Sunday, December 04, 2011

Todos tenemos la palabra


“Nunca estuvimos tan conectados a los demás como
en este momento de la historia. Frágiles, pero extensos, los vínculos que
nos unen a los demás se han multiplicado gracias al nacimiento
de una tecnología, las redes sociales, que ha abierto
posibilidades impensables hace años”.

Delia Rodríguez, periodista


Soy de las personas que piensan que internet y los instrumentos que lo acompañan están cambiando al mundo, pero que es irresponsable hacer esa afirmación sin antes reparar en la complejidad de los fenómenos que se tejen en torno a la red y en los contextos sociales en los que se producen.

En el caso de México, por ejemplo, toda reflexión sobre el tema debe tener presente que a pesar de que crece continuamente el número de internautas, éste llega apenas a unos 34.9 millones de personas, lo que representa alrededor del 30% de la población del país, de acuerdo con el estudio más reciente de la Asociación Mexicana de Internet (Amipci), elaborado con cifras de 2010.

Puesto en otras palabras, por factores como los citados límites en el acceso a internet u otras desigualdades socioeconómicas, no considero que nos dirijamos hacia una utopía en la que el avance tecnológico mejorará el nivel de vida de todos los seres humanos, sino que las tecnologías vinculadas con la información y la comunicación están generando profundas transformaciones en numerosos ámbitos, y que esos cambios traen consigo, a la vez, consecuencias positivas, problemas y retos.

En este ensayo quiero centrarme en tres de los campos que, desde mi punto de vista, se han visto más sensiblemente tocados por internet y los medios surgidos en torno suyo: la educación, la política y el periodismo.

Aun con lo diferentes que son esas actividades, me parece que todas comparten un desafío común: la expansión de la red les ha restado poder, o para ser más preciso, ha tomado de los profesionales que las ejercen el monopolio de la información y del conocimiento que antes detentaban, para otorgar a los ciudadanos mayores facultades de acción. Y si bien ese hecho es positivo porque encierra un potencial democratizador —la posibilidad de aumentar e igualar las capacidades de las personas para actuar en la vida pública de manera autónoma—, también plantea interrogantes y riesgos importantes.

A continuación presentaré algunos de ellos.


Facebook irrumpe en el salón

Quienes se dedican a la docencia encaran la oportunidad de incidir positivamente en la formación de un ser humano y, con ello, tienen tanto una enorme responsabilidad como la ocasión de ganar para sí una gran satisfacción personal. Pero si la labor de los profesores nunca ha sido sencilla, desde comienzos del siglo XXI enfrenta un reto particularmente significativo: el de “competir” con tecnologías que, en contraste con medios tradicionales como la radio, la televisión o incluso los primeros videojuegos, poseen como características fundamentales el dinamismo y la capacidad de interactuar con otros.

Escribo el verbo entre comillas porque no se trata de que Facebook, Twitter o Messenger deliberadamente busquen quitar audiencia a los maestros, o de que éstos deban contender con esos instrumentos. Por el contrario, deberían hacerse sus aliados para aprovecharlos a su favor.

Ahora, lo que sí ocurre es que esas plataformas derivadas de internet —sea que se utilicen en computadoras de escritorio, portátiles o en teléfonos móviles— no sólo están acaparando la atención de niños y jóvenes que asisten a las escuelas; también les están brindando la posibilidad de obtener de forma inmediata herramientas para cuestionar a sus docentes: textos de la prensa, estudios, videos, testimonios, mapas... en una palabra, información.

El profesor Enrique Tamés lo expuso con más claridad hace algunas semanas, durante su participación en el Sexto Diplomado de Actualización para Periodistas del Tecnológico de Monterrey, Campus Ciudad de México. En su intervención, señaló que la educación escolar está viviendo un “cambio de paradigma”: el esquema que la humanidad ha seguido por siglos, en el que un maestro es el centro de la atención dentro del salón de clases en su calidad de portador de conocimiento, y decide qué tanto juego da a sus alumnos, está transformándose gracias a la intervención de elementos externos aportados por la red.

Frente ese panorama, surge una pregunta: ¿esas modificaciones traen beneficios o perjuicios a las aulas, fortalecen o dañan la relación entre educador y educando?

A mi juicio, es posible encontrar respuestas en ambos sentidos. Por ejemplo, el que un estudiante tenga a la mano instrumentos para buscar información por su cuenta puede fomentar su iniciativa, el espíritu reflexivo y una actitud crítica hacia los contenidos que recibe en el salón de clases. Sin embargo, es igualmente factible que en la red se tope con datos de dudosa calidad, sin percatarse de los riesgos que implica tomarlos por ciertos, o simplemente puede ver internet como un medio de entretenimiento u ocio —no más—, sin reparar en todas las facultades que podría desarrollar.

Hace tres años, la académica Lourdes Chehaibar, directora del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación (IISUE) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), me dijo durante una entrevista que uno de los retos que enfrentan los maestros actualmente radica en saber captar la atención de los alumnos para brindarles una educación sólida.

Para lograrlo, como adelanté líneas arriba, me parece que la actitud que debe prevalecer tanto en los docentes como en los padres es la de observar a las tecnologías no como un enemigo, sino como un potencial aliado. Y para ello es necesario conocer esos instrumentos, entender su lenguaje y comprender las posibilidades que encierran. Sólo de esa manera se puede enseñar a los jóvenes que esas plataformas forman parte de su formación y poseen la capacidad de propulsarla, pero no sustituyen a mecanismos humanos como la duda, la razón o la imaginación.


@políticos y @ciudadanos

Otro ámbito en el que considero que las tecnologías están causando cambios profundos es la política.

En este apartado no quiero referirme a las diferentes estrategias que están adoptando los políticos, los partidos y sus equipos para hacer propaganda, dentro o fuera de periodos electorales, a través de Twitter, Facebook, blogs o transmisiones vía web. Más bien, deseo apuntar a la forma en que esos medios están transformando las relaciones entre quienes ejercen la política —en los gobiernos de todos los niveles, el Poder Legislativo u organismos partidistas— y la ciudadanía.

Hasta hace no mucho, quizá cuatro o cinco años, era impensable que un ciudadano pudiera hacer llegar un mensaje a un político de forma tan directa o inmediata como ahora. Antes del auge de las redes sociales, era posible tener acceso a sus direcciones de correo electrónico institucionales o a los teléfonos de sus oficinas, pero ese político podía simplemente ignorar cada intento. Hoy, con Twitter, basta mencionar en un tuit la cuenta de ese político para que el mensaje le llegue al instante. Cierto, aún puede elegir hacer caso omiso de cada llamado, pero se arriesga a despertar la crítica social si la persona ignorada difunde el hecho entre sus seguidores, y éstos entre los suyos, y más si detrás hay un asunto que legítimamente exija atención.

Twitter, pues, ha abierto una puerta para que las personas demanden ser escuchadas por los políticos, se manifiesten en contra o a favor de determinadas situaciones, hechos o políticas públicas, e incluso se organicen para buscar cambios.

El reciente libro Ciudadanos.mx (De Bolsillo, 2011), coordinado por Ana Francisca Vega y José Merino, reúne varios textos en los que se da cuenta o analizan episodios como el rechazo contra un intento gubernamental por establecer un impuesto del 4% al uso de la red (conocido con la etiqueta o hashtag #internetnecesario); la exigencia de castigo a los responsables del incendio en la Guardería ABC de Hermosillo, Sonora, donde murieron 49 niños, y de una legislación que obligue a las estancias infantiles a cumplir con estrictas medidas de seguridad para evitar que una tragedia así se registre de nuevo (#justiciaABC o #leydeguarderias); o el apoyo a la diversidad sexual y a la aprobación legislativa de las bodas entre personas del mismo sexo en la Ciudad de México (#matrimoniodf).

El hilo que une esos casos, de acuerdo con los compiladores, es que en todos grupos de tuiteros jugaron roles protagónicos, lograron captar las miradas de la sociedad y, en ocasiones, consiguieron que su organización —surgida en el mundo virtual y materializada en las calles— tuviera una respuesta concreta de parte de las instituciones.

Durante los últimos meses se han registrado episodios similares. Uno de ellos fue el de las protestas de decenas de jóvenes contra la detención de Mariel Solís, una estudiante de la UNAM a la que sin fundamento la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal acusó de homicidio (#MarielSolis). Otro fueron las movilizaciones virtuales y callejeras para exigir la liberación de María de Jesús Bravo Pagola y Gilberto Martínez, dos habitantes de Veracruz contra quienes el gobierno estatal presentó cargos por terrorismo luego de que tuitearan mensajes sobre supuestos ataques a escuelas de un municipio (#tuiteroslibres).

Al final, tanto Solís como Bravo y Martínez fueron liberados, y aunque las autoridades de las respectivas entidades negaron que la presión social tuviera que ver en la decisión, lo cierto es que en pocos días se concentró una amplia participación en las redes sociales, en las que usuarios aportaban argumentos para cuestionar los arrestos.

Así, como pasa en la educación con los profesores, en la política se está diluyendo el control sobre la información y la atención públicas que anteriormente recaía sólo en las personas con poder. Ahora, por plantear un ejemplo, si la autoridad emite un reporte oficial sobre un hecho, pero omite deliberadamente o por descuido aspectos fundamentales, es factible que haya una o varias personas que posean más datos y, al difundirlos, generen dudas sobre la versión oficial y alienten más investigaciones y que eventualmente la verdad salga a la luz.

“Las redes sociales basadas en internet han dejado claro que ya no existe una total concentración del conocimiento en unas pocas manos (Serres, 1997), como sucedía en el pasado. El fin de este monopolio, o, dicho en otras palabras, la masificación del acceso a la información, ha traído como resultado una reconexión de los ciudadanos con los procesos políticos”, escriben Vega y Merino en la introducción de su obra.

Y a estas alturas de nuevo salta una pregunta: ¿el escenario arriba descrito indica que caminamos hacia una vida más democrática, en la que los mexicanos tendrán más capacidad para incidir en las decisiones públicas?

Me parece que la respuesta más franca es que no, porque un régimen democrático necesita mucho más que eso para constituirse y consolidarse: reglas claras, certidumbre en su aplicación, instituciones que rindan cuentas y ciudadanos conscientes de sus derechos y obligaciones como miembros de una comunidad. No obstante, un punto esperanzador dentro de esta reflexión radica en que, gracias al poder democratizador que poseen, las tecnologías sí pueden ayudar en ese proceso.

“No es con una buena consigna o con un buen tuit como se logrará movilizar a la sociedad. Lo que sí genera todos los días Twitter es la discusión sobre los temas públicos y funciona como receptor y amplificador del descontento, que es el principio de lo que eventualmente será una movilización”, escriben los activistas Daniel Gershenson y Jesús Robles Maloof en su colaboración para Ciudadanos.mx.

“[Twitter] no es una panacea, pero ayuda a enlazar, a bajo costo, a ciudadanos con intereses convergentes. La clave es no perder la esperanza de que cada uno de nosotros hará la diferencia”, agregan.

Para cerrar este bloque, quizá quepa decir que el valor de internet y de los instrumentos que abarca radica en que da un sentido actual a una conocida frase del político alemán Konrad Adenauer: “La política es demasiado importante como para dejársela a los políticos”.


¿El cuarto poder?

Toca el turno de que exponga los impactos que las tecnologías tienen en la actividad de los periodistas.

Como integrante de ese gremio, está de sobra decir que de los campos estudiados hasta aquí es en el que tengo más conocimiento, por lo que es del que más podría escribir. Sin embargo, procuraré ceñirme a sólo dos aspectos del tema.

El primero se ubica de las puertas de las redacciones hacia afuera y tiene que ver con el aumento de las ventanas o espacios para que los periodistas recibamos retroalimentación del público con relación a nuestro trabajo, sean comentarios favorables, sugerencias, más información y, por supuesto, críticas. Como en los casos de los profesores y los políticos, las tecnologías nos han quitado el monopolio de la palabra: podremos ser los que produzcamos una nota, pero ni nosotros ni nuestro medio seremos los únicos que la divulguen y comenten; podremos cumplir con el ideal de mantener el rigor en las historias que reporteemos, pero siempre cabrá la posibilidad de que un lector, televidente o radioescucha nos contacte para decirnos “Olvidaste decir esto”, “Hay más datos”, “Las cosas no pasaron así”.

El derecho de réplica, indispensable para una democracia, nunca había estado tan al alcance de la mano (o de un clic). A través de correos electrónicos, comentarios en los espacios de los sitios web, tuits o mensajes en Facebook, las personas pueden hacernos saber qué opinan de nuestro trabajo.

La recepción de críticas siempre resulta difícil en mayor o menor grado, ya porque el interlocutor esté empecinado con una idea, ya porque se trate de un usuario exigente o con mucha información, o ya porque simplemente cometimos un error que levantó comentarios negativos. En todo caso, el desafío para los periodistas sencillamente consiste reforzar nuestra responsabilidad y compromiso profesional con la finalidad de hacer mejor nuestra labor —con rapidez, precisión y balance—, siendo conscientes de que apenas tenga segundos en el aire, el papel o el ciberespacio, estaremos bajo el escrutinio público.

El segundo aspecto que quiero mostrar se sitúa de las puertas de las redacciones hacia adentro y se relaciona con que, además de estar sometidos a una mayor vigilancia de parte de las audiencias que utilizan las tecnologías, también nos toca aprender a usar esos mecanismos.

Su funcionamiento y manejo básicos son fáciles de comprender, pero saber subir un contenido a un blog, editar una pieza de audio, enviar un tuit o compartir una liga en Facebook no nos convierte en expertos. Los jefes de equipos periodísticos deben tener presente esa situación y, sabiendo que la utilización de todas esas plataformas es indispensable para ser competitivos, tienen la responsabilidad de hacer que su gente esté capacitada adecuadamente, una preocupación que pocas empresas de medios en México se toman en serio.

Por otro lado, considero que existen discusiones vinculadas con internet y sus instrumentos que los colegas no hemos desarrollado con suficiente profundidad. Por ejemplo: ¿cómo debemos comportarnos en las redes sociales? ¿Es válido que en ellas expresemos nuestras preferencias o críticas sobre temas con los que estamos directamente relacionados en el trabajo, como manifestar nuestras opiniones político-ideológicas si cubrimos a los partidos? ¿Es mejor tener una cuenta institucional para llevar los asuntos laborales y otra personal? ¿Es justificable que un periodista sea sancionado o incluso despedido por algo que publicó en esos espacios?

Es difícil que alguna de esas preguntas tenga una respuesta única. Sin embargo, pienso que planteárnoslas tanto en la individual como en nuestros equipos es indispensable para definir los criterios mínimos de una conducta ética para con nosotros, nuestros medios y la sociedad.


Conclusión

Mientras recopilaba información documental para elaborar este ensayo di con un reportaje de Delia Rodríguez, publicado en 2010 en El País Semanal, que contiene una frase que bien puede resumir la esencia de lo aquí plasmado.

“Para el estudiante, es difícil ser pasivo en el aula cuando con una búsqueda en Google puede rebatir al profesor. Los enfermos se organizan a través de la red y discuten sus tratamientos médicos. Los lectores corrigen a los periodistas, los consumidores ponen en su sitio a las empresas y los ciudadanos pelean con sus políticos. Es una crisis del poder en toda regla”, escribe la reportera.

La apreciación me parece no sólo acertada sino elocuente. En efecto, el momento que vivimos, la pérdida del monopolio de la información y de la atención que por años detentaron profesores, políticos y periodistas —así como otras profesiones— puede caracterizarse como una crisis de las estructuras tradicionales de poder, un proceso para cuyo entendimiento es necesario alejarse de posturas extremas que vean la realidad en términos de blanco o negro. O como expone el estudioso español Román Gubern en su célebre libro El eros electrónico (Taurus, 2002), se requiere buscar el justo medio entre la neofilia, el amor a lo nuevo, y la neofobia, el temor a.

Por el contrario, resulta indispensable asumir actitudes reflexivas, críticas y proactivas que observen las consecuencias, las posibilidades y los retos que trae el avance tecnológico.

En principio, es positivo que los maestros dejen de ser el foco de atención de un salón y que los alumnos tengan oportunidades para cuestionar, pero hay que guiarlos para que sepan hacerlo con argumentos, no con lo primero que se encuentren en la red. De arranque, es de aplaudir que los ciudadanos gocen de un nuevo medio para expresarse y organizarse políticamente, pero nos queda un enorme trecho por delante en la construcción de la democracia y de una cultura cívica educada y tolerante, no basada en prejuicios ideológicos o lugares comunes. Y está muy bien que los periodistas podamos ser cuestionados de forma inmediata por nuestro trabajo y, hoy más que nunca, esa situación nos obligue a ser más profesionales, pero dentro y fuera de nuestras redacciones necesitamos contar con condiciones para desempeñar nuestra labor: medios, capacitación, respaldo gremial, leyes que protejan un ejercicio periodístico imparcial.

Podemos celebrar que, gracias a los espacios que abre la tecnología, en estos años los mexicanos contamos con foros para expresarnos, sitios para que nuestras voces sean escuchadas. Aunque, ahora, nos toca a todos unirnos para evitar que ese lugar se convierta en una maraña de mensajes lanzados al ciberespacio sin ningún sentido, sino hacerlo una arena para la discusión colectiva, en la que las ideas expuestas puedan trascender más allá de lo virtual.


Bibliografía


Asociación Mexicana de Internet (Amipci). Hábitos de los usuarios de internet en México, séptima edición. México, Amipci, mayo 17 de 2011, consultado a las 00:23 del 5 de noviembre de 2011 en la dirección: http://www.amipci.org.mx/temp/Habitos2011AMIPCI-VersionEjecutiva-0008343001306794341OB.pdf.


GUBERN, Román. El eros electrónico [2000]. México, Taurus, 2002.


RODRÍGUEZ, Delia. “Conectados. La era de las redes sociales” en revista El País Semanal. España, 25 de abril de 2010, páginas 42-56.


SOBERANES, Rodrigo. “Veracruz desiste de su acusación contra dos ‘tuiteros’ y los deja libres”. CNNMéxico. México, 21 de septiembre de 2011, consultado a las 02:46 del 5 de noviembre de 2011 en la dirección: http://mexico.cnn.com/nacional/2011/09/21/el-gobierno-de-veracruz-liberara-a-los-tuiteros-acusados-de-terrorismo.


TORRES, Mauricio. “Investigadora de la UNAM critica con dureza al SNTE”. Terra Magazine Latinoamérica. México, 21 de abril de 2008, consultado a las 4:07 del 5 de noviembre de 2011 en la dirección: http://www.mx.terra.com/terramagazine/interna/0,,OI2762950-EI8868,00.html .


TORRES, Mauricio. “La presión de ciudadanos, redes y medios liberó a Mariel Solís: amigos”. CNNMéxico, México, 15 de julio de 2011, consultado a las 02:43 del 5 de noviembre de 20011 en la dirección: http://mexico.cnn.com/nacional/2011/07/15/la-presion-de-ciudadanos-redes-y-medios-libero-a-mariel-solis-amigos.


VEGA, Ana Francisca y José Merino. Ciudadanos.mx. México, De Bolsillo, 2011.


Nota: Este texto es producto del Sexto Diplomado de Actualización para Periodistas que el 5 de noviembre terminé en el Tec de Monterrey.

Monday, October 31, 2011

La tarea incumplida

“[…] una de las necesidades imperativas de los países democráticos consiste en potenciar las capacidades de los ciudadanos para que puedan implicarse inteligentemente en la vida política”.

Robert Dahl,
La democracia. Una guía para los ciudadanos



¿Por qué momento de su historia política atraviesa México?

Terminado el régimen del partido hegemónico dirigido por el Partido Revolucionario Institucional (PRI)— y a poco más de un año de que concluya el segundo gobierno de la alternancia —encabezado por el Partido Acción Nacional (PAN)—, en palabras del escritor peruano-español Mario Vargas Llosa, el país dejó de ser una “dictadura perfecta” para convertirse en una “democracia imperfecta”.

Esas imperfecciones, desde mi punto de vista, radican en que tenemos muchas de las reglas formales de los regímenes democráticos, pero por diversos factores esas normas se cumplen a medias o de plano no se acatan. Por ejemplo, contamos con elecciones libres, pero no con equidad en las contiendas ni con campañas políticas basadas en la discusión de propuestas para resolver los problemas públicos; existen gobiernos obligados a ser transparentes, pero reacios a la evaluación; tenemos un Congreso plural, pero más preocupado por representar intereses partidistas o de grupo que a los ciudadanos; contamos con órganos autónomos, pero con poca capacidad o voluntad de detener abusos; y tenemos una ciudadanía inconforme, pero insuficientemente informada y, en general, poco dispuesta a organizarse para participar en la vida pública.

A la luz de esas condiciones, mi propósito en este ensayo es sostener que los medios de comunicación y quienes trabajamos en ellos somos corresponsables de que vivamos en esa “democracia imperfecta”. ¿Por qué? Porque no hemos cumplido adecuadamente con nuestro deber de informar sobre la realidad del país —a profundidad, con contexto, de manera imparcial, haciendo énfasis en la trascendencia social de un hecho—, y esa tarea incumplida ha derivado, en especial, en que México no posea una sociedad civil capaz de comprender la problemática nacional ni cómo puede contribuir a resolverla. De ese modo, sin periodistas ni ciudadanos que asuman su papel, nuestro régimen democrático no ha podido ni podrá crecer.


¿País de ciudadanos?

Al igual que varios historiadores y académicos, pienso que desde la década de 1980 México vive una transición democrática. Y creo que entre los avances que ha traído consigo ese proceso está el nacimiento de una ciudadanía con un mínimo de capacidad para organizarse, así como una mejora en las condiciones para ejercer la libertad de prensa. Pero esos logros, sin bien importantes, también han sido insuficientes.

Una democracia necesita ciudadanos reales, personas que más allá de los aspectos jurídicos —ser mayor de edad, tener una credencial de elector o saber que se poseen ciertos derechos— se asuman como miembros de una colectividad, se sepan corresponsables de lo que en ella ocurre, busquen conocerla y, en especial, participen para modificar su nivel de vida.

Lamentablemente, en México no tenemos eso. En general, tenemos más ciudadanos en la forma que en el fondo.

Es justo reconocer los esfuerzos que durante años han realizado instituciones educativas, asociaciones civiles, ciertos órganos del Estado, algunos políticos y personas en lo individual por construir esa ciudadanía real. Sin embargo, esos empeños no han bastado para generar una masa crítica de ciudadanos que podrían incidir en el escrutinio y la mejora de los gobiernos o en la atención de los asuntos públicos.

La principal razón por la que no se ha construido esa ciudadanía real, a mi entender, radica en que nunca ha existido un proyecto de Estado en ese sentido. Quizá de manera deliberada, quizá por omisión, el régimen del partido hegemónico nunca intentó formar verdaderos ciudadanos desde sus instituciones, llámense leyes, dependencias o escuelas. Y esa inercia se ha mantenido durante los gobiernos de la alternancia, en los que no se ha observado una intención consistente por promover la cultura ciudadana con visión de largo plazo.

Uno de los campos en los que resulta más notoria la ausencia de ese propósito es la educación, en particular en el nivel básico. Las primarias y secundarias no sólo cumplen deficientemente con su función de dotar a los alumnos de los conocimientos y las capacidades fundamentales para su desarrollo intelectual y personal; tampoco son el espacio de fomento a los valores cívicos y construcción de ciudadanía que deberían ser.

Ricardo Raphael, analista político, describió la situación anterior en su libro Los socios de Elba Esther (Planeta, 2007), una obra que expone, entre otros aspectos, la influencia que tienen el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) y su dirigente, Elba Esther Gordillo, en el sistema educativo mexicano.

Al referirse al ambiente dentro de un salón de clases promedio, Raphael señala: “Para ser considerado un buen estudiante, el niño está obligado a callar, atender, seguir las indicaciones, hacer fila y no moverse demasiado. En cambio, la reflexión —prerrequisito indispensable para asumir la responsabilidad sobre los actos propios— ocupa un lugar menor. Las cosas están bien o mal dependiendo de lo que diga el maestro y no de su coincidencia con los valores enseñados. Con esta pedagogía, no se construyen sujetos autónomos —con juicio independiente y capacidades propias de discernimiento—, sino personalidades sumisas y obedientes. No se construyen ciudadanos, sino otra cosa”.

En un libro anterior, El manual del ciudadano contemporáneo (Planeta, 2000), la estudiosa Ikram Antaki también reparaba en la urgencia de generar cambios en las aulas: “Ya es tiempo de impulsar, en el mundo de la enseñanza, una reflexión sobre la educación, volver a dar a los maestros la conciencia de su importancia en una sociedad que no es una vasta empresa, sino que debe orientarse hacia la cultura de la libertad y la voluntad de eficacia”.

El Estado mexicano, pues, ha fallado en su función de formar a la ciudadanía sobre la cual podría asentarse un régimen democrático fuerte. Pero si las instituciones estatales han incumplido esa tarea, los medios y los periodistas tampoco hemos contribuido a concretarla.


El pobre espacio público

Los autores que han examinado el tema coinciden en que uno de los componentes básicos de una democracia es la existencia de medios de comunicación independientes a través de los cuales las personas puedan informarse sobre lo que ocurre en sus comunidades, de los problemas que éstas enfrentan, así como de los derechos y las obligaciones que implican ser miembros de una colectividad.

El politólogo estadounidense Robert Dahl, por ejemplo, sostiene en su libro clásico La democracia. Una guía para los ciudadanos (Taurus, 1998) que “uno de los criterios básicos de un proceso democrático es la comprensión ilustrada: dentro de razonables límites de tiempo, todo miembro (ciudadano) debe tener oportunidades efectivas e iguales de llegar a conocer las políticas alternativas y sus posibles consecuencias”. Quienes son responsables de brindar esas oportunidades de conocimiento de la realidad son los medios y, por ende, los profesionales que en ellos laboramos.

También desde la ciencia política, el académico José Fernández Santillán distingue tres elementos que conforman la vida social: el Estado, la economía y la sociedad civil. Esta última se relaciona con los otros dos actores a través de la esfera o el espacio público, un campo plural que “sirve tanto para detectar problemas como para influir en el gobierno y el congreso con el objeto de que las opiniones civiles sean consideradas al momento de tomar decisiones sobre los asuntos que interesan a la nación”. Más adelante en su artículo “Opinión pública, sociedad civil y democracia”, agrega: “Una vía para reforzar el poder comunicativo de las esferas públicas es dotar a los individuos de información veraz sobre asuntos que para ellos son relevantes”.

Nuevamente es claro que recae en los medios y los periodistas esa responsabilidad de brindar a los ciudadanos la información que requieren para vivir su día a día y, además, tener los conocimientos para participar en las discusiones públicas. Sin embargo, lo que queda en tela de juicio es si quienes llevamos a cabo la actividad periodística cumplimos con nuestro deber o no.

Desde la primera parte de este ensayo fijé mi postura al respecto. Considero que los medios y los periodistas hemos incumplido nuestra tarea con la sociedad porque no hemos asumido el papel que nos corresponde como coadyuvantes para la comprensión del mundo en el que vivimos, como defensores de la cultura de la legalidad y como promotores de la crítica y la participación cívicas.

Ese punto de vista tiene otros adeptos dentro y fuera del gremio periodístico. El profesor Macario Schettino, por citar un caso, es particularmente duro tanto con la academia como con los medios pues sostiene que ambos han fallado en su labor de ser “intérpretes” de la realidad, y esas fallas han derivado en que el grueso de la ciudadanía no tenga un entendimiento verdadero sobre los problemas que padecemos.

Habiendo llegado a este punto es importante hacer una aclaración: mi crítica no tiene la pretensión de presentar mi trabajo como perfecto o infalible, ni pretende descalificar indiscriminadamente toda la labor que se hace en los medios mexicanos ni a todos mis colegas, pero sí busca señalar pautas, comportamientos o actitudes que conducen a un mal periodismo, uno alejado de los ciudadanos.

Me parece que principalmente son tres los errores que se cometen en ese ámbito.

El primero que identifico es que en su cobertura diaria o de temas específicos los medios hagan prevalecer sus intereses políticos o económicos por encima de criterios periodísticos y, por ello, del interés social.

De los varios ejemplos que podrían citarse al respecto, retomo dos. Uno de ellos se remite a 2006, cuando el empresario Isaac Saba inició conversaciones con la compañía General Electric con miras a la posible instalación de una tercera cadena de televisión. Al enterarse del caso, a través de una serie de notas, las cadenas Televisa y TV Azteca iniciaron una campaña de desprestigio contra Saba argumentando que su empresa de distribución de medicamentos cobraba precios muy altos por sus servicios sin importarle la salud de los pacientes que necesitaban esos productos. El trasfondo del asunto no era una preocupación humanitaria, sino el intento de de Televisa y TV Azteca por frenar a un potencial competidor que podría amenazar sus ganancias.

El otro ejemplo data de hace sólo un par de meses, en el seguimiento que Grupo Multimedios —los diarios Milenio y el canal Milenio TV— dio a la elección de gobernador en el Estado de México. La imparcialidad de la cobertura que el consorcio hizo de todo el proceso fue varias veces cuestionada por analistas y por los partidos de oposición debido a numerosas muestras de favoritismo hacia el PRI. Incluso, en pleno día de votación, poco tiempo después de que cerraran las casillas, en su sitio web y en televisión Milenio declaró vencedor al priismo sin siquiera aportar cifras. Si bien el candidato priista, Eruviel Ávila, ganó por un margen superior a los 30 puntos, resulta por lo menos dudoso que se le adjudicara el triunfo sin que hasta ese momento nadie, ni el propio Instituto Electoral del Estado de México (IEEM), tuviera datos preliminares.

Un segundo problema consiste en los prejuicios personales e ideológicos que, a veces literalmente, ensucian el trabajo periodístico. Me declaro partidario de la premisa según la cual la objetividad no existe porque quienes hacemos periodismo no somos objetos, sino sujetos con un contexto psicológico, social y personal. Pero también estoy convencido de que esa subjetividad no es pretexto para dejar que nuestras filias y fobias empañen nuestra visión de la realidad, nos impidan usar la razón y, menos aún, sean impuestas a un lector, radioescucha o televidente como si fueran una verdad irrefutable.

En palabras del periodista español Miguel Ángel Bastenier, según escribe en su libro El blanco móvil (Ediciones El País, 2001): “[…] que la objetividad no exista no significa que no haya que trabajar con fair play […] No hay un periodismo neutral, contrapuesto a otro periodismo de toma de posición; sólo hay un periodismo profesional que, partiendo de una posición de neutralidad, toma posiciones con el respaldo de la información de que dispone”.

Pienso que uno de los méritos que más distinguen a los grandes medios internacionales —la BBC, El País, The Guardian, The New York Times, CNN— es su capacidad para construir historias balanceadas, es decir, en las que se muestran todos los lados de una trama. Lo contrario, presentar sólo una de las caras del hecho, lleva a un conocimiento limitado de la situación que se quiere explicar e incluso mina la cultura democrática porque alimenta el llamado “pensamiento único”.

El tercer problema radica en una mal entendida competencia por la información. Aunque no tiene nada de malo competir por publicar una noticia importante primero que los demás o hacerlo con un ángulo más fresco o agudo, los medios mexicanos hemos caído en la dinámica francamente enfermiza de buscar “ganar” todas las notas, independientemente de su relevancia, y en ocasiones con los mismos enfoques. Y en esa carrera absurda, lo que llegamos a hacer es saturar los espacios informativos, reproducir declaraciones estridentes, ir todos sobre el mismo suceso sin reparar en otros, difundir datos sin contexto y, en el peor de los escenarios, sin confirmación.

La semana pasada sirve como botón de muestra: el martes 6 de septiembre, luego de que el PAN hiciera público su exhorto al alcalde de Monterrey, Fernando Larrazabal, para que se separe del cargo temporalmente mientras se investigan los presuntos casos de corrupción en casinos de la ciudad, varios portales —entre ellos, reforma.com y sinembargo.mx— dieron por sentado que el presidente municipal había aceptado ese llamado. Pocos minutos tardó el PAN en emitir un segundo comunicado en el que desmintió esa versión, lo que llevó a rectificar a los sitios web involucrados. Hasta un día después Larrazabal anunció que se tomará un tiempo para definir su posición.

Otro ejemplo de ese problema es la tendencia a multiplicar las declaraciones realizadas por los personajes públicos, sin antes darles su justa dimensión. Así sucede con el presidente, algunos funcionarios, los gobernadores, líderes partidistas, aspirantes y candidatos, lo mismo que con ciertas estrellas del deporte o los espectáculos.

Al respecto, en su artículo “Democracia cercada: política y políticos en el espectáculo mediático”, el académico Raúl Trejo Delarbre expone: “[…] los políticos han encontrado que para ganar presencia en los medios de comunicación necesitan incitarlos con declaraciones o informaciones suficientemente atractivas. Mientras más agresiva, desmedida o estruendosa sea la declaración de un personaje político, mayor será el interés de los medios para propagarla de manera destacada. Mientras más perturbador o estrepitoso resulte, un documento filtrado a la prensa tendrá más posibilidades de alcanzar las primeras planas”.

Los tres vicios de los medios mexicanos que he repasado —la prevalencia de intereses políticos o económicos sobre el interés social, el predominio de prejuicios en el acercamiento a un tema y la competencia irracional por la información— tienen un común denominador: a todos ellos subyace el olvido de que el periodismo debe ser tanto un servicio a la sociedad como un pilar que sustente a la democracia.

Los medios privados son empresas que para funcionar deben ser rentables e incluso pueden tener una simpatía política, pero eso no justifica que se deje de lado el profesionalismo y se presenten coberturas sesgadas. Los periodistas somos personas con una visión sobre el mundo, pero no tenemos por qué imponerla a quienes nos leen, observan o escuchan. Y las redacciones queremos ganar las notas, ser una referencia para el público, pero eso debe lograrse con trabajos inteligentes que demuestren su valor noticioso, no publicando toda la mar de información que se genera en el mundo sólo por el hecho de que ahí está.


El camino cuesta arriba

A pesar de todo lo dicho hasta aquí, considero que la situación del periodismo mexicano puede mejorar y, con ello, contribuir a la transformación de México.

Mi convicción se sustenta principalmente en que, dentro y fuera de mi ámbito cercano de trabajo, todos los días compruebo que hay otros colegas que comparten inquietudes y posiciones autocríticas hacia la actividad del gremio, al mismo tiempo que se preguntan qué es lo que estamos aportando a la sociedad. Ignoro cuántos seamos o qué porcentaje representemos respecto del total de periodistas del país, pero sin duda es relevante la mera existencia de un núcleo de comunicadores interesados en establecer un mayor y mejor contacto con la gente, a fin de que ambos sectores puedan trabajar juntos en la construcción de una democracia real.

Frente a los enormes desafíos que México tiene frente a sí para consolidar su régimen democrático —entre ellos, combatir las desigualdades socioeconómicas, impulsar la generación de empleos y darle un giro a la educación básica—, los medios y quienes trabajamos en ellos tenemos la responsabilidad de asumir nuestros propios retos. Uno de ellos, que para mí resulta el más importante, es recordar diariamente que nuestra labor debe ser un bien social, un servicio que ayude a las personas a comprender su entorno y entenderse como ciudadanos.

José Woldenberg, ex consejero presidente del Instituto Federal Electoral (IFE), planteó el asunto de esta forma en su artículo “Consolidación democrática y medios de comunicación”, de 2004: “[…] entre los medios y la democracia hay principios comunes, una relación sustantiva que se retroalimenta mutuamente y que tiene su fundamento en el ejercicio de la responsabilidad de todos los actores. Se ha superado una etapa donde lo más importante era garantizar los derechos y las libertades de la ciudadanía; ahora entramos de lleno al desafío de elevar la calidad de nuestra democracia. Tanto en el planteamiento como en la solución de los nuevos problemas, los medios tienen un importante papel que jugar”.

Hace poco, una estudiante me preguntó qué puede hacer actualmente el periodismo por el país, aquejado como está por problemas como el crimen, la violencia, la pobreza o la parálisis política. Al cierre de este ensayo me hago de nuevo esa pregunta y llego a la misma conclusión: el periodismo no va a resolverlos, pero le toca alertar de su existencia, explicarlos, llamar la atención sobre los sectores que deben atenderlos y presentar alternativas para solucionarlos.

Los periodistas no vamos a cambiar a México, pero es tiempo de que nos sumemos a ese esfuerzo.


Bibliografía


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BASTENIER, Miguel Ángel. El blanco móvil. Curso de periodismo. Madrid, Ediciones El País, 2001.


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FERNÁNDEZ SANTILLÁN, José. “Opinión pública, sociedad civil y democracia” en revista Este País. México, 30 de junio de 2011.


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REDACCIÓN. “El PAN pide a alcalde y gobernador dejar cargos por escándalos en Monterrey” en CNNMéxico. México, 6 de septiembre de 2011, consultado el 9 de septiembre de 2011 a las 01:15 horas, dirección electrónica: http://mexico.cnn.com/nacional/2011/09/06/alcalde-de-monterrey-y-gobernador-de-nuevo-leon.


TREJO DELARBRE, Raúl. “Democracia cercada: política y políticos en el espectáculo mediático” en Democracia y medios de comunicación. México, IEDF, Colección Sinergia, 2004.


WOLDENBERG, José. “Consolidación democrática y medios de comunicación” en Democracia y medios de comunicación. México, IEDF, Colección Sinergia, 2004.


Nota: Este texto es producto del Sexto Diplomado de Actualización para Periodistas que estoy por terminar en el Tec de Monterrey, campus Ciudad de México. Es el trabajo con el que reabro este espacio, más de un año después de haberlo desatendido por falta de tiempo... y de disciplina, para decirlo con franqueza. Intentaré no volver a apartarme de este lugar, mi changarro, y hacer que este ensayo, al fin, se traduzca en algo más.