[Foro Internacional, columna]
A finales de marzo, Édgar Félix, periodista y ex director de Información del extinto diario La Razón, visitó la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. En aquella ocasión, a pregunta expresa de una alumna, mencionó que hoy en día uno de los temas de mayor relevancia es el cambio climático. Sus palabras hallaron eco en las declaraciones del representante permanente de México ante la ONU, Enrique Berruga Filloy, quien —como quedó consignado con anterioridad en este blog— recién declaró que éste se constituye en “el tema del futuro”.
Ambas opiniones, lo mismo que el comentario de un colega en el sentido de que habría que revisar los tiempos porque, más que algo para el porvenir, el cambio climático es un asunto de actualidad, me han conducido a varias reflexiones.
En primer lugar, sobre la temporalidad de la cuestión, creo que sí es un problema del presente pero que debe pensarse al corto, mediano y largo plazos. En esa línea, me parece que lo dicho por Berruga Filloy podría interpretarse así: debemos proyectar el futuro, todos los escenarios negativos —alarmantes aunque realistas muchos de ellos—, para saber cómo y con qué celeridad actuar ahora.
Por otro lado, a pesar de que salvo algunas excepciones aparentemente existe el consenso político y científico mundial acerca de que el cambio climático, el calentamiento global y sus consecuencias son algo real y que deben llamar la atención y a enfrentarlos, personalmente me preocupa que puedan terminar, como tantos otros, siendo temas recurrentes pero en torno de los cuales no pasa nada o, peor aún, asuntos de moda.
A ese respecto, durante el foro en el que participó, Berruga Filloy comentó que Al Gore, ex vicepresidente de Estados Unidos que se ha erigido como uno de los paladines de la lucha contra el cambio climático —y de quien el mexicano publicó un texto en la revista Día Siete (número 344, año 7)—, muy posiblemente decida contender por la presidencia de su país. A juicio del embajador, Gore “no va a aguantar la presión”, y “si es congruente con lo que ha venido diciendo”, se dará cuenta de que una forma importante de impulsar la causa sería convertirse en el presidente de EU.
Lo confieso: no he visto Una verdad inconveniente, el multisonado documental de Al Gore acerca del cambio climático —ganador del Oscar en su categoría durante la pasada entrega—, ni cuento con los elementos para valorar sus intenciones. Sin embargo, sin el propósito de descalificar a priori su trabajo político, ecológico o fílmico, pienso que sería prudente guardar reservas antes de encomiar o adherirse así como así a su plataforma. Si Gore está genuinamente preocupado por los problemas medioambientales y busca contribuir a resolverlos, o si es sólo un personaje más de los que pretenderán adueñarse de una lucha en su beneficio, el tiempo lo dirá.
¿Y qué hacer, entonces, para dar la cara al cambio climático, a un fenómeno derivado de la actividad humana, tan palpable que muchos de nosotros habremos escuchado hasta el hartazgo el pronóstico de que 2007 será el año más caluroso jamás registrado, o con mayor cercanía, que día con día podemos vivir las alteraciones de ese “clima loco”: del espantoso sol del mediodía a las heladas ráfagas de viento al anochecer, pasando por la lluvia vespertina?
A escala macro, la de las negociaciones y acciones internacionales, debe primar el estudio científico serio lo mismo que la conciencia de las posibles consecuencias del cambio climático: aumento de la temperatura promedio global, derretimiento de los polos, subida del nivel del mar, modificaciones en la composición química del agua de los océanos, riesgo de desequilibrio ecológico y extinción de especies animales y vegetales, sin contar el impacto geográfico, político y social de la desaparición de zonas costeras, de las migraciones masivas, los refugiados climáticos, la carencia de agua potable o las dificultades para mantener una producción alimentaria suficiente.
Además, de las cumbres locales y mundiales sobre medio ambiente deben surgir acciones concretas como, tal vez, la sustitución del Protocolo de Kioto por un mecanismo más vinculante, sólido y eficaz que obligue a todas las naciones a cumplir con el compromiso de reducir las emisiones de gases de invernadero. Y si no se desarrolla un nuevo acuerdo, al menos sí deben incrementarse las presiones diplomáticas sobre los países reacios a adoptar el protocolo, léase Estados Unidos.
Pero, evocando el “Llamado de París”, en el espíritu del citoyen de la Terre, del “ciudadano del mundo”, las acciones para enfrentar el cambio climático, la contaminación y sus implicaciones no deben quedarse en la abstracta esfera de la globalidad sino traducirse al comportamiento cotidiano de cada individuo.
Exigir esta especie de “civilidad ecológica” suena utópico o incluso ingenuo cuando, al menos en la ciudad de México, es de lo más común observar transportes que arrojan al aire inmensas nubes de humo, al inconsciente que lanza la basura por la ventanilla del autobús, al pretendido receptor multicanal que a un tiempo mantiene encendida la computadora, la tv, la radio y puede que hasta esté usando sus audífonos, o a quien desperdicia el agua en cualquier labor doméstica.
Que se me tilde de idealista, pero estoy convencido de que hacer algo por el medio ambiente debe comenzar en cada uno de nosotros. Está en la sociedad, en quienes la integramos, lograr que hablar del uso moderado del automóvil, del ahorro de agua o energía, de separar la basura o del reciclaje —si se quiere, con todo lo exagerado de la frase, de “salvar al planeta”— sea algo más que buenas intenciones.