Wednesday, January 31, 2007

Acerca de una decisión [cuento]

Tal vez fue el hecho de haber tenido un mal día, de que mi reportaje no se publicara por falta de espacio, o el calor de los tragos, o que el ambiente de la cantina me recordara el pasaje de alguna novela, o la combinación de todo lo anterior, lo que hizo que soltara la lengua. Terminé en ese lugar porque era noche de viernes y Felipe, mi jefe, quien es más de veinte años mayor que yo, tenía ánimo de salir. Ya antes había logrado eludir sus “A ver cuándo vamos a echarnos unas cervezas”, pero en esa ocasión, impulsado quizá por cierto afán de hacer algo nuevo y romper con la monotonía, acepté su invitación.
Supongo que lo afirmativo de mi respuesta le infundió más energía, ya que, aun teniendo un barcillo justo a espaldas del periódico, caminamos cinco o seis calles en busca de un sitio que le convenciera. No digo que le interesara mi compañía en particular, sino sólo que necesitaba alguien con quien departir, que escuchara sus historias y sus quejas sobre la rapacidad de los políticos, la avaricia de los empresarios y la desigualdad económica y social en que sigue sumergido este país. Finalmente, justo cuando comenzaba a amilanarme, dijo:
—¡Ya sé! Vamos a La Gruta de San Joaquín. Hace mucho que no voy, pero está bueno el ambiente y tiene unas meseras bien guapas.
—Órale, vamos —respondí, a decir verdad, no tan entusiasmado, aunque procurando no desanimar a Felipe.
Anduvimos media cuadra más hasta dar con la taberna, un local amplio con paredes de ladrillo rojo y ese aire de expertos bebedores que se juntan para hacer lo que mejor saben hacer. El dueño —habría de explicarme Felipe poco después— era “gachupín”, o sea, español, y sabía cuál era el gancho de su negocio y cómo manejarlo: meseras atractivas para una concurrencia en su mayoría integrada por hombres que entraban en años. Desde que ingresamos Felipe quedó embobado con una de ellas, pretendidamente rubia, pero, eso sí, de bonitas formas.
Al llegar a nuestra mesa, Felipe sentenció:
—N’hombre, esa güerita está rebien. Mira nada más.
Era viudo desde hacía quince años. Su esposa murió consumida por una implacable leucemia y lo dejó con dos hijas pequeñas. Para ese entonces ellas ya eran mujeres jóvenes que empezaban a hacer sus vidas, y él un hombre solo, medio amargado por las duras experiencias que le habían tocado y sin embargo capaz de valorar a la gente, y sobre todo, ya fuera por mera calentura o necesidad de afecto, en busca de una mujer. Así, con Felipe escudriñando a “la güerita” y al resto de sus compañeras, inició formalmente nuestra velada.
Él pidió un tequila; yo, una cerveza oscura. Tras hablar del trabajo y los pormenores del día pasamos a su vida, a los tiempos en que él y otros colegas frecuentaban La Gruta, a su época como reportero de algunos medios internacionales —muchos de ellos ya desaparecidos— y a algunos de sus viajes. Llegada cierta hora de la noche, después de cuatro o cinco rondas de tragos, y puesto que hasta ese momento quien más había hablado era él, me preguntó:
—¿Y tú? ¿A qué te dedicas aparte del periódico? ¿No tienes novia?
En circunstancias normales, si por “normal” entendemos no estar sometido bajo el influjo del alcohol o el de una nostalgia inusual, simplemente habría respondido que no para luego evadir el tema con alguna frase prefabricada o una broma tan fácil como poco comprometedora. No obstante, contrario a mi costumbre, me di a la tarea de relatar un fragmento de la historia de mi vida:
—Estoy solo desde hace tres años —respondí—. Saliendo de la universidad terminé con la que había sido mi novia por más de cinco. Su familia ya me conocía, la mía a ella también. Ya hacíamos planes de estar juntos.
—¿Y qué pasó? —intentó adivinar Felipe—. Te mandó a la chingada.
—Mmm... No precisamente.
—¿Cómo? ¿A poco tú la cortaste?
—Algo así... En el último semestre, cuando yo empecé mis prácticas profesionales y ella estaba en el servicio social, los dos nos alejamos mucho. Yo estaba concentrado en muchas cosas, dejé de dedicarle tiempo, de ser detallista...
A pesar de que su semblante ya mostraba esa curiosa alteración producto de la bebida —una ceja arqueada dando la impresión de un ojo más grande que el otro, la mirada medio perdida, la boca entreabierta— , Felipe parecía prestarme atención. Quizá fuera eso, o mi sola necesidad de desahogarme, lo que me llevó a ahondar en la historia.
—Aunque ahí hubo algo más —continué—. Por esas fechas en que Laura y yo teníamos problemas, conocí a otra persona. Yo iba poco a la facultad, pero trataba con mucha gente. Un día me presentaron a un chava dos años menor, una niña simpática, muy sonriente, alguien con quien me entendí bastante bien. Todo comenzó como una amistad. Al principio sólo platicábamos y uno que otro coqueteo medio inocentón, pero la verdad es que hubo un momento en que ella representó algo más.
—¿Y qué pasó? ¿Le pusiste el cuerno a tu novia? ¿La dejaste? Qué poca madre tienes —se burló.
La ofensiva seguridad con que dio por sentada su hipótesis y su estruendosa carcajada etílica no bastaron para interrumpir mi narración. Una vez que Felipe se calmó, proseguí:
—Aunque en serio quise a Lorena —así se llama—, nunca se concretó nada entre los dos. Parte de mí deseaba que ocurriera, no sólo algo físico, sino que estuviéramos juntos.
—¿Se enteró tu novia?
—Sí... Del peor modo: no a través de mí. Supongo que de alguna forma, tarde o temprano, lo iba a saber. Un día Laura me notó raro, como con la cabeza en otro sitio. Al siguiente entró a mi correo electrónico y descubrió todos los mensajes que Lorena y yo habíamos intercambiado.
— ¡¿Y no te mandó a la chingada?!
—Esa fue su primera reacción, aunque después se tranquilizó. Claro que se sintió triste y decepcionada —no era para menos—, pero me quería mucho y al final me dijo que me entendía, que pensara con quién quería estar, que tomara mi decisión y que, si es que optaba por volver, ella ahí estaría.
—Así que empezaste a andar con la otra chava...
—En un principio pensé que eso quería. Sin embargo, conforme lo fui meditando me di cuenta de muchas cosas: no podía iniciar algo con ella porque no había dejado de querer a Laura; habría sido injusto e imagino que la habría lastimado aún más de lo que lo hice. Por otro lado, no podía regresar con Laura a sabiendas de que sentía algo por Lorena, algo que podía resultar suficiente para plantear dudas en nuestra relación, que podría ser como una pequeña grieta que provocara que todo se viniera abajo.
—¿Entonces qué hiciste?
—¿Tú qué crees? A pesar de todo a mí me quedaba claro que ninguna de las dos me necesitaba, que yo no tenía la intención de herirlas o de que ninguna de las dos me esperara indefinidamente, y deseaba que fueran felices. Así que decidí quitarme de sus caminos. Preferí estar solo. Creo que era lo mejor para todos.
Hubo una pausa. Felipe me observaba entre curioso e inquisitivo. Cuando el silencio se prolongó tanto como para rayar en la incomodidad, temí lo que en efecto pasó. Entrevistador al fin y al cabo, Felipe supo encontrar un hueco en mis palabras, cuestionar la que yo consideraba había sido una bien estructurada exposición de mi parte, poner en tela de juicio todo el sistema de relaciones que había dado sentido a lo acontecido en mi vida a lo largo de los últimos tres años; en resumen, hacer que me tambaleara con una sola pregunta:
—¿Y fue lo mejor para ti?
Una mesera en minifalda se apareció frente a nosotros justo a tiempo para distraer a mi interrogador, salvarme de balbucir alguna respuesta poco convincente, si no es que francamente imbécil, y ayudar a que la sangre, recién congelada por el artero cuestionamiento, volviera a circular por mis venas.
—¿Les ofrezco algo más? —inquirió, impaciente, la mujer.
Como por acto reflejo Felipe volteó a ver su reloj. Al darse cuenta de la hora, en un arrebato de conciencia, dijo:
—Mejor tráiganos la cuenta. Ya vámonos, güey —se dirigió a mí—. Ya es bien tarde y mis hijas se van a preocupar.
Hacia las cuatro de la madrugada Felipe me dejó a unas calles de casa, un departamento sencillo que rentaba desde hacía unos seis meses. Entré y no logré más que tirarme en la cama y dormir, que no descansar, porque desde ese instante pesaba sobre mí algo que me inquietaba.
A la mañana siguiente desperté con un malestar muy distinto y muchísimo peor que la resaca de la noche de juerga y el hecho de tener que ir a cubrir la guardia en la redacción. Felipe, con ese propósito o sin él, había sembrado en mí la duda: ¿había tomado la decisión correcta? Sólo había una forma de averiguarlo.
Tres años atrás, cuando opté por estar solo, hablé con Lorena. Si bien ella demostró que nunca fue su intención causarme problemas o entrometerse entre Laura y yo, que además me quería y guardaba la esperanza de que algo surgiera entre ambos, también estoy convencido de que ya presentía un final no muy favorable para tales aspiraciones. Por eso —creo—, aunque quedamos como amigos y en mantener el contacto, más pronto que tarde ella continuó con su andar y se apartó del mío.
Laura, por su parte, sin importar que yo había resultado de plano una gran desilusión, siempre me apoyó y respetó mi proceder. Estuvimos en comunicación, en muy buenos términos, durante seis meses, quizá un año. Una relación como la nuestra no se olvida fácilmente, por lo que nunca dejamos de preocuparnos el uno por el otro y fuimos —me parece— amigos sinceros. Sin embargo, al concluir su tesis, ella tuvo la oportunidad de viajar al extranjero con una beca para realizar su maestría. Desde que se fue no había sabido más.
Así las cosas, si quería responder a la maldita pregunta de Felipe y despejar mis dudas, si quería ser capaz de responderme a mí mismo, tenía que averiguar qué había ocurrido con ambas. La tarde de ese sábado, por fortuna, no hubo nada que cubrir en la guardia, lo que me permitió dedicar valiosas horas a buscar a mis contactos —conocidos, ex compañeros, amigos en común— para lograr obtener la información anhelada.
En todo mi corto y a veces complicado haber como reportero nunca recabé noticias de tanto interés para mí ni de resultados tan positivos. Según mis fuentes, Lorena, como ella pretendía, se abocó a la comunicación política y actualmente laboraba para una de las firmas propagandísticas y de asesoría de imagen más grandes del país. Sus ocupaciones la hacían una persona a quien no resultaba sencillo localizar, motivo por el cual no pude hablar directamente con ella, aunque su mejor amiga, una cinéfila que estaba poniendo en marcha su propia productora, me dijo que la veía muy contenta y que estaba saliendo con uno de sus colegas.
Más difícil todavía, pero en serio gratificante, fue encontrar la pista de Laura. A pesar de mi reticencia inicial, tuve que recurrir a su familia para saber de ella. Grande y alentadora fue mi sorpresa cuando sus hermanos y su madre no sólo se acordaron de mí, sino que me saludaron con un gusto superior a la cortesía tradicional y me brindaron el teléfono de su actual casa. Mientras marcaba el número me sudaban las manos y el corazón me latía con fuerza. Uno, dos, tres tonos... Y una voz, su voz, contestó. Por supuesto que se acordaba de mí, qué milagro; ella estaba bien, había estado en Buenos Aires y Madrid, tenía un puesto como investigadora, preparaba su doctorado y llevaba dos meses comprometida con un español a quien conoció desde su llegada a Europa un año antes. Tal vez podríamos salir a tomar un café.
Al colgar el auricular, Alfredo, el editor en turno —Felipe descansaba los sábados (bien por él, pues seguro estaría crudo)—, se acercó a mí y, con el semblante serio, me dijo:
—Ni modo, Paco. Tu reportaje tampoco va mañana. No hay espacio. Según el director, si en la semana tiene un hueco entra; si no, no.
—Ah... Hey, ta’ bien. Ni pedo, ¿no?
—¿Seguro? ¿Estás bien?
—Sí, pues ya qué. No siempre se puede.
—Pues sí. Chíngale, cabrón. Preséntale otra cosa. Igual y lo convences.
—Igual.
No, no sentía indiferencia ni desencanto ni molestia. Todo lo contrario. Después de las respuestas obtenidas, no me interesaba que ese reportaje se publicara al día siguiente, en un mes o que, como otros, terminara “publicándose” sólo en mi archivo personal. Había descubierto algo de mayor trascendencia. Después de tres años podía decir que había tomado la decisión correcta: si ellas eran felices, al final de cuentas estar solo sí fue lo mejor para mí. Para todos.

6 comments:

Erika said...

Me imagino que escribir esto no fue para nada sencillo. Por ser algo autobiografico o casi, debe tener su grado de dificultad.
Coincido contigo, a mi también me gustaría tener una maquina del tiempo para adelantarla y saber què es lo que va a ocurrir y si las decisiones que tomamos son las mejores.
Creo entender que escribir esto fue una catarsis para tí un ejercicio donde bertir lo que piensas y una forma de desfogar tus propios miedos. Escribir siempre ha sido tu forma de expresrate, y no tengo que decir que lo haces muy bien.
Me parece que ya has tomado una decisión y que estas seguro de ella. Casi puedo vivir lo que Laura sintio con toda la situación y logro entender lo que la separación le dolió, no debió ser facil para ella, porque te ama como a nadie, pero sé que lo único que ella no hubiera soportado es que te quedaras con ella y tuvieras dudas, eso no lo hubiera soportado y esto es porque te ama y quiere que seas feliz.
Me gustarís que las cosas hubieran sido de otro modo en el cuento, sabes soy una enamorada de los finales felices y yo soy partidaría de los romances que aun contra viento y marea siguen adelante. Pero sé que la realidad no es así y avece se gana y otras se pierde. En este caso Laura pierde al ser que más a amado en la vida.
Como me gustaría tener la maquina del tiempo y adelantarla hasta llegar a conocer a mi prometido y poder decir que ya no me dueles. No me imagino mi vida sin tí. Aun no puedo creer que te he perdido, que ya no estas para contarte tantas cosas, para hacer tonterias, para besarte para llorar cuando me hagas el amor. Ya no estas y esto nunca lo imagine, me duele el alma, me siento sola y te necesito.
Aun cuando sé que sobrevivire y esto tarde o temprano pasara y dejara de doler, no quiero perderte y me gustaría regresar el tiempo y haber disfrutado al máximo esta relación.
Pedirte que no me dejes no surtira efecto porque se, como tu mismo lo dices -no podía regresar con Laura a sabiendas de que sentía algo por Lorena, algo que podía resultar suficiente para plantear dudas en nuestra relación, que podría ser como una pequeña grieta que provocara que todo se viniera abajo- y así no te quiero con dudas no.
Por mi no te preocupes tengo que elaborar mi duelo y después.... quien sabe.
Nadie sabe lo que nos depara el destino, si algun día quieres regresar buscame quiza no sea demasiado tarde. Uno nunca sabe.

::Fer:: said...

Espero en verdad que se cumpla el reto de ganar con éste,a mi parecer, ¡exelente escrito!

Muchas porras ...
Fer.

EGOS said...

Buena historia muchacho,

saludos!

Santo Deschongue said...

Guau.

Santo Deschongue said...

Ahora, la siguiente parte del comentario que el desgraciado blog me cortó. Ja.

Excelente texto. Me parece honesto, no sé si podría llegar a describir con exactitud lo que me movió. Quien sabe. El caso es que adjunto una felicitación, Mauricio. Excelente que Memo me pasara el link.

Dejo el link del mío, de paso... otra enamorada de las letras.

Bjs,
La Morena Tai*

Root said...

Escribiste esto muuuuucho tiempo antes de que te conociera y apesar de ello, apesar de toooodo lo que supongo ha pasado y la continuidad que ha tenido la historia, debo confesarte que pocas cosas me han movido tanto.
No sé si hay las palabras correctas en la punta de mi lengua que sirvan para expresar la confusión-sentimiento-interés-llanto me has causado; no cabe duda que las cosas buenas de la vida llegan solas, contigo lo he comprobado... pero como tu tambien me gustaría saber si cada paso es el adecuado, si no voy a arrepentirme al siguiente.
Al contrario de lo que tu personaje reflexiona al final del cuento, yo aun no conozco la punta de este hilo que me conduce a lo inesperado.
Un beso a mi "joven" favorito.