Friday, February 27, 2009

El desastre de aferrarse al poder


Zimbabue se convertía en país independiente el 17 abril de 1980. Durante una ceremonia en el estadio Salisbury —relataba John F. Burns para The New York Times—, el príncipe Carlos entregaba el poder de la antigua colonia británica al reverendo Canaan Banana, quien asumiría como presidente.
Otra figura, sin embargo, se llevaría la mayor cantidad de ovaciones: Robert Gabriel Mugabe, el guerrillero que había luchado en favor de la mayoría negra y que recién había sido nombrado primer ministro.
Casi tres décadas después, la inflación en la nación africana rebasa los seis dígitos, el desempleo alcanza a 80% de la población, una epidemia de cólera ha afectado al menos a 70 mil personas y, a pesar de lo anterior, Mugabe sigue al mando.
Internacionalistas como Eugenio Anguiano reparan en la transformación que se ha operado en este personaje. De ser un líder del movimiento independentista que enarboló la bandera de la unidad entre negros y blancos —apunta el académico del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE)—, el mandatario zimbabuense devino en un megalómano, es decir, en un hombre que, cautivado por el poder y por el culto a sí mismo, ha sabido manejar los hilos necesarios para neutralizar a sus opositores.
Mugabe nació en Kutama, entonces Rodesia del Sur, el 21 de febrero de 1924. Fue maestro de primaria y estudió Letras y Economía en Sudáfrica y Londres, respectivamente.
En 1960 se unió a la guerrilla de la Unión Popular Africana de Zimbabue, que comenzó una batalla contra la administración del premier Ian Smith. Sin el apoyo de Gran Bretaña ni de la comunidad internacional, Smith había implantado un régimen con dominio de la minoría blanca.
Dentro de ese contexto, el descontento entre la mayoría negra se fermentó y tuvo lugar una larga confrontación armada que terminó en 1979, cuando se firmaron acuerdos de paz, se formó un gobierno de transición y se convocó a elecciones para el año siguiente. Una vez reconocida la independencia de la nueva república, Banana ocupó la Presidencia, mientras que Mugabe —considerado un héroe—, el cargo de primer ministro.
No obstante, las disputas no concluyeron ahí. Mugabe presionó hasta hacerse del poder y, ya como jefe del Ejecutivo, promovió una reforma agraria para quitar a los blancos la posesión de sus tierras. Empero, la ineficacia y la poca transparencia en el reparto provocaron que la nación, pese a su enorme potencial agrícola, cayera en la pobreza.
Acciones como ésa, la represión que ha hecho de sus competidores —denominada Gukurahundi en la lengua shona— y lo cuestionado de los comicios a través de los cuales se ha reelegido le han valido sanciones de occidente, particularmente de Estados Unidos y del Reino Unido.
El último de estos episodios ocurrió en las elecciones de 2008. En ellas, aunque los resultados preliminares dieron el triunfo a Morgan Tsvangirai, del Movimiento Democrático de Cambio, el gobierno de Mugabe desconoció los datos y llamó a una segunda ronda de votaciones. Los opositores se negaron a participar bajo el argumento de que recibían amenazas del aparato del Estado y, así, Mugabe declaró su victoria.
A pesar de ello, las críticas internas y externas llegaron al punto de que el mandatario se vio obligado a llamar a Tsvangirai a colaborar con él y nombrarlo primer ministro. Apenas calmadas las aguas de la política, ahora ambos deben enfrentar un alarmante escenario económico y de salubridad pública.
Zimbabue, advierte Anguiano, vive una crisis humanitaria para la que no se observa una salida fácil. Una posibilidad, explica, es que Mugabe, ya débil a sus 85 años, se retire del poder. Otra, que se alce y asuma el mando del país algún grupo integrado por las fuerzas de seguridad en las que ha sustentado su gobierno. La estabilidad, en todo caso, está ausente de cualquier escenario.
En Ébano, su célebre libro sobre África, el periodista polaco Ryszard Kapuscinski escribió: “Nos movemos en un mundo en que la miseria condena a muerte a unos y convierte en monstruos a otros. Las primeras son víctimas, y los segundos, verdugos. No hay nadie más”. La realidad apunta a que los zimbabuenses continuarán padeciendo tal presagio.


Nota: Este perfil fue publicado en el espacio Retratos, de la página 2 de la primera sección de El Universal.

1 comment:

Necio Hutopo said...

Mucho, pero que mucho mejor (también es que el tema ayuda lo suyo)...