[Foro Internacional, columna]
Manouchehr Mottaki, canciller de Irán, declaró el pasado sábado 24 de febrero que “No vemos a Estados Unidos en una posición para colgarle a sus contribuyentes otra crisis y empezar otra guerra en la región”. El diplomático aludía, claro está, a una posible acción militar de EU en represalia al programa nuclear iraní. Pero si bien esta declaración puede resultar políticamente incorrecta o de plano cínica, lo cierto es que Mottaki tiene razón.
Hace unos días conocí la opinión de uno de los lectores de El Universal en el sentido de que Estados Unidos está planeando invadir Irán y sólo espera el pretexto oportuno para hacerlo. No dudo que, con algunos o muchos fundamentos, más personas piensen del mismo modo.
Sin embargo —y con esto no pretendo defender a la administración Bush ni nada similar—, creo que es bastante más realista, en primer lugar, abandonar esa visión de la hegemonía estadounidense, la concepción de EU como el tirano del mundo que únicamente busca ampliar su esfera de dominación y sin mayores obstáculos lo consigue.
Aún es la primera potencia mundial, sí; ha buscado y sigue buscando expandir su esfera de influencia aunque con ello haya demostrado sus contradicciones e intransigencias, como en su renuencia a adoptar el Protocolo de Kioto, también; pero, como lo han señalado articulistas como el británico Timothy Garton Ash, hoy en día este planeta es multipolar, o sea, no se mueve bajo las órdenes de un solo país.
En segundo término, dentro de este nuevo “caos global”, Estados Unidos simple y llanamente no está o no estaría en condiciones de iniciar una nueva ofensiva en Medio Oriente, en esta ocasión contra la nación encabezada por el polémico Mahmoud Ahmadineyad. ¿Por qué?
En un artículo publicado por The New York Times, Michael Slackman señala algunas de las causas por las que Irán se ha convertido en un factor de peso en la zona y, en otro tenor, en un dolor de cabeza para los intereses de Estados Unidos. De acuerdo con el analista, el país gobernado por Ahmadineyad mantiene estrechas relaciones con Siria, y provee de armas a la guerrilla libanesa Hezbolá y al grupo palestino Hamas.
Además, debido a los lazos étnicos y religiosos que mantiene con la mayoría chiíta iraquí, puede ejercer una notable influencia en esta nación en la que, desde marzo de 2003, el gobierno de George W. Bush ha dejado miles de millones de dólares, las vidas de más de 3 mil soldados estadounidenses y una buena cuota de capital político, es decir, de confianza y credibilidad ante la comunidad internacional y, lo que es aún más significativo, frente a su propia población.
Por lo tanto, a pesar de las declaraciones del vicepresidente estadounidense Dick Cheney, quien afirmó que toda medida es viable —incluido un ataque— si el país islámico no cede en su programa nuclear, y a pesar de que, sin duda, el gobierno de Bush debe estar preocupado por la creciente influencia de Irán en la región, la verdad es que si EU pretendiera iniciar una invasión a territorio iraní, incluso antes de que sus tropas partieran se toparían con un doble muro: la falta de cohesión en el Legislativo, en donde incluso algunos republicanos han manifestado su desacuerdo con la estrategia en Irak, y por supuesto, el descontento de un amplio sector de la población por el rumbo de las acciones en la nación antes gobernada por el ejecutado Saddam Hussein.
En ese contexto, emprender una ofensiva en Irán sería un rotundo fracaso, o cuando menos una acción políticamente poco inteligente, riesgosa. Más aún cuando Estados Unidos y otros países de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) también tienen puestos ojos y tropas en otra nación de Medio Oriente, Afganistán. (Al cierre de este texto, los medios de comunicación dieron a conocer que, durante la visita del vicepresidente Cheney a una base aérea estadounidense cerca de Kabul, a sólo una milla de donde éste se encontraba al momento de la explosión, un atentado con bomba ratificado por rebeldes talibanes dejó al menos 23 muertos.)
Así las cosas, ante un Estados Unidos que a su manera y paradójicamente ha contribuido a la radicalización de ciertos grupos extremistas, y ante un Irán empeñado en desarrollar un programa nuclear con supuestos fines pacíficos, pero que sistemáticamente se niega a abrir las puertas al escrutinio de organismos globales como la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), con lo cual siembra dudas y provoca especulaciones, la comunidad mundial, principalmente por medio de la Organización de las Naciones Unidas, tendrá que tomar cartas en el asunto.
Por un lado deberá insistir en que el gobierno de Bush detenga una política exterior polarizante que tanto a su nación como a otros representantes de Occidente les ha ganado la animadversión de varios países islámicos, y por el otro, deberá buscar, ya sea a través del diálogo diplomático o de sanciones políticas y comerciales, poner un alto al fundamentalismo del régimen de Ahmadineyad y con esto propiciar la estabilidad en un siempre conflictivo Medio Oriente. En nada beneficiará a esa región que cada vez más musulmanes odien a EU ni que uno de sus miembros se una al club nuclear. Tampoco al resto del planeta.
Hace unos días conocí la opinión de uno de los lectores de El Universal en el sentido de que Estados Unidos está planeando invadir Irán y sólo espera el pretexto oportuno para hacerlo. No dudo que, con algunos o muchos fundamentos, más personas piensen del mismo modo.
Sin embargo —y con esto no pretendo defender a la administración Bush ni nada similar—, creo que es bastante más realista, en primer lugar, abandonar esa visión de la hegemonía estadounidense, la concepción de EU como el tirano del mundo que únicamente busca ampliar su esfera de dominación y sin mayores obstáculos lo consigue.
Aún es la primera potencia mundial, sí; ha buscado y sigue buscando expandir su esfera de influencia aunque con ello haya demostrado sus contradicciones e intransigencias, como en su renuencia a adoptar el Protocolo de Kioto, también; pero, como lo han señalado articulistas como el británico Timothy Garton Ash, hoy en día este planeta es multipolar, o sea, no se mueve bajo las órdenes de un solo país.
En segundo término, dentro de este nuevo “caos global”, Estados Unidos simple y llanamente no está o no estaría en condiciones de iniciar una nueva ofensiva en Medio Oriente, en esta ocasión contra la nación encabezada por el polémico Mahmoud Ahmadineyad. ¿Por qué?
En un artículo publicado por The New York Times, Michael Slackman señala algunas de las causas por las que Irán se ha convertido en un factor de peso en la zona y, en otro tenor, en un dolor de cabeza para los intereses de Estados Unidos. De acuerdo con el analista, el país gobernado por Ahmadineyad mantiene estrechas relaciones con Siria, y provee de armas a la guerrilla libanesa Hezbolá y al grupo palestino Hamas.
Además, debido a los lazos étnicos y religiosos que mantiene con la mayoría chiíta iraquí, puede ejercer una notable influencia en esta nación en la que, desde marzo de 2003, el gobierno de George W. Bush ha dejado miles de millones de dólares, las vidas de más de 3 mil soldados estadounidenses y una buena cuota de capital político, es decir, de confianza y credibilidad ante la comunidad internacional y, lo que es aún más significativo, frente a su propia población.
Por lo tanto, a pesar de las declaraciones del vicepresidente estadounidense Dick Cheney, quien afirmó que toda medida es viable —incluido un ataque— si el país islámico no cede en su programa nuclear, y a pesar de que, sin duda, el gobierno de Bush debe estar preocupado por la creciente influencia de Irán en la región, la verdad es que si EU pretendiera iniciar una invasión a territorio iraní, incluso antes de que sus tropas partieran se toparían con un doble muro: la falta de cohesión en el Legislativo, en donde incluso algunos republicanos han manifestado su desacuerdo con la estrategia en Irak, y por supuesto, el descontento de un amplio sector de la población por el rumbo de las acciones en la nación antes gobernada por el ejecutado Saddam Hussein.
En ese contexto, emprender una ofensiva en Irán sería un rotundo fracaso, o cuando menos una acción políticamente poco inteligente, riesgosa. Más aún cuando Estados Unidos y otros países de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) también tienen puestos ojos y tropas en otra nación de Medio Oriente, Afganistán. (Al cierre de este texto, los medios de comunicación dieron a conocer que, durante la visita del vicepresidente Cheney a una base aérea estadounidense cerca de Kabul, a sólo una milla de donde éste se encontraba al momento de la explosión, un atentado con bomba ratificado por rebeldes talibanes dejó al menos 23 muertos.)
Así las cosas, ante un Estados Unidos que a su manera y paradójicamente ha contribuido a la radicalización de ciertos grupos extremistas, y ante un Irán empeñado en desarrollar un programa nuclear con supuestos fines pacíficos, pero que sistemáticamente se niega a abrir las puertas al escrutinio de organismos globales como la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), con lo cual siembra dudas y provoca especulaciones, la comunidad mundial, principalmente por medio de la Organización de las Naciones Unidas, tendrá que tomar cartas en el asunto.
Por un lado deberá insistir en que el gobierno de Bush detenga una política exterior polarizante que tanto a su nación como a otros representantes de Occidente les ha ganado la animadversión de varios países islámicos, y por el otro, deberá buscar, ya sea a través del diálogo diplomático o de sanciones políticas y comerciales, poner un alto al fundamentalismo del régimen de Ahmadineyad y con esto propiciar la estabilidad en un siempre conflictivo Medio Oriente. En nada beneficiará a esa región que cada vez más musulmanes odien a EU ni que uno de sus miembros se una al club nuclear. Tampoco al resto del planeta.
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