[Foro Internacional, columna]
A 17 días de que en México inicie un nuevo periodo presidencial, es urgente revisar el contexto internacional en el cual se inscribirá el sexenio de Felipe Calderón Hinojosa. Veamos: ¿cuáles serán las relaciones diplomáticas que más peso tendrán en el destino del país?, ¿cómo deberán cultivarse éstas?, ¿qué retos afrontará la política exterior del próximo mandatario?
La historia y la lógica de inmediato nos llevan a pensar en el “vecino del norte”, Estados Unidos. Existen razones para ello en tanto que con esa nación compartimos la nada despreciable cifra de 3 mil kilómetros de frontera, y las remesas que los mexicanos residentes allá envían a territorio nacional se han convertido —con todos los pros y contras que ello implica— en el segundo motor de la economía sólo detrás de los inestables y dentro de poco menguantes ingresos petroleros.
Sin embargo, sobra decir que un análisis profundo del panorama mundial debe trascender la resignación y el simplismo de la frase “México, tan lejos de Dios, tan cerca de Estados Unidos” en al menos dos muy obvios sentidos: 1) no todo el mundo es EU, es decir, muchísimos más países resultan importantes para el Estado mexicano; y 2) pese a las aparentemente eternas diferencias en la relación bilateral con quien es todavía la primera potencial mundial, México no debe cejar en su empeño de establecer vínculos justos con ella.
En esa línea, retomemos lo ocurrido el pasado 7 de noviembre, fecha en que en Estados Unidos se celebraron elecciones intermedias. Tras 12 años de haber sido la segunda fuerza política parlamentaria, el Partido Demócrata recuperó la mayoría en ambas cámaras. El espíritu antiinmigrante que ha caracterizado a los republicanos, el grupo político derrotado, y la promesa de Harry Reid, próximo líder de los demócratas en el Senado, de revisar la situación de una hipotética reforma migratoria que “saque de las sombras” a los migrantes han conducido al optimismo de algunos analistas, entre ellos el economista y demógrafo Rodolfo Tuirán.
No obstante, creo pertinente hacer un llamado a la prudencia: en efecto, el triunfo demócrata quizá abra la posibilidad de un tan anhelado acuerdo migratorio incluyente para los millones de connacionales que habitan en EU, pero de ningún modo es, por sí solo, motivo para alegrarse y cantar victoria en la medida en que los estadounidenses seguirán preocupados por la seguridad nacional y, dentro de ella, la de sus fronteras, más aún con miras a la elección presidencial de 2008.
México, por otra parte, deberá voltear la mirada hacia el sur, hacia el resto de América Latina. Así lo ha señalado gente como Beatriz Paredes, recalcando que con los otros países del continente nos unen aspectos históricos y culturales comunes, aunque —cabe aclarar— difícilmente podremos erigirnos líderes de la región debido a la lejanía voluntaria o involuntaria que durante los pasados seis años se estableció con respecto a Latinoamérica, así como por causa de conflictos diplomáticos con algunos de los dirigentes más beligerantes del área como Hugo Chávez y Fidel Castro.
Asimismo, no está de más decir que acercarse a los estados latinoamericanos no debe significar adoptar el discurso “antiimperialista” de Venezuela, Cuba o Bolivia. Media un abismo entre la necesaria crítica al sistema capitalista, el consumismo, las acciones intervencionistas o la injustificada invasión a otros países en nombre de la paz y la democracia, y declarar que George W. Bush es “el diablo”.
Y allende los límites de nuestro continente, México encarará, si no una nueva Organización de las Naciones Unidas, al menos sí el periodo de un nuevo secretario general, el sudcoreano Ban Ki-Moon, quien el 1 de enero de 2007 suplirá en el cargo al ganés Kofi Annan.
También enfrentará un contexto global en el que China, India y otras naciones asiáticas cobran mayor importancia en la economía; los jaloneos entre los distintos países acusados de violar los derechos humanos; el fundamentalismo cristiano e islámico a veces traducido en actos terroristas; y una latente carrera nuclear (esperemos que no armamentista).
Lo indudable, una vez concluida esta medianamente ordenada relación de hechos y situaciones, es que el nuevo titular del Ejecutivo y el responsable de cartera correspondiente, seguramente Arturo Sarukhán, deberán enmendar una política exterior que en el sexenio que termina estuvo marcada por la falta de sensibilidad y experiencia diplomática, la indisciplina o el inoportuno afán de protagonismo del propio presidente Vicente Fox o del titular en turno de la Secretaria de Relaciones Exteriores.
Y si, como lo han hecho notar Jorge Zepeda Patterson o Ricardo Rocha, Felipe Calderón enfrentará graves problemas al interior del país —el estigma social del fallido “cambio”, la inmediata resolución del conflicto en Oaxaca, la oposición de Andrés Manuel López Obrador y la falta de credibilidad por parte de los seguidores de este último, las presiones o descarados chantajes del PRI para mantener una mayoría en el Poder Legislativo y alcanzar acuerdos, lo mismo que las diferencias dentro de su propio equipo y el asedio del ala ultraderechista de su partido—, el panorama internacional, sin ser alarmistas, no se antoja menos complicado.
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