Thursday, April 23, 2009

Una anécdota de microbús

El tipo, desde el principio, me pareció todo un fantoche. Sentado al fondo del microbús, justo a la mitad del asiento, con la pierna cruzada y obstaculizando el paso a otros, su pose me hizo pensar en aquellos personajes que se creen superiores a todos los seres humanos por tener un buen trabajo, percibir un alto sueldo y contar con una agenda retacada de reuniones y fiestas.
De treinta y tantos años, semifornido, de cabello castaño claro engominado y peinado hacia atrás, y vestido con un traje verde oscuro, el hombre hablaba por su teléfono celular. Al poco tiempo, su conversación empezó a confirmar mis prejuicios.
Los cinco o seis pasajeros en el vehículo podíamos escuchar su voz. Hacía planes:
—Sí, güey. No traigo mi Blackberry, pero échame un fon o mándame un pinche mail.
Mencionaba también que en los días siguientes habrían de recoger a un amigo a quien llevarían “al Men’s Club”, a un lugar donde el visitante pudiera “tocar cola” porque la última ocasión “se quedó picado”.
Terminó esa llamada, colgó e inició otra del mismo tono pedante que, para mi fortuna, duró muy poco. Agradecí la brevedad: de noche, después de la jornada laboral, mi espíritu neurótico tiende a crecer.
Por fin algo de silencio, imaginé. Unas calles adelante, sin embargo, cuando al microbús ya había subido más gente, la paz se quebró.
—Perdón, ¿no? Si pisas se dice perdón —se quejó el del celular.
El destinatario de sus reclamos era un hombre parado cerca de la puerta, frente al asiento de atrás. Como incrédulo, el increpado volteó a ver al quejoso sin responder nada.
—Por educación, si pisas a alguien le dices perdón, ¿no? —insistió, subiendo el volumen, aquel que continuaba sentado a sus anchas con la pierna cruzada y estorbando el paso.
El aludido, de unos cuarenta años, más delgado y de menor estatura que su interlocutor, seguía sin dar crédito al descontento y quizá todavía menos a la actitud de quien lo expresaba. Ante una nueva recriminación, reaccionó en voz baja, con algo de timidez, aunque haciendo notar lo obvio:
—Pues tú no extiendas las piernas —dijo, al momento en que la atención de los pasajeros ya se centraba en la pequeña escena.
La “víctima del pisotón”, entonces, saltó de su lugar y encaró al que, a su juicio, osaba ofenderlo:
—Bueno, ¿cuál es tu pedo, cabrón?
El supuesto agresor, otra vez, se quedó callado. No opuso una de esas miradas firmes que se observan en los héroes de las películas y que son capaces de detener tormentas. Más bien, algo confundido, sólo guardó silencio. Ignoró al fanfarrón que, al no encontrar un eco a sus impulsos, desistió y regresó a su sitio.
Con ello, igualmente, cierta calma retornó al vehículo, esa atmósfera tensa de cuando se acaba de presenciar un conato de bronca que no alcanza a estallar. El del celular, el del traje, el que planeaba ir al Men’s Club, ya no emitió palabra en el resto del trayecto hasta que llegó a su destino. Y, como él, los demás viajeros también permanecieron tranquilos, al grado de que incluso daban la impresión de tener miedo de volver a alterar al pisado.
Mientras tanto, numerosas preguntas se agolpaban en mi cabeza: ¿en qué instante y por qué dejamos que el dinero, o cualquier otro aspecto material, se convirtiera en el parámetro para medir el “valor” de una persona y, por consiguiente, para compararnos y convencernos de que merecemos más respeto que otros? ¿Cómo es que exigimos algo que no estamos dispuestos a dar, como un mínimo de educación cívica? ¿Por qué si vemos absurdos e injusticias frente a nosotros no las denunciamos ni actuamos para impedirlas?
¿Por qué en ese microbús aquella noche ninguno de los testigos puso freno al altanero? Y más aún, ¿por qué yo no hice nada?

Nota: Con este texto debuto en el portal de la revista Día Siete. Espero que sea la primera de muchas y valiosas participaciones en la sección Dardos. Todas sus críticas, por supuesto, serán bienvenidas.

7 comments:

La vida es sueño said...

felicidades por este nuevo espacio!
Lanie

Root said...

Le reitero:

MUUUUUCHAS FELICIDADES!

Lo quiero un resto y me siento muy orgullosa de ud!

Del tema ya dejé mi comentario en el lugar correspondiente, je!

Un besote!

Ruth!

Ismael said...

A veces sucede que la superioridad (ego) excede los íntimos límites de la mente...

Desprecieble ser seremos de no contener esa esfixia inherente...

Felicidades, Mau, merecido es...

Elizabeth García said...

Joven Torres:
Ya lo felicité en nuestra conversación por teléfono de las dos de la mañana, jeje.
Sabe perfectamente que estoy muy orgullosa de usted y de estos más de dos años que he podido ver su evolución como periodista (y dirían también escritor) en su blog, en el periódico, en e-joven y ahora en Día Siete. Sabe también que siempre tendrá mi apoyo y compañía y le agadezco la suya.
Aunque se lo he repetido muchas veces sabe lo importante y especial que es. Y como nunca está de más LQM.
Muchas Felicidades, recuerde que cada letra y cada párrafo lo acerca más a lo que usted siempre ha querido.
Un beso.

Root said...
This comment has been removed by the author.
Necio Hutopo said...

Don Mau, no me lo tome a mal, pero su historia es, cuando menos, mala... No es que esté mal escrita (que no lo está), pero da demasiados presupuestos y, bueno, no acaba... Cuanta una historia que no justifica un final y que, además, no lo tiene... Y de ella infiere una moraleja que, de tan obvia, suena hasta vulgar...

No me lo tome a mal, pero le he leído mejores cosas, mucho mejor trabajadas...

Y ahora perdonará la autoreferencia, pero, de verdad, creo que en los microbuses pueden darse mejores historias...

Venga... No me lo tome a mal, menos en estos tiempo en los que nos sobran rzones Para Documentar Nuestro Pánico...

Mx. Terrorist said...

Me late. Está muy buena tu historia.

Ciao