Friday, February 09, 2007

Borges a los 23


Gracias a la vida, y a mis padres por dármela
A propósito del más reciente desliz del ex presidente Vicente Fox durante su supuesto debut como conferencista, en su cartón publicado en El Universal del pasado miércoles 31 de enero Rogelio Naranjo recuerda uno de los más penosos episodios del sexenio anterior. En el dibujo, el guanajuatense, con una seguridad tan grande como su ignorancia, aparece expresando: “Como dijo el colombiano y Premio Nobel Mario Vargas Llosa...”; a un costado suyo, un empresario o burócrata, uno de esos personajes tan clásicos de Naranjo, en tono de pregunta le responde: “¿Pariente de Borgues?”.
Y es que cómo olvidar que en 2001, en el II Congreso Internacional de la Lengua Española celebrado en Valladolid, frente al monarca español Juan Carlos, el ex mandatario, por decir lo menos, rebautizara al escritor argentino Jorge Luis Borges como “José Luis Borgues”. Así pues, no son secretos el desconocimiento y el desprecio a la cultura y sus representantes por parte de un amplio sector de la clase política mexicana. Sin ir más lejos, los recortes presupuestales a este rubro dan cuenta de ello.
No obstante, sin dejar de exigir la más alta calidad en la preparación y el desempeño de quienes nos gobiernan, aquí también me parece necesario un ejercicio de autocrítica: ¿cuántos de nosotros, miembros de la sociedad civil, podemos preciarnos de conocer no sólo los nombres, sino las obras de los escritores, artistas o intelectuales aludidos en declaraciones públicas?
En mi caso particular, reconozco que hasta hace una semana, aun habiendo pasado la veintena de años, no había leído un solo libro del célebre argentino. Por tanto, en el afán de acabar con esa situación me adentré en Siete noches, volumen que reúne el mismo número de conferencias pronunciadas por Borges (1899-1986) en el teatro de Coliseo de Buenos Aires entre julio y agosto de 1977, hace casi 30 años.
Lo primero que destaca de estas charlas es que, como el mismo autor llegó a reconocer, constituyen una serie de reflexiones sobre los temas que tanto le obsesionaron: la Comedia de Dante Alighieri, Las mil y una noches, Oriente y Occidente, los sueños, los espejos, los laberintos, la cábala, la poesía, la literatura. Según Roy Bartholomew, responsable del epílogo, Borges, tan reacio a las conferencias debido a su timidez, al echar un último vistazo a este trabajo después de rigurosas revisiones de lo que habría de publicarse, dijo que en tales asuntos “este libro es mi testamento”.
Serenidad en la meditación, una característica que brinda el paso de las décadas, propia de una persona que ha vivido, que ha leído, que ha conocido el mundo, si no siempre a través de viajes, sí mediante el estudio de sus idiomas y sus literaturas. Borges, ocupado en el arte y en la etimología de las palabras, en sus orígenes, asienta que el lenguaje es un hecho estético. “Cada palabra —dice— es una obra poética”. Aunque, por supuesto, el habla y la escritura no son los únicos vehículos de la expresión artística. También están los sueños, que tal vez sean “la actividad estética más antigua”.
Y del lenguaje y los sueños pasamos a la religión. En el plano divino resulta hermosa la imagen de Dios contemplando simultáneamente el pasado, el presente y el futuro de la historia universal, “en un solo espléndido, vertiginoso instante que es la eternidad”. Asimismo encontramos a la cábala y, dentro de ella, la distinción entre los libros clásicos como los más representativos de una tradición literaria y aquellos que son sagrados, o sea, inspirados, dictados o escritos por la propia divinidad incluso antes de la noche de los tiempos.
Del budismo, el sacrificio y el nirvana, a los que Borges conscientemente trata de acercarse con respeto, es posible extraer una actitud vital, una forma de encarar la existencia: “El budismo cree que el ascetismo puede convenir, pero después de haber probado la vida. No se cree que nadie deba empezar negándose nada. Hay que apurar la vida hasta las heces y luego desengañarse de ella; pero no sin conocimiento de ella”.
Por otro lado, el también autor de El aleph no olvida la conexión entre lo divino y lo humano. “En cada uno de nosotros hay una partícula de divinidad”, comenta. Y si bien pudiera parecer excesivamente optimista al afirmar que “La belleza está en todas partes, quizá en cada momento de nuestra vida”, es capaz de reconocer que el ser humano padece innumerables humillaciones, bochornos, desventuras, pero debe tener presente que todo eso tiene un fin: “Esas cosas nos fueron dadas para que las transmutemos, para que hagamos de la miserable circunstancia de nuestra vida, cosas eternas o que aspiren a serlo”.
A la luz de esa filosofía —plantea el argentino— es que la humanidad debe enfrentar la adversidad. De sus tribulaciones los artistas deben tomar su arcilla, el material para sus obras. En esa línea, me parece que fue Tomás Segovia quien dijo que la gran literatura nace del sufrimiento, idea que halla eco en este pensamiento de Jorge Luis Borges: “Siempre he sentido que mi destino era, ante todo, un destino literario; es decir, que me sucederían muchas cosas malas y algunas cosas buenas. Pero siempre supe que todo eso, a la larga, se convertiría en palabras, sobre todo las cosas malas —como su propia ceguera— , ya que la felicidad no necesita ser transmutada: la felicidad es su propio fin”.
Sirva de cierre a la reseña de este primer encuentro borgiano un último apunte: Borges insistía en calificarse a sí mismo como un lector hedónico, alguien que, al abrir un libro, persigue una experiencia estética de la que nadie debería privarse. Con ello no hizo algo distinto que recordarnos una gran verdad de la cual alguien más pudiera buscar relegarnos (por ejemplo: “Si quiere ser feliz, no lea”) o de la que a veces nosotros mismos parecemos empeñados en pretender evadir: leer es un placer.

FICHA BIBLIOGRÁFICA:

BORGES, Jorge Luis. Siete noches. México, FCE, 1980.


No comments: