Friday, October 17, 2008

La nariz, una emotiva máquina del tiempo [traducción]

Natalie Anger


The New York Times
Agosto 5 de 2008


He aquí un divertido y fácil experimento que Rachel Herz, de la Universidad de Brown, sugiere intentar en casa, pero sólo si usted promete antes comer sus vegetales, utilizar hilo dental y no está en riesgo de sufrir un coma diabético. Compre una bolsa surtida de frijoles de jalea de calidad suficiente como para calificar como “gourmet”. Después, pruebe sistemáticamente todos los sabores hasta estar seguro de poder distinguir entre uno y otro, porque esa habilidad es importante... y quizá nunca obtenga de nuevo una excusa así de buena.
Ahora, a lo que nos interesa: presione sus fosas nasales hasta cerrarlas y repita la rutina de probar los caramelos. ¿Percibe las diferencias? En efecto: esta vez no hay ninguna. Cada uno tiene un sabor dulce, pero sin el sentido del olfato usted también podría estar comiendo gomas de borrar azucaradas. ¿Y qué pasa si libera su nariz mientras está masticando? Una vez que los cándidos aromas regresan, usted puede distinguir entre golosinas de naranja y palomitas de maíz con mantequilla.
Todos hemos escuchado de los misteriosos poderes del olfato y su importancia en el amor, la amistad y la comida. Pero incluso un simple juego como “Cuál es mi caramelo” y la consistente sorpresa ante el impacto de cerrar nuestros circuitos olfativos nos muestran que no nos percatamos realmente de qué tan hondo llega nuestra nariz. Durante el Simposio Internacional sobre Olfato y Gusto llevado a cabo en San Francisco el mes pasado, la doctora Herz y otros investigadores discutieron las muchas formas en que destaca nuestro sentido del olfato. Se trata de una capacidad ancestral, la clave a través de la cual nuestros primeros ancestros aprendieron a aproximarse o alejarse entre sí. El aroma correcto puede evocar sensaciones tan vívidas que podemos sentir tan presentes como el ahora.
Por un lado, explicó Jay A. Gottfried, de la Universidad Northwerstern, el olfato es un sentido lento, ya que depende de mensajes transportados no a la velocidad de la luz o el sonido, sino al ritmo más pausado de una brisa, una bolsa de aire enriquecida con gran cantidad de pequeñas y volátiles moléculas que nuestros receptores nasales pueden leer. Sin embargo, también es nuestro sentido más rápido. En tanto que las nuevas señales detectadas por nuestros ojos y oídos deben primero ser asimiladas por una estación estructural llamada tálamo antes de alcanzar las regiones interpretativas del cerebro, los mensajes odoríferos se transportan por caminos exclusivos directamente desde la nariz hasta la corteza olfatoria del cerebro, donde son procesadas en un instante.
Muy importante, la corteza olfatoria está conectada con el sistema nervioso límbico y con la amígdala, donde las emociones nacen y los recuerdos emotivos son almacenados. Por eso los olores, sentimientos y recuerdos se relacionan tan fácil e íntimamente, y por eso el simple acto de lavar los platos hizo que, recientemente, la prima de la doctora Herz rompiera en llanto. “El olor del jabón de platos provocó que ella recordara a su abuela”, dijo Herz, autora de La esencia del deseo.
Muchos mamíferos son claramente más nasales que nosotros. Considere que nuestro epitelio olfatorio, la membrana mucosa y amarillenta localizada a unas tres pulgadas arriba de nuestras fosas nasales, guarda alrededor de 20 millones de receptores olfativos diseñados para detectar moléculas de olor ubicadas ya sea frontalmente, cuando nosotros —por ejemplo— aspiramos una rosa, o detrás de sí mismas, como en el caso de los volátiles aromas que ascienden por la parte trasera de la boca y dan un significado a cada frijol de jalea. Las membranas nasales de un sabueso, en cambio, sostienen un ejército olfativo de 220 millones de receptores.
Sin embargo, a pesar de nuestra modesta estructura, los humanos podemos convertirnos en mejores oledores con cierta facilidad. En un experimento, relató el doctor Gottfried, sujetos expuestos a una sola esencia floral durante sólo tres minutos y medio mejoraron significativamente su habilidad para discriminar entre familias completas de flores. En otro, los participantes pronto aprendían a distinguir diferencias normalmente imperceptibles entre un aroma herbal y su gemelo molecular si recibían pequeñas descargas eléctricas cada vez que elegían equivocadamente.
Numerosos estudios, además, han demostrado que la memoria olfativa es larga y resistente, y que las primeras asociaciones olfativas que hacemos con frecuencia permanecen. “Con un número telefónico, si obtienes uno nuevo, es probable que una semana después hayas olvidado el viejo”, mencionó la doctora Herz. “Con los olores sucede justo lo contrario. La primera asociación es mejor que la segunda”.
Durante otra presentación, Maria Larsson, una profesora de psicología asociada a la Universidad de Estocolmo, describió el poder del olfato casi como una mágica máquina del tiempo, con el potencial para tratar demencia y depresión, la neblina de la edad. Johan Willander y otros investigadores en su laboratorio buscaron dar firme evidencia empírica a la vieja hipótesis acuñada por Marcel Proust: la idea de que los aromas, como el sabor de una magdalena sumergida en té, pueden ayudar a recuperar el pasado.
Al estudiar grupos compuestos por suecos cuya edad promedio era de 75 años, los investigadores ofrecieron tres diferentes juegos de las mismas 20 claves para la memoria —claves como una palabra, una imagen o un olor—. Los científicos hallaron que mientras las claves verbales y visuales atraían asociaciones en su mayoría provenientes de la adolescencia y el principio de la vida adulta de los sujetos, las claves olfativas evocaban pensamientos de su niñez temprana, por debajo de los 10 años de edad.
Y a pesar de la antigüedad de tales recuerdos, añadió la doctora Larsson, las personas los reconstruían en términos excepcionalmente ricos y emotivos, y tendían a expresar la sensación de haber sido traídas de regreso en el tiempo. Olían especias y de repente estaban en su cocina, con harina volando mientras ayudaban a mamá y a su nana a preparar la comida para las fiestas. Luego captaban el aroma del alquitrán, y estaban en la cochera con papá arreglando el fondo del bote familiar antes de las largas regatas de verano.
La doctora Larsson atribuye la juventud de las memorias olfativas al hecho de que el olfato es el primero de nuestros sentidos en madurar, y sólo hasta después cede la primacía cognitiva a la visión y las palabras, mientras el lazo cortical entre olfato y emoción se asegura de que esas sensaciones tempranas mantengan su aroma durante toda la vida.


Aclaraciones: Tres razones me motivaron a traducir este texto. La primera (y la más obvia): me gustó. La segunda: lo considero un buen ejemplo de cómo se puede escribir sobre ciencia de manera atractiva, y por eso he decidido llevarlo de muestra a la clase de Taller de Periodismo Especializado I para la que sigo intentando ser adjunto. La tercera: quise practicar mi inglés; si alguien desea echar un ojo al original, puede dar clic en “The Nose, an Emotional Time Machine”.

2 comments:

Elizabeth García said...

Interesante artículo. Buena y entretenida forma de hacer ciencia!
Saludos!

Necio Hutopo said...

Pero... Pero...

Es que usted no aprende o nada más le gusta sufrir? Volverá a ser adjunto?...

Pues no, me da a mi que lo suyo ya es patología...