Sunday, April 27, 2008

De China a Panamá, una ruta de medicina envenenada [traducción, tercera de cuatro partes]

NOTA: Continúa del post de ayer.


Walt Bogdanich y Jake Hooker

The New York Times
Mayo 6 de 2007

Una fábrica sospechosa
Los panameños que quieran ver dónde comenzó su pesadilla tóxica pueden revisar el sitio web de la compañía en Hengxiang, China, a la cual los investigadores de cuatro países han identificado como la que elaboró el jarabe —la Fábrica de Glicerina Taixing. Ahí, bajo las palabras “Acerca de nosotros”, verían la fotografía de un moderno edificio blanco de unos 12 pisos, adornado por tres arcos en su entrada. La fábrica, presume su página electrónica, “puede estrictamente obedecer el contrato y mantener su palabra”.
Pero como con su jarabe, no todo es lo que parece.
No hay edificios altos en Hengxiang, un pueblo con un solo camino principal. La fábrica, según los oficiales chinos, no está certificada para vender ningún ingrediente médico. Y no se parece en nada a la fotografía en internet. En realidad, sus químicos son mezclados en un simple edificio de ladrillo de una sola habitación.
El inmueble se ubica en un complejo cercado, rodeado por tiendas pequeñas y granjas. En primavera los campos de canola pintan de amarillo el panorama. Cerca de la puerta frontal, una señal sobre el camino advierte: “Cuidado con los contrabandistas”. Sin embargo, fue colocada ahí por una fábrica de máquinas para pasta que parece estar preocupada por la competencia.
La Fábrica de Glicerina Taixing, de acuerdo con el investigador del gobierno, compró su dietileno glicol al mismo productor de quien lo adquirió Wang, el ex sastre. De este punto en el “país químico” de China, 46 barriles del jarabe tóxico comenzaron su viaje, pasando de compañía en compañía, de puerto en puerto y de país en país, aparentemente sin que nadie probara su contenido.
Los comerciantes deben estar extremadamente informados acerca de sus proveedores, explican oficiales de salud de Estados Unidos. “Uno simplemente no asume que lo que dice en la etiqueta es en efecto lo que está ahí”, dijo el doctor Murray Lumpkin, antiguo comisionado para programas internacionales especiales de la Administración de Drogas y Alimentos.
En el caso de Panamá, los nombres de los proveedores, de acuerdo con los registros y los investigadores, fueron removidos de los documentos de embarque conforme iban pasando de una entidad a otra. Esa es una práctica que algunos comerciantes usan para prevenir a los compradores de ignorarlos en futuras transacciones, pero también esconde la procedencia del producto.
El primer distribuidor fue la compañía comercializadora de Beijing CNSC Fortune Way, la unidad de una empresa estatal que comenzó surtiendo bienes y servicios al personal chino y a oficiales de negocios en el exterior.
En la medida que el mercado chino se expandió, Fortune Way se concentró en el negocio de los ingredientes farmacéuticos, y en 2003, hizo de intermediaria en la venta del sospechoso jarabe elaborado por la Fábrica de Glicerina Taixing. El certificado de análisis del fabricante mostraba que el contenido era 99.5% puro.
Aunque aún no ha sido públicamente aclarado si la Fábrica de Glicerina Taixing realmente efectuó esa prueba.
Los certificados de análisis originales deben ser entregados a cada comprador, explicó Kevin J. McGlue, miembro del Consejo Internacional de Excipientes Farmacéuticos.
Fortune Way tradujo al inglés el certificado, poniendo su nombre —no el de la Fábrica de Glicerina Taixing— al principio del documento, antes de enviar los barriles a una segunda compañía comercializadora, ésta en Barcelona.
Li Can, director gerente en Fortune Way, aseguró no recordar la transacción y que no podía comentar al respecto. Y añadió: “Hay un alto volumen de operaciones”.
Al recibir los barriles en septiembre de 2003, la compañía española Rasfer Internacional tampoco probó el contenido. Copió el análisis químico proporcionado por Fortune Way, y después puso su logotipo sobre el documento. Ascensión Criado, gerente de Rasfer, señaló en la respuesta a un correo electrónico que cuando Fortune Way embarcó el jarabe no informó quién lo elaboró.
Varias semanas después, Rasfer envió los barriles a un intermediario panameño, el Grupo de Negocios Medicom. “Medicom nunca nos preguntó por el nombre del fabricante”, argumentó Criado.
Un abogado de Medicom, Valentín Jaén, dijo que su cliente también fue una víctima en este asunto. “Fueron engañados por alguien”, mencionó. “Ellos actuaron de buena fe”.
En Panamá, los barriles permanecieron sin ser usados por más de dos años, y los oficiales declararon que Medicom indebidamente cambió la fecha de caducidad del jarabe.
Durante ese tiempo, la compañía nunca probó el producto. Y el gobierno panameño, que compró los 46 barriles y los utilizó para hacer medicina contra el resfriado, según los oficiales, también falló en detectar el veneno.
Esta ruta tóxica terminó en el torrente sanguíneo de gente como Ernesto Osorio, un antiguo profesor de preparatoria en Ciudad de Panamá. Pasó dos meses en el hospital después de ingerir, en septiembre pasado, el venenoso jarabe contra la tos.
Justo antes de Navidad, tras someterse a una diálisis, el señor Osorio estaba de pie afuera del gran hospital público de la ciudad, usando una camisa bañada en lágrimas y describiendo en qué se había convertido su vida.
“No soy una octava parte de lo que solía ser”, expresó, con su rostro parcialmente paralizado colgando como un trozo de carne. “Tengo problemas para caminar. Mire mi cara, mire mis lágrimas”. Éstas, dijo como disculpándose, no eran de la emoción, sino producto del daño a su sistema nervioso.
Y aun así, sabe que es una de las víctimas afortunadas. “Ellos no supieron cómo mantener al asesino lejos de la medicina”, comentó.
Mientras el sufrimiento en Panamá era grande, la ganancia potencial —al menos para Rasfer, la compañía comercializadora española— era sorprendentemente pequeña. Por los 46 barriles de glicerina Rasfer pagó a Fortune Way 9 mil 900 dólares; después, a decir de los registros, los vendió a Medicom en 11 mil 322 dólares.
Las autoridades chinas no han aclarado qué tanto Fortune Way y la Fábrica de Glicerina Taixing ignoraban o qué tanto sabían acerca de lo que había en los barriles.
“La falla tiene que ser rastreada hasta las áreas de producción”, declaró el doctor Motta, el cardiólogo en Panamá que ayudó a descubrir la fuente de la epidemia. “Este era mi ruego: esto nos está pasando a nosotros, asegúrate de que quien quiera que hizo esto no lo haga a Perú o Sierra Leona, o a cualquier otro lugar”.

1 comment:

Necio Hutopo said...

Y bueno... Tioene usted algunos fallos a la hopra de las concordancias y los tiempos, pero (y lo he dicho antes) yo no lo habría podido traducir... ya no digamos mejor (que decididamente no podría)... Sino sercanamente bien...