Tuesday, October 20, 2009

El Presidente, la luz y la importancia de las formas

Aplaudido por unos y repudiado por otros, el hecho sorprendió al país: en los primeros minutos del pasado domingo 11 de octubre, el presidente Felipe Calderón decretó la extinción de Luz y Fuerza del Centro (LyFC) y la liquidación de sus trabajadores, al tiempo que elementos de la Policía Federal tomaban las instalaciones centrales de la compañía. La razón esgrimida fue que la empresa “ya no resulta conveniente desde el punto de vista de la economía nacional ni del interés público”.
Desde entonces a la fecha hemos observado, entre otras imágenes, la defensa que el gobierno ha hecho de la medida, las reacciones de todos los partidos en el Congreso de la Unión y, por supuesto, la oposición de la dirigencia y de los agremiados del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME). Apenas el jueves, esta última se materializó en una marcha del Ángel de la Independencia al Zócalo capitalino, de la cual derivó un intento de diálogo entre gremio y autoridades que, sin embargo,
hasta el momento no ha dado visos de rendir frutos e incluso parece roto.
No obstante su final reservado, este episodio permite ya realizar varias lecturas. La que aquí deseo destacar es que, a pesar de que las cifras respaldan el argumento gubernamental respecto de la ineficiencia de LyFC (por ejemplo, 30% de pérdida de energía o inconformidades de los usuarios para con el servicio), el modo de proceder contra la compañía no fue el correcto, levanta interrogantes y puede costarle caro a la administración calderonista.
Que el jefe del Ejecutivo federal decretara la extinción de la empresa sin previo aviso, en fin de semana y con apoyo de la fuerza pública no sólo causó pasmo general, sino respuestas particulares.
Del lado de los trabajadores, alrededor de 44 mil en activo y 22 mil jubilados se sintieron lanzados al desamparo dado el actual contexto nacional de crisis y desempleo. Además, aunque las autoridades afirman que se liquidará incluso “por encima de la ley” a los empleados y que se respetará el pago de pensiones,
testimonios de las familias afectadas apuntan a que los montos serán menores que lo prometido.
En lo que toca a la sociedad civil, el discurso oficial y algunas encuestas aseguran que el decreto presidencial goza de un apoyo mayoritario sustentado en el descontento ciudadano con LyFC. Empero, basta revisar otros sondeos o comentarios de cibernautas para notar la división de opiniones. Y en ese sentido, si bien son conocidas las historias de burocratismo, corrupción y cobros indebidos de los empleados de la compañía, es injusto generalizar esas características a toda la planta laboral, como también lo es achacar al SME toda la responsabilidad de su mal funcionamiento cuando desde distintos gobiernos se le ha descuidado.
Para los detractores de Calderón, finalmente, la medida representó una afrenta, una jugada tramposa que —legal o no— simplemente no dejarán sin contestación. En otras palabras, aunque el Presidente haya sorprendido al SME y hasta ahora haya logrado cumplir con sus propósitos, sus rivales, con o sin motivos reales, le cobrarán la movida en este y posiblemente en otros temas, como el paquete económico para 2010.
Tampoco dejarán escapar, por cierto, el doble rasero utilizado por su gobierno para con los sindicatos del Estado: ataque a los contrarios, como el SME, ligado al PRD y a Andrés Manuel López Obrador, e impunidad para los aliados, como maestros y petroleros.
Insisto: en principio no cuestiono la presunta buena intención de la administración calderonista de acabar con una empresa pública ineficiente y obsoleta, pero las formas empleadas dejan mucho qué desear.
Ya echado a andar el proceso, ahora bien, el Ejecutivo puede, al menos, mostrar mayor sensibilidad hacia jubilados y ex trabajadores, pagarles los montos correspondientes y buscar su reinserción en el mercado laboral; puede plantear la modernización del sector energético con visión de largo plazo; y puede, por qué no, actuar parejo y con apego a ley con los sindicatos oscuros. De lo contrario, en vez de reimpulsar su sexenio, todo este episodio de LyFC podría convertirse para Felipe Calderón en un pesado lastre para los próximos tres años.


Nota: Este texto aparece en e-joven.

Saturday, October 17, 2009

Porqués de la literatura

La pregunta me asalta a cada tanto: ¿para qué nos sirve la literatura? El cuestionamiento, aclaro, no parte de mis dudas respecto de su valor, sino de la necesidad de saber qué conduce a mujeres y hombres de todas las culturas a volcarse en el papel, así como de indagar cuál es el legado que nos dejan sus obras y cómo los seres humanos podemos aprovecharlo.
En esta ocasión también me motiva la reciente entrega del Premio Nobel de Literatura 2009 a la escritora rumano-alemana Herta Müller, de quien la Academia Sueca dijo reconocer en su trabajo “la concentración de la poesía y la franqueza de la prosa con la que describe el paisaje de los desposeídos”. De esa manera fueron galardonados sus esfuerzos por retratar la vida de algunas minorías en la Europa del este del siglo XX y su oposición a la represión comunista.
Bien sé que sobre el Nobel pesan duras críticas según las cuales cada vez se condecora menos la calidad literaria y más la filiación a ciertas causas político-ideológicas. Sin embargo, además de que la discusión tendría que ser más amplia y de que al menos en esta oportunidad los detractores no han arremetido en contra de la autora premiada, no puedo dejar de simpatizar con el veredicto expuesto en Estocolmo.
Para mí, una de las grandes virtudes de la literatura —e igualmente del periodismo— radica en la posibilidad de dar voz a quienes son oprimidos o sufren algún tipo de exclusión. Así lo entendieron escritores del romanticismo y en México lo han hecho, por ejemplo, Juan Rulfo, Rosario Castellanos y Carlos Monsiváis.
Sin caer en maniqueísmos, me parece que voltear a ver a las personas más desafortunadas de nuestra sociedad, en este o en otro tiempo, no sólo nos permite plasmar su existencia; asimismo, abre el espacio para denunciar las injusticias que a diario ocurren y, con esto, alienta a intentar acabar con ellas.
La literatura, por otra parte, constituye también otra forma de preservar el lenguaje y de aproximarnos a la realidad. Tal explicación la escuché hace unos cuatro años del profesor Eduardo Casar. En aquella charla, el académico de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM reparó en que una novela puede enriquecer nuestra visión de determinada época histórica y brindarnos claves para comprender el presente.
Al respecto, me pregunto cómo la creación literaria habrá de capturar a este México de principios del siglo XXI. ¿Retomará su alternancia en el poder, su incompleta transición democrática, sus enconadas pugnas entre las élites políticas, su marginación creciente, su sociedad dividida y profundamente desigual? ¿Lo recordará como un país sin un rumbo seguro al cual dirigirse? Más aún, de llegar a vernos plasmados en tinta y en papel, ¿seremos entonces capaces de reconocer nuestros errores?
Una tercera bondad de la literatura, con la cual deseo cerrar el dardo de hoy, consiste en su facultad para potenciar nuestra imaginación.
Frente a los problemas que vivimos, pudiera parecer banal que un cuento, un poema, una novela o un ensayo echen a volar nuestras mentes hacia mundos ficticios. No obstante, como he oído decir a Casar y a otras personas, la actividad intelectual que ello implica bien puede servirnos para despertar y, en la realidad, encontrar las salidas de laberintos aparentemente insuperables o soluciones a obstáculos temibles.
En ese sentido, todo un arsenal que podría ayudarnos a imaginar y a construir un mundo distinto al que tenemos está guardado en las manifestaciones literarias. Nuestra situación actual nos obliga a revisarlas.

Nota: Este texto aparece en los Dardos de diasiete.com.

Thursday, October 15, 2009

Incertidumbre en familias de LyFC

Esposa de un ex trabajador de la extinta empresa afirma que no se está dando a conocer la versión de los miles de afectados


Reconoce que en el SME hay corrupción y malos empleados, pero sostiene que estas personas "no son la mayoría"


Paulina Lázaro, esposa de uno de los ex empleados de la recién extinta compañía de Luz y Fuerza del Centro (LyFC), tiene un reclamo para la cobertura de los medios de comunicación en este conflicto, en especial para la televisión: “No se está dando la versión de los trabajadores”.
Considera que desde los primeros minutos del domingo pasado, cuando se publicó en el Diario Oficial de la Federación el
decreto presidencial que liquida la empresa, al tiempo que efectivos de la Policía Federal tomaron sus instalaciones, se ha desatado una “guerra mediática” en contra del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME), al que se le atribuyen todos los problemas que padece LyFC; entre ellos se enumeran ineficiencia, pérdida de energía eléctrica y escasa rentabilidad.
Sin embargo, dice, al culpar solamente a una de las partes no se toma en cuenta que el gobierno “no quiso hacer nada” por resolver tales deficiencias, y aunque reconoce también que hay malos elementos dentro de la organización sindical, enfatiza en que estas personas “no son la mayoría”.
Ella pertenece a una de las 66 mil familias afectadas por la extinción de la compañía de luz. Vive en Lomas de Atizapán, estado de México, una colonia de agremiados del SME. Ahí, relata, el domingo por la mañana la medida adoptada por el Ejecutivo federal cayó como “un golpe fuerte” y creó un ambiente similar al de un funeral.
Los trabajadores ya esperaban que las autoridades intentaran tomar las instalaciones de LyFC, pero calculaban que esto ocurriría hasta el 16 de marzo de 2010, cuando venciera el contrato colectivo. Por tal razón, la sorpresa fue mayúscula, e inmediatamente se convocó a una asamblea general del sindicato para definir las acciones a seguir.
“Toda la gente está muy temerosa”, comenta Paulina, pues, “contrariamente a lo que se piensa, la mayoría de nosotros, las familias de los trabajadores de LyFC, vivimos al día”.
Afirma que a pesar de que el gobierno anunció que mantendría las pensiones de los jubilados, no ha aclarado que pretende pagar un monto mucho menor que el actual. Tampoco ha dicho que a las liquidaciones prometidas “por encima de la ley” —para las que ha establecido que puede destinar
hasta 20 mil millones de pesos— se les descontarán impuestos, ni ha especificado qué sucederá con los créditos para vivienda que los empleados habían adquirido sin intereses a través del SME.
En su caso, su esposo, con ocho años laborando en LyFC, su suegro, ya jubilado, amigos y vecinos están pendientes de la evolución de los hechos.
Paulina asegura estar consciente de los malos manejos que tienen lugar dentro del SME, como las disputas por el poder o el que los líderes se hayan enriquecido por medio de los trabajadores. No obstante, aunque no justifica esas prácticas, insiste en que la gente que corre el riesgo de perder su fuente de ingresos ahora necesita respaldar a su gremio.
Recalca que los sindicatos deben defender los derechos de los trabajadores. Pero esa tradición, lamenta, se ha ido perdiendo tanto por la corrupción como por las políticas oficiales de tipo neoliberal que han favorecido la proliferación de contratos cortos, por honorarios y sin prestaciones, lo que ha conducido a que los empleados en México queden en condiciones de desprotección.
Señala que por lo pronto la estrategia inmediata de sindicalizados y familias es permanecer informados, continuar en la resistencia y salir a marchar este jueves vestidos de blanco y negro, los colores del SME.
Al preguntarle cómo augura que habrá de terminar este episodio que apenas comienza, responde: “Tenemos la esperanza de que esto salga lo mejor para los trabajadores y para sus familias, pero estamos claros de que el gobierno no va a dar marcha atrás”.


Nota: Este texto aparece en e-joven.

Thursday, October 08, 2009

Un llamado al Congreso

No voy a caer en la descalificación rápida ni en el insulto fácil. Aunque entiendo y en cierta medida comparto el descontento general para con nuestro Poder Legislativo, pienso que únicamente deshacerse en reclamos viscerales hacia nuestros diputados y senadores es tan frustrante como infructuoso.
Considero, ahora bien, que manifestar puntualmente nuestras inconformidades con el trabajo que se realiza en las cámaras es el primer paso para demandar un Congreso de la Unión de veras democrático, representativo, abierto a la sociedad. Y que a ese movimiento inicial deben seguir el escrutinio constante, la organización ciudadana, la propuesta y la acción.
A la luz de esa idea es que reparo en hechos recientes que han tenido lugar lo mismo en San Lázaro que en Xicoténcatl, y que ponen en evidencia la enorme desconexión existente entre legisladores y representados.
Empiezo el recuento en el Senado, donde el pasado 24 de septiembre fue ratificado Arturo Chávez Chávez como procurador general de la República. Desde el momento de su presentación, el nominado presidencial generó protestas de parte de figuras públicas, medios y organizaciones civiles, motivadas por las omisiones del entonces titular de la Procuraduría de Chihuahua en las investigaciones de los feminicidios desatados en Ciudad Juárez en la década de los 90.
De poco sirvió la oposición social a que un personaje cuando menos cuestionado llegara a la PGR, pues, como ha escrito el columnista Miguel Ángel Granados Chapa, los senadores parecen haber convertido sus facultades constitucionales, como la de confirmar o rechazar los nombramientos del jefe del Ejecutivo, “en mecanismos para el canje de favores”. Por lo demás, y por desgracia, ese trueque de posiciones políticas da señales de extenderse a designaciones en otros órganos autónomos.
Así puede suceder en la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), en el Banco de México (Banxico) y en la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), y ocurrió ya en el Instituto Federal de Acceso a la Información Pública (IFAI), responsable de transparentar el quehacer gubernamental. Para este último, Felipe Calderón propuso como nuevas comisionadas a Wanda Sigrid Arzt Colunga y a María Elena Pérez-Jaén, la primera acostumbrada a actuar con sigilo por su desempeño en áreas de seguridad e inteligencia, y la segunda relacionada con Elba Esther Gordillo y con el impulso al desafuero de Andrés Manuel López Obrador. Sin embargo, como en el caso de Chávez Chávez en la PGR, es probable que poco importen estos antecedentes al Senado, aun cuando todavía está a tiempo de objetar esas nominaciones.
Otro tanto puede achacarse a la Cámara de Diputados, donde continúan repitiéndose prácticas tan penosas como que legisladoras titulares pidan licencia para ceder su lugar a sus suplentes varones, o como la pelea por espacios no en la búsqueda de un mejor trabajo legislativo sino por mero reparto de poder.
Fue en ese tono que el 29 de septiembre los partidos políticos integraron las comisiones de San Lázaro, un proceso del cual el PRI resultó ganador al acaparar 21 de 44 presidencias, mientras el PVEM, con notorios vínculos a las televisoras, logró quedarse con tres: Función Pública, Medio Ambiente y Radio, Televisión y Cinematografía.
Ahora se discute el paquete económico para 2010, y al menos a mí me queda la fuerte percepción de que la preocupación de la mayoría de nuestros legisladores no es aprobar un proyecto realista que ayude al país a salir de la crisis y permita comenzar a transformar la hacienda pública. Su meta es, en cambio, posicionar a sus grupos —no a la ciudadanía— de forma que alcancen el mayor control posible de la agenda nacional y ventaja rumbo a las elecciones de 2012.
La situación por la que atraviesa México, empero, exige que tanto senadores como diputados dejen de cuidar sus privilegios, de negociar arbitrariamente el futuro de la República y de defender facciones particulares, para en verdad asumirse como lo que deben ser, o sea, representantes de todos los mexicanos. Tal es el llamado que muchos les hacemos. Desde hace tiempo.


Nota: Este texto aparece en los Dardos de diasiete.com.

Friday, October 02, 2009

Un mundo sin hambre, ¿un mundo imposible?

Josette Sheeran, directora ejecutiva del Programa Mundial de Alimentos (PMA) de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), lanzó a mediados de septiembre un dato escalofriante: se estima que el número de personas con hambre en el planeta superará los mil millones durante 2009, “mientras el flujo de asistencia alimentaria estará en su nivel más bajo de los últimos 20 años”.
La cifra, más allá del habitual discurso políticamente correcto emitido por los gobiernos y que solemos reproducir los medios de comunicación, resulta alarmante en virtud de que equivale a más de un séptimo de la población de la Tierra. Asimismo, es escandalosa porque demuestra que como humanidad seguimos sin ser capaces de edificar una base mínima para la vida digna de todos nuestros congéneres.
Ya desde la primera mitad de 2008 el propio PMA había advertido del impacto que en este campo tendrían, por un lado, el alza en los precios de los alimentos (trigo, arroz, maíz) y, por el otro, los desastres naturales. A tales factores, derivados de la demanda de grandes consumidores como China o India, de la producción de biocombustibles y del cambio climático, se deben agregar las consecuencias de algunos conflictos armados y de la crisis financiera global detonada en octubre pasado.
En ese contexto, países de África y Asia padecen los efectos sociales de la hambruna, aunque para observarlos no es necesario ir tan lejos.
Guatemala, uno de nuestros vecinos del sur, recientemente declaró estado de calamidad pública por la crisis que viven 54 mil familias. Más aún, basta mirar al interior de nuestras fronteras para percatarse de la gravedad del problema. El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), por ejemplo, dio a conocer en julio que en sólo dos años, de 2006 a 2008, el número de mexicanos en pobreza patrimonial aumentó de 44.7 millones a 50.6, y el de aquellos en pobreza alimentaria de 14.4 millones a 19.5.
Frente a ese desolador panorama, tanto a nivel nacional como internacional se buscan medidas para combatir la miseria.
Aquí el gobierno federal plantea crear un impuesto al consumo general para hacerse de recursos y, afirma, distribuirlos entre las personas de menores ingresos (por lo demás, independientemente de esa presunta buena intención, voces en la política y en la academia han señalado la poca conveniencia de subir los gravámenes en época de recesión). En el mundo, por otra parte, el PMA llama a las autoridades de los países desarrollados y a las empresas transnacionales a realizar las donaciones que le permitan ayudar a la mayor cantidad posible de seres humanos.
Sin embargo, a pesar de que en las condiciones actuales es indispensable la asistencia de estados o de organismos multilaterales, me parece que acabar con el hambre requiere de acciones mucho más profundas, es decir, no de paliativos que maquillen la precariedad, sino de un cambio en el modelo de desarrollo global con la finalidad de reducir las desigualdades e incrementar las oportunidades de desarrollo.
Muy poco mejora la situación si a una persona se le da un plato de comida un día (y al siguiente quién sabe), en vez de facilitarle los elementos para que salga adelante por sus propios méritos. Y para ello es indispensable que dentro de las naciones, entre las regiones y en todo el orbe se convenga en que la humanidad, como tal, tiene el imperativo moral de terminar con las distintas expresiones de la exclusión: la escasa posibilidad de participar en los asuntos públicos, el desempleo, los bajos salarios, el deficiente acceso a la educación y la cultura... la falta de alimento.
Consciente estoy de que lo escrito aquí puede ser tildado de imposible, de utópico. Pero para afianzar mi esperanza, y sin caer en mitificaciones, evoco aquel espíritu del 68 que hoy recordamos; aquel que, aunque reprimido en California, París, Praga o el DF, pugnaba por transformar el planeta en el que habitamos. Yo, como aquellos jóvenes, también creo que otro mundo es posible. Hay que construirlo.


Nota: Este texto aparece en los Dardos de diasiete.com.

Thursday, October 01, 2009

Transeúntes en la indefensión [reportaje]

Datos de la PGJDF reportan un incremento en el número de robos en la vía pública y a bordo de microbús; frente a la impunidad, experta llama a fortalecer la cultura de la prevención

Una fue asaltada a punta de pistola; la otra, en cuanto sintió que el ladrón tomaba su bolsa, soltó sus pertenencias y pudo echar a correr. Una fue acorralada por siete individuos mientras viajaba en un microbús con otros nueve o 10 pasajeros; la otra se encontró con un solo delincuente cuando caminaba cerca de un parque poco transitado. A una la atracaron un lunes por la noche; a la otra, un domingo por la mañana.
En días recientes, Abigail y Lourdes se convirtieron en víctimas de distintas modalidades del robo a transeúnte, un delito que, de acuerdo con datos de la Dirección General de Política y Estadística Criminal de la
Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF), va al alza.
Cifras de la dependencia capitalina señalan que de enero a junio de 2009 se registraron 7 mil 274 asaltos en la vía pública, un promedio de 40.2 diarios. En los primeros seis meses de 2007 fueron cuatro más, 7 mil 278, pero en el mismo periodo de 2008 la tendencia bajó a 5 mil 682; esto significa que del año pasado a la fecha la práctica ha recobrado fuerza.
Por otra parte, el incremento constante es más claro en el caso de los robos a bordo de microbús: de enero a junio de 2007 se contabilizaron 734, 846 en el mismo lapso de 2008 y mil 115 en el correspondiente a 2009, es decir, 6.2 al día.

“¡Al chile, no estamos jugando!”
“Cuando volví a voltear —recuerda Lourdes—, el tipo sostenía mi bolsa de brazo y me sujetaba por la espalda, y con voz relajada, sabiendo que no habría testigos, me dijo: ‘No te muevas…’”. El hecho ocurrió al poniente de la ciudad, en el puente de avenida Constituyentes, casi esquina con Periférico, que conduce al Parque Lira, en la delegación Miguel Hidalgo.
El sujeto, de tez morena, estatura mediana, complexión robusta y “aspecto descuidado”, había comenzado a seguirla a mitad de su ascenso por las escaleras. Ella anhelaba toparse con alguna otra persona para no atravesar sola por aquel lugar, “…pero nadie”. Así, cuando el ladrón la alcanzó y soltó su advertencia, ella, ya en estado de alerta, echó a correr: “No volví a voltear, supongo que por el miedo a ver que venía detrás de mí con alguna navaja, o peor, alguna arma de fuego. Corrí y corrí”.
Abigail, por el contrario, no tuvo oportunidad de huir. Pistola en mano, siete “chavos vestidos como reggeatoneros” asaltaron el microbús en el que viajaba. Esto sucedió al oriente de la ciudad, en la colonia Granjas México de la delegación Iztacalco.
Tres de ellos, relata, abordaron el vehículo pasando el Eje 3, sobre la calle Añil; metros más adelante subieron los otros cuatro. Confiesa que su apariencia le hizo temer que cometerían un atraco e incluso pensó en bajarse, pero optó por no dejarse llevar por lo que consideró estereotipos y permaneció en su sitio. Su intuición, sin embargo, rápidamente se revelaría acertada.
“Carnal, esto ya valió madres, así que ya sabes cómo irte”, dijo uno de los asaltantes al chofer. Primero exigieron sus celulares a los nueve o 10 pasajeros; Abigail entregó el suyo. Luego comenzaron a arrancar bolsas, pero cuando uno de los sujetos llegó a su asiento ella se resistió.
El delincuente cortó cartucho, le apuntó a la cabeza y gritó: “¡Al chile, hija de tu pinche madre, no estamos jugando, esto es en serio!”. Ante la amenaza ella cedió pero el individuo, uno distinto del que había recogido su teléfono, volvió a la carga: “¡Tú traes el celular; el celular, hija de tu pinche madre!”. “¡Ya se los di!”, respondió, aunque el asaltante insistió y le siguió apuntando. Al fin intervino otro sujeto: “Ya me lo dio, güey”.
Después de eso ordenaron a los pasajeros agachar la cabeza, les advirtieron que atrás venía una camioneta —“pobres de ustedes si voltean; se los carga la chingada”— y, sin más, abandonaron el vehículo. A pesar de que el chofer sugirió no denunciar pues “ni los van a agarrar”, Abigail decidió acudir ante el Ministerio Público con la esperanza de que el hecho “no quede impune”.

Frente a impunidad, más prevención
Desafortunadamente, señala Ana María Salazar, experta en seguridad, frente a la realidad que se vive en las grandes urbes como el DF es necesario estar conscientes de los riesgos que se corren y anticiparse a situaciones como la posibilidad de sufrir un asalto en la vía pública.
Para lograrlo, la primera recomendación que ella transmite es “escuchar al instinto”, ya que éste constituye “una herramienta contra el peligro” que permite detectar cuando algo no concuerda y actuar en consecuencia. En los casos citados, tanto Abigail como Lourdes percibieron la inminencia del robo antes de que el incidente se presentara; no obstante, Salazar reconoce la dificultad de reaccionar cuando se viaja en microbús porque la persona queda atrapada en el vehículo, mientras que cuando se transita por la calle es más fácil escapar de un sujeto sospechoso.
Su segunda sugerencia es definir qué pasos se tomarían durante un asalto con tal de proteger la vida de la víctima y la de quienes la acompañan. Entre estas estrategias menciona mantener la calma y un tono “ecuánime” al hablar con los ladrones, entregar lo que se exige y buscar salir de esa situación lo más pronto posible.
Por último, en vista de la prevalencia de una cultura de la impunidad en la que los delincuentes “saben que no les va a pasar nada”, la experta aconseja fortalecer la cultura de la prevención. En ese sentido, la asociación
México Unido contra la Delincuencia recomienda, entre otras medidas, evitar el exceso de confianza, o sea, pensar “a mí nunca me va a ocurrir”; elaborar rutas de traslado con anticipación; no transitar por áreas solitarias o de noche y sin compañía; portar sólo el dinero necesario; no vestirse llamativamente ni llevar joyas o relojes ostentosos; así como ser discreto con la información sobre la economía personal y familiar.
Tras los malos episodios, Lourdes y Abigail pretenden continuar con su vida cotidiana. Sin embargo, ambas coinciden en el miedo, en el enojo, en la impotencia. “Estoy segura de que otras personas han superado peores experiencias, pero ahora no vivo tranquila”, comenta la primera. “La gente es mala, la sociedad está jodida, asaltándonos unos a otros, tal vez entre vecinos, niños con pistolas, encañonando a quien se resiste”, sentencia la segunda.
Lourdes intenta reponerse pero reconoce su paranoia: “Imagino ver en las caras de los extraños aquella que me hizo vivir tan infortunado momento… nada es igual”. Abigail, por su parte, hace hincapié en que la inseguridad no es “normal” y lanza un llamado: “No debemos acostumbrarnos, debemos denunciar y no sólo a los ‘chicos’, sino a la serie de injusticias que provocan que la ley del más fuerte y salvaje reine en la civilización”.


Nota: Este texto aparece en e-joven. Actualización: Me alegra mucho decir que con este texto volví al impreso; vean la página A15 de la edición del martes 13 de octubre o den clic aquí.