Friday, April 25, 2008

De China a Panamá, una ruta de medicina envenenada [traducción, primera de cuatro partes]

ADVERTENCIA: El pasado 7 de abril fueron entregados los Premios Pulitzer 2008. Walt Bogdanich y Jake Hooker, de The New York Times, fueron galardonados en la categoría de reportaje de investigación por sus trabajos agrupados en la serie "A Toxic Pipeline", algo así como "Un ducto tóxico" o "Un camino tóxico". A continuación, y durante los siguientes días, se presenta la traducción que el autor de este blog hizo del primer texto de esa cobertura.
¿Por qué? Si bien para apreciar este reportaje es necesario ubicarlo en el estilo del periodismo estadounidense (con interpretaciones dramáticas que suelen no gustarme), e igualmente guarda una postura tibia hacia las autoridades de su país, creo que vale la pena tomarlo como un ejemplo más de cómo se puede presentar una investigación periodística: con el respaldo de mucha, mucha información y guíado por la dinámica de un relato; contando una historia, pues.
Quien además de echar un ojo a esta traducción, o en vez de ella, quiera revisar el original puede dar clic aquí.


Walt Bogdanich y Jake Hooker


The New York Times
Mayo 6 de 2007


Primero fallan los riñones. Luego el sistema nervioso central comienza a funcionar mal. La parálisis se extiende, dificultando la respiración hasta con frecuencia hacerla imposible sin asistencia. Al final, la mayoría de las víctimas muere.
Muchas de ellas son niños, envenenados por las manos de sus despreocupados padres.
El veneno almibarado, dietileno glicol, es una parte indispensable del mundo moderno, un solvente industrial e ingrediente primario de algunos anticongelantes.
También es un asesino. Y las muertes, si no son intencionales, frecuentemente tampoco son accidentales.
A través de los años, este veneno ha sido vertido en todo tipo de medicinas —jarabes contra la tos, medicamentos contra la fiebre, drogas inyectables— debido a contrabandistas que lucran sustituyendo un jarabe seguro y más caro, usualmente glicerina, comúnmente usado en drogas, alimentos, pastas de dientes y otros productos, por este solvente de sabor dulce.
El jarabe tóxico ha figurado por lo menos en ocho envenenamientos masivos alrededor del mundo en las pasados dos décadas. Investigadores estiman que miles de personas han muerto. En muchos casos, el origen preciso del veneno nunca ha sido determinado. Pero registros y entrevistas muestran que en tres de los cuatro últimos casos ha sido elaborado en China, una fuente mayor para el contrabando de drogas.
Panamá es la víctima más reciente. El año pasado, oficiales de gobierno, inadvertidamente, mezclaron dietileno glicol en 260 mil botellas de medicina contra el resfriado —con resultados devastadores. Familias han reportado 365 muertes a causa del veneno, 100 de las cuales han sido confirmadas hasta el momento. Con la cercanía de la temporada de lluvias, los investigadores se están apresurando a exhumar cuantas víctimas potenciales sea posible antes de que los cuerpos se descompongan más.
Este camino de muerte en Panamá conduce directamente a las compañías chinas que fabricaron y exportaron el veneno como si fuera 99.5% glicerina pura.
Cuarenta y seis barriles de este jarabe tóxico llegaron a través de una ruta que se extiende alrededor del mundo. Por medio de registros de embarque y entrevistas con oficiales de gobierno, The New York Times siguió esta ruta desde el puerto panameño de Colón, luego a compañías comercializadoras en Barcelona, España y Beijing, hasta su comienzo cerca del delta del río Yangtze, en un lugar que los pobladores locales llaman “el país químico”.
La glicerina de contrabando pasó a través de tres compañías comercializadoras en tres continentes, sin que ninguna de ellas probara el jarabe para confirmar que en realidad fuera lo que decía en la etiqueta. A lo largo del camino, un certificado que falsamente validaba la pureza del cargamento fue alterado repetidamente, eliminando el nombre del fabricante y anterior dueño. Como resultado, los comerciantes adquirieron el jarabe sin saber de dónde provenía o quién lo había hecho. Con esta información pudieron haber descubierto —como lo hizo el Times— que el fabricante no estaba certificado para producir ingredientes farmacéuticos.
Un examen de los dos casos de envenenamiento del año pasado —en Panamá y antes en China— muestra cómo las reglas de seguridad de China se han rezagado respecto de su creciente rol como proveedor mundial de bajo costo. Y también demuestra cómo una poco vigilada cadena de comerciantes de país en país permite al contrabando de medicinas contaminar el mercado global.
La semana pasada, la Administración de Drogas y Alimentos de Estados Unidos (FDA, por sus siglas en inglés) advirtió a los fabricantes y proveedores de medicamentos en el país que estuvieran “especialmente alerta” a la búsqueda de dietileno glicol. La advertencia no mencionó específicamente a China, y decía que no había “razones para creer” que hubiera glicerina contaminada en la nación. A pesar de ello, la agencia pidió que todos los cargamentos de glicerina fueran probados para detectar dietileno glicol y dijo que estaba “explorando cómo se contaminan los embarques de glicerina”.
China, además, está siendo acusada por autoridades de Estados Unidos de exportar gluten de trigo con un químico industrial, melamina, que terminó en alimento para mascotas y ganado. La FDA recientemente prohibió las importaciones chinas de gluten de trigo después de que éste fue ligado a la muerte de mascotas en la Unión Americana.
Más allá de Panamá y China, el jarabe tóxico ha causado envenenamientos masivos en Haití, Bangladesh, Argentina, Nigeria y dos veces en India.
En Bangladesh, los investigadores encontraron veneno en siete marcas de medicamento contra la fiebre en 1992, pero sólo después de que muchísimos niños murieron. Un laboratorio en Massachusetts detectó el siniestro después de que el doctor Michael L. Bennish, un pediatra que trabaja en países en desarrollo, extrajo en una maleta muestras del jarabe contaminado. El doctor Bennish, quien investigó la epidemia en Bangladesh y en 1995 ayudó a escribir un artículo al respecto para BMJ, anteriormente conocido como el British Medical Journal, dijo que dada la cantidad de medicamento distribuido, las muertes “debían ser miles o decenas de miles”.
“Está tremendamente fuera de registro”, señaló el doctor Bennish acerca del envenenamiento con dietileno glicol. Es posible, mencionó, que los médicos no sospechen la existencia de una medicina tóxica, particularmente en países pobres con recursos limitados y con una población generalmente enfermiza, y añadió: “La mayoría de la gente que muere no acude a instalaciones médicas”.
Los fabricantes de la glicerina de contrabando, que superficialmente parece y actúa como la sustancia real pero por lo general cuesta considerablemente menos, raramente son identificados, y mucho menos procesados, debido a la dificultad de rastrear cargamentos a través de las fronteras. “Este es realmente un problema global, y necesita ser manejado de un modo global”, apuntó el doctor Henk Bekedam, el más alto representante de la Organización Mundial de la Salud (OMS) para Beijing.
Hace 70 años, medicina contaminada con dietileno glicol mató a más de 100 personas en Estados Unidos, lo que condujo a las regulaciones sobre drogas más duras de esa época y a la creación de la moderna Administración de Drogas y Alimentos.
La FDA ha tratado de ayudar en los casos de envenenamiento alrededor del mundo, pero eso es todo lo que puede hacer.
Cuando al menos 88 niños murieron en Haití hace una década, investigadores de la FDA siguieron el veneno hasta la ciudad manchuriana de Dalian, pero sus intentos de visitar al presunto fabricante, de acuerdo con registros internos del Departamento de Estado, fueron repetidamente bloqueados por oficiales chinos. Los permisos fueron entregados más de un año después, pero para entonces la planta se había mudado y sus expedientes habían sido destruidos.
“Todos los oficiales chinos que contactamos con relación a este asunto rechazaron involucrarse”, escribió la embajada estadounidense en Beijing en un cable confidencial. “No podemos ser optimistas acerca de nuestras posibilidades de tener éxito en rastrear los otros posibles embarques de glicerina”.
De hecho, el Times encontró registros que muestran que la misma compañía china implicada en el envenenamiento de Haití también embarcó hacia Estados Unidos alrededor de 50 toneladas de glicerina de contrabando en 1995. Algunas de ellas fueron revendidas a otro comprador estadounidense, la Corporación Avatar, antes de que la decepción fuera descubierta.
“Gracias a Dios que la atrapamos cuando lo hicimos”, dijo Philip Ternes, oficial en jefe de operaciones de Avatar, un proveedor para el área de Chicago de farmacéuticos al mayoreo y productos no medicinales. La FDA declaró no estar al tanto de este cargamento.
En China, el gobierno está prometiendo que limpiará su industria farmacéutica, debido en parte a las críticas hacia el contrabando de drogas que invade los mercados del mundo. En diciembre, dos altos funcionarios reguladores de drogas fueron arrestados bajo cargos de aceptar sobornos para aprobar algunas sustancias. Además, según la OMS, 440 operaciones de contrabando fueron cerradas el año pasado.
Pero cuando los oficiales chinos investigaron el rol de las compañías de ese país en las muertes de Panamá, encontraron que no se había roto ninguna ley, de acuerdo con un oficial de agencia fiscalizadora de drogas de la nación. La regulación china sobre drogas es “un hoyo negro”, comentó un comerciante que ha hecho negocios a través de CNSC Fortune Way, la empresa intermediaria con base en Beijing de la cual los investigadores afirman que fue un conducto crucial para el veneno que llegó a Panamá.
En este ambiente, Wang Guiping, un sastre con una educación de noveno grado y acceso a un libro de química, halló fácil entrar al negocio del abastecimiento farmacéutico como intermediario. Rápidamente descubrió que lo que otros habían visto antes que él: el contrabando era una vía simple para incrementar ganancias.
Y fue entonces que personas en China comenzaron a morir.



Engañando al sistema
Wang pasó años como sastre en los pueblos manufactureros del delta del río Yangtze, en la China oriental. Pero él, dicen los habitantes de las villas, no quería seguir siendo un simple artesano. Puso la mirada en el comercio de químicos, un negocio afincado en las muchas pequeñas plantas químicas que han brotado en la región.
“Él no sabía lo que estaba haciendo”, declaró en una entrevista Wang Guoping, el hermano mayor de Wang. “No entendía de químicos”.
Pero sí entendió cómo burlar al sistema.
Wang Guiping, de 41 años, se percató de que podía ganar dinero extra sustituyendo un jarabe industrial más barato —no aprobado para consumo humano— por jarabe farmacéutico. Para engañar a los compradores del sector, revelan los registros, falsificó sus licencias y reportes de análisis de laboratorio.
Wang mencionó después a los investigadores que no imaginó que algún daño pudiera resultar de la sustitución, ya que él inicialmente probó una pequeña cantidad. Y lo hizo con el grado de experiencia de un sastre.
Ingirió un poco del líquido. Cuando nada pasó, embarcó el cargamento.
Una compañía que usó el jarabe recién a inicios de 2005 fue la farmacéutica Qiqihar número 2, ubicada a unas mil millas, en la provincia nororiental de Heilongjiang. Un comprador para la fábrica había visto el anuncio del jarabe de Wang en un sitio web dedicado a la industria.
Después de un tiempo, de acuerdo con un investigador chino, Wang se abocó a encontrar un jarabe sustituto aún más barato de manera que pudiera incrementar más sus ganancias. En un libro de química encontró lo que estaba buscando: otro jarabe inodoro —dietileno glicol. En aquel tiempo, según el investigador, éste se vendía por entre 6 mil y 7 mil yuanes la tonelada, o entre 725 y 845 dólares, mientras que el jarabe farmacéutico costaba 15 mil yuanes, unos mil 815 dólares.
Wang no bebió de esta segunda tanda de jarabe antes de embarcarla rumbo a la farmacéutica Qiqihar, señaló el investigador del gobierno, y agregó: “Él sabía que era peligroso, pero no que podía matar”.
El fabricante utilizó el jarabe tóxico en cinco productos: ampolletas de Amillarisin A para problemas de la vesícula biliar, un fluido especial para enema infantil, una inyección para enfermedades de los vasos sanguíneos, un analgésico intravenoso y tratamiento contra la artritis.
En abril de 2006, uno de los hospitales más lujosos del sur de China, en Guangzhou, en la provincia de Guangdong, comenzó a administrar Amillarisin A. Tras alrededor de un mes, al menos 18 personas habían muerto después de ingerir el medicamento, aunque algunos de ellos ya estaban bastante enfermos.
Zhou Jianhong, de 33 años, relató que su padre tomó su primera dosis de Amillarisin A el 19 de abril. Una semana después estaba en condición crítica. “Si vas a morir, quieres morir en casa”, declaró Zhou, “así que lo sacamos del hospital”. Murió al día siguiente.
“Todos quieren invertir en la industria farmacéutica y ésta está creciendo, pero los reguladores no pueden mantenerse a la par”, opinó Zhou. “Necesitamos un sistema que respalde nuestra seguridad”.
El último conteo de las muertes no está claro, debido a que algunas de las personas que tomaron la medicina pudieron haber muerto en áreas menos pobladas.
En un pueblo pequeño en la provincia de Sichuan, un hombre llamado Zhou Lianghui dijo que las autoridades no reconocerían que su esposa había muerto por haber ingerido el Amillarisin A contaminado. Pero Zhou, de 38 años, apuntó que él relacionó el número de identificación de la tanda de medicina que su esposa recibió con una circular de advertencia distribuida por los oficiales de drogas.
“Probablemente no puedas entender un pueblo pequeño si eres de Beijing”, comentó Zhou Lianghui en una entrevista telefónica. “El cielo está alto, y el emperador está lejos. Hay muchos problemas aquí con los que la ley no puede hacer nada”.
La falla del gobierno en impedir que el veneno contaminara el abastecimiento de drogas causó uno de los más grandes escándalos domésticos del año. En mayo pasado, el primer ministro, Wen Jiabao, ordenó una investigación de las muertes, y declaró: “El mercado farmacéutico está en desorden”.
Casi al mismo tiempo, a 9 mil millas de distancia, en Panamá, la larga temporada de lluvias había comenzado. Anticipando resfriados y casos de tos, el programa gubernamental de salud comenzó a fabricar jarabes y antihistamínicos. El medicamento contra la tos no tenía azúcar a fin de que incluso los diabéticos pudieran usarlo.
La medicina fue mezclada con un jarabe amarillo pálido, casi traslúcido, que había llegado en 46 barriles desde Barcelona en el contenedor del barco Tobías Maersk. Los registros del embarque señalaban que el contenido era 99.5% glicerina pura.
Tomaría muchos meses y muchas muertes antes de que se descubriera que ese certificado era totalmente falso.

1 comment:

Necio Hutopo said...

Pues el trabajo lo conocía ya, sí... Y de mis opiniones sobre él mejor hablaremos cuando esté yo un poquito más sobrio y pueda escribir en castellano correcto sinn necesidad de volver sobre mis palabras cada dos o tres teclazos...

Y hablando de castellano correcto, la traducción muy buena, lo felicito... Yo no habría podido ser tan fiel al texto original