El 2007 ha sido un año difícil para Petróleos Mexicanos. Entre enero y octubre distintas situaciones han afectado a la paraestatal: desde el clima adverso en el océano Atlántico, que en agosto provocó la momentánea suspensión de la producción y recientemente un accidente en la plataforma Usumacinta tras el cual fallecieron 22 trabajadores, hasta las explosiones de julio y septiembre en ductos ubicados en Querétaro, Guanajuato, Veracruz y Tlaxcala reivindicadas por el Ejército Popular Revolucionario (EPR).
Todo lo anterior, por cierto, ha ocurrido en medio del constante y certero recordatorio de que las reservas probadas del país se agotan y, además, en un contexto global en el que el precio del petróleo va al alza debido a que los energéticos se tornan en un bien estratégico para el futuro.
Estos hechos deben ser un urgente llamado tanto a la dirección de Pemex como a las autoridades federales con el fin de solucionar los problemas que aquejan a la entidad que por años se ha constituido como la principal fuente de ingresos de la Federación.
Las consecuencias del clima en instalaciones de la paraestatal, por un lado, hablan de la apremiante necesidad de prever el impacto de los fenómenos naturales y de mejorar las condiciones de seguridad laboral. En ese sentido, ojalá que todas las investigaciones que se pondrán en marcha para determinar los pormenores del accidente en la Sonda de Campeche sirvan, por ejemplo, para señalar y sancionar a los responsables, para definir si hubo o no negligencia por parte de Perforadora Central o de Oceanografía —empresas contratistas: la primera, propietaria de la plataforma; la segunda, encargada de las embarcaciones de rescate—, y, finalmente, para evitar que se repitan sucesos como éste.
Por otro lado, los ataques del EPR —independientemente de las razones político-sociales que explican la existencia de este y otros grupos disidentes— indican que el resguardo a la infraestructura de Pemex no es el debido y, dada su importancia para el país, la protección al organismo debe fortalecerse.
Resulta necesario recordar, asimismo, que si bien el daño ocasionado por los factores citados es grande, más profundo e indignante lo es el infligido por todos aquellos que han visto en Pemex un medio para su beneficio y enriquecimiento personal y familiar. Los casos, desafortunadamente, no son pocos. Ahí están episodios como el Pemexgate —el desvío de recursos del sindicato de trabajadores de la paraestatal a la campaña presidencial de Francisco Labastida—, lo mismo que las actuaciones cuando menos dudosas de, entre otros, Rogelio Montemayor, Carlos Romero Deschamps y Raúl Muñoz Leos.
A esa lista negra, al parecer, habrá de añadir la gestión de Juan Bueno Torio, ex director de Pemex Refinación, durante la cual el ahora senador panista, a través de una red de colaboradores, favoreció con contratos multimillonarios a las empresas Transportación Marítima Mexicana (TMM) y Ocean Mexicana. La reconstrucción de ese entramado podría revelar un plan cuya única intención, desde un principio, habría sido apropiarse de altos mandos del organismo para después, literalmente, exprimirlo.
Por último, vayamos a un asunto de fondo partiendo de una verdad de Perogrullo: al ser el petróleo un recurso no renovable, las reservas del país, inevitablemente, se agotarán algún día.
Jesús Reyes Heroles, director de Pemex, hace un par de semanas declaró que tales reservas alcanzan sólo para nueve años después del término del presente sexenio. La secretaria de Energía, Georgina Kessel, aclaró que dan para 60 años, pero que 88% de ellas se encuentra a una profundidad tal que con la tecnología con la que se cuenta es imposible explotarlas.
En efecto, tendría que pensarse ya en invertir en el desarrollo de los medios que permitan aprovechar ese crudo, aunque antes de entrar en el debate de si para ello se abriría o no la puerta a dinero de la iniciativa privada o del extranjero, como país debemos percatarnos de la peligrosidad de seguir planteando nuestra economía en términos de un elemento finito y cuyo precio internacional, sin importar que puede generar cuantiosos ingresos, depende de factores político-económicos como la estabilidad en Medio Oriente.
México, en suma, como apuntó Enrique Berruga Filloy a finales de septiembre, debe prepararse para afrontar la reconversión energética de los años venideros. Requerimos de energía para el día a día, para el crecimiento y para el futuro, pero nuestros proyectos no pueden girar en torno a un recurso que, tarde o temprano, en nueve años o en 60, se va a acabar. Tenemos que empezar a pensar muy en serio en el desarrollo eficaz, productivo, sustentable y ecológico de otras fuentes de energía que mantengan en movimiento la maquinaria del país.
Todo lo anterior, por cierto, ha ocurrido en medio del constante y certero recordatorio de que las reservas probadas del país se agotan y, además, en un contexto global en el que el precio del petróleo va al alza debido a que los energéticos se tornan en un bien estratégico para el futuro.
Estos hechos deben ser un urgente llamado tanto a la dirección de Pemex como a las autoridades federales con el fin de solucionar los problemas que aquejan a la entidad que por años se ha constituido como la principal fuente de ingresos de la Federación.
Las consecuencias del clima en instalaciones de la paraestatal, por un lado, hablan de la apremiante necesidad de prever el impacto de los fenómenos naturales y de mejorar las condiciones de seguridad laboral. En ese sentido, ojalá que todas las investigaciones que se pondrán en marcha para determinar los pormenores del accidente en la Sonda de Campeche sirvan, por ejemplo, para señalar y sancionar a los responsables, para definir si hubo o no negligencia por parte de Perforadora Central o de Oceanografía —empresas contratistas: la primera, propietaria de la plataforma; la segunda, encargada de las embarcaciones de rescate—, y, finalmente, para evitar que se repitan sucesos como éste.
Por otro lado, los ataques del EPR —independientemente de las razones político-sociales que explican la existencia de este y otros grupos disidentes— indican que el resguardo a la infraestructura de Pemex no es el debido y, dada su importancia para el país, la protección al organismo debe fortalecerse.
Resulta necesario recordar, asimismo, que si bien el daño ocasionado por los factores citados es grande, más profundo e indignante lo es el infligido por todos aquellos que han visto en Pemex un medio para su beneficio y enriquecimiento personal y familiar. Los casos, desafortunadamente, no son pocos. Ahí están episodios como el Pemexgate —el desvío de recursos del sindicato de trabajadores de la paraestatal a la campaña presidencial de Francisco Labastida—, lo mismo que las actuaciones cuando menos dudosas de, entre otros, Rogelio Montemayor, Carlos Romero Deschamps y Raúl Muñoz Leos.
A esa lista negra, al parecer, habrá de añadir la gestión de Juan Bueno Torio, ex director de Pemex Refinación, durante la cual el ahora senador panista, a través de una red de colaboradores, favoreció con contratos multimillonarios a las empresas Transportación Marítima Mexicana (TMM) y Ocean Mexicana. La reconstrucción de ese entramado podría revelar un plan cuya única intención, desde un principio, habría sido apropiarse de altos mandos del organismo para después, literalmente, exprimirlo.
Por último, vayamos a un asunto de fondo partiendo de una verdad de Perogrullo: al ser el petróleo un recurso no renovable, las reservas del país, inevitablemente, se agotarán algún día.
Jesús Reyes Heroles, director de Pemex, hace un par de semanas declaró que tales reservas alcanzan sólo para nueve años después del término del presente sexenio. La secretaria de Energía, Georgina Kessel, aclaró que dan para 60 años, pero que 88% de ellas se encuentra a una profundidad tal que con la tecnología con la que se cuenta es imposible explotarlas.
En efecto, tendría que pensarse ya en invertir en el desarrollo de los medios que permitan aprovechar ese crudo, aunque antes de entrar en el debate de si para ello se abriría o no la puerta a dinero de la iniciativa privada o del extranjero, como país debemos percatarnos de la peligrosidad de seguir planteando nuestra economía en términos de un elemento finito y cuyo precio internacional, sin importar que puede generar cuantiosos ingresos, depende de factores político-económicos como la estabilidad en Medio Oriente.
México, en suma, como apuntó Enrique Berruga Filloy a finales de septiembre, debe prepararse para afrontar la reconversión energética de los años venideros. Requerimos de energía para el día a día, para el crecimiento y para el futuro, pero nuestros proyectos no pueden girar en torno a un recurso que, tarde o temprano, en nueve años o en 60, se va a acabar. Tenemos que empezar a pensar muy en serio en el desarrollo eficaz, productivo, sustentable y ecológico de otras fuentes de energía que mantengan en movimiento la maquinaria del país.
Económicamente hablando, a lo largo de la mayor parte del siglo XX y en lo que va del XXI, Pemex y el petróleo han sido los principales motores de la República. Por ende, cuando menos por gratitud y por responsabilidad —y las autoridades antes que cualquier otra persona—, debemos proteger a una empresa que pertenece al Estado, es decir, a todos los mexicanos, tanto de las adversidades del clima y de otros desastres naturales como de cualquier ataque y de quienes ven esta entidad un arca perteneciente a su patrimonio personal. Pero, más aún, por el bienestar nacional tenemos que pensar la manera de encarar el mañana sin depender de ella.
3 comments:
Qué puedo decir... mis enhorabuenas... Buen artículo, bastante bien sustentado y argumentado...
De nuevo, mis enhorabuenas...
Por cierto, de esto: "Interesante relación la de los yuyos y los hutopos, y aunque creo no comprender del todo su naturaleza"...
Extraño, porque cualquiera diría que usted sobre todo reconocería al menos a algunas de las personas de las que en el post hablo...
Y lo de reconocer sus propias amistades... Pues sí, al menos dos
Me pareció muy interesante el artículo, informas, tomas postura y tienes muy buenos argumentos que sustentan tu tesis.
Los datos duros dan certezas y declaran una realidad social, económica y política que necesita ser consiente para poder tomar acciones en el futuro con respecto a los recursos y su forma de utilización. Muy buen artículo: ¡Te felicito! Me gusta mucho que tu blog abra la pauta para la discusión de temas nacionales, aunque sé que te gusta más lo internacional. Una vez más felicidades, y gracias por la valiosa información.
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