Thursday, August 07, 2008

El espíritu olímpico: forma ¿y fondo?

Pierre de Coubertin se pone de moda cada cuatro años. Durante las dos semanas de competencia, evocar el nombre del fundador de los Juegos Olímpicos modernos representa la cima de lo políticamente correcto. Se vuelve casi un mantra: “Como dijo el barón de Coubertin…”, repiten en automático los comentaristas televisivos.
Sin embargo, ese uso indiscriminado de la figura del pedagogo e historiador francés es sólo un ejemplo, acaso el más inofensivo, de la banalización del llamado “espíritu olímpico”.
La realización de las Olimpiadas, como veremos a partir del próximo 8 de agosto, sirve de pretexto para que empresarios, comunicadores, atletas retirados, gente de la farándula y políticos, ya sea por ingenuidad o por oportunismo, promuevan la idea de que basta con una justa deportiva para que el mundo solucione todos sus problemas.
Más aún, como lo ha llegado a solapar el propio Comité Olímpico Internacional (COI), el ambiente en el que debe moverse ese espíritu supuestamente capaz de redimir a la humanidad entera debe ser el del “respeto a la formas”. De esa manera, para que el olimpismo no pierda su pureza deben quedar fuera de cuadro todas las expresiones que puedan afear o interferir con la normalidad de los juegos.
Así lo vivieron los estadounidenses Tommie Smith y John Carlos en México 1968 cuando, tras su reivindicación del Black Power en la ceremonia de premiación de los 200 metros planos, el COI decidió suspenderlos de la competencia y expulsarlos de la villa olímpica bajo el argumento de que habían traído un asunto político a un acto que debía ser apolítico. Conclusión optimista: “Bienvenida la disidencia, pero no aquí”.
En México, por otra parte, también tenemos nuestra peculiar interpretación del olimpismo. Todo comienza con la esperanza de conseguir la gloria, continúa con el seguimiento a los atletas con mayores posibilidades de triunfo y concluye —las más de las veces— con la decepción causada por actuaciones tristes o con la asunción de las victorias de los pocos medallistas mexicanos a la categoría de “logros nacionales”, pretendiendo olvidar, gracias al mérito de casos concretos, las deficiencias del deporte tricolor.
Quizá no haya nada de malo en creer que una justa deportiva puede alentar ciertos valores entre los seres humanos o motivar la superación de un país. Lo lamentable, como sucede cada cuatro años con el “espíritu olímpico”, es que esa creencia se convierta en un mero slogan tan ajeno a las críticas como falto de propuesta real.

Nota: Este artículo fue escrito a petición de un viejo amigo, Rodolfo Villagómez, para —espero— ser publicado en la revista Tangente, que circula en Oaxaca.

1 comment:

Necio Hutopo said...

Y no se olvide, don Mau, de la capacidad de los burócratas mexicanos de sumarse a la comitiva olímpica... Que este año, como pradigmático botón de muestra, los "acompañantes" suman casi el doble que los atletas...