Saturday, April 11, 2009

Fidencio, suplantado hasta en el panteón

El martes 22 de junio de 1937, la segunda sección de El Universal mostraba como uno de sus encabezados principales: “El ‘Niño Fidencio’, muerto en Toluca de un tiro”. La versión sería desmentida unos días después


José de Jesús Fidencio Constantino Síntora, mejor conocido como el Niño Fidencio, el santo no reconocido por la Iglesia que cobró fama en el norte del país en la década de 1920 por sanar a los enfermos, y que incluso atendió al entonces presidente Plutarco Elías Calles, llegó a reunir en Espinazo, Nuevo León, el sitio donde practicaba sus curaciones, hasta a 30 mil personas en un solo día.
Tal popularidad, según lo explican José Luis Berlanga, Éric Lara y César Ramírez en el libro Las fiestas del dolor: un estudio sobre las celebraciones del Niño Fidencio (Consejo Estatal para la Cultura y las Artes, 1999), se debió a tres factores: el carisma del personaje, su condición de pobreza que le permitía una identificación con la gente y una apariencia física similar a la de un infante, que en la tradición católica evoca inocencia, pureza y bondad.
Aunque el éxito de este hombre que nació en Guanajuato el 17 de octubre de 1898 tuvo también otros efectos. Uno de los menos difundidos es que en aquellos años, en otras partes de la República, surgieron impostores, falsos “Niños” que se hacían pasar por el original. He aquí un caso.


Noticia en la capital
El martes 22 de junio de 1937, la segunda sección de El Universal, en la ciudad de México, mostraba como uno de sus encabezados principales: “El ‘Niño Fidencio’, muerto en Toluca de un tiro”. Debajo del titular, extendido a lo ancho de toda la plana, otros elementos pretenden completar la información.
Primero aparece el “último retrato” de la supuesta víctima, una fotografía de archivo con el mismo Fidencio que puede observarse en otras placas de la época: un hombre delgado, de tez blanca, cabello lacio, frente amplia, ojos pequeños, nariz alargada, boca grande, barba partida. A su derecha viene la imagen del victimario, el gendarme Mario Méndez López, quien habría disparado al curandero en una taberna de la capital mexiquense.
Más abajo un sumario expone que el personaje, “que tuvo algunas semanas de popularidad en Espinazo”, se había mudado a Toluca.
La nota, finalmente, detalla que la policía se enteró de que “un individuo a quien se trata de identificar como el auténtico Fidencio Constantino, ‘El Niño Fidencio’, fue muerto en el interior de la cantina denominada ‘La Barra de Nautla’”. El gendarme —se dice— declaró a las autoridades que él se encontraba en el local cuando arribó Fidencio, con quien afirmó mantener amistad. Así pues, empezaron a jugar dominó, mas luego de un rato, aparentemente motivado por la discusión de un asunto de dinero, Méndez López tomó su pistola, disparó, hirió a su contertulio y busco huir, aunque en su intento fue detenido.
Tras la información del corresponsal el diario agrega una semblanza del “taumaturgo y santón”: “Comenzó a tener algún prestigio como curandero en la zona, y bien pronto su fama llegó hasta Saltillo, de donde se tuvieron las primeras noticias concretas acerca de él. Era un tipo raro, rarísimo. No aceptaba dinero de nadie; organizaba a sus enfermos y la gente sencilla del campo lo comenzó a rodear de aureola de santo y volaron las leyendas y consejas, a cual más absurdas, aun atrayentes acerca de su personalidad”.
“Su fama —continúa el rotativo— creció en forma tal que traspasó la frontera. Todos los desahuciados por la ciencia iban en busca del empírico solitario (…) Curaba con espuma de jabón, manteca batida, miel de abejas y un endiablado cocimiento que hacía con la ‘gobernadora’, los ramos de flores y las cajas de dulces que le obsequiaban. Todo lo mandaba echar a un perol de agua hirviente”.
Ya al cierre del texto, no obstante, se deja una advertencia: “Resultaron muchos ‘Niños Fidencios’ falsificados (…) vulgares estafadores con quienes las policía tenía que ver frecuentemente (…) Por los retratos que publicamos parece que puede ser Fidencio Constantino el muerto; pero estas líneas, posteriores a la noticia de nuestro corresponsal, se escriben con las reservas correspondientes”.


Muere el engaño, llega el sueño eterno
Dos días más tarde la versión seguía sosteniéndose. El 24 de junio incluso se consignaba que en los funerales del curandero, celebrados en Toluca, habían participado “no menos de dos mil personas”, un cortejo “tan nutrido que paralizó el tránsito de vehículos por las calles que recorrió”.
Sin embargo, a Fidencio, al verdadero Fidencio, aún no le había llegado la hora.
Así, recién concluidas las exequias del presunto santón, el engaño también murió. “‘El Niño Fidencio’ muerto no es el auténtico”, reportaba El Universal en su edición del sábado 26 de junio. Aunque la nota del corresponsal no revela el nombre del impostor, aclara: “El de Toluca era uno de los tantos falsos ‘Niños Fidencios’ que han resultado en el país. El de Espinazo hace una vida de ejemplar austeridad y sencillez”.
El curandero real, en todo caso, no tardaría mucho en pasar a la otra vida. Tan sólo 14 meses después del incidente de su impostor, el 19 de octubre de 1938, José de Jesús Fidencio Constantino Síntora fallecía en el lugar donde efectuaba sus sanaciones. Con apenas 40 años cumplidos, su defunción —de acuerdo con los testimonios— se habría debido al cansancio y a los malestares causados por las extenuantes jornadas de trabajo con sus pacientes.
Breves, unas cuantas líneas en la primera plana de El Universal del 20 de octubre se limitan a informar del deceso de aquel que “alcanzó tanto renombre en vista de que numerosas personas le atribuían curaciones maravillosas”. Por supuesto, esas palabras no podían prever que la fama y el culto de Fidencio trascenderían todo el siglo XX y llegarían hasta hoy, como también lo hace una de sus últimas imágenes.
Fechada en Espinazo el día de su muerte, la fotografía lo plasma rodeado de flores y acompañado por un cuadro de la Virgen de Guadalupe. Viste de blanco, su rostro ha dejado de ser delgado, la boca luce entreabierta, los ojos están cerrados. El Niño Fidencio descansa en el sueño eterno. El mismo que todos estamos destinados a dormir.

Nota: Esta historia, reconstruida con ayuda del Centro de Documentación y del Archivo Fotográfico de El Universal, aparece hoy en la página 4 del suplemento sabatino Ideas, en un número dedicado a los cultos populares. Aldolfo Castañón presenta el material principal, mientras que a cuenta de Lizbeth Hernández corre un texto muy completo sobre estas figuras.

2 comments:

Root said...

Muchas felicidades joven, un tema que viene muy bien en esta "Semana Mayor", donde las películas, la imagen y los rezos a "aquél que fue crucificado y resucitó al tercer día", abarcan todos los espacios mediáticos.

Siempre es interesante quedarse con la reflexión del porqué de la proliferación de tantas figuras adoradas por la gente -por los más pobres, por los más ávidos de justicia- y que ven en éstas oportunidades de veneración el refugio perfecto a esas necesidades que ni Estado ni Iglesia han sabido llenar.

La necesidad de creer en algo, en lo que sea, desde un Dios de la lluvia y el sol, a una Virgen de Guadalupe o La Santa Muerte, se remonta al principio de la humanidad; la búsqueda de un consuelo y la esperanza de tiempos mejores, es a veces el único conforte de los más abandonados y desprotegidos, ¿será suficiente el sostén de una creencia mítica o religiosa? El tiempo siempre nos da una respuesta sorprendente.

Abrazos, miles!

Ruth

Necio Hutopo said...

mmm... Supongo que siempre es bueno hacer un poco de sociología sobre las figuras mesiánicas... AUnque también sería bueno evitar lo meramente anecdótico (de lo que, lamentablemente, está plagada su nota) o los lugares comunes del trascendentismo