Thursday, January 25, 2007

El reportero



O un pequeño homenaje a un grande

Mentiría si me declarara el más grande admirador de Ryszard Kapuscinski. Muchas y muchos querrían colgarse al cuello esa medalla, unos con razón, otros sin ella. Por otro lado, y por cursi que pueda parecer, también mentiría si dijera que el pasado martes 23 de enero, al recibir la noticia de la muerte del periodista polaco, no me entristecí.
Los datos: Kapuscinski, nacido el 4 de marzo de 1932, historiador y poeta, corresponsal en África, Asia y América Latina, autor de más de 20 libros, considerado el más grande reportero del siglo XX, falleció a la edad de 74 años de una “grave enfermedad” que el sábado lo había llevado al quirófano.
Consignada la noticia, y ante la previsible avalancha de esquelas, necrologías y opiniones laudatorias que habrán de publicarse o, sin duda, ya circulan en distintos medios, en estas líneas me limitaré a exponer una breve reflexión sobre lo que para mí —y tal vez para alguien más— representa el autor de, entre tantos otros, El Sha o la desmesura del poder, El Imperio, La guerra del futbol, Las botas y Viajes con Heródoto.
Ryszard Kapuscinski, para quienes estudiamos Ciencias de la Comunicación en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, o Periodismo en cualquier otra institución, es el nombre de una referencia obligada a lo largo de la carrera.
Más allá del debate de si sus obras pueden erigirse o no en modelos de cómo se hace y debe hacerse un reportaje —por cuestiones como el tiempo con que dispusieron para ser elaboradas, lo noticioso en el sentido de salir a la luz “en el momento”, o el grado de intromisión del autor, o sea, la subjetividad presente en ellas—, lo cierto es que encierran el esfuerzo del reportero por acercarse a la realidad tratada en cada caso, así como un intento por comprender al otro, y una meditación acerca del oficio periodístico y de la humanidad en sí misma.
Así, por ejemplo, en Los cinco sentidos del periodista (estar, ver, oír, compartir, pensar), Kapuscinski plantea la fragilidad y la importancia de la materia prima con la cual trabaja el reportero, a saber: el propio ser humano. En esa línea, ya con anterioridad, como lo recuerda Maria Nadotti en las conferencias contenidas en Los cínicos no sirven para este oficio, el polaco había comentado: “‘Es erróneo escribir sobre alguien con quien no se ha compartido al menos un poco de su vida’”.
Para un periodista, entonces, escribir sobre cualquier persona conlleva una doble responsabilidad: por un lado, conocer y entender a ese individuo, establecer, como mínimo, cierto grado de empatía; por el otro, ser consciente de que aquello que se escriba podría afectar positiva o negativamente a la persona o la colectividad implicada en el texto.
En otro ámbito, como personaje o copartícipe de sus relatos, Kapuscinski se torna en una figura simpática si no es que entrañable. Es el europeo que, al olvidarse de la comodidad del hotel y adentrarse en las selvas o las aldeas de África, o en los pasillos y bazares de Teherán, se percata de que para quienes tiene de frente, los lugareños, él es el otro, o con Albert Camus, el extraño, el extranjero.
Para conocer el modus vivendi de los pueblos africanos, el reportero padece el calor, las grandes distancias, la escasez, las enfermedades, lo mismo que, para comprender el ambiente de los días previos al inicio de la revolución islámica del ayatolá Jomeini en Irán, se entrevista con disidentes del régimen y comparte con ellos la paranoia provocada por la persecución de la Savak, la policía oficial.
Como escritor, Kapuscinski es un estudioso del fenómeno del poder y un crítico de los poderosos (baste revisar los casos de quienes fueran, respectivamente, emperador de Etiopía y sha de Irán, Haile Selassie y Mohamed Reza Pahlevi). Es también narrador ágil, lúcido retratista de gente y situaciones, y notable interpretador. En Ébano, por ejemplo, disecciona su “Anatomía de un golpe de Estado”: “En resumen: la pobreza y la decepción de los de abajo y la codicia y la voracidad de los de arriba crean un ambiente emponzoñado que el ejército olfatea; presentándose como defensor de los humillados y ofendidos, abandona los cuarteles y alarga la mano para tomar el poder”.
Y, a manera de cierre, retomo la pregunta con una respuesta más concisa: ¿quién fue, pues, Ryszard Kapuscinski? Además de un autor cuyo nombre nos es fácil recordar, fue, es y seguirá siendo un reportero, un escritor, un maestro, un modelo a seguir, incluso para quienes sólo pudimos conocerlo a través de sus libros.

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