Saturday, July 28, 2007

El Tepozteco [crónica]

TEPOZTLÁN, Morelos.— Un letrero advierte: el recorrido es de 2.5 kilómetros a partir del estacionamiento; el ascenso toma alrededor de 45 minutos a buen paso y sin detenerse. Se trata de la entrada al cerro de El Tepozteco y a la subida que conduce a la pirámide del mismo nombre.
Es viernes después de las 2:00 PM. Por las calles de Tepoztlán circulan, en su mayoría, personas de la localidad y uno que otro turista. Los dos días siguientes, sábado y domingo, explica Rey, un taxista oriundo del pueblo de San Andrés de la Cal, llegarán muchos más visitantes.
El recinto arqueológico tampoco luce a reventar. Sobre el camino que lleva al inicio del ascenso, un empedrado de pendiente suave, varios puestos de ropa, recuerdos, cerveza, micheladas y quesadillas aguardan a la gente que va y a la que ya viene de regreso.
Al final de este trecho comienza la subida: tierra húmeda, piedras y raíces ordenadas a la manera de una escalera zigzagueante rodeada por un verdor infinito. Los xochimilcas, antiguos pobladores del lugar a la postre conquistados por los mexicas, según el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) y el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), construyeron esas nivelaciones rellenando la montaña.
Avanzados unos 100 metros —tal vez más, tal vez menos— el corazón siente los primeros efectos de la pendiente. A lo largo del recorrido, el ritmo cardiaco, la transpiración y el cansancio podrán variar de acuerdo con, entre otros factores, la velocidad del paso, la frecuencia y la duración de los descansos, la edad y la condición física.
“¡Ándale, para que aunque sea llegues a la mitad!”, intenta animar una joven a otra mujer de unos 40 años, quizá su madre. Como la dama aludida, otras personas eventualmente optan por hacer un alto y tomar aliento o un poco de agua. La subida se dificulta por el hecho de que en los días anteriores ha estado lloviendo y por tanto algunas piedras se revelan resbalosas.
“¿Cuál cerca, Juan Carlos?”, una muchacha se queja con su novio poco antes de que aparezca una estructura metálica provista de dos escaleras, una para el ascenso y otra para el descenso. Dicho punto anuncia que, a pesar del escepticismo de la chica de Juan Carlos, la tan ansiada cima está próxima.
No más de 30 metros después se alcanza la meta: la cúspide del cerro y la pirámide que José Agustín plasmara en su novela La panza del Tepozteco. A un costado de la taquilla —una mesa sin sillas a la vista sobre la que los empleados despachan los boletos de ingreso a un costo de 34 pesos— una familia de tejones llama la atención de los visitantes, en especial de los niños. Uno de los mustélidos de color café claro es atraído por una mujer que parece ofrecerle comida; sin embargo, el animal, más rápido que la dama, muerde su bolso blanco y sale corriendo.
Otros tejones se acercan al del botín: buscan arrebatárselo y se arma peluda gresca. Quienes observan ríen, menos, por supuesto, la dueña del bolso. Ésta acude con los hombres que atienden la taquilla; les pide: “¿No los pueden asustar? Es que ahí traigo dinero”. Uno de ellos toma un palo de escoba, camina hacia la manada, alza el madero y lanza un golpe sobre el bolso. Al aprensar el objeto contra el suelo con semejante movimiento, los animales huyen espantados: la prenda ha sido recuperada.
Más adelante, dos estadounidenses vienen desde la pirámide. Se detienen, miran de nuevo el templo; uno de ellos, en un español muy claro, comenta: “Vale muchísimo la pena”. Viene de Dallas, Texas, y es la primera ocasión que visita Tepoztlán. A sus 44 años, se confiesa sorprendido de que personas de 60 o 70 años se aventuren a subir. “A ver qué tal está la bajada”, se pregunta sonriente.
En el edificio, un solo juego de escalones angostos concluye en una vista completa de la ciudad morelense, así como en una corriente de aire fresco y en un momento para descansar y retomar energía antes de emprender el camino de regreso.
En ese instante, quien cuenta cree recordar las palabras de uno de los alpinistas entrevistados en la cinta Tocando la cima (Touching the void, Kevin MacDonald, 2003) en el sentido de que la mayoría de los accidentes de montaña ocurren no durante los ascensos, sino mientras se desciende. Y si bien, claro está, El Tepozteco no es el Siula Grande, y si bien la subida ya requirió fuerza de voluntad, la bajada demandará el mismo esfuerzo más el doble de precaución.
Así lo comprueba una senda más húmeda y resbalosa que la hallada al principio, o el llanto de Montse, una niña de unos tres años, o las precauciones de su madre, o que el personal de la zona se muestre alerta en cuanto empieza a llover, o que, casi de vuelta en el punto de partida, de una ambulancia salgan dos hombres en dirección al cerro cargando una camilla vacía.
Final del recorrido. La lluvia arrecia. La gente se resguarda del agua debajo de los puestos. Las señoras que venden quesadillas ya no tienen que esperar a sus clientes. Atrás ha quedado la pirámide, al igual que la imagen de la joven que a sólo un cuarto de camino preguntó si faltaba mucho, o la de los dos o tres que emprendieron la aventura con vaso de cerveza —de litro— en mano, y aunque las piernas resientan el cansancio o hasta tiemblen, queda la satisfacción de haber superado el reto. Atrás ha quedado El Tepozteco.

3 comments:

Necio Hutopo said...

Ameno, sencillo y divertido... FELICIDADES

(ya ve, no sólo escribo para criticar)

Girasol Morado said...

Qué interesante!!! Lo entiendo perfectamente. Hace un par de semanas fui a ese mismo lugar, aunque la pirámide no es la gran cosa, definitivamente el reto es subir. Quizás una de las cosas más interesantes son todos los mitos que los lugareños cuentan y las personas que se te acercan para ofrecerte toda clase de amuletos. Hasta había un lugar en donde te decían que te fotografiaban el alma, mi amigo filósofo realmente etaba indiganado. Pero otra de las cosas interesantes es el misticismo propio del lugar, una búsqueda desesperada por espacios abiertos en donde puedas disfrutar de un momento mágico y el espíritu de aventura solo o con alguna persona. Un lugar lejos de la estresante ciudad en donde puedas oir tus pensamientos. Bueno ya me colgué mucho. Me hubiera gustado que fuera más amplio tu escrito, pero después de todo yo estuve ahí tres días.
Saludos.

KIKA said...

Me gusto mucho el escrito, rescatas muy bien lo que sucedió, me hizo recordar aquellos pequeños detalles, rememorar la sensación de cansancio pero al mismo tiempo de satisfacción y tranquilidad, así como la convivencia con las personas y la complicidad contigo.
Me encanto vivir la experiencia juntoa ti. Espero que muy pronto podamos encontrar otros lugares que conocer y que te inspiren para escribir. Créeme que estaré encantada en acompañarte.