformará. Se especula que mucha gente querrá emigrar de la isla hacia México o Estados Unidos. Asimismo, se da casi por sentado que Washington pretenderá entrar en territorio cubano en otra posible maniobra para “exportar la democracia”.
Ante ese panorama, y aquí está en lo correcto Carlos Salinas de Gortari, México deberá estar atento a lo que suceda y actuar con prontitud, guiado por una política exterior mucho más inteligente que la de la administración anterior, máxime si, como lo ha mencionado el presidente Felipe Calderón, se desea que el país recupere o asuma liderazgo en América Latina, para lo cual —se dice— Cuba es la llave. Sin embargo, si bien ese giro en la diplomacia mexicana implica recoger los pedazos de lo que fue destruido por Vicente Fox y sus cancilleres, no obliga a volver a la actitud dogmática de “hacerse de la vista gorda”.
Señalar lo que no funciona, denunciar las injusticias, en una palabra, criticar, no significa violentar el derecho de un pueblo a autodeterminarse, intervenir en él o imponerle ciertos esquemas, sino enarbolar y buscar difundir valores universales como la democracia, la libertad y la igualdad política, económica y social. Quizá de esa manera sea factible contribuir a que del relato de Liz, o del de cualquier otro turista que visite Cuba, puedan borrarse pasajes como el de los policías que no permiten a los propios isleños trasladarse libremente de una provincia a otra. Aun en su propio país.

Friday, February 09, 2007

Borges a los 23


Gracias a la vida, y a mis padres por dármela
A propósito del más reciente desliz del ex presidente Vicente Fox durante su supuesto debut como conferencista, en su cartón publicado en El Universal del pasado miércoles 31 de enero Rogelio Naranjo recuerda uno de los más penosos episodios del sexenio anterior. En el dibujo, el guanajuatense, con una seguridad tan grande como su ignorancia, aparece expresando: “Como dijo el colombiano y Premio Nobel Mario Vargas Llosa...”; a un costado suyo, un empresario o burócrata, uno de esos personajes tan clásicos de Naranjo, en tono de pregunta le responde: “¿Pariente de Borgues?”.
Y es que cómo olvidar que en 2001, en el II Congreso Internacional de la Lengua Española celebrado en Valladolid, frente al monarca español Juan Carlos, el ex mandatario, por decir lo menos, rebautizara al escritor argentino Jorge Luis Borges como “José Luis Borgues”. Así pues, no son secretos el desconocimiento y el desprecio a la cultura y sus representantes por parte de un amplio sector de la clase política mexicana. Sin ir más lejos, los recortes presupuestales a este rubro dan cuenta de ello.
No obstante, sin dejar de exigir la más alta calidad en la preparación y el desempeño de quienes nos gobiernan, aquí también me parece necesario un ejercicio de autocrítica: ¿cuántos de nosotros, miembros de la sociedad civil, podemos preciarnos de conocer no sólo los nombres, sino las obras de los escritores, artistas o intelectuales aludidos en declaraciones públicas?
En mi caso particular, reconozco que hasta hace una semana, aun habiendo pasado la veintena de años, no había leído un solo libro del célebre argentino. Por tanto, en el afán de acabar con esa situación me adentré en Siete noches, volumen que reúne el mismo número de conferencias pronunciadas por Borges (1899-1986) en el teatro de Coliseo de Buenos Aires entre julio y agosto de 1977, hace casi 30 años.
Lo primero que destaca de estas charlas es que, como el mismo autor llegó a reconocer, constituyen una serie de reflexiones sobre los temas que tanto le obsesionaron: la Comedia de Dante Alighieri, Las mil y una noches, Oriente y Occidente, los sueños, los espejos, los laberintos, la cábala, la poesía, la literatura. Según Roy Bartholomew, responsable del epílogo, Borges, tan reacio a las conferencias debido a su timidez, al echar un último vistazo a este trabajo después de rigurosas revisiones de lo que habría de publicarse, dijo que en tales asuntos “este libro es mi testamento”.
Serenidad en la meditación, una característica que brinda el paso de las décadas, propia de una persona que ha vivido, que ha leído, que ha conocido el mundo, si no siempre a través de viajes, sí mediante el estudio de sus idiomas y sus literaturas. Borges, ocupado en el arte y en la etimología de las palabras, en sus orígenes, asienta que el lenguaje es un hecho estético. “Cada palabra —dice— es una obra poética”. Aunque, por supuesto, el habla y la escritura no son los únicos vehículos de la expresión artística. También están los sueños, que tal vez sean “la actividad estética más antigua”.
Y del lenguaje y los sueños pasamos a la religión. En el plano divino resulta hermosa la imagen de Dios contemplando simultáneamente el pasado, el presente y el futuro de la historia universal, “en un solo espléndido, vertiginoso instante que es la eternidad”. Asimismo encontramos a la cábala y, dentro de ella, la distinción entre los libros clásicos como los más representativos de una tradición literaria y aquellos que son sagrados, o sea, inspirados, dictados o escritos por la propia divinidad incluso antes de la noche de los tiempos.
Del budismo, el sacrificio y el nirvana, a los que Borges conscientemente trata de acercarse con respeto, es posible extraer una actitud vital, una forma de encarar la existencia: “El budismo cree que el ascetismo puede convenir, pero después de haber probado la vida. No se cree que nadie deba empezar negándose nada. Hay que apurar la vida hasta las heces y luego desengañarse de ella; pero no sin conocimiento de ella”.
Por otro lado, el también autor de El aleph no olvida la conexión entre lo divino y lo humano. “En cada uno de nosotros hay una partícula de divinidad”, comenta. Y si bien pudiera parecer excesivamente optimista al afirmar que “La belleza está en todas partes, quizá en cada momento de nuestra vida”, es capaz de reconocer que el ser humano padece innumerables humillaciones, bochornos, desventuras, pero debe tener presente que todo eso tiene un fin: “Esas cosas nos fueron dadas para que las transmutemos, para que hagamos de la miserable circunstancia de nuestra vida, cosas eternas o que aspiren a serlo”.
A la luz de esa filosofía —plantea el argentino— es que la humanidad debe enfrentar la adversidad. De sus tribulaciones los artistas deben tomar su arcilla, el material para sus obras. En esa línea, me parece que fue Tomás Segovia quien dijo que la gran literatura nace del sufrimiento, idea que halla eco en este pensamiento de Jorge Luis Borges: “Siempre he sentido que mi destino era, ante todo, un destino literario; es decir, que me sucederían muchas cosas malas y algunas cosas buenas. Pero siempre supe que todo eso, a la larga, se convertiría en palabras, sobre todo las cosas malas —como su propia ceguera— , ya que la felicidad no necesita ser transmutada: la felicidad es su propio fin”.
Sirva de cierre a la reseña de este primer encuentro borgiano un último apunte: Borges insistía en calificarse a sí mismo como un lector hedónico, alguien que, al abrir un libro, persigue una experiencia estética de la que nadie debería privarse. Con ello no hizo algo distinto que recordarnos una gran verdad de la cual alguien más pudiera buscar relegarnos (por ejemplo: “Si quiere ser feliz, no lea”) o de la que a veces nosotros mismos parecemos empeñados en pretender evadir: leer es un placer.

FICHA BIBLIOGRÁFICA:

BORGES, Jorge Luis. Siete noches. México, FCE, 1980.