Delia Rodríguez, periodista
Soy de las personas que piensan que internet y los instrumentos que lo acompañan están cambiando al mundo, pero que es irresponsable hacer esa afirmación sin antes reparar en la complejidad de los fenómenos que se tejen en torno a la red y en los contextos sociales en los que se producen.
En el caso de México, por ejemplo, toda reflexión sobre el tema debe tener presente que a pesar de que crece continuamente el número de internautas, éste llega apenas a unos 34.9 millones de personas, lo que representa alrededor del 30% de la población del país, de acuerdo con el estudio más reciente de la Asociación Mexicana de Internet (Amipci), elaborado con cifras de 2010.
Puesto en otras palabras, por factores como los citados límites en el acceso a internet u otras desigualdades socioeconómicas, no considero que nos dirijamos hacia una utopía en la que el avance tecnológico mejorará el nivel de vida de todos los seres humanos, sino que las tecnologías vinculadas con la información y la comunicación están generando profundas transformaciones en numerosos ámbitos, y que esos cambios traen consigo, a la vez, consecuencias positivas, problemas y retos.
En este ensayo quiero centrarme en tres de los campos que, desde mi punto de vista, se han visto más sensiblemente tocados por internet y los medios surgidos en torno suyo: la educación, la política y el periodismo.
Aun con lo diferentes que son esas actividades, me parece que todas comparten un desafío común: la expansión de la red les ha restado poder, o para ser más preciso, ha tomado de los profesionales que las ejercen el monopolio de la información y del conocimiento que antes detentaban, para otorgar a los ciudadanos mayores facultades de acción. Y si bien ese hecho es positivo porque encierra un potencial democratizador —la posibilidad de aumentar e igualar las capacidades de las personas para actuar en la vida pública de manera autónoma—, también plantea interrogantes y riesgos importantes.
A continuación presentaré algunos de ellos.
Facebook irrumpe en el salón
Quienes se dedican a la docencia encaran la oportunidad de incidir positivamente en la formación de un ser humano y, con ello, tienen tanto una enorme responsabilidad como la ocasión de ganar para sí una gran satisfacción personal. Pero si la labor de los profesores nunca ha sido sencilla, desde comienzos del siglo XXI enfrenta un reto particularmente significativo: el de “competir” con tecnologías que, en contraste con medios tradicionales como la radio, la televisión o incluso los primeros videojuegos, poseen como características fundamentales el dinamismo y la capacidad de interactuar con otros.
Escribo el verbo entre comillas porque no se trata de que Facebook, Twitter o Messenger deliberadamente busquen quitar audiencia a los maestros, o de que éstos deban contender con esos instrumentos. Por el contrario, deberían hacerse sus aliados para aprovecharlos a su favor.
Ahora, lo que sí ocurre es que esas plataformas derivadas de internet —sea que se utilicen en computadoras de escritorio, portátiles o en teléfonos móviles— no sólo están acaparando la atención de niños y jóvenes que asisten a las escuelas; también les están brindando la posibilidad de obtener de forma inmediata herramientas para cuestionar a sus docentes: textos de la prensa, estudios, videos, testimonios, mapas... en una palabra, información.
El profesor Enrique Tamés lo expuso con más claridad hace algunas semanas, durante su participación en el Sexto Diplomado de Actualización para Periodistas del Tecnológico de Monterrey, Campus Ciudad de México. En su intervención, señaló que la educación escolar está viviendo un “cambio de paradigma”: el esquema que la humanidad ha seguido por siglos, en el que un maestro es el centro de la atención dentro del salón de clases en su calidad de portador de conocimiento, y decide qué tanto juego da a sus alumnos, está transformándose gracias a la intervención de elementos externos aportados por la red.
Frente ese panorama, surge una pregunta: ¿esas modificaciones traen beneficios o perjuicios a las aulas, fortalecen o dañan la relación entre educador y educando?
A mi juicio, es posible encontrar respuestas en ambos sentidos. Por ejemplo, el que un estudiante tenga a la mano instrumentos para buscar información por su cuenta puede fomentar su iniciativa, el espíritu reflexivo y una actitud crítica hacia los contenidos que recibe en el salón de clases. Sin embargo, es igualmente factible que en la red se tope con datos de dudosa calidad, sin percatarse de los riesgos que implica tomarlos por ciertos, o simplemente puede ver internet como un medio de entretenimiento u ocio —no más—, sin reparar en todas las facultades que podría desarrollar.
Hace tres años, la académica Lourdes Chehaibar, directora del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación (IISUE) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), me dijo durante una entrevista que uno de los retos que enfrentan los maestros actualmente radica en saber captar la atención de los alumnos para brindarles una educación sólida.
Para lograrlo, como adelanté líneas arriba, me parece que la actitud que debe prevalecer tanto en los docentes como en los padres es la de observar a las tecnologías no como un enemigo, sino como un potencial aliado. Y para ello es necesario conocer esos instrumentos, entender su lenguaje y comprender las posibilidades que encierran. Sólo de esa manera se puede enseñar a los jóvenes que esas plataformas forman parte de su formación y poseen la capacidad de propulsarla, pero no sustituyen a mecanismos humanos como la duda, la razón o la imaginación.
@políticos y @ciudadanos
Otro ámbito en el que considero que las tecnologías están causando cambios profundos es la política.
En este apartado no quiero referirme a las diferentes estrategias que están adoptando los políticos, los partidos y sus equipos para hacer propaganda, dentro o fuera de periodos electorales, a través de Twitter, Facebook, blogs o transmisiones vía web. Más bien, deseo apuntar a la forma en que esos medios están transformando las relaciones entre quienes ejercen la política —en los gobiernos de todos los niveles, el Poder Legislativo u organismos partidistas— y la ciudadanía.
Hasta hace no mucho, quizá cuatro o cinco años, era impensable que un ciudadano pudiera hacer llegar un mensaje a un político de forma tan directa o inmediata como ahora. Antes del auge de las redes sociales, era posible tener acceso a sus direcciones de correo electrónico institucionales o a los teléfonos de sus oficinas, pero ese político podía simplemente ignorar cada intento. Hoy, con Twitter, basta mencionar en un tuit la cuenta de ese político para que el mensaje le llegue al instante. Cierto, aún puede elegir hacer caso omiso de cada llamado, pero se arriesga a despertar la crítica social si la persona ignorada difunde el hecho entre sus seguidores, y éstos entre los suyos, y más si detrás hay un asunto que legítimamente exija atención.
Twitter, pues, ha abierto una puerta para que las personas demanden ser escuchadas por los políticos, se manifiesten en contra o a favor de determinadas situaciones, hechos o políticas públicas, e incluso se organicen para buscar cambios.
El reciente libro Ciudadanos.mx (De Bolsillo, 2011), coordinado por Ana Francisca Vega y José Merino, reúne varios textos en los que se da cuenta o analizan episodios como el rechazo contra un intento gubernamental por establecer un impuesto del 4% al uso de la red (conocido con la etiqueta o hashtag #internetnecesario); la exigencia de castigo a los responsables del incendio en la Guardería ABC de Hermosillo, Sonora, donde murieron 49 niños, y de una legislación que obligue a las estancias infantiles a cumplir con estrictas medidas de seguridad para evitar que una tragedia así se registre de nuevo (#justiciaABC o #leydeguarderias); o el apoyo a la diversidad sexual y a la aprobación legislativa de las bodas entre personas del mismo sexo en la Ciudad de México (#matrimoniodf).
El hilo que une esos casos, de acuerdo con los compiladores, es que en todos grupos de tuiteros jugaron roles protagónicos, lograron captar las miradas de la sociedad y, en ocasiones, consiguieron que su organización —surgida en el mundo virtual y materializada en las calles— tuviera una respuesta concreta de parte de las instituciones.
Durante los últimos meses se han registrado episodios similares. Uno de ellos fue el de las protestas de decenas de jóvenes contra la detención de Mariel Solís, una estudiante de la UNAM a la que sin fundamento la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal acusó de homicidio (#MarielSolis). Otro fueron las movilizaciones virtuales y callejeras para exigir la liberación de María de Jesús Bravo Pagola y Gilberto Martínez, dos habitantes de Veracruz contra quienes el gobierno estatal presentó cargos por terrorismo luego de que tuitearan mensajes sobre supuestos ataques a escuelas de un municipio (#tuiteroslibres).
Al final, tanto Solís como Bravo y Martínez fueron liberados, y aunque las autoridades de las respectivas entidades negaron que la presión social tuviera que ver en la decisión, lo cierto es que en pocos días se concentró una amplia participación en las redes sociales, en las que usuarios aportaban argumentos para cuestionar los arrestos.
Así, como pasa en la educación con los profesores, en la política se está diluyendo el control sobre la información y la atención públicas que anteriormente recaía sólo en las personas con poder. Ahora, por plantear un ejemplo, si la autoridad emite un reporte oficial sobre un hecho, pero omite deliberadamente o por descuido aspectos fundamentales, es factible que haya una o varias personas que posean más datos y, al difundirlos, generen dudas sobre la versión oficial y alienten más investigaciones y que eventualmente la verdad salga a la luz.
“Las redes sociales basadas en internet han dejado claro que ya no existe una total concentración del conocimiento en unas pocas manos (Serres, 1997), como sucedía en el pasado. El fin de este monopolio, o, dicho en otras palabras, la masificación del acceso a la información, ha traído como resultado una reconexión de los ciudadanos con los procesos políticos”, escriben Vega y Merino en la introducción de su obra.
Y a estas alturas de nuevo salta una pregunta: ¿el escenario arriba descrito indica que caminamos hacia una vida más democrática, en la que los mexicanos tendrán más capacidad para incidir en las decisiones públicas?
Me parece que la respuesta más franca es que no, porque un régimen democrático necesita mucho más que eso para constituirse y consolidarse: reglas claras, certidumbre en su aplicación, instituciones que rindan cuentas y ciudadanos conscientes de sus derechos y obligaciones como miembros de una comunidad. No obstante, un punto esperanzador dentro de esta reflexión radica en que, gracias al poder democratizador que poseen, las tecnologías sí pueden ayudar en ese proceso.
“No es con una buena consigna o con un buen tuit como se logrará movilizar a la sociedad. Lo que sí genera todos los días Twitter es la discusión sobre los temas públicos y funciona como receptor y amplificador del descontento, que es el principio de lo que eventualmente será una movilización”, escriben los activistas Daniel Gershenson y Jesús Robles Maloof en su colaboración para Ciudadanos.mx.
“[Twitter] no es una panacea, pero ayuda a enlazar, a bajo costo, a ciudadanos con intereses convergentes. La clave es no perder la esperanza de que cada uno de nosotros hará la diferencia”, agregan.
Para cerrar este bloque, quizá quepa decir que el valor de internet y de los instrumentos que abarca radica en que da un sentido actual a una conocida frase del político alemán Konrad Adenauer: “La política es demasiado importante como para dejársela a los políticos”.
¿El cuarto poder?
Toca el turno de que exponga los impactos que las tecnologías tienen en la actividad de los periodistas.
Como integrante de ese gremio, está de sobra decir que de los campos estudiados hasta aquí es en el que tengo más conocimiento, por lo que es del que más podría escribir. Sin embargo, procuraré ceñirme a sólo dos aspectos del tema.
El primero se ubica de las puertas de las redacciones hacia afuera y tiene que ver con el aumento de las ventanas o espacios para que los periodistas recibamos retroalimentación del público con relación a nuestro trabajo, sean comentarios favorables, sugerencias, más información y, por supuesto, críticas. Como en los casos de los profesores y los políticos, las tecnologías nos han quitado el monopolio de la palabra: podremos ser los que produzcamos una nota, pero ni nosotros ni nuestro medio seremos los únicos que la divulguen y comenten; podremos cumplir con el ideal de mantener el rigor en las historias que reporteemos, pero siempre cabrá la posibilidad de que un lector, televidente o radioescucha nos contacte para decirnos “Olvidaste decir esto”, “Hay más datos”, “Las cosas no pasaron así”.
El derecho de réplica, indispensable para una democracia, nunca había estado tan al alcance de la mano (o de un clic). A través de correos electrónicos, comentarios en los espacios de los sitios web, tuits o mensajes en Facebook, las personas pueden hacernos saber qué opinan de nuestro trabajo.
La recepción de críticas siempre resulta difícil en mayor o menor grado, ya porque el interlocutor esté empecinado con una idea, ya porque se trate de un usuario exigente o con mucha información, o ya porque simplemente cometimos un error que levantó comentarios negativos. En todo caso, el desafío para los periodistas sencillamente consiste reforzar nuestra responsabilidad y compromiso profesional con la finalidad de hacer mejor nuestra labor —con rapidez, precisión y balance—, siendo conscientes de que apenas tenga segundos en el aire, el papel o el ciberespacio, estaremos bajo el escrutinio público.
El segundo aspecto que quiero mostrar se sitúa de las puertas de las redacciones hacia adentro y se relaciona con que, además de estar sometidos a una mayor vigilancia de parte de las audiencias que utilizan las tecnologías, también nos toca aprender a usar esos mecanismos.
Su funcionamiento y manejo básicos son fáciles de comprender, pero saber subir un contenido a un blog, editar una pieza de audio, enviar un tuit o compartir una liga en Facebook no nos convierte en expertos. Los jefes de equipos periodísticos deben tener presente esa situación y, sabiendo que la utilización de todas esas plataformas es indispensable para ser competitivos, tienen la responsabilidad de hacer que su gente esté capacitada adecuadamente, una preocupación que pocas empresas de medios en México se toman en serio.
Por otro lado, considero que existen discusiones vinculadas con internet y sus instrumentos que los colegas no hemos desarrollado con suficiente profundidad. Por ejemplo: ¿cómo debemos comportarnos en las redes sociales? ¿Es válido que en ellas expresemos nuestras preferencias o críticas sobre temas con los que estamos directamente relacionados en el trabajo, como manifestar nuestras opiniones político-ideológicas si cubrimos a los partidos? ¿Es mejor tener una cuenta institucional para llevar los asuntos laborales y otra personal? ¿Es justificable que un periodista sea sancionado o incluso despedido por algo que publicó en esos espacios?
Es difícil que alguna de esas preguntas tenga una respuesta única. Sin embargo, pienso que planteárnoslas tanto en la individual como en nuestros equipos es indispensable para definir los criterios mínimos de una conducta ética para con nosotros, nuestros medios y la sociedad.
Conclusión
Mientras recopilaba información documental para elaborar este ensayo di con un reportaje de Delia Rodríguez, publicado en 2010 en El País Semanal, que contiene una frase que bien puede resumir la esencia de lo aquí plasmado.
“Para el estudiante, es difícil ser pasivo en el aula cuando con una búsqueda en Google puede rebatir al profesor. Los enfermos se organizan a través de la red y discuten sus tratamientos médicos. Los lectores corrigen a los periodistas, los consumidores ponen en su sitio a las empresas y los ciudadanos pelean con sus políticos. Es una crisis del poder en toda regla”, escribe la reportera.
La apreciación me parece no sólo acertada sino elocuente. En efecto, el momento que vivimos, la pérdida del monopolio de la información y de la atención que por años detentaron profesores, políticos y periodistas —así como otras profesiones— puede caracterizarse como una crisis de las estructuras tradicionales de poder, un proceso para cuyo entendimiento es necesario alejarse de posturas extremas que vean la realidad en términos de blanco o negro. O como expone el estudioso español Román Gubern en su célebre libro El eros electrónico (Taurus, 2002), se requiere buscar el justo medio entre la neofilia, el amor a lo nuevo, y la neofobia, el temor a.
Por el contrario, resulta indispensable asumir actitudes reflexivas, críticas y proactivas que observen las consecuencias, las posibilidades y los retos que trae el avance tecnológico.
En principio, es positivo que los maestros dejen de ser el foco de atención de un salón y que los alumnos tengan oportunidades para cuestionar, pero hay que guiarlos para que sepan hacerlo con argumentos, no con lo primero que se encuentren en la red. De arranque, es de aplaudir que los ciudadanos gocen de un nuevo medio para expresarse y organizarse políticamente, pero nos queda un enorme trecho por delante en la construcción de la democracia y de una cultura cívica educada y tolerante, no basada en prejuicios ideológicos o lugares comunes. Y está muy bien que los periodistas podamos ser cuestionados de forma inmediata por nuestro trabajo y, hoy más que nunca, esa situación nos obligue a ser más profesionales, pero dentro y fuera de nuestras redacciones necesitamos contar con condiciones para desempeñar nuestra labor: medios, capacitación, respaldo gremial, leyes que protejan un ejercicio periodístico imparcial.
Podemos celebrar que, gracias a los espacios que abre la tecnología, en estos años los mexicanos contamos con foros para expresarnos, sitios para que nuestras voces sean escuchadas. Aunque, ahora, nos toca a todos unirnos para evitar que ese lugar se convierta en una maraña de mensajes lanzados al ciberespacio sin ningún sentido, sino hacerlo una arena para la discusión colectiva, en la que las ideas expuestas puedan trascender más allá de lo virtual.
Bibliografía
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TORRES, Mauricio. “La presión de ciudadanos, redes y medios liberó a Mariel Solís: amigos”. CNNMéxico, México, 15 de julio de 2011, consultado a las 02:43 del 5 de noviembre de 20011 en la dirección: http://mexico.cnn.com/nacional/2011/07/15/la-presion-de-ciudadanos-redes-y-medios-libero-a-mariel-solis-amigos.
VEGA, Ana Francisca y José Merino. Ciudadanos.mx. México, De Bolsillo, 2011.
Nota: Este texto es producto del Sexto Diplomado de Actualización para Periodistas que el 5 de noviembre terminé en el Tec de Monterrey.