Monday, April 28, 2008

De China a Panamá, una ruta de medicina envenenada [traducción, cuarta y última parte]

NOTA: Continúa del post de ayer; cierre de la serie.


Walt Bogdanich y Jake Hooker


The New York Times

Mayo 6 de 2007

La confesión de un contrabandista
El poder para procesar a los contrabandistas está ahora en las manos de China.
La primavera pasada, el gobierno se movió rápidamente contra Wang, el otrora sastre que envenenó a habitantes de ese país.
Las autoridades dieron con él en un retén en Taizhou, una ciudad justo al norte de Taixing, en el “país químico”. Estaba débil y enfermo, y no había comido en dos días. Dentro de su sedán había un estado de cuenta y dinero en efectivo. Había huido sin su esposa ni su hijo adolescente.
Pacientes chinos habían muerto, un escándalo político estaba creciendo y las autoridades querían respuestas. Wang fue llevado al hospital. Después, en largas sesiones con los investigadores, de acuerdo con un oficial del gobierno que estuvo presente durante el interrogatorio, les dio lo que querían, explicando su esquema, cómo probó el jarabe industrial bebiéndolo, cómo decidió usar dietileno glicol y cómo invitó a compañías farmacéuticas a comprar su producto.
“Hizo una fortuna, pero nada de ella fue para su familia”, señaló Wang Xiaodong, un antiguo oficial de la villa que conoce a Wang y a sus hermanos. “Le gustaba apostar”.
Wang permanece en custodia en tanto las autoridades deciden si debe o no ser condenado a muerte. Qiqihar, la planta de drogas que fabricó la medicina venenosa, ha sido cerrada, y cinco empleados están siendo procesados por causar “un accidente serio”.
En contraste con la investigación sobre Wang Guiping, las autoridades chinas han sido renuentes en reconocer la relación de su gobierno con la tragedia en Panamá, que involucró a una compañía comercializadora estatal. Nadie en China ha sido acusado de haber cometido el fraude que ocasionó la muerte de tantos en territorio panameño.
Sun Jing, la oficial del programa farmacéutico para la OMS en Beijing, dijo que la agencia de salud envió un fax “para recordar al gobierno que China no debe estar vendiendo productos venenosos en el exterior”. Sun mencionó que la organización no recibió ninguna respuesta oficial.
El otoño pasado, a petición de Estados Unidos —Panamá no tiene relaciones diplomáticas con la nación asiática—, la Administración Estatal de Alimentos y Drogas de China investigó a la Fábrica de Glicerina Taixing y a Fortune Way.
La agencia probó una muestra de la glicerina de la fábrica y, según un oficial de estupefacientes, no encontró eso sino dietileno glicol y otras dos sustancias.
Desde entonces, la administración de drogas china ha concluido que no tiene jurisdicción en el caso porque la fábrica no está certificada para producir medicinas.
Y llegó a una conclusión similar acerca de Fortune Way, argumentando que como exportador no pertenece al negocio farmacéutico.
“No encontramos evidencia de que ninguna de estas dos compañías haya roto la ley”, señaló Yan Jiangying, vocera de la agencia de drogas. “Así que nunca fue abierta una investigación criminal”.
Un oficial de estupefacientes comentó que la investigación fue subsecuentemente transferida a una agencia que prueba y certifica productos comerciales —la Administración General de Supervisión de Calidad, Inspección y Cuarentena.
Pero esta agencia se sorprendió al saber que ahora estaba a cargo. “¿Qué investigación?”, preguntó Wang Jian, director para la circunscripción de Taixing. “No estoy al tanto de ninguna investigación sobre alguna fábrica de glicerina”.
Además, Huang Tong, un investigador de esa oficina, declaró: “Raramente nos involucramos con productos que son exportados”.
Wan Qigang, representante legal de la Fábrica de Glicerina Taixing, dijo en una entrevista el año pasado que las autoridades no lo habían cuestionado acerca del envenenamiento en Panamá, y que su compañía sólo elaboraba glicerina de tipo industrial.
“Puedo asegurarle que no tenemos conexión con Panamá o España”, afirmó Wan.
Pero en meses recientes la Fábrica de Glicerina ha anunciado en internet glicerina 99.5% pura.
Hace poco Wan rechazó responder más preguntas. “Si viene aquí como invitado, lo recibiré bien”, advirtió. “Pero si viene otra vez queriendo hablar de este asunto, haré una llamada”.
Un oficial del gobierno local comentó que Wan fue instruido para no dar entrevistas.
A cinco minutos a pie, otro fabricante, la Fábrica White Oil de Taixing, también anuncia glicerina médica en internet, aunque tampoco tiene autorización para elaborarla. El sitio web de la compañía dice que sus productos “han sido exportados a América, Australia e Italia”.
Ding Xiang, quien representa a White Oil, negó que su empresa produzca glicerina de tipo farmacéutico, pero agregó que compañías comercializadoras en Beijing con frecuencia llaman y preguntan por ésta.“Ellos quieren que etiquetemos los barriles como glicerina”, dijo Ding a finales de diciembre. “Yo les respondo que no puedo hacer eso”.
Ding aseveró que dejó de tomar llamadas de Beijing. “Si esto es llevado al exterior y usado inadecuadamente...”. No completó la idea. En el “país químico”, los nombres de los productos no son siempre lo que parecen.
“Las únicas dos fábricas en Taixing que dicen hacer glicerina no hacen glicerina”, mencionó Jiang Peng, quien vigila las inspecciones e investigaciones en aquella circunscripción para la Administración Estatal de Alimentos y Drogas. “Es un producto diferente”.


Todo en el nombre
Un misterio constante envuelve al nombre del producto elaborado por la Fábrica de Glicerina Taixing. La fábrica había bautizado su jarabe como glicerina “TD”. Las letras TD estaban virtualmente en todos los documentos del embarque. ¿Qué significaba TD?
Las autoridades médicas españolas concluyeron que hacía referencia a un proceso de elaboración. Los inspectores chinos pensaron que era la fórmula secreta del fabricante.
Pero Yuan Kailin, un antiguo vendedor de la compañía, narró que sabía qué significaba TD porque un amigo y ex gerente de la fábrica, Ding Yuming, alguna vez se lo dijo. TD representaba la palabra china “tidai”, explicó Yuan, quien dejó su trabajo en 1998 y sigue viviendo a una milla de distancia de la fábrica.
En chino, tidai significa sustituto. Una clave que pudo haber revelado que el veneno, el producto del contrabandista, se escondía a plena vista.
Una clave que estaba justo en el nombre del producto.


Con información de Renwick McLean y Brent McDonald

Sunday, April 27, 2008

De China a Panamá, una ruta de medicina envenenada [traducción, tercera de cuatro partes]

NOTA: Continúa del post de ayer.


Walt Bogdanich y Jake Hooker

The New York Times
Mayo 6 de 2007

Una fábrica sospechosa
Los panameños que quieran ver dónde comenzó su pesadilla tóxica pueden revisar el sitio web de la compañía en Hengxiang, China, a la cual los investigadores de cuatro países han identificado como la que elaboró el jarabe —la Fábrica de Glicerina Taixing. Ahí, bajo las palabras “Acerca de nosotros”, verían la fotografía de un moderno edificio blanco de unos 12 pisos, adornado por tres arcos en su entrada. La fábrica, presume su página electrónica, “puede estrictamente obedecer el contrato y mantener su palabra”.
Pero como con su jarabe, no todo es lo que parece.
No hay edificios altos en Hengxiang, un pueblo con un solo camino principal. La fábrica, según los oficiales chinos, no está certificada para vender ningún ingrediente médico. Y no se parece en nada a la fotografía en internet. En realidad, sus químicos son mezclados en un simple edificio de ladrillo de una sola habitación.
El inmueble se ubica en un complejo cercado, rodeado por tiendas pequeñas y granjas. En primavera los campos de canola pintan de amarillo el panorama. Cerca de la puerta frontal, una señal sobre el camino advierte: “Cuidado con los contrabandistas”. Sin embargo, fue colocada ahí por una fábrica de máquinas para pasta que parece estar preocupada por la competencia.
La Fábrica de Glicerina Taixing, de acuerdo con el investigador del gobierno, compró su dietileno glicol al mismo productor de quien lo adquirió Wang, el ex sastre. De este punto en el “país químico” de China, 46 barriles del jarabe tóxico comenzaron su viaje, pasando de compañía en compañía, de puerto en puerto y de país en país, aparentemente sin que nadie probara su contenido.
Los comerciantes deben estar extremadamente informados acerca de sus proveedores, explican oficiales de salud de Estados Unidos. “Uno simplemente no asume que lo que dice en la etiqueta es en efecto lo que está ahí”, dijo el doctor Murray Lumpkin, antiguo comisionado para programas internacionales especiales de la Administración de Drogas y Alimentos.
En el caso de Panamá, los nombres de los proveedores, de acuerdo con los registros y los investigadores, fueron removidos de los documentos de embarque conforme iban pasando de una entidad a otra. Esa es una práctica que algunos comerciantes usan para prevenir a los compradores de ignorarlos en futuras transacciones, pero también esconde la procedencia del producto.
El primer distribuidor fue la compañía comercializadora de Beijing CNSC Fortune Way, la unidad de una empresa estatal que comenzó surtiendo bienes y servicios al personal chino y a oficiales de negocios en el exterior.
En la medida que el mercado chino se expandió, Fortune Way se concentró en el negocio de los ingredientes farmacéuticos, y en 2003, hizo de intermediaria en la venta del sospechoso jarabe elaborado por la Fábrica de Glicerina Taixing. El certificado de análisis del fabricante mostraba que el contenido era 99.5% puro.
Aunque aún no ha sido públicamente aclarado si la Fábrica de Glicerina Taixing realmente efectuó esa prueba.
Los certificados de análisis originales deben ser entregados a cada comprador, explicó Kevin J. McGlue, miembro del Consejo Internacional de Excipientes Farmacéuticos.
Fortune Way tradujo al inglés el certificado, poniendo su nombre —no el de la Fábrica de Glicerina Taixing— al principio del documento, antes de enviar los barriles a una segunda compañía comercializadora, ésta en Barcelona.
Li Can, director gerente en Fortune Way, aseguró no recordar la transacción y que no podía comentar al respecto. Y añadió: “Hay un alto volumen de operaciones”.
Al recibir los barriles en septiembre de 2003, la compañía española Rasfer Internacional tampoco probó el contenido. Copió el análisis químico proporcionado por Fortune Way, y después puso su logotipo sobre el documento. Ascensión Criado, gerente de Rasfer, señaló en la respuesta a un correo electrónico que cuando Fortune Way embarcó el jarabe no informó quién lo elaboró.
Varias semanas después, Rasfer envió los barriles a un intermediario panameño, el Grupo de Negocios Medicom. “Medicom nunca nos preguntó por el nombre del fabricante”, argumentó Criado.
Un abogado de Medicom, Valentín Jaén, dijo que su cliente también fue una víctima en este asunto. “Fueron engañados por alguien”, mencionó. “Ellos actuaron de buena fe”.
En Panamá, los barriles permanecieron sin ser usados por más de dos años, y los oficiales declararon que Medicom indebidamente cambió la fecha de caducidad del jarabe.
Durante ese tiempo, la compañía nunca probó el producto. Y el gobierno panameño, que compró los 46 barriles y los utilizó para hacer medicina contra el resfriado, según los oficiales, también falló en detectar el veneno.
Esta ruta tóxica terminó en el torrente sanguíneo de gente como Ernesto Osorio, un antiguo profesor de preparatoria en Ciudad de Panamá. Pasó dos meses en el hospital después de ingerir, en septiembre pasado, el venenoso jarabe contra la tos.
Justo antes de Navidad, tras someterse a una diálisis, el señor Osorio estaba de pie afuera del gran hospital público de la ciudad, usando una camisa bañada en lágrimas y describiendo en qué se había convertido su vida.
“No soy una octava parte de lo que solía ser”, expresó, con su rostro parcialmente paralizado colgando como un trozo de carne. “Tengo problemas para caminar. Mire mi cara, mire mis lágrimas”. Éstas, dijo como disculpándose, no eran de la emoción, sino producto del daño a su sistema nervioso.
Y aun así, sabe que es una de las víctimas afortunadas. “Ellos no supieron cómo mantener al asesino lejos de la medicina”, comentó.
Mientras el sufrimiento en Panamá era grande, la ganancia potencial —al menos para Rasfer, la compañía comercializadora española— era sorprendentemente pequeña. Por los 46 barriles de glicerina Rasfer pagó a Fortune Way 9 mil 900 dólares; después, a decir de los registros, los vendió a Medicom en 11 mil 322 dólares.
Las autoridades chinas no han aclarado qué tanto Fortune Way y la Fábrica de Glicerina Taixing ignoraban o qué tanto sabían acerca de lo que había en los barriles.
“La falla tiene que ser rastreada hasta las áreas de producción”, declaró el doctor Motta, el cardiólogo en Panamá que ayudó a descubrir la fuente de la epidemia. “Este era mi ruego: esto nos está pasando a nosotros, asegúrate de que quien quiera que hizo esto no lo haga a Perú o Sierra Leona, o a cualquier otro lugar”.

Saturday, April 26, 2008

De China a Panamá, una ruta de medicina envenenada [traducción, segunda de cuatro partes]

NOTA: Continúa del post de ayer.


Walt Bogdanich y Jake Hooker


The New York Times
Mayo 6 de 2007

Una enfermedad misteriosa
A principios de septiembre pasado, los doctores en el gran hospital público de Ciudad de Panamá empezaron a notar pacientes que exhibían síntomas inusuales.
Inicialmente aparentaban tener el síndrome Guillain-Barré, un desorden neurológico relativamente raro que primero se presenta como una debilidad o sensación de temblor en las piernas. Esa debilidad con frecuencia se intensifica, expandiéndose hacia los brazos y el pecho, ocasionando algunas veces parálisis total y la incapacidad de respirar.
Los nuevos pacientes tenían parálisis, pero ésta no se extendía hacia arriba. También perdían rápidamente la capacidad de orinar, una condición no asociada con el Guillan-Barré. Y más inusual aún era el número de casos. Durante un año completo, los doctores habían visto alrededor de ocho expedientes de ese síndrome, mismo número que ya habían observado en tan sólo dos semanas.
Los médicos buscaron la ayuda de un especialista en enfermedades infecciosas, Néstor Sosa, un doctor de carácter intenso que compite en triatlones y certámenes de ajedrez de alto nivel.
La especialidad médica del doctor Sosa tenía una larga y rica historia en Panamá, alguna vez conocido como uno de los lugares más insalubres del mundo. En un año a finales del siglo XIX, una letal mezcla de fiebre amarilla y malaria mató a casi uno de cada 10 habitantes de Ciudad de Panamá. Sólo después de que Estados Unidos pudo vencer las enfermedades provenientes de los mosquitos pudo construir el Canal de Panamá sin la devastación que marcó un intento anterior de parte de los franceses.
Los presuntos casos de Guillain-Barré preocuparon al doctor Sosa. “Era algo realmente extraordinario, algo que evidentemente estaba alcanzando dimensiones epidémicas en nuestro hospital”, señaló.
Con esta rara enfermedad cuya tasa de mortalidad rondaba el 50%, el doctor Sosa alertó a la administración del hospital, que le pidió que constituyera y coordinara una fuerza especial para manejar la situación. La tarea, una carrera contra el reloj para atrapar un asesino, fue un reto que él tomó con interés.
Muchos años antes, el doctor Sosa había observado a otros doctores hallar la causa de otra epidemia, identificada después como Hantavirus, un patógeno diseminado por roedores.
“Cuidé algunos pacientes, pero de algún modo sentí que no hice suficiente”, narró. La siguiente ocasión, se prometió, sería diferente. Sosa instaló en el hospital un “cuarto de guerra” para las 24 horas, donde los médicos podían comparar notas y teorías al tiempo que revisaban registros médicos en busca de pistas.
Como precaución, los pacientes con la misteriosa enfermedad fueron aislados y ubicados en un gran cuarto vacío a la espera de novedades. Los enfermeros usaban máscaras, lo que elevó el miedo en el hospital y la comunidad.
“Eso expandió el pánico”, recordó el doctor Jorge Motta, un cardiólogo que dirige el Instituto Gorgas Memorial, un respetado centro de investigación médica en Panamá. “Esa es siempre una idea espeluznante: que te convertirás en el epicentro de una nueva enfermedad infecciosa, y especialmente una nueva que mata con un alto índice de mortalidad, como éste”.
Mientras tanto, los pacientes seguían llegando, y el personal del hospital apenas podía aguantar.
“Terminé dando RCP”, comentó el doctor Sosa. “No había dado RCP desde que era médico residente, pero había muchísimas crisis desarrollándose”.
Asustados pacientes del hospital tenían que ver a otros alrededor de ellos morir por razones que nadie entendía, temiendo que ellos pudieran ser los siguientes.
En la medida en que reportes de extraños síntomas de Guillain-Barré empezaron a llegar de otras partes del país, los médicos se dieron cuenta de que no estaban lidiando con un brote local.
Pascuala Pérez de González, de 67 años, buscó tratamiento para un resfriado en una clínica de la provincia de Coclé, a unas tres horas en automóvil de Ciudad de Panamá. A finales de septiembre fue atendida y enviada de regreso a casa. Tras unos días, ya no pudo comer ni orinar y comenzó a tener convulsiones.
Se tomó la decisión de llevarla al hospital público de Cuidad de Panamá, pero en el caminó dejó de respirar y tuvo que ser resucitada. Llegó al nosocomio en estado de coma profundo y más tarde murió.
Los registros médicos contenían claves, aunque también muchos falsos indicios. Las primeras víctimas tendían a ser hombres mayores de 60 años y diabéticos con alta presión sanguínea. Cerca de la mitad habían recibido Lisinoprill, un medicamento para la presión distribuido por el sistema de salud pública.
Pero muchas personas que no tomaron Lisinoprill también habían enfermado. Debido a la posibilidad de que esos pacientes hubieran olvidado que habían ingerido la medicina, los doctores retiraron el Lisinoprill de las farmacias —sólo para regresarlo una vez que las pruebas no detectaron nada malo.
Los investigadores descubrirían después que el Lisinoprill sí jugó un rol importante, aunque indirecto, en esta epidemia; sin embargo, no en el modo en que ellos habían imaginado.



Una pista mayor
Un paciente de particular interés para el doctor Sosa llegó al hospital con un ataque al corazón, aunque sin los síntomas de Guillain-Barré. Durante el tratamiento este paciente recibió varias drogas, incluyendo Lisinoprill. Después de un tiempo, empezó a exhibir el mismo desorden neurológico propio de la misteriosa enfermedad.
“Este paciente es una pista mayor”, recordó haber dicho el doctor Sosa. “Esto no es algo ambiental, esto no es una medicina popular que ha sido llevada por los pacientes a sus casas. Este paciente desarrolló la enfermedad en el hospital, enfrente de nosotros”.
Luego, otro paciente dijo a Sosa que él también desarrolló los síntomas después de tomar Lisinoprill, pero debido a que la medicina le hacía toser, igualmente utilizó un jarabe —el mismo que se le había dado al enfermo del corazón.
“Dije: ‘esto tiene que ser’”, relató el doctor Sosa. “Necesitamos investigar este jarabe contra la tos”.
Inicialmente este medicamento no había levantado muchas sospechas porque varias de las víctimas no recordaban haberlo tomado.
“El 25% de las personas afectadas negaron haber ingerido el jarabe contra la tos porque eso no fue un evento significativo en sus vidas”, declaró el doctor Motta.
Investigadores de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC, por sus siglas en inglés), que estaban ayudando en Panamá, rápidamente pusieron las botellas en un avión del gobierno y las enviaron a pruebas en la Unión Americana. Al día siguiente, 11 de octubre, mientras los oficiales de salud panameños atendían una conferencia de prensa, un Blackberry en el cuarto sonó.
Las pruebas, reportaban los CDC, habían dado positivo para dietileno glicol en el jarabe contra la tos.
El misterio había sido revelado. Resultó que los barriles etiquetados como glicerina contenían veneno.
La gran emoción del doctor Sosa por haber descubierto la causa no duró mucho. “Es nuestro medicamento el que está matando a esta gente”, dijo haber pensado. “No es un virus, no es algo que pescan allá afuera; era algo que nosotros fabricábamos”.
Rápidamente inició una campaña nacional para impedir que las personas usaran el jarabe contra la tos. Los vecindarios fueron registrados, pero miles de botellas habían sido desechadas o no pudieron ser encontradas.
En la medida que avanzaba la investigación, dos importantes tareas seguían pendientes: contar los muertos y asignar culpas. Ninguna ha sido sencilla.
Un conteo preciso es por completo imposible ya que, de acuerdo con las autoridades médicas, las víctimas fueron enterradas antes de que se supiera la causa, y los pacientes pobres probablemente ni siquiera vieron a un doctor.
Otro problema es que encontrar restos de dietileno glicol en cuerpos en descomposición es cuando menos difícil, explican los expertos. A pesar de ello, un patólogo argentino que ha estudiado los envenenamientos por dietileno glicol ayudó a desarrollar una prueba para detectar la toxina en cuerpos exhumados. Siete de los primeros nueve cuerpos examinados, según las autoridades panameñas, mostraron rastros del veneno.
Con la temporada de lluvias a punto de regresar, empero, las exhumaciones están por terminar. El doctor José Vicente Pachar, director del Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses de Panamá, dijo que como científico le gustaría un conteo final de las muertes. Pero agregó: “Debo aceptar la realidad de que en el caso de Panamá no vamos a conocer el número exacto”.
Los fiscales locales han realizado algunos arrestos y están investigando a otras personas conectadas con este caso, incluyendo oficiales de la compañía de importación y de la agencia de gobierno que mezcló y distribuyó la medicina contra el resfriado. “Nuestras responsabilidades son establecer o descubrir la verdad”, sentenció Dimas Guevara, el investigador de homicidios que guía la pesquisa.
Pero hasta el momento los fiscales no han logrado señalar a nadie como el culpable de haber llevado a cabo el contrabando de glicerina. Y si la investigación panameña se extiende como otras lo han hecho, es muy improbable que alguna vez lo consiga.

Friday, April 25, 2008

De China a Panamá, una ruta de medicina envenenada [traducción, primera de cuatro partes]

ADVERTENCIA: El pasado 7 de abril fueron entregados los Premios Pulitzer 2008. Walt Bogdanich y Jake Hooker, de The New York Times, fueron galardonados en la categoría de reportaje de investigación por sus trabajos agrupados en la serie "A Toxic Pipeline", algo así como "Un ducto tóxico" o "Un camino tóxico". A continuación, y durante los siguientes días, se presenta la traducción que el autor de este blog hizo del primer texto de esa cobertura.
¿Por qué? Si bien para apreciar este reportaje es necesario ubicarlo en el estilo del periodismo estadounidense (con interpretaciones dramáticas que suelen no gustarme), e igualmente guarda una postura tibia hacia las autoridades de su país, creo que vale la pena tomarlo como un ejemplo más de cómo se puede presentar una investigación periodística: con el respaldo de mucha, mucha información y guíado por la dinámica de un relato; contando una historia, pues.
Quien además de echar un ojo a esta traducción, o en vez de ella, quiera revisar el original puede dar clic aquí.


Walt Bogdanich y Jake Hooker


The New York Times
Mayo 6 de 2007


Primero fallan los riñones. Luego el sistema nervioso central comienza a funcionar mal. La parálisis se extiende, dificultando la respiración hasta con frecuencia hacerla imposible sin asistencia. Al final, la mayoría de las víctimas muere.
Muchas de ellas son niños, envenenados por las manos de sus despreocupados padres.
El veneno almibarado, dietileno glicol, es una parte indispensable del mundo moderno, un solvente industrial e ingrediente primario de algunos anticongelantes.
También es un asesino. Y las muertes, si no son intencionales, frecuentemente tampoco son accidentales.
A través de los años, este veneno ha sido vertido en todo tipo de medicinas —jarabes contra la tos, medicamentos contra la fiebre, drogas inyectables— debido a contrabandistas que lucran sustituyendo un jarabe seguro y más caro, usualmente glicerina, comúnmente usado en drogas, alimentos, pastas de dientes y otros productos, por este solvente de sabor dulce.
El jarabe tóxico ha figurado por lo menos en ocho envenenamientos masivos alrededor del mundo en las pasados dos décadas. Investigadores estiman que miles de personas han muerto. En muchos casos, el origen preciso del veneno nunca ha sido determinado. Pero registros y entrevistas muestran que en tres de los cuatro últimos casos ha sido elaborado en China, una fuente mayor para el contrabando de drogas.
Panamá es la víctima más reciente. El año pasado, oficiales de gobierno, inadvertidamente, mezclaron dietileno glicol en 260 mil botellas de medicina contra el resfriado —con resultados devastadores. Familias han reportado 365 muertes a causa del veneno, 100 de las cuales han sido confirmadas hasta el momento. Con la cercanía de la temporada de lluvias, los investigadores se están apresurando a exhumar cuantas víctimas potenciales sea posible antes de que los cuerpos se descompongan más.
Este camino de muerte en Panamá conduce directamente a las compañías chinas que fabricaron y exportaron el veneno como si fuera 99.5% glicerina pura.
Cuarenta y seis barriles de este jarabe tóxico llegaron a través de una ruta que se extiende alrededor del mundo. Por medio de registros de embarque y entrevistas con oficiales de gobierno, The New York Times siguió esta ruta desde el puerto panameño de Colón, luego a compañías comercializadoras en Barcelona, España y Beijing, hasta su comienzo cerca del delta del río Yangtze, en un lugar que los pobladores locales llaman “el país químico”.
La glicerina de contrabando pasó a través de tres compañías comercializadoras en tres continentes, sin que ninguna de ellas probara el jarabe para confirmar que en realidad fuera lo que decía en la etiqueta. A lo largo del camino, un certificado que falsamente validaba la pureza del cargamento fue alterado repetidamente, eliminando el nombre del fabricante y anterior dueño. Como resultado, los comerciantes adquirieron el jarabe sin saber de dónde provenía o quién lo había hecho. Con esta información pudieron haber descubierto —como lo hizo el Times— que el fabricante no estaba certificado para producir ingredientes farmacéuticos.
Un examen de los dos casos de envenenamiento del año pasado —en Panamá y antes en China— muestra cómo las reglas de seguridad de China se han rezagado respecto de su creciente rol como proveedor mundial de bajo costo. Y también demuestra cómo una poco vigilada cadena de comerciantes de país en país permite al contrabando de medicinas contaminar el mercado global.
La semana pasada, la Administración de Drogas y Alimentos de Estados Unidos (FDA, por sus siglas en inglés) advirtió a los fabricantes y proveedores de medicamentos en el país que estuvieran “especialmente alerta” a la búsqueda de dietileno glicol. La advertencia no mencionó específicamente a China, y decía que no había “razones para creer” que hubiera glicerina contaminada en la nación. A pesar de ello, la agencia pidió que todos los cargamentos de glicerina fueran probados para detectar dietileno glicol y dijo que estaba “explorando cómo se contaminan los embarques de glicerina”.
China, además, está siendo acusada por autoridades de Estados Unidos de exportar gluten de trigo con un químico industrial, melamina, que terminó en alimento para mascotas y ganado. La FDA recientemente prohibió las importaciones chinas de gluten de trigo después de que éste fue ligado a la muerte de mascotas en la Unión Americana.
Más allá de Panamá y China, el jarabe tóxico ha causado envenenamientos masivos en Haití, Bangladesh, Argentina, Nigeria y dos veces en India.
En Bangladesh, los investigadores encontraron veneno en siete marcas de medicamento contra la fiebre en 1992, pero sólo después de que muchísimos niños murieron. Un laboratorio en Massachusetts detectó el siniestro después de que el doctor Michael L. Bennish, un pediatra que trabaja en países en desarrollo, extrajo en una maleta muestras del jarabe contaminado. El doctor Bennish, quien investigó la epidemia en Bangladesh y en 1995 ayudó a escribir un artículo al respecto para BMJ, anteriormente conocido como el British Medical Journal, dijo que dada la cantidad de medicamento distribuido, las muertes “debían ser miles o decenas de miles”.
“Está tremendamente fuera de registro”, señaló el doctor Bennish acerca del envenenamiento con dietileno glicol. Es posible, mencionó, que los médicos no sospechen la existencia de una medicina tóxica, particularmente en países pobres con recursos limitados y con una población generalmente enfermiza, y añadió: “La mayoría de la gente que muere no acude a instalaciones médicas”.
Los fabricantes de la glicerina de contrabando, que superficialmente parece y actúa como la sustancia real pero por lo general cuesta considerablemente menos, raramente son identificados, y mucho menos procesados, debido a la dificultad de rastrear cargamentos a través de las fronteras. “Este es realmente un problema global, y necesita ser manejado de un modo global”, apuntó el doctor Henk Bekedam, el más alto representante de la Organización Mundial de la Salud (OMS) para Beijing.
Hace 70 años, medicina contaminada con dietileno glicol mató a más de 100 personas en Estados Unidos, lo que condujo a las regulaciones sobre drogas más duras de esa época y a la creación de la moderna Administración de Drogas y Alimentos.
La FDA ha tratado de ayudar en los casos de envenenamiento alrededor del mundo, pero eso es todo lo que puede hacer.
Cuando al menos 88 niños murieron en Haití hace una década, investigadores de la FDA siguieron el veneno hasta la ciudad manchuriana de Dalian, pero sus intentos de visitar al presunto fabricante, de acuerdo con registros internos del Departamento de Estado, fueron repetidamente bloqueados por oficiales chinos. Los permisos fueron entregados más de un año después, pero para entonces la planta se había mudado y sus expedientes habían sido destruidos.
“Todos los oficiales chinos que contactamos con relación a este asunto rechazaron involucrarse”, escribió la embajada estadounidense en Beijing en un cable confidencial. “No podemos ser optimistas acerca de nuestras posibilidades de tener éxito en rastrear los otros posibles embarques de glicerina”.
De hecho, el Times encontró registros que muestran que la misma compañía china implicada en el envenenamiento de Haití también embarcó hacia Estados Unidos alrededor de 50 toneladas de glicerina de contrabando en 1995. Algunas de ellas fueron revendidas a otro comprador estadounidense, la Corporación Avatar, antes de que la decepción fuera descubierta.
“Gracias a Dios que la atrapamos cuando lo hicimos”, dijo Philip Ternes, oficial en jefe de operaciones de Avatar, un proveedor para el área de Chicago de farmacéuticos al mayoreo y productos no medicinales. La FDA declaró no estar al tanto de este cargamento.
En China, el gobierno está prometiendo que limpiará su industria farmacéutica, debido en parte a las críticas hacia el contrabando de drogas que invade los mercados del mundo. En diciembre, dos altos funcionarios reguladores de drogas fueron arrestados bajo cargos de aceptar sobornos para aprobar algunas sustancias. Además, según la OMS, 440 operaciones de contrabando fueron cerradas el año pasado.
Pero cuando los oficiales chinos investigaron el rol de las compañías de ese país en las muertes de Panamá, encontraron que no se había roto ninguna ley, de acuerdo con un oficial de agencia fiscalizadora de drogas de la nación. La regulación china sobre drogas es “un hoyo negro”, comentó un comerciante que ha hecho negocios a través de CNSC Fortune Way, la empresa intermediaria con base en Beijing de la cual los investigadores afirman que fue un conducto crucial para el veneno que llegó a Panamá.
En este ambiente, Wang Guiping, un sastre con una educación de noveno grado y acceso a un libro de química, halló fácil entrar al negocio del abastecimiento farmacéutico como intermediario. Rápidamente descubrió que lo que otros habían visto antes que él: el contrabando era una vía simple para incrementar ganancias.
Y fue entonces que personas en China comenzaron a morir.



Engañando al sistema
Wang pasó años como sastre en los pueblos manufactureros del delta del río Yangtze, en la China oriental. Pero él, dicen los habitantes de las villas, no quería seguir siendo un simple artesano. Puso la mirada en el comercio de químicos, un negocio afincado en las muchas pequeñas plantas químicas que han brotado en la región.
“Él no sabía lo que estaba haciendo”, declaró en una entrevista Wang Guoping, el hermano mayor de Wang. “No entendía de químicos”.
Pero sí entendió cómo burlar al sistema.
Wang Guiping, de 41 años, se percató de que podía ganar dinero extra sustituyendo un jarabe industrial más barato —no aprobado para consumo humano— por jarabe farmacéutico. Para engañar a los compradores del sector, revelan los registros, falsificó sus licencias y reportes de análisis de laboratorio.
Wang mencionó después a los investigadores que no imaginó que algún daño pudiera resultar de la sustitución, ya que él inicialmente probó una pequeña cantidad. Y lo hizo con el grado de experiencia de un sastre.
Ingirió un poco del líquido. Cuando nada pasó, embarcó el cargamento.
Una compañía que usó el jarabe recién a inicios de 2005 fue la farmacéutica Qiqihar número 2, ubicada a unas mil millas, en la provincia nororiental de Heilongjiang. Un comprador para la fábrica había visto el anuncio del jarabe de Wang en un sitio web dedicado a la industria.
Después de un tiempo, de acuerdo con un investigador chino, Wang se abocó a encontrar un jarabe sustituto aún más barato de manera que pudiera incrementar más sus ganancias. En un libro de química encontró lo que estaba buscando: otro jarabe inodoro —dietileno glicol. En aquel tiempo, según el investigador, éste se vendía por entre 6 mil y 7 mil yuanes la tonelada, o entre 725 y 845 dólares, mientras que el jarabe farmacéutico costaba 15 mil yuanes, unos mil 815 dólares.
Wang no bebió de esta segunda tanda de jarabe antes de embarcarla rumbo a la farmacéutica Qiqihar, señaló el investigador del gobierno, y agregó: “Él sabía que era peligroso, pero no que podía matar”.
El fabricante utilizó el jarabe tóxico en cinco productos: ampolletas de Amillarisin A para problemas de la vesícula biliar, un fluido especial para enema infantil, una inyección para enfermedades de los vasos sanguíneos, un analgésico intravenoso y tratamiento contra la artritis.
En abril de 2006, uno de los hospitales más lujosos del sur de China, en Guangzhou, en la provincia de Guangdong, comenzó a administrar Amillarisin A. Tras alrededor de un mes, al menos 18 personas habían muerto después de ingerir el medicamento, aunque algunos de ellos ya estaban bastante enfermos.
Zhou Jianhong, de 33 años, relató que su padre tomó su primera dosis de Amillarisin A el 19 de abril. Una semana después estaba en condición crítica. “Si vas a morir, quieres morir en casa”, declaró Zhou, “así que lo sacamos del hospital”. Murió al día siguiente.
“Todos quieren invertir en la industria farmacéutica y ésta está creciendo, pero los reguladores no pueden mantenerse a la par”, opinó Zhou. “Necesitamos un sistema que respalde nuestra seguridad”.
El último conteo de las muertes no está claro, debido a que algunas de las personas que tomaron la medicina pudieron haber muerto en áreas menos pobladas.
En un pueblo pequeño en la provincia de Sichuan, un hombre llamado Zhou Lianghui dijo que las autoridades no reconocerían que su esposa había muerto por haber ingerido el Amillarisin A contaminado. Pero Zhou, de 38 años, apuntó que él relacionó el número de identificación de la tanda de medicina que su esposa recibió con una circular de advertencia distribuida por los oficiales de drogas.
“Probablemente no puedas entender un pueblo pequeño si eres de Beijing”, comentó Zhou Lianghui en una entrevista telefónica. “El cielo está alto, y el emperador está lejos. Hay muchos problemas aquí con los que la ley no puede hacer nada”.
La falla del gobierno en impedir que el veneno contaminara el abastecimiento de drogas causó uno de los más grandes escándalos domésticos del año. En mayo pasado, el primer ministro, Wen Jiabao, ordenó una investigación de las muertes, y declaró: “El mercado farmacéutico está en desorden”.
Casi al mismo tiempo, a 9 mil millas de distancia, en Panamá, la larga temporada de lluvias había comenzado. Anticipando resfriados y casos de tos, el programa gubernamental de salud comenzó a fabricar jarabes y antihistamínicos. El medicamento contra la tos no tenía azúcar a fin de que incluso los diabéticos pudieran usarlo.
La medicina fue mezclada con un jarabe amarillo pálido, casi traslúcido, que había llegado en 46 barriles desde Barcelona en el contenedor del barco Tobías Maersk. Los registros del embarque señalaban que el contenido era 99.5% glicerina pura.
Tomaría muchos meses y muchas muertes antes de que se descubriera que ese certificado era totalmente falso.

Monday, April 21, 2008

Relación SNTE-gobierno ha impedido cambios en la educación: investigadora

A principios de marzo, Elba Esther Gordillo, presidenta del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), convocó a los maestros de México a “armar los relevos generacionales” dentro de la organización gremial. De inmediato, la declaración de quien ha dirigido al magisterio por casi 20 años fue interpretada como el anuncio de su retiro cercano. El 3 de abril, no obstante, Gordillo fue ratificada en el cargo al tiempo que informó de la reestructuración del Comité Ejecutivo Nacional del organismo y defendió la “revolución educativa” que éste dice enarbolar.
Mientras, son varias las voces que critican su liderazgo, al propio sindicato y la incidencia de ambos en la educación básica. En su libro Los socios de Elba Esther, por ejemplo, el analista Ricardo Raphael denuncia prácticas como el manejo discrecional de las cuotas de los agremiados por parte de la cúpula sindical, la venta de plazas, el ascenso en la carrera magisterial no con base en el desempeño de los docentes, sino a partir de las lealtades hacia los líderes de sección, y también la represión a la disidencia.
Sobre el SNTE —el más grande sindicato de maestros de América Latina con alrededor de millón y medio de afiliados—, Lourdes Chehaibar, directora del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación de la UNAM, señala que “el poder que ha ido amasando en diferentes periodos históricos está no sólo crecido, sino consolidado a partir de los tres últimos sexenios”. “La profesora Gordillo —añade— es una líder política con una capacidad de maniobra muy impresionante, que, aunque diga lo contrario y con todo el respeto que me pueda merecer, no ha hecho un trabajo al frente de la dirigencia del SNTE que esté orientado a una ‘revolución educativa’, como ahora la nombraron”.
Para Chehaibar, la relación sindicato-gobierno, desde la época del PRI, ha buscado mantener privilegios no asociados con la transformación educativa. Por otra parte, la investigadora reconoce que la profesión docente es poco valorada socialmente y asegura que el profesorado merece un salario digno. Sin embargo, a su juicio no se ha atendido el problema de la formación, actualización y desempeño de los maestros.
De acuerdo con la académica, una reforma educativa profunda debería sustentarse en la formación de los profesores, y a pesar de que el SNTE pudiera no estar dispuesto a colaborar en estos cambios ni le corresponde plantearlos, “tendría que haber una voluntad política mucho más fuerte del gobierno federal y de los sectores involucrados en lo educativo” para comenzar con las modificaciones en la materia. “Si no caminamos por ahí —sentencia—, vamos a tener otro sexenio perdido”.
—Dentro de los problemas del sistema de educación básica nacional, ¿cuál es el peso del SNTE y de otros factores?
—El sindicato es un obstáculo, pero no el único. El sistema educativo mexicano enfrenta una diversidad de problemas que no pueden sólo explicarse a través del comportamiento del magisterio. De entrada, hablamos de un país con una desigualdad lacerante. Los problemas de nuestro sistema educativo en parte dependen de la transformación del sindicato, pero mientras exista una población infantil en condiciones de marginalidad y pobreza no se puede levantar al sistema. Hay elementos que se van conjuntando y que tendrían que ser tomados en cuenta. Por eso creo que un tema de voluntad política muy seria tendría que ser pensar en cambios de corto, mediano y largo plazo, e idear lo educativo en un horizonte de 30 años de tal manera que no sigamos en el rezago que estamos acumulando.
—Uno de los señalamientos más recurrentes hacia el SNTE es que, desde su fundación, ha sido un instrumento de control político-electoral, no uno educativo.
—El objeto de los sindicatos es velar por los intereses laborales de sus agremiados. Surgen en la historia del desarrollo del capitalismo para defender a los trabajadores de una sobreexplotación vinculada a la acumulación de riqueza de unos cuantos, y es una lucha humana de la mayor envergadura de finales del siglo XIX, principios del XX. El SNTE, en ese sentido, no es el responsable de plantear la reforma educativa; no es su función. Pero el sindicalismo en el ámbito educativo debería tener otras características, porque el objeto de lo educativo en la vida pública no es la acumulación de ganancias para un grupo, sino la mayor difusión posible de la cultura y el saber. Y si bien no podemos ir en contra de derechos laborales elementales, habría que pensar que el sindicalismo en el espacio educativo público debería manejarse con otras características, porque los más dañados por una huelga son los estudiantes.
—¿Qué rasgos debería reunir ese sindicalismo en el espacio educativo público?
—Estar acotado a lo que significa condiciones de trabajo como horarios o salarios. Y buscar formas de defender esos intereses que no invadan el espacio del objeto central de las instituciones educativas. ¿Cómo defiende un sindicato un incremento salarial si no es a través de la huelga? No lo sé, pero tendríamos que pensar otras formas que no dañaran al objeto central de la institución donde esos trabajadores se desempeñan. Los trabajadores de la educación realizamos un trabajo como cualquier otro: debemos tener una jornada, un salario, ciertas prestaciones. Pero hay que separar las tensiones de la vida laboral del quehacer como académico, profesor, supervisor. No es fácil, pero habría que pensar en formas de defender derechos legítimos que no invadieran al objeto central de las instituciones.
—Ante un panorama en el que el gobierno federal no parece querer impulsar una reforma educativa y en el que el sindicato tampoco promoverá esos cambios, ¿qué pueden hacer las propias instituciones educativas, los medios, la sociedad?
—Lo que hacemos cada quien en su ámbito. Los medios han destacado, a veces con amarillismo, las deficiencias de lo educativo. Esa es una forma de que la sociedad se dé cuenta de que el tema debe ser una prioridad. A quienes estamos en las instituciones educativas nos tocan diferentes tareas. La mayoría de los maestros está comprometida con sus grupos. Hablar de Elba Esther o de la cúpula del SNTE no es hablar de todos. Generalizar no nos sirve. Hay muchos maestros que hacen lo que les toca pero están muy solos. Quienes hacemos investigación educativa o estamos en las universidades tenemos una gran responsabilidad porque podemos alertar de ciertas condiciones, siempre y cuando nos oigan. El gobierno federal tiene que voltear a las instituciones. Nos toca proponer; a ellos, oírnos y hacer una articulación mucho más seria que no ha tenido tradición en este país. Cuesta mucho que se oiga la voz de los académicos. Hay que ir acercándonos. La política debe oír a las instituciones, reconocer el saber que se genera en el país, conocer las experiencias del resto del mundo, incrementar los recursos para la investigación y así poder construir otro desarrollo.


Nota: Una versión editada de esta entrevista fue publicada en la revista electrónica Terra Magazine.