[Foro Internacional, columna]
Los resultados de las pasadas elecciones parlamentarias en la Federación Rusa, en las que el partido del presidente Vladimir Putin, Rusia Unida, obtuvo 64.1% de la votación con todo y la reprobación de la Unión Europea y el retiro de los observadores de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa, corroboran la tesis del fortalecimiento político del mandatario.
En el balance de los comicios, incluso, se hizo público el supuesto deseo de algunos ciudadanos de que Putin, quien no puede reelegirse para un tercer periodo consecutivo, permanezca en el cargo vía una reforma constitucional. En todo caso, quien fuera agente del KGB, el Comité para la Seguridad del Estado —la principal agencia de la policía secreta de la ex Unión Soviética—, y llegara al poder en 1999 luego de la renuncia de Boris Yeltsin ya declaró que buscará mantenerse activo en la vida política después de dejar la presidencia, posiblemente como primer ministro con miras a un posterior retorno a la jefatura del Ejecutivo.
Varios factores explican la reafirmación del poderío de Putin. En primer lugar pueden citarse las limitaciones o francas medidas represivas que su gobierno ha impuesto a la oposición. A finales de noviembre, días antes de las elecciones, por ejemplo, la policía acabó con protestas en contra del presidente en Moscú y en San Petersburgo, donde, según lo consignaron los reporteros presentes, cientos de manifestantes fueron golpeados y arrestados, entre ellos el ex campeón mundial de ajedrez y líder del partido disidente Otra Rusia, Gary Kasparov, y Nikita Y. Belykh y Boris Y. Nemstov, de la Unión de Fuerzas de Derecha.
Nemstov, primer ministro durante la época de Yeltsin y quien planea contender por la presidencia en marzo de 2008, afirmó: “Nos han prohibido discutir a Putin, pero hemos venido aquí para preguntar a él y a las autoridades por qué hay tanta corrupción en el país”.
Aunque significativos, estos hechos tal vez no sean los más sonados. Baste recordar el eco internacional que ha seguido a las muertes del ex espía Alexander Litvinenko, envenenado con polonio-210, y de la periodista Anna Politovskaya, a quien le dispararon afuera de su departamento. Ambos homicidios habrían ocurrido, presuntamente, por órdenes de Putin en represalia a la línea crítica de Politovskaya para con la política del Kremlin hacia Chechenia y a los comentarios desfavorables hacia el régimen en el caso de Litvinenko.
Por otra parte, además de los ataques contra la oposición está el control oficial de los medios de comunicación —una de las situaciones denunciadas en la pasada contienda— y la creación de grupos juveniles de adoctrinamiento político-ideológico como Nashi, Guardia Juvenil, Locales y Grigorevtsky. Estos movimientos —de acuerdo con Steven Lee Myers en un reportaje para The New York Times— “son parte de un esfuerzo por construir jóvenes seguidores leales y patrióticos, y por contrarrestar cualquier resistencia juvenil que pudiera emerger durante la cuidadosa orquestación del sucesor de Putin en la elección del próximo año”.
El tercer componente de la fuerza de Putin, no obstante, y quizá el más importante, es que la economía se ha mantenido estable, lo que al parecer ha derivado en la satisfacción de la población, en especial de las clases media y alta. Tan es así que los “nuevos ricos” rusos se deleitan comprando en las principales avenidas y tiendas de Moscú.
Este último punto encuentra relación con algunas de las interpretaciones que hace unas semanas se efectuaron sobre la más reciente encuesta del Latinobarómetro. A decir de los números, en toda América Latina cada vez menos personas se sienten contentas con la democracia, pues a pesar de los relativos avances en el terreno político no observan un reflejo en sus niveles de vida en términos de aumento del poder adquisitivo, mejor distribución de la riqueza, disminución de la desigualdad social, en una palabra, bienestar.
En esa línea, muchos latinoamericanos preferirían ceder una parte de sus libertades civiles a manos de gobiernos más fuertes si con ello dejan de padecer para subsanar sus necesidades básicas. Los rusos, aparentemente, han optado por esa alternativa.
Qué triste, sin embargo, que ni en uno ni otro lado del globo los gobiernos sean capaces de hacer corresponder la democracia como régimen político, caracterizado por la libertad y la igualdad de participación en la vida pública, con condiciones más equitativas para el acceso a empleos bien remunerados, a la educación, a la salud, al desarrollo personal e intelectual. Más triste aún que grandes sectores de nuestras sociedades, aquí y allá, estén dispuestos a renunciar a la oportunidad de expresarse, de exigir y de actuar a cambio de sólo subsistir.
De vuelta a la que fuera tierra de los zares, el afianzamiento interno de Putin —que podría extenderse si su candidato triunfa en las elecciones presidenciales de 2008—, blindado por la solidez que le proporcionan la riqueza petrolera rusa y haberse constituido como un importante proveedor de gas para Europa, lleva a suponer que la influencia de Vladimir Vladimirovich, el “hombre fuerte” de la ex república soviética, seguirá sintiéndose en la región y en el mundo por largo tiempo. A menos, claro, que la historia, personificada en la oposición o en la sociedad civil organizada, guarde alguna sorpresa.
En el balance de los comicios, incluso, se hizo público el supuesto deseo de algunos ciudadanos de que Putin, quien no puede reelegirse para un tercer periodo consecutivo, permanezca en el cargo vía una reforma constitucional. En todo caso, quien fuera agente del KGB, el Comité para la Seguridad del Estado —la principal agencia de la policía secreta de la ex Unión Soviética—, y llegara al poder en 1999 luego de la renuncia de Boris Yeltsin ya declaró que buscará mantenerse activo en la vida política después de dejar la presidencia, posiblemente como primer ministro con miras a un posterior retorno a la jefatura del Ejecutivo.
Varios factores explican la reafirmación del poderío de Putin. En primer lugar pueden citarse las limitaciones o francas medidas represivas que su gobierno ha impuesto a la oposición. A finales de noviembre, días antes de las elecciones, por ejemplo, la policía acabó con protestas en contra del presidente en Moscú y en San Petersburgo, donde, según lo consignaron los reporteros presentes, cientos de manifestantes fueron golpeados y arrestados, entre ellos el ex campeón mundial de ajedrez y líder del partido disidente Otra Rusia, Gary Kasparov, y Nikita Y. Belykh y Boris Y. Nemstov, de la Unión de Fuerzas de Derecha.
Nemstov, primer ministro durante la época de Yeltsin y quien planea contender por la presidencia en marzo de 2008, afirmó: “Nos han prohibido discutir a Putin, pero hemos venido aquí para preguntar a él y a las autoridades por qué hay tanta corrupción en el país”.
Aunque significativos, estos hechos tal vez no sean los más sonados. Baste recordar el eco internacional que ha seguido a las muertes del ex espía Alexander Litvinenko, envenenado con polonio-210, y de la periodista Anna Politovskaya, a quien le dispararon afuera de su departamento. Ambos homicidios habrían ocurrido, presuntamente, por órdenes de Putin en represalia a la línea crítica de Politovskaya para con la política del Kremlin hacia Chechenia y a los comentarios desfavorables hacia el régimen en el caso de Litvinenko.
Por otra parte, además de los ataques contra la oposición está el control oficial de los medios de comunicación —una de las situaciones denunciadas en la pasada contienda— y la creación de grupos juveniles de adoctrinamiento político-ideológico como Nashi, Guardia Juvenil, Locales y Grigorevtsky. Estos movimientos —de acuerdo con Steven Lee Myers en un reportaje para The New York Times— “son parte de un esfuerzo por construir jóvenes seguidores leales y patrióticos, y por contrarrestar cualquier resistencia juvenil que pudiera emerger durante la cuidadosa orquestación del sucesor de Putin en la elección del próximo año”.
El tercer componente de la fuerza de Putin, no obstante, y quizá el más importante, es que la economía se ha mantenido estable, lo que al parecer ha derivado en la satisfacción de la población, en especial de las clases media y alta. Tan es así que los “nuevos ricos” rusos se deleitan comprando en las principales avenidas y tiendas de Moscú.
Este último punto encuentra relación con algunas de las interpretaciones que hace unas semanas se efectuaron sobre la más reciente encuesta del Latinobarómetro. A decir de los números, en toda América Latina cada vez menos personas se sienten contentas con la democracia, pues a pesar de los relativos avances en el terreno político no observan un reflejo en sus niveles de vida en términos de aumento del poder adquisitivo, mejor distribución de la riqueza, disminución de la desigualdad social, en una palabra, bienestar.
En esa línea, muchos latinoamericanos preferirían ceder una parte de sus libertades civiles a manos de gobiernos más fuertes si con ello dejan de padecer para subsanar sus necesidades básicas. Los rusos, aparentemente, han optado por esa alternativa.
Qué triste, sin embargo, que ni en uno ni otro lado del globo los gobiernos sean capaces de hacer corresponder la democracia como régimen político, caracterizado por la libertad y la igualdad de participación en la vida pública, con condiciones más equitativas para el acceso a empleos bien remunerados, a la educación, a la salud, al desarrollo personal e intelectual. Más triste aún que grandes sectores de nuestras sociedades, aquí y allá, estén dispuestos a renunciar a la oportunidad de expresarse, de exigir y de actuar a cambio de sólo subsistir.
De vuelta a la que fuera tierra de los zares, el afianzamiento interno de Putin —que podría extenderse si su candidato triunfa en las elecciones presidenciales de 2008—, blindado por la solidez que le proporcionan la riqueza petrolera rusa y haberse constituido como un importante proveedor de gas para Europa, lleva a suponer que la influencia de Vladimir Vladimirovich, el “hombre fuerte” de la ex república soviética, seguirá sintiéndose en la región y en el mundo por largo tiempo. A menos, claro, que la historia, personificada en la oposición o en la sociedad civil organizada, guarde alguna sorpresa.
4 comments:
Don Mau... Bien documentado y mejor expresado, eso se lo reconozco... Ahora que, si bien puedo (con reservas) suscribir las conclusiones; me cuidaría mucho de sustentarlas en las editoriales que las sustentas... Si algo ha demostrado El Universal del año pasado a la fecha, es su increíble capacidad de ser acomodaticio y me preocuparía (y mucho) de que empiece junto a otros medios a intentar justificar la existencia de un "gobierno fuerte" por "petición ciudadana"... Mucho más si se intenta hacerlo poniendo de ejemplo al Putín (cómo, tienes razón, va sin tilde)
Muy interesante el artículo. Que bueno que tengas oportunidad de escribir, y no sólo por trabajo sino por interés personal. Me da mucho gusto un beso.
Lo sabía, lo sabía:
algo estaban justificando
Sigo de vacaciones, pero no quería dejar pasar la oportunidad de deserale FELIZ AÑO NUEVO...
Nos seguiremos leyendo
Post a Comment