Tuesday, September 12, 2006

La Humanidad, abismo insondable

"Como siempre, en el cuerpo de la
escritura hay un diálogo entre el ensayo
y la ficción, una reflexión sobre la literatura y
también la comparación entre ella y el
desconcierto general que es la vida".
Sergio Pitol, El mago de Viena

Al igual que la filosofía o las ciencias, la literatura intenta explicar la realidad. Es una aproximación a los porqués de este mundo, así como a las causas, comportamientos y propósitos de quienes habitamos en él. Así pues, es a través de la imaginación y del lenguaje, lo mismo que de los universos creados a partir de ambos, que un escritor busca entender y transmitir aquello que ve, escucha, siente, piensa.
En esa línea, La Gruta del Toscano, la más reciente obra de Ignacio Padilla (1968), es, como ha señalado Rafael Lemus, una novela de aventuras, pero también un ensayo acerca de los motivos de los seres humanos para llevar a cabo empresas tan arduas como aparentemente irrealizables y sin sentido. ¿Cuál puede ser el objeto de que una mujer o un hombre intenten llegar a la cima de una montaña, adentrarse en una espesa selva o explorar la cueva más inhóspita si su mera pretensión puede costarles la salud del cuerpo, de la mente, del espíritu? ¿Vale la pena abandonarlo todo en aras de metas quizá engañosamente trasce
ndentes: el honor nacional, la divinidad, la conquista de últimas fronteras, la inmortalidad o el dominio de la naturaleza?
Ya los epígrafes plantean la disyuntiva. Con ingenio, el autor ha elegido frases de dos famosos montañistas, el inglés George Mallory y el francés Gastón Rebuffat. El primero, quien murió en su intentona de escalar el Everest, hace gala de su arrojo: "El juego amerita perder un dedo" (no dudo, por cierto, que esta "poética del fracaso" y este heroísmo de Mallory hayan derivado en la concepción literaria de Seamus Linden, el "reportero calamitoso"). Por el contrario, Rebuffat, el primer hombre en conquistar las seis caras del norte de los Alpes, prefiere la prudencia: "Lachenal tenía razón: ¿de qué sirve conquistar la cumbre si para ello hay que perder los dedos?". Imposible exponer con más claridad los extremos.
Por otra parte, en lo que a la anécdota respecta, por medio de un estilo ágil, apoyado en elementos fantásticos como el principado de Ruritania o un ejército de zarigüeyas luminiscentes, y auxiliado por dos personajes que nunca llegan a conocerse —el sherpa Pasang Nuru y el periodista Eddie Haskins—, Padilla relata la historia de esta gigantesca gruta himalaica que parece ser no menos que la entrada al inframundo: la inspiración del Infierno de Dante Alighieri. Evidentemente, la cronología de este abismo no tendría el mismo valor si a él no fueran unidas —literalmente— las vidas de quienes intentaron sondarlo, desde el capitán Jan Reissen-Mileto hasta la expedición china de 1965, pasando por el jesuita Mário Gudino, el italiano fascista Massimo Sansoni, el chiflado Lucas Gleeson o la mayoría de la Cofradía de Zenda.
En la reconstrucción del pasado de la gruta, tanto Pasang Nuru como Eddie Haskins plantean más reflexiones. El nepalés, por ejemplo, con frecuencia se pregunta a qué se debe el empeño de los exploradores a los que sirve, más aún cuando "La humanidad no parecía mejor ni más santa porque un puñado de hombres ateridos hubiese puesto el pie en tal o cual círculo del infierno". Mientras, el reportero se cuestiona los motivos del "inestable dios del periodismo" para seguir repartiendo la verdad "a las personas menos adecuadas y en el momento menos pensado".
La novela, según declaró el autor en una entrevista con Sandra Licona —publicada en El Universal del martes 25 de julio—, pretende ser "totalizante, polifónica", no seguir una línea anecdótica definitiva sino contar varias historias y presentar muchas reflexiones. En ese sentido, por todo lo antes mencionado, Padilla cumple con su cometido, a la vez que permanece fiel a uno de los preceptos de la generación del Crack: demostrar que un literato mexicano no tiene por qué ceñirse a escribir sobre la Revolución, el campo o —en una palabra— México, sino que puede crear obras, por así decirlo, más cosmopolitas que, además, reivindiquen el respeto por el lector inteligente.
Sin embargo, si bien el también autor de Si volviesen sus majestades, Amphytrion y Espiral de artillería exhibe su erudición al momento de aventurar posibles respuestas al porqué del deseo humano por realizar lo irrealizable —y con ello correr el riego de terminar congelado, carcomido por aguas sulfurosas o devorado por los gusanos o la gangrena—, nunca da una explicación concluyente. Tal vez sea el rencor, o la locura o, para responder a la manera de Mallory, porque esos retos simple y llanamente "están allí". Es probable no obstante que así lo haya querido el propio Padilla, no plantear la última verdad sino únicamente lanzar algunas ideas para que el lector decida, o bien que el alma humana sea el más insondable de todos los abismos.
Para finalizar, en la citada entrevista el escritor también habló acerca de la relación de su trabajo con los viajes que ha emprendido y aquellos que no: "Por lo general escribo sobre lugares a los que no he ido, mi literatura se basa en mis lecturas [...] He realizado viajes reales a Europa y África, creo que cada uno de los países que conocí me han significado experiencias importantes, pero de las cuales no he escrito. Escribo más bien sobre experiencias que quisiera vivir". Siguiendo este razonamiento, quizá La Gruta del Toscano no ofrezca todas las repuestas (¿y qué o quién sí?), pero por la variedad de sus personajes, de los escenarios en los que se desenvuelven y la riqueza de sus reflexiones, cuando menos debemos agradecer a Ignacio Padilla el recordarnos que la literatura es otra forma de viajar, incluso si el destino es el mismo fondo del infierno o los rincones más inexplorados e incomprensibles de la condición humana.


FICHA BIBLIOGRÁFICA:
PADILLA, Ignacio. La Gruta del Toscano. México, Alfaguara, 2006.

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