Saturday, May 20, 2006

Olivo negro, de Natalia Toledo, Premio Nezahualcóyotl 2004


Poesía zapoteca y emotividad fueron dos elementos primordiales en la presentación de Olivo negro, el libro de Natalia Toledo ganador del Premio Nezahualcóyotl de Literatura en Lenguas Indígenas 2004. De acuerdo con Virginia Careaga, de la Dirección General de Culturas Populares e Indígenas del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA) —quien fungió como moderadora del acto—, este galardón es la “máxima expresión del fortalecimiento de la creación literaria” de los autores de las etnias del país.
Durante la ceremonia realizada en el Museo Nacional de Culturas Populares, Rocío González, poetisa, profesora y candidata a doctora por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, señaló que los poemas de Toledo (1967) son “entrañables” como la amistad entre ambas. Asimismo, declaró que la autora nacida en Juchitán, Oaxaca, manifiesta “su fascinación” consigo misma: “directa, festiva, sorprendente, cachonda, lúdica y a veces triste”.
La obra de Natalia Toledo permite —concluyó González— “recuperar nuestros cuentos originarios, no como un acto gastado, sino como un acto de amor”, y de esa forma saber “quiénes fuimos y quiénes queremos ser”.
Por su parte, el escritor Carlos Montemayor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y de la Real Academia Española, aludió a las puntos comunes entre Los hombres que dispersó la danza de Andrés Henestrosa y Olivo negro, como el que ambos evoquen “una realidad claramente identificable y a la vez ambigua” y, por ende, el lector se encuentre con muchas sorpresas al viajar por sus páginas.
Según Montemayor, en este libro “excepcional” el eco se erige como un “elemento fundamental” y, además —se congratuló— , en una obra que, como la de otros poetas, “rescata el sexo”.
El propio escritor, ex profesor de la UNAM y ex senador por el estado de Oaxaca Andrés Henestrosa —quien este 2006 festeja su centenario— elogió a Natalia Toledo, en cuya poesía está siempre presente Juchitán, su infancia, sus juguetes, sus primeras admiraciones. “Amo tu obra, la mano que la escribe, el alma que la dicta [...] en cada creación van de por medio el corazón y la inteligencia, tan grandes que se desbordan sobre nosotros”, declaró un Henestrosa con voz fuerte y pausada.

Rato de tertulia
Al finalizar la intervención, visiblemente conmovida por las palabras de quien conoció cuando niña y en cuya casa conoció “el amor por los libros, por el papel, por la tinta que hay en ellos y, por supuesto, por la palabra”, Toledo se dispuso a leer algunas de sus creaciones.
Morena, delgada, de cabello negro y vestida con un huipil morado, Natalia Toledo leyó un epígrafe del poeta y ensayista francés Paul Valéry —“La cosmogonía es el más antiguo de los géneros”— antes de recitar sus versos en zapoteco y español: “Una niña eleva su risa al olivo”, inicia uno sobre su infancia; “Tengo una foto en sepia / con los ojos llenos de agua”, expresa otro relativo a la tristeza; y, en alusión al amor y al sexo, la poetisa cantó acerca de un hombre que la tomó como un trompo, la arrojó y la dejó sobre la tierra, “baliando y sin reata”.

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