Monday, October 31, 2011

La tarea incumplida

“[…] una de las necesidades imperativas de los países democráticos consiste en potenciar las capacidades de los ciudadanos para que puedan implicarse inteligentemente en la vida política”.

Robert Dahl,
La democracia. Una guía para los ciudadanos



¿Por qué momento de su historia política atraviesa México?

Terminado el régimen del partido hegemónico dirigido por el Partido Revolucionario Institucional (PRI)— y a poco más de un año de que concluya el segundo gobierno de la alternancia —encabezado por el Partido Acción Nacional (PAN)—, en palabras del escritor peruano-español Mario Vargas Llosa, el país dejó de ser una “dictadura perfecta” para convertirse en una “democracia imperfecta”.

Esas imperfecciones, desde mi punto de vista, radican en que tenemos muchas de las reglas formales de los regímenes democráticos, pero por diversos factores esas normas se cumplen a medias o de plano no se acatan. Por ejemplo, contamos con elecciones libres, pero no con equidad en las contiendas ni con campañas políticas basadas en la discusión de propuestas para resolver los problemas públicos; existen gobiernos obligados a ser transparentes, pero reacios a la evaluación; tenemos un Congreso plural, pero más preocupado por representar intereses partidistas o de grupo que a los ciudadanos; contamos con órganos autónomos, pero con poca capacidad o voluntad de detener abusos; y tenemos una ciudadanía inconforme, pero insuficientemente informada y, en general, poco dispuesta a organizarse para participar en la vida pública.

A la luz de esas condiciones, mi propósito en este ensayo es sostener que los medios de comunicación y quienes trabajamos en ellos somos corresponsables de que vivamos en esa “democracia imperfecta”. ¿Por qué? Porque no hemos cumplido adecuadamente con nuestro deber de informar sobre la realidad del país —a profundidad, con contexto, de manera imparcial, haciendo énfasis en la trascendencia social de un hecho—, y esa tarea incumplida ha derivado, en especial, en que México no posea una sociedad civil capaz de comprender la problemática nacional ni cómo puede contribuir a resolverla. De ese modo, sin periodistas ni ciudadanos que asuman su papel, nuestro régimen democrático no ha podido ni podrá crecer.


¿País de ciudadanos?

Al igual que varios historiadores y académicos, pienso que desde la década de 1980 México vive una transición democrática. Y creo que entre los avances que ha traído consigo ese proceso está el nacimiento de una ciudadanía con un mínimo de capacidad para organizarse, así como una mejora en las condiciones para ejercer la libertad de prensa. Pero esos logros, sin bien importantes, también han sido insuficientes.

Una democracia necesita ciudadanos reales, personas que más allá de los aspectos jurídicos —ser mayor de edad, tener una credencial de elector o saber que se poseen ciertos derechos— se asuman como miembros de una colectividad, se sepan corresponsables de lo que en ella ocurre, busquen conocerla y, en especial, participen para modificar su nivel de vida.

Lamentablemente, en México no tenemos eso. En general, tenemos más ciudadanos en la forma que en el fondo.

Es justo reconocer los esfuerzos que durante años han realizado instituciones educativas, asociaciones civiles, ciertos órganos del Estado, algunos políticos y personas en lo individual por construir esa ciudadanía real. Sin embargo, esos empeños no han bastado para generar una masa crítica de ciudadanos que podrían incidir en el escrutinio y la mejora de los gobiernos o en la atención de los asuntos públicos.

La principal razón por la que no se ha construido esa ciudadanía real, a mi entender, radica en que nunca ha existido un proyecto de Estado en ese sentido. Quizá de manera deliberada, quizá por omisión, el régimen del partido hegemónico nunca intentó formar verdaderos ciudadanos desde sus instituciones, llámense leyes, dependencias o escuelas. Y esa inercia se ha mantenido durante los gobiernos de la alternancia, en los que no se ha observado una intención consistente por promover la cultura ciudadana con visión de largo plazo.

Uno de los campos en los que resulta más notoria la ausencia de ese propósito es la educación, en particular en el nivel básico. Las primarias y secundarias no sólo cumplen deficientemente con su función de dotar a los alumnos de los conocimientos y las capacidades fundamentales para su desarrollo intelectual y personal; tampoco son el espacio de fomento a los valores cívicos y construcción de ciudadanía que deberían ser.

Ricardo Raphael, analista político, describió la situación anterior en su libro Los socios de Elba Esther (Planeta, 2007), una obra que expone, entre otros aspectos, la influencia que tienen el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) y su dirigente, Elba Esther Gordillo, en el sistema educativo mexicano.

Al referirse al ambiente dentro de un salón de clases promedio, Raphael señala: “Para ser considerado un buen estudiante, el niño está obligado a callar, atender, seguir las indicaciones, hacer fila y no moverse demasiado. En cambio, la reflexión —prerrequisito indispensable para asumir la responsabilidad sobre los actos propios— ocupa un lugar menor. Las cosas están bien o mal dependiendo de lo que diga el maestro y no de su coincidencia con los valores enseñados. Con esta pedagogía, no se construyen sujetos autónomos —con juicio independiente y capacidades propias de discernimiento—, sino personalidades sumisas y obedientes. No se construyen ciudadanos, sino otra cosa”.

En un libro anterior, El manual del ciudadano contemporáneo (Planeta, 2000), la estudiosa Ikram Antaki también reparaba en la urgencia de generar cambios en las aulas: “Ya es tiempo de impulsar, en el mundo de la enseñanza, una reflexión sobre la educación, volver a dar a los maestros la conciencia de su importancia en una sociedad que no es una vasta empresa, sino que debe orientarse hacia la cultura de la libertad y la voluntad de eficacia”.

El Estado mexicano, pues, ha fallado en su función de formar a la ciudadanía sobre la cual podría asentarse un régimen democrático fuerte. Pero si las instituciones estatales han incumplido esa tarea, los medios y los periodistas tampoco hemos contribuido a concretarla.


El pobre espacio público

Los autores que han examinado el tema coinciden en que uno de los componentes básicos de una democracia es la existencia de medios de comunicación independientes a través de los cuales las personas puedan informarse sobre lo que ocurre en sus comunidades, de los problemas que éstas enfrentan, así como de los derechos y las obligaciones que implican ser miembros de una colectividad.

El politólogo estadounidense Robert Dahl, por ejemplo, sostiene en su libro clásico La democracia. Una guía para los ciudadanos (Taurus, 1998) que “uno de los criterios básicos de un proceso democrático es la comprensión ilustrada: dentro de razonables límites de tiempo, todo miembro (ciudadano) debe tener oportunidades efectivas e iguales de llegar a conocer las políticas alternativas y sus posibles consecuencias”. Quienes son responsables de brindar esas oportunidades de conocimiento de la realidad son los medios y, por ende, los profesionales que en ellos laboramos.

También desde la ciencia política, el académico José Fernández Santillán distingue tres elementos que conforman la vida social: el Estado, la economía y la sociedad civil. Esta última se relaciona con los otros dos actores a través de la esfera o el espacio público, un campo plural que “sirve tanto para detectar problemas como para influir en el gobierno y el congreso con el objeto de que las opiniones civiles sean consideradas al momento de tomar decisiones sobre los asuntos que interesan a la nación”. Más adelante en su artículo “Opinión pública, sociedad civil y democracia”, agrega: “Una vía para reforzar el poder comunicativo de las esferas públicas es dotar a los individuos de información veraz sobre asuntos que para ellos son relevantes”.

Nuevamente es claro que recae en los medios y los periodistas esa responsabilidad de brindar a los ciudadanos la información que requieren para vivir su día a día y, además, tener los conocimientos para participar en las discusiones públicas. Sin embargo, lo que queda en tela de juicio es si quienes llevamos a cabo la actividad periodística cumplimos con nuestro deber o no.

Desde la primera parte de este ensayo fijé mi postura al respecto. Considero que los medios y los periodistas hemos incumplido nuestra tarea con la sociedad porque no hemos asumido el papel que nos corresponde como coadyuvantes para la comprensión del mundo en el que vivimos, como defensores de la cultura de la legalidad y como promotores de la crítica y la participación cívicas.

Ese punto de vista tiene otros adeptos dentro y fuera del gremio periodístico. El profesor Macario Schettino, por citar un caso, es particularmente duro tanto con la academia como con los medios pues sostiene que ambos han fallado en su labor de ser “intérpretes” de la realidad, y esas fallas han derivado en que el grueso de la ciudadanía no tenga un entendimiento verdadero sobre los problemas que padecemos.

Habiendo llegado a este punto es importante hacer una aclaración: mi crítica no tiene la pretensión de presentar mi trabajo como perfecto o infalible, ni pretende descalificar indiscriminadamente toda la labor que se hace en los medios mexicanos ni a todos mis colegas, pero sí busca señalar pautas, comportamientos o actitudes que conducen a un mal periodismo, uno alejado de los ciudadanos.

Me parece que principalmente son tres los errores que se cometen en ese ámbito.

El primero que identifico es que en su cobertura diaria o de temas específicos los medios hagan prevalecer sus intereses políticos o económicos por encima de criterios periodísticos y, por ello, del interés social.

De los varios ejemplos que podrían citarse al respecto, retomo dos. Uno de ellos se remite a 2006, cuando el empresario Isaac Saba inició conversaciones con la compañía General Electric con miras a la posible instalación de una tercera cadena de televisión. Al enterarse del caso, a través de una serie de notas, las cadenas Televisa y TV Azteca iniciaron una campaña de desprestigio contra Saba argumentando que su empresa de distribución de medicamentos cobraba precios muy altos por sus servicios sin importarle la salud de los pacientes que necesitaban esos productos. El trasfondo del asunto no era una preocupación humanitaria, sino el intento de de Televisa y TV Azteca por frenar a un potencial competidor que podría amenazar sus ganancias.

El otro ejemplo data de hace sólo un par de meses, en el seguimiento que Grupo Multimedios —los diarios Milenio y el canal Milenio TV— dio a la elección de gobernador en el Estado de México. La imparcialidad de la cobertura que el consorcio hizo de todo el proceso fue varias veces cuestionada por analistas y por los partidos de oposición debido a numerosas muestras de favoritismo hacia el PRI. Incluso, en pleno día de votación, poco tiempo después de que cerraran las casillas, en su sitio web y en televisión Milenio declaró vencedor al priismo sin siquiera aportar cifras. Si bien el candidato priista, Eruviel Ávila, ganó por un margen superior a los 30 puntos, resulta por lo menos dudoso que se le adjudicara el triunfo sin que hasta ese momento nadie, ni el propio Instituto Electoral del Estado de México (IEEM), tuviera datos preliminares.

Un segundo problema consiste en los prejuicios personales e ideológicos que, a veces literalmente, ensucian el trabajo periodístico. Me declaro partidario de la premisa según la cual la objetividad no existe porque quienes hacemos periodismo no somos objetos, sino sujetos con un contexto psicológico, social y personal. Pero también estoy convencido de que esa subjetividad no es pretexto para dejar que nuestras filias y fobias empañen nuestra visión de la realidad, nos impidan usar la razón y, menos aún, sean impuestas a un lector, radioescucha o televidente como si fueran una verdad irrefutable.

En palabras del periodista español Miguel Ángel Bastenier, según escribe en su libro El blanco móvil (Ediciones El País, 2001): “[…] que la objetividad no exista no significa que no haya que trabajar con fair play […] No hay un periodismo neutral, contrapuesto a otro periodismo de toma de posición; sólo hay un periodismo profesional que, partiendo de una posición de neutralidad, toma posiciones con el respaldo de la información de que dispone”.

Pienso que uno de los méritos que más distinguen a los grandes medios internacionales —la BBC, El País, The Guardian, The New York Times, CNN— es su capacidad para construir historias balanceadas, es decir, en las que se muestran todos los lados de una trama. Lo contrario, presentar sólo una de las caras del hecho, lleva a un conocimiento limitado de la situación que se quiere explicar e incluso mina la cultura democrática porque alimenta el llamado “pensamiento único”.

El tercer problema radica en una mal entendida competencia por la información. Aunque no tiene nada de malo competir por publicar una noticia importante primero que los demás o hacerlo con un ángulo más fresco o agudo, los medios mexicanos hemos caído en la dinámica francamente enfermiza de buscar “ganar” todas las notas, independientemente de su relevancia, y en ocasiones con los mismos enfoques. Y en esa carrera absurda, lo que llegamos a hacer es saturar los espacios informativos, reproducir declaraciones estridentes, ir todos sobre el mismo suceso sin reparar en otros, difundir datos sin contexto y, en el peor de los escenarios, sin confirmación.

La semana pasada sirve como botón de muestra: el martes 6 de septiembre, luego de que el PAN hiciera público su exhorto al alcalde de Monterrey, Fernando Larrazabal, para que se separe del cargo temporalmente mientras se investigan los presuntos casos de corrupción en casinos de la ciudad, varios portales —entre ellos, reforma.com y sinembargo.mx— dieron por sentado que el presidente municipal había aceptado ese llamado. Pocos minutos tardó el PAN en emitir un segundo comunicado en el que desmintió esa versión, lo que llevó a rectificar a los sitios web involucrados. Hasta un día después Larrazabal anunció que se tomará un tiempo para definir su posición.

Otro ejemplo de ese problema es la tendencia a multiplicar las declaraciones realizadas por los personajes públicos, sin antes darles su justa dimensión. Así sucede con el presidente, algunos funcionarios, los gobernadores, líderes partidistas, aspirantes y candidatos, lo mismo que con ciertas estrellas del deporte o los espectáculos.

Al respecto, en su artículo “Democracia cercada: política y políticos en el espectáculo mediático”, el académico Raúl Trejo Delarbre expone: “[…] los políticos han encontrado que para ganar presencia en los medios de comunicación necesitan incitarlos con declaraciones o informaciones suficientemente atractivas. Mientras más agresiva, desmedida o estruendosa sea la declaración de un personaje político, mayor será el interés de los medios para propagarla de manera destacada. Mientras más perturbador o estrepitoso resulte, un documento filtrado a la prensa tendrá más posibilidades de alcanzar las primeras planas”.

Los tres vicios de los medios mexicanos que he repasado —la prevalencia de intereses políticos o económicos sobre el interés social, el predominio de prejuicios en el acercamiento a un tema y la competencia irracional por la información— tienen un común denominador: a todos ellos subyace el olvido de que el periodismo debe ser tanto un servicio a la sociedad como un pilar que sustente a la democracia.

Los medios privados son empresas que para funcionar deben ser rentables e incluso pueden tener una simpatía política, pero eso no justifica que se deje de lado el profesionalismo y se presenten coberturas sesgadas. Los periodistas somos personas con una visión sobre el mundo, pero no tenemos por qué imponerla a quienes nos leen, observan o escuchan. Y las redacciones queremos ganar las notas, ser una referencia para el público, pero eso debe lograrse con trabajos inteligentes que demuestren su valor noticioso, no publicando toda la mar de información que se genera en el mundo sólo por el hecho de que ahí está.


El camino cuesta arriba

A pesar de todo lo dicho hasta aquí, considero que la situación del periodismo mexicano puede mejorar y, con ello, contribuir a la transformación de México.

Mi convicción se sustenta principalmente en que, dentro y fuera de mi ámbito cercano de trabajo, todos los días compruebo que hay otros colegas que comparten inquietudes y posiciones autocríticas hacia la actividad del gremio, al mismo tiempo que se preguntan qué es lo que estamos aportando a la sociedad. Ignoro cuántos seamos o qué porcentaje representemos respecto del total de periodistas del país, pero sin duda es relevante la mera existencia de un núcleo de comunicadores interesados en establecer un mayor y mejor contacto con la gente, a fin de que ambos sectores puedan trabajar juntos en la construcción de una democracia real.

Frente a los enormes desafíos que México tiene frente a sí para consolidar su régimen democrático —entre ellos, combatir las desigualdades socioeconómicas, impulsar la generación de empleos y darle un giro a la educación básica—, los medios y quienes trabajamos en ellos tenemos la responsabilidad de asumir nuestros propios retos. Uno de ellos, que para mí resulta el más importante, es recordar diariamente que nuestra labor debe ser un bien social, un servicio que ayude a las personas a comprender su entorno y entenderse como ciudadanos.

José Woldenberg, ex consejero presidente del Instituto Federal Electoral (IFE), planteó el asunto de esta forma en su artículo “Consolidación democrática y medios de comunicación”, de 2004: “[…] entre los medios y la democracia hay principios comunes, una relación sustantiva que se retroalimenta mutuamente y que tiene su fundamento en el ejercicio de la responsabilidad de todos los actores. Se ha superado una etapa donde lo más importante era garantizar los derechos y las libertades de la ciudadanía; ahora entramos de lleno al desafío de elevar la calidad de nuestra democracia. Tanto en el planteamiento como en la solución de los nuevos problemas, los medios tienen un importante papel que jugar”.

Hace poco, una estudiante me preguntó qué puede hacer actualmente el periodismo por el país, aquejado como está por problemas como el crimen, la violencia, la pobreza o la parálisis política. Al cierre de este ensayo me hago de nuevo esa pregunta y llego a la misma conclusión: el periodismo no va a resolverlos, pero le toca alertar de su existencia, explicarlos, llamar la atención sobre los sectores que deben atenderlos y presentar alternativas para solucionarlos.

Los periodistas no vamos a cambiar a México, pero es tiempo de que nos sumemos a ese esfuerzo.


Bibliografía


ANTAKI, Ikram. El manual del ciudadano contemporáneo [2000]. México, Planeta, 2008.


BASTENIER, Miguel Ángel. El blanco móvil. Curso de periodismo. Madrid, Ediciones El País, 2001.


DAHL, Robert. La democracia. Una guía para los ciudadanos [1998]. México, Taurus, 2006.


FERNÁNDEZ SANTILLÁN, José. “Opinión pública, sociedad civil y democracia” en revista Este País. México, 30 de junio de 2011.


ISLAS REYES, Laura. “¿Tercera cadena rota?” en revista etcétera. México, 1 de enero de 2007, consultado el 9 de septiembre de 2011 a las 00:30 horas, dirección electrónica: http://www.etcetera.com.mx/articulo.php?articulo=137.


RAPHAEL, Ricardo. Los socios de Elba Esther. México, Planeta, 2007.


REDACCIÓN. “Mario Vargas Llosa: La dictadura perfecta no era tan perfecta” en CNNMéxico. México, 4 de marzo de 2011, consultado el 9 de septiembre de 2011 a las 12:28 horas, dirección electrónica: http://mexico.cnn.com/nacional/2011/03/04/mario-vargas-llosa-la-dictadura-perfecta-no-era-tan-perfecta.


REDACCIÓN. “El PAN pide a alcalde y gobernador dejar cargos por escándalos en Monterrey” en CNNMéxico. México, 6 de septiembre de 2011, consultado el 9 de septiembre de 2011 a las 01:15 horas, dirección electrónica: http://mexico.cnn.com/nacional/2011/09/06/alcalde-de-monterrey-y-gobernador-de-nuevo-leon.


TREJO DELARBRE, Raúl. “Democracia cercada: política y políticos en el espectáculo mediático” en Democracia y medios de comunicación. México, IEDF, Colección Sinergia, 2004.


WOLDENBERG, José. “Consolidación democrática y medios de comunicación” en Democracia y medios de comunicación. México, IEDF, Colección Sinergia, 2004.


Nota: Este texto es producto del Sexto Diplomado de Actualización para Periodistas que estoy por terminar en el Tec de Monterrey, campus Ciudad de México. Es el trabajo con el que reabro este espacio, más de un año después de haberlo desatendido por falta de tiempo... y de disciplina, para decirlo con franqueza. Intentaré no volver a apartarme de este lugar, mi changarro, y hacer que este ensayo, al fin, se traduzca en algo más.