Friday, November 23, 2007

Trazos de Estambul

Año con año, al llegar la entrega del Premio Nobel Literatura, surgen las discusiones en torno a esta presea. Mientras sus partidarios defienden el prestigio del galardón, sus críticos afirman que éste no reconoce la calidad literaria sino una actitud o militancia política. Así ocurrió hace algunas semanas cuando la Academia Sueca distinguió a la británica Doris Lessing, y así sucedió en 2006 cuando el laureado fue el turco Orhan Pamuk.
En aquella ocasión se especuló que el autor recibía el Nobel debido a sus cuestionamientos al gobierno de su país. El mensaje del jurado, por su parte, declaraba que se otorgaba el premio “a quien en la búsqueda del alma melancólica de su ciudad natal [Estambul] ha descubierto nuevos símbolos para reflejar el choque y la interconexión de las culturas”. Un reflejo ingenioso de esa relación dialéctica entre Oriente y Occidente se encuentra en su sexta novela, Me llamo Rojo (1998).
Ambientada en el siglo XVI, esta historia comienza con el testimonio de un hombre asesinado. Por influencia de los pintores europeos, el sultán otomano ha encargado en secreto la hechura de un libro que presuntamente atenta contra los preceptos del islam. Ante las habladurías y las acusaciones de incurrir en blasfemia, Maese Donoso, uno de los ilustradores del monarca, teme faltar a su religión, ser descubierto y castigado. Confiesa sus miedos a uno de sus compañeros, pero este último ve a un posible traidor, no a un arrepentido, y decide acabar con su vida.
Las palabras de Maese Donoso —o de su espíritu, que rencoroso observa cómo se pudre su cuerpo en el fondo del pozo al que fue arrojado— son el punto de arranque de un todo en el que confluyen varios relatos: el del taller de ilustradores y el de una tradición pictórica; el de la obra solicitada por el sultán; el de una bella mujer, Seküre, viuda, con dos hijos y a cuyo padre fue encomendada la conclusión de tan peligrosa tarea; y, finalmente, el de Negro, primo y enamorado de Seküre que, tras doce años de ausencia, ha regresado a Estambul.
Tal abundancia, en lo que quizá constituye el mayor atributo técnico de Me llamo Rojo, deviene en multiplicidad de géneros y de voces narrativas. Así, por un lado, esa polifonía se hace patente en el hecho de que, a lo largo de los 59 capítulos que integran la obra, más de una docena de personajes, cada cual desde su perspectiva, alterna la palabra para contar la historia.
En esta novela, asimismo, es posible encontrar tanto reflexiones estéticas en torno a la pintura y a la manera en la que ésta proyecta al mundo, como una anécdota amorosa no exenta de erotismo y elementos de relato policiaco.
El crimen por esclarecer es, en principio, la muerte de Maese Donoso, aunque a ésta habrá de añadirse otra más. En ese contexto, el asesino —como se dijo, otro de los ilustradores— se da el lujo de retar a los lectores: “¡Ya veremos si sois capaces de descubrir mi identidad por el color de mis palabras!”.
En cuanto a la historia entre Negro y Seküre, resalta que el solo pensamiento de ella le ha brindado fortaleza durante su ausencia de Estambul, que le ha hecho volver y le ha inspirado para soportar los retos que se le presentan. “Porque si el rostro de vuestra amada vive grabado en vuestro corazón —dice Negro—, el mundo sigue siendo vuestro hogar”.
Hacia el final de novela, Seküre, por su parte, nos recuerda la oposición entre sentimiento y razón: “[…] sin duda el amor es algo que debe ser comprendido no con la lógica de alguien como yo, que continuamente está haciendo funcionar la cabeza para protegerse, sino, precisamente, con su falta de lógica”.
Por último está el aspecto filosófico de la obra. Si bien es cierto que las reflexiones sobre la pintura que plantean distintos personajes por momentos parecen repetitivas e interrumpen el ritmo de la narración, es ahí donde el conflicto entre Oriente y Occidente resulta más evidente. Mientras los europeos pugnan por nuevos conceptos y técnicas como el estilo, el retrato y la perspectiva, los otomanos se debaten entre el gusto por esas formas —aunque ello pueda implicarles dar la espalda a los maestros antiguos, a su religión y a su cultura— y mantenerse fieles a la tradición.
No sobra explicar que Pamuk se mantiene al margen de dar alguna respuesta definitiva a la discusión. Con lo anterior, a mi juicio, prefiere dejar abierta la controversia o, tal vez, como lo ha expresado en algunas entrevistas, insinuar que el mundo musulmán puede, al mismo tiempo, adoptar ciertos valores occidentales y preservar su cosmovisión, su pasado, su esencia.
La riqueza de Me llamo Rojo hace de ella una novela que merece ser leída no sólo por su elaborada estructura, por su trasfondo antropológico y por el conjunto de divertidos guiños que lanza al lector. También vale la pena revisarla porque, independientemente de las dudas que rodean al Premio Nobel, para determinar si un autor es digno del galardón o no —o si éste puede ser referente para calificar el trabajo literario de alguien—, es indispensable conocer sus obras.

FICHA BIBLIOGRÁFICA:
PAMUK, Orhan. Me llamo Rojo [1998]. México, Punto de Lectura, 2007.

2 comments:

Necio Hutopo said...

Me Llamo Rojo y Nieve son obras que merecerían ser leídas aún si su escritor fuera un perro parlante (yo me entiendo)

KIKA said...

Bueno, justo hoy hablamos de interpelación como uno de los tantos fines por los cuales se escribe, tengo que decir que en mi caso lo lograste, creo que me entiendes.
Tal como lo presentas parece una obra muy interesante, con múltiples elementos para desmenuzar y me dejas con muchas ganas de leerlo.
Que bueno que en medio de todo tengas tiempo para hacer reseñas, espero la siguiente. Un abrazo.