Las recientes explosiones en ductos de Petróleos Mexicanos —una ocurrida la madrugada del jueves 5 de julio y la otra la madrugada del martes 10— han acaparado, y con razón, la atención de actores políticos, medios de comunicación y opinión pública. Aunque hasta el momento no han ocasionado la pérdida de vidas, se calcula que, desde el punto de vista económico, los ataques en Guanajuato y Querétaro alcanzarán un impacto nunca antes registrado con motivo de acciones de esa índole.
Datos de la Cámara Nacional de la Industria de la Transformación (Canacintra), por ejemplo, estiman que mil 500 empresas en cuatro estados —como Nissan, Ideal Standard y Vitro—, así como 80 mil usuarios residenciales, han sido afectados por el desabasto de gas natural, lo que implica una pérdida de alrededor de 100 millones de pesos diarios.
Sin embargo, antes de lanzarnos a señalar culpables y sacar conjeturas, creo que vale la pena detenernos a interpretar qué nos dicen esos hechos del momento actual mundial y nacional, lo mismo que a proyectar perspectivas a futuro.
Como es lógico, la primera pregunta que surgió fue quién había cometido los ataques. La versión hasta ahora conocida es que el Ejército Popular Revolucionario (EPR), aparecido públicamente por primera vez el 28 de junio de 1996 en Aguas Blancas, Guerrero, reivindicó los atentados por medio de un comunicado. Empero, por principio de cuentas, bien haría el gobierno federal en verificar la autenticidad del documento y en comprobar si en verdad el EPR fue quien provocó las explosiones. Asimismo, bien harán los periodistas en constatar que los informes oficiales se correspondan con la realidad.
¿Por qué enfatizar en la importancia de corroborar o desmentir la implicación del EPR en estos sucesos? No olvidemos que apenas en febrero se supo de amenazas de la red terrorista Al-Qaeda contra países que proveen de petróleo a Estados Unidos, entre ellos Venezuela, Canadá y México. Y si bien tampoco logró asentarse al 100% la veracidad de esas comunicaciones, en un contexto en el que el miedo y la violencia son dos de los fenómenos más globalizados, resultaría ingenuo —no digamos irresponsable— desdeñar la posibilidad de un atentado terrorista de gran envergadura.
Por otro lado, además, sin caer en un exceso de suspicacias, pienso que no tendríamos razón para descartar de tajo la existencia de otro grupo interesado en atacar instalaciones de Pemex o, incluso, la tesis de un autoatentado. En resumen, hasta no comprobarse la participación del EPR, también sería posible hablar tanto de un enemigo externo como de uno interno por ahora desconocido.
Llegados a este punto, veamos qué más nos dicen estos sucesos. Si, por citar el caso, los ataques provinieron de un elemento ajeno al gobierno —el EPR, otro grupo armado nacional, una célula terrorista internacional—, la relativa facilidad con que fueron cometidos evidenciaría las carencias de los sistemas de inteligencia y seguridad del país. En su columna de este viernes (http://www.eluniversal.com.mx/columnas/66193.html), por ejemplo, Raymundo Riva Palacio criticó la labor del director del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen), Guillermo Valdés.
Igualmente, como señala Don Hamilton en un artículo publicado en la revista Foreign Affairs, esta situación haría notar que para los grupos interesados en desestabilizar un gobierno o a toda una nación, la infraestructura energética —petróleo, gas, electricidad—, por sus muchas relaciones con los ámbitos económico-industriales y con la vida diaria de la población, es un blanco clave.
Ahora, planteando el caso específico de que el EPR u otra agrupación nacional fuera la causante de los ataques no sólo en demanda de que les sean devueltos dos de sus integrantes, sino en protesta por las condiciones políticas, económicas y sociales de México, y como anuncio del estallido de una confrontación mayor, se reviviría el debate de si son o no las armas la única vía hacia una revolución que busque justicia para el pueblo.
Y más allá de la respuesta de cada quien, sin justificar las explosiones, pienso que lo que debe destacarse es que hoy, como en los 60 y 70, época en que surgió la guerrilla en México, existen graves condiciones de desigualdad que originan un descontento cuya expresión límite es el levantamiento de grupos armados que se rebelan contra el Estado.
En ese sentido, coincido con quienes rechazan la violencia como motor de cambio social y opinan que algo como una guerra civil no es algo deseable. Me parece no obstante que en tanto sigan imperando las circunstancias que, por citar sólo un hecho, tienen a 40 millones de mexicanos sumidos en la pobreza —de acuerdo con datos conservadores—, no será improbable que aparezcan más manifestaciones de inconformidad, hartazgo y protesta, es decir, desde las colectas de firmas, movilizaciones y otras acciones cívico-políticas, hasta nuevos ataques a instalaciones de Pemex u otras y, por qué no, el intento de alguna sublevación. Ojalá quienes dirigen este país lo tomen en cuenta.
P.D. Sin un orden en particular, gracias a Martha Álvarez, Omar Astorga, Feliciano Hernández y Mario Stalin Rodríguez por la información y sus comentarios en torno a este caso. Agradezco también a Erika Martínez por siempre leerme y alentarme a escribir.
Datos de la Cámara Nacional de la Industria de la Transformación (Canacintra), por ejemplo, estiman que mil 500 empresas en cuatro estados —como Nissan, Ideal Standard y Vitro—, así como 80 mil usuarios residenciales, han sido afectados por el desabasto de gas natural, lo que implica una pérdida de alrededor de 100 millones de pesos diarios.
Sin embargo, antes de lanzarnos a señalar culpables y sacar conjeturas, creo que vale la pena detenernos a interpretar qué nos dicen esos hechos del momento actual mundial y nacional, lo mismo que a proyectar perspectivas a futuro.
Como es lógico, la primera pregunta que surgió fue quién había cometido los ataques. La versión hasta ahora conocida es que el Ejército Popular Revolucionario (EPR), aparecido públicamente por primera vez el 28 de junio de 1996 en Aguas Blancas, Guerrero, reivindicó los atentados por medio de un comunicado. Empero, por principio de cuentas, bien haría el gobierno federal en verificar la autenticidad del documento y en comprobar si en verdad el EPR fue quien provocó las explosiones. Asimismo, bien harán los periodistas en constatar que los informes oficiales se correspondan con la realidad.
¿Por qué enfatizar en la importancia de corroborar o desmentir la implicación del EPR en estos sucesos? No olvidemos que apenas en febrero se supo de amenazas de la red terrorista Al-Qaeda contra países que proveen de petróleo a Estados Unidos, entre ellos Venezuela, Canadá y México. Y si bien tampoco logró asentarse al 100% la veracidad de esas comunicaciones, en un contexto en el que el miedo y la violencia son dos de los fenómenos más globalizados, resultaría ingenuo —no digamos irresponsable— desdeñar la posibilidad de un atentado terrorista de gran envergadura.
Por otro lado, además, sin caer en un exceso de suspicacias, pienso que no tendríamos razón para descartar de tajo la existencia de otro grupo interesado en atacar instalaciones de Pemex o, incluso, la tesis de un autoatentado. En resumen, hasta no comprobarse la participación del EPR, también sería posible hablar tanto de un enemigo externo como de uno interno por ahora desconocido.
Llegados a este punto, veamos qué más nos dicen estos sucesos. Si, por citar el caso, los ataques provinieron de un elemento ajeno al gobierno —el EPR, otro grupo armado nacional, una célula terrorista internacional—, la relativa facilidad con que fueron cometidos evidenciaría las carencias de los sistemas de inteligencia y seguridad del país. En su columna de este viernes (http://www.eluniversal.com.mx/columnas/66193.html), por ejemplo, Raymundo Riva Palacio criticó la labor del director del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen), Guillermo Valdés.
Igualmente, como señala Don Hamilton en un artículo publicado en la revista Foreign Affairs, esta situación haría notar que para los grupos interesados en desestabilizar un gobierno o a toda una nación, la infraestructura energética —petróleo, gas, electricidad—, por sus muchas relaciones con los ámbitos económico-industriales y con la vida diaria de la población, es un blanco clave.
Ahora, planteando el caso específico de que el EPR u otra agrupación nacional fuera la causante de los ataques no sólo en demanda de que les sean devueltos dos de sus integrantes, sino en protesta por las condiciones políticas, económicas y sociales de México, y como anuncio del estallido de una confrontación mayor, se reviviría el debate de si son o no las armas la única vía hacia una revolución que busque justicia para el pueblo.
Y más allá de la respuesta de cada quien, sin justificar las explosiones, pienso que lo que debe destacarse es que hoy, como en los 60 y 70, época en que surgió la guerrilla en México, existen graves condiciones de desigualdad que originan un descontento cuya expresión límite es el levantamiento de grupos armados que se rebelan contra el Estado.
En ese sentido, coincido con quienes rechazan la violencia como motor de cambio social y opinan que algo como una guerra civil no es algo deseable. Me parece no obstante que en tanto sigan imperando las circunstancias que, por citar sólo un hecho, tienen a 40 millones de mexicanos sumidos en la pobreza —de acuerdo con datos conservadores—, no será improbable que aparezcan más manifestaciones de inconformidad, hartazgo y protesta, es decir, desde las colectas de firmas, movilizaciones y otras acciones cívico-políticas, hasta nuevos ataques a instalaciones de Pemex u otras y, por qué no, el intento de alguna sublevación. Ojalá quienes dirigen este país lo tomen en cuenta.
P.D. Sin un orden en particular, gracias a Martha Álvarez, Omar Astorga, Feliciano Hernández y Mario Stalin Rodríguez por la información y sus comentarios en torno a este caso. Agradezco también a Erika Martínez por siempre leerme y alentarme a escribir.
3 comments:
Don Mau... En general bien, sabe que no siempre es posible compartir puntos de vista, finalmente, cada individuo es distinto de los otros, tanto como lo son sus biografías y bibliografías. Sin embargo, poco o nada tengo que objetar esta vez a sus conclusiones...
Bueno, sí, una cosa... Siempre he creído necesario andarse con mucho (MUCHO) cuidado al evocar a masiosare. No niego la existencia de grupo como Al Quaeda ni menosprecio sus alcances y organización (el 11-M es buena muestra de ello), pero, de ahí a que a estos les interese atacar a México o Venezuela hay un tramo largo... Además, me queda bastante claro que, en el remotísimo caso de que llegaran a hacerlo, sus objetivos serían mucho (MUCHO) más espectaculares que unos ductos de PEMEX.
Invocar al extraño enemigo como explicación de un fenómeno perfectamente entendible en el marco de los actores conocidos es hacer eco de campañas de miedo...
Don Mario:
Como siempre, gracias por pasar a visitar. Y bueno, es grato saber que ahora estamos de acuerdo (también lo es, a su manera, cuando no).
De lo de invocar al "extraño enemigo" o hacer eco de campañas de miedo, aclaro que mi intención nunca fue (ni es) esa. A decir verdad, soy detractor de ambas prácticas. Mi propósito era (y es), más bien, señalar que, sin ser alarmista, bien podría surgir otro grupo armado que declare contra el gobierno (me parece que tampoco sería una hipótesis descabellada).
Ahora bien, en lo que concedo toda la razón es en que hay que ser ciudadoso con la exposición de las ideas propias y en que, en efecto, si Al Qaeda decidiera atacar México, por desgracia sus objetivos serían bastante más espectaculares.
Nos andamos leyendo.
Saludos.
Respondiendo que es gerundio...
Gracias por la visita don Mau, sabe que siempre se agradecen sus comentarios... De su duda, la narración es autobiográfica, claro, al menos en la medida en que todas nuestras ficciones (no lo dude) son autobiográficas.
Como bien dice usted (y un poco don Fer), a todos nos ha pasado o pasa algo parecido, también es cierto que no todos lo vivimos de la misma manera... Como cierto es que algunos no sabemos, ni queremos, vivirlo de otra manera...
Saludos
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