Wednesday, January 31, 2007

Acerca de una decisión [cuento]

Tal vez fue el hecho de haber tenido un mal día, de que mi reportaje no se publicara por falta de espacio, o el calor de los tragos, o que el ambiente de la cantina me recordara el pasaje de alguna novela, o la combinación de todo lo anterior, lo que hizo que soltara la lengua. Terminé en ese lugar porque era noche de viernes y Felipe, mi jefe, quien es más de veinte años mayor que yo, tenía ánimo de salir. Ya antes había logrado eludir sus “A ver cuándo vamos a echarnos unas cervezas”, pero en esa ocasión, impulsado quizá por cierto afán de hacer algo nuevo y romper con la monotonía, acepté su invitación.
Supongo que lo afirmativo de mi respuesta le infundió más energía, ya que, aun teniendo un barcillo justo a espaldas del periódico, caminamos cinco o seis calles en busca de un sitio que le convenciera. No digo que le interesara mi compañía en particular, sino sólo que necesitaba alguien con quien departir, que escuchara sus historias y sus quejas sobre la rapacidad de los políticos, la avaricia de los empresarios y la desigualdad económica y social en que sigue sumergido este país. Finalmente, justo cuando comenzaba a amilanarme, dijo:
—¡Ya sé! Vamos a La Gruta de San Joaquín. Hace mucho que no voy, pero está bueno el ambiente y tiene unas meseras bien guapas.
—Órale, vamos —respondí, a decir verdad, no tan entusiasmado, aunque procurando no desanimar a Felipe.
Anduvimos media cuadra más hasta dar con la taberna, un local amplio con paredes de ladrillo rojo y ese aire de expertos bebedores que se juntan para hacer lo que mejor saben hacer. El dueño —habría de explicarme Felipe poco después— era “gachupín”, o sea, español, y sabía cuál era el gancho de su negocio y cómo manejarlo: meseras atractivas para una concurrencia en su mayoría integrada por hombres que entraban en años. Desde que ingresamos Felipe quedó embobado con una de ellas, pretendidamente rubia, pero, eso sí, de bonitas formas.
Al llegar a nuestra mesa, Felipe sentenció:
—N’hombre, esa güerita está rebien. Mira nada más.
Era viudo desde hacía quince años. Su esposa murió consumida por una implacable leucemia y lo dejó con dos hijas pequeñas. Para ese entonces ellas ya eran mujeres jóvenes que empezaban a hacer sus vidas, y él un hombre solo, medio amargado por las duras experiencias que le habían tocado y sin embargo capaz de valorar a la gente, y sobre todo, ya fuera por mera calentura o necesidad de afecto, en busca de una mujer. Así, con Felipe escudriñando a “la güerita” y al resto de sus compañeras, inició formalmente nuestra velada.
Él pidió un tequila; yo, una cerveza oscura. Tras hablar del trabajo y los pormenores del día pasamos a su vida, a los tiempos en que él y otros colegas frecuentaban La Gruta, a su época como reportero de algunos medios internacionales —muchos de ellos ya desaparecidos— y a algunos de sus viajes. Llegada cierta hora de la noche, después de cuatro o cinco rondas de tragos, y puesto que hasta ese momento quien más había hablado era él, me preguntó:
—¿Y tú? ¿A qué te dedicas aparte del periódico? ¿No tienes novia?
En circunstancias normales, si por “normal” entendemos no estar sometido bajo el influjo del alcohol o el de una nostalgia inusual, simplemente habría respondido que no para luego evadir el tema con alguna frase prefabricada o una broma tan fácil como poco comprometedora. No obstante, contrario a mi costumbre, me di a la tarea de relatar un fragmento de la historia de mi vida:
—Estoy solo desde hace tres años —respondí—. Saliendo de la universidad terminé con la que había sido mi novia por más de cinco. Su familia ya me conocía, la mía a ella también. Ya hacíamos planes de estar juntos.
—¿Y qué pasó? —intentó adivinar Felipe—. Te mandó a la chingada.
—Mmm... No precisamente.
—¿Cómo? ¿A poco tú la cortaste?
—Algo así... En el último semestre, cuando yo empecé mis prácticas profesionales y ella estaba en el servicio social, los dos nos alejamos mucho. Yo estaba concentrado en muchas cosas, dejé de dedicarle tiempo, de ser detallista...
A pesar de que su semblante ya mostraba esa curiosa alteración producto de la bebida —una ceja arqueada dando la impresión de un ojo más grande que el otro, la mirada medio perdida, la boca entreabierta— , Felipe parecía prestarme atención. Quizá fuera eso, o mi sola necesidad de desahogarme, lo que me llevó a ahondar en la historia.
—Aunque ahí hubo algo más —continué—. Por esas fechas en que Laura y yo teníamos problemas, conocí a otra persona. Yo iba poco a la facultad, pero trataba con mucha gente. Un día me presentaron a un chava dos años menor, una niña simpática, muy sonriente, alguien con quien me entendí bastante bien. Todo comenzó como una amistad. Al principio sólo platicábamos y uno que otro coqueteo medio inocentón, pero la verdad es que hubo un momento en que ella representó algo más.
—¿Y qué pasó? ¿Le pusiste el cuerno a tu novia? ¿La dejaste? Qué poca madre tienes —se burló.
La ofensiva seguridad con que dio por sentada su hipótesis y su estruendosa carcajada etílica no bastaron para interrumpir mi narración. Una vez que Felipe se calmó, proseguí:
—Aunque en serio quise a Lorena —así se llama—, nunca se concretó nada entre los dos. Parte de mí deseaba que ocurriera, no sólo algo físico, sino que estuviéramos juntos.
—¿Se enteró tu novia?
—Sí... Del peor modo: no a través de mí. Supongo que de alguna forma, tarde o temprano, lo iba a saber. Un día Laura me notó raro, como con la cabeza en otro sitio. Al siguiente entró a mi correo electrónico y descubrió todos los mensajes que Lorena y yo habíamos intercambiado.
— ¡¿Y no te mandó a la chingada?!
—Esa fue su primera reacción, aunque después se tranquilizó. Claro que se sintió triste y decepcionada —no era para menos—, pero me quería mucho y al final me dijo que me entendía, que pensara con quién quería estar, que tomara mi decisión y que, si es que optaba por volver, ella ahí estaría.
—Así que empezaste a andar con la otra chava...
—En un principio pensé que eso quería. Sin embargo, conforme lo fui meditando me di cuenta de muchas cosas: no podía iniciar algo con ella porque no había dejado de querer a Laura; habría sido injusto e imagino que la habría lastimado aún más de lo que lo hice. Por otro lado, no podía regresar con Laura a sabiendas de que sentía algo por Lorena, algo que podía resultar suficiente para plantear dudas en nuestra relación, que podría ser como una pequeña grieta que provocara que todo se viniera abajo.
—¿Entonces qué hiciste?
—¿Tú qué crees? A pesar de todo a mí me quedaba claro que ninguna de las dos me necesitaba, que yo no tenía la intención de herirlas o de que ninguna de las dos me esperara indefinidamente, y deseaba que fueran felices. Así que decidí quitarme de sus caminos. Preferí estar solo. Creo que era lo mejor para todos.
Hubo una pausa. Felipe me observaba entre curioso e inquisitivo. Cuando el silencio se prolongó tanto como para rayar en la incomodidad, temí lo que en efecto pasó. Entrevistador al fin y al cabo, Felipe supo encontrar un hueco en mis palabras, cuestionar la que yo consideraba había sido una bien estructurada exposición de mi parte, poner en tela de juicio todo el sistema de relaciones que había dado sentido a lo acontecido en mi vida a lo largo de los últimos tres años; en resumen, hacer que me tambaleara con una sola pregunta:
—¿Y fue lo mejor para ti?
Una mesera en minifalda se apareció frente a nosotros justo a tiempo para distraer a mi interrogador, salvarme de balbucir alguna respuesta poco convincente, si no es que francamente imbécil, y ayudar a que la sangre, recién congelada por el artero cuestionamiento, volviera a circular por mis venas.
—¿Les ofrezco algo más? —inquirió, impaciente, la mujer.
Como por acto reflejo Felipe volteó a ver su reloj. Al darse cuenta de la hora, en un arrebato de conciencia, dijo:
—Mejor tráiganos la cuenta. Ya vámonos, güey —se dirigió a mí—. Ya es bien tarde y mis hijas se van a preocupar.
Hacia las cuatro de la madrugada Felipe me dejó a unas calles de casa, un departamento sencillo que rentaba desde hacía unos seis meses. Entré y no logré más que tirarme en la cama y dormir, que no descansar, porque desde ese instante pesaba sobre mí algo que me inquietaba.
A la mañana siguiente desperté con un malestar muy distinto y muchísimo peor que la resaca de la noche de juerga y el hecho de tener que ir a cubrir la guardia en la redacción. Felipe, con ese propósito o sin él, había sembrado en mí la duda: ¿había tomado la decisión correcta? Sólo había una forma de averiguarlo.
Tres años atrás, cuando opté por estar solo, hablé con Lorena. Si bien ella demostró que nunca fue su intención causarme problemas o entrometerse entre Laura y yo, que además me quería y guardaba la esperanza de que algo surgiera entre ambos, también estoy convencido de que ya presentía un final no muy favorable para tales aspiraciones. Por eso —creo—, aunque quedamos como amigos y en mantener el contacto, más pronto que tarde ella continuó con su andar y se apartó del mío.
Laura, por su parte, sin importar que yo había resultado de plano una gran desilusión, siempre me apoyó y respetó mi proceder. Estuvimos en comunicación, en muy buenos términos, durante seis meses, quizá un año. Una relación como la nuestra no se olvida fácilmente, por lo que nunca dejamos de preocuparnos el uno por el otro y fuimos —me parece— amigos sinceros. Sin embargo, al concluir su tesis, ella tuvo la oportunidad de viajar al extranjero con una beca para realizar su maestría. Desde que se fue no había sabido más.
Así las cosas, si quería responder a la maldita pregunta de Felipe y despejar mis dudas, si quería ser capaz de responderme a mí mismo, tenía que averiguar qué había ocurrido con ambas. La tarde de ese sábado, por fortuna, no hubo nada que cubrir en la guardia, lo que me permitió dedicar valiosas horas a buscar a mis contactos —conocidos, ex compañeros, amigos en común— para lograr obtener la información anhelada.
En todo mi corto y a veces complicado haber como reportero nunca recabé noticias de tanto interés para mí ni de resultados tan positivos. Según mis fuentes, Lorena, como ella pretendía, se abocó a la comunicación política y actualmente laboraba para una de las firmas propagandísticas y de asesoría de imagen más grandes del país. Sus ocupaciones la hacían una persona a quien no resultaba sencillo localizar, motivo por el cual no pude hablar directamente con ella, aunque su mejor amiga, una cinéfila que estaba poniendo en marcha su propia productora, me dijo que la veía muy contenta y que estaba saliendo con uno de sus colegas.
Más difícil todavía, pero en serio gratificante, fue encontrar la pista de Laura. A pesar de mi reticencia inicial, tuve que recurrir a su familia para saber de ella. Grande y alentadora fue mi sorpresa cuando sus hermanos y su madre no sólo se acordaron de mí, sino que me saludaron con un gusto superior a la cortesía tradicional y me brindaron el teléfono de su actual casa. Mientras marcaba el número me sudaban las manos y el corazón me latía con fuerza. Uno, dos, tres tonos... Y una voz, su voz, contestó. Por supuesto que se acordaba de mí, qué milagro; ella estaba bien, había estado en Buenos Aires y Madrid, tenía un puesto como investigadora, preparaba su doctorado y llevaba dos meses comprometida con un español a quien conoció desde su llegada a Europa un año antes. Tal vez podríamos salir a tomar un café.
Al colgar el auricular, Alfredo, el editor en turno —Felipe descansaba los sábados (bien por él, pues seguro estaría crudo)—, se acercó a mí y, con el semblante serio, me dijo:
—Ni modo, Paco. Tu reportaje tampoco va mañana. No hay espacio. Según el director, si en la semana tiene un hueco entra; si no, no.
—Ah... Hey, ta’ bien. Ni pedo, ¿no?
—¿Seguro? ¿Estás bien?
—Sí, pues ya qué. No siempre se puede.
—Pues sí. Chíngale, cabrón. Preséntale otra cosa. Igual y lo convences.
—Igual.
No, no sentía indiferencia ni desencanto ni molestia. Todo lo contrario. Después de las respuestas obtenidas, no me interesaba que ese reportaje se publicara al día siguiente, en un mes o que, como otros, terminara “publicándose” sólo en mi archivo personal. Había descubierto algo de mayor trascendencia. Después de tres años podía decir que había tomado la decisión correcta: si ellas eran felices, al final de cuentas estar solo sí fue lo mejor para mí. Para todos.

Thursday, January 25, 2007

El reportero



O un pequeño homenaje a un grande

Mentiría si me declarara el más grande admirador de Ryszard Kapuscinski. Muchas y muchos querrían colgarse al cuello esa medalla, unos con razón, otros sin ella. Por otro lado, y por cursi que pueda parecer, también mentiría si dijera que el pasado martes 23 de enero, al recibir la noticia de la muerte del periodista polaco, no me entristecí.
Los datos: Kapuscinski, nacido el 4 de marzo de 1932, historiador y poeta, corresponsal en África, Asia y América Latina, autor de más de 20 libros, considerado el más grande reportero del siglo XX, falleció a la edad de 74 años de una “grave enfermedad” que el sábado lo había llevado al quirófano.
Consignada la noticia, y ante la previsible avalancha de esquelas, necrologías y opiniones laudatorias que habrán de publicarse o, sin duda, ya circulan en distintos medios, en estas líneas me limitaré a exponer una breve reflexión sobre lo que para mí —y tal vez para alguien más— representa el autor de, entre tantos otros, El Sha o la desmesura del poder, El Imperio, La guerra del futbol, Las botas y Viajes con Heródoto.
Ryszard Kapuscinski, para quienes estudiamos Ciencias de la Comunicación en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, o Periodismo en cualquier otra institución, es el nombre de una referencia obligada a lo largo de la carrera.
Más allá del debate de si sus obras pueden erigirse o no en modelos de cómo se hace y debe hacerse un reportaje —por cuestiones como el tiempo con que dispusieron para ser elaboradas, lo noticioso en el sentido de salir a la luz “en el momento”, o el grado de intromisión del autor, o sea, la subjetividad presente en ellas—, lo cierto es que encierran el esfuerzo del reportero por acercarse a la realidad tratada en cada caso, así como un intento por comprender al otro, y una meditación acerca del oficio periodístico y de la humanidad en sí misma.
Así, por ejemplo, en Los cinco sentidos del periodista (estar, ver, oír, compartir, pensar), Kapuscinski plantea la fragilidad y la importancia de la materia prima con la cual trabaja el reportero, a saber: el propio ser humano. En esa línea, ya con anterioridad, como lo recuerda Maria Nadotti en las conferencias contenidas en Los cínicos no sirven para este oficio, el polaco había comentado: “‘Es erróneo escribir sobre alguien con quien no se ha compartido al menos un poco de su vida’”.
Para un periodista, entonces, escribir sobre cualquier persona conlleva una doble responsabilidad: por un lado, conocer y entender a ese individuo, establecer, como mínimo, cierto grado de empatía; por el otro, ser consciente de que aquello que se escriba podría afectar positiva o negativamente a la persona o la colectividad implicada en el texto.
En otro ámbito, como personaje o copartícipe de sus relatos, Kapuscinski se torna en una figura simpática si no es que entrañable. Es el europeo que, al olvidarse de la comodidad del hotel y adentrarse en las selvas o las aldeas de África, o en los pasillos y bazares de Teherán, se percata de que para quienes tiene de frente, los lugareños, él es el otro, o con Albert Camus, el extraño, el extranjero.
Para conocer el modus vivendi de los pueblos africanos, el reportero padece el calor, las grandes distancias, la escasez, las enfermedades, lo mismo que, para comprender el ambiente de los días previos al inicio de la revolución islámica del ayatolá Jomeini en Irán, se entrevista con disidentes del régimen y comparte con ellos la paranoia provocada por la persecución de la Savak, la policía oficial.
Como escritor, Kapuscinski es un estudioso del fenómeno del poder y un crítico de los poderosos (baste revisar los casos de quienes fueran, respectivamente, emperador de Etiopía y sha de Irán, Haile Selassie y Mohamed Reza Pahlevi). Es también narrador ágil, lúcido retratista de gente y situaciones, y notable interpretador. En Ébano, por ejemplo, disecciona su “Anatomía de un golpe de Estado”: “En resumen: la pobreza y la decepción de los de abajo y la codicia y la voracidad de los de arriba crean un ambiente emponzoñado que el ejército olfatea; presentándose como defensor de los humillados y ofendidos, abandona los cuarteles y alarga la mano para tomar el poder”.
Y, a manera de cierre, retomo la pregunta con una respuesta más concisa: ¿quién fue, pues, Ryszard Kapuscinski? Además de un autor cuyo nombre nos es fácil recordar, fue, es y seguirá siendo un reportero, un escritor, un maestro, un modelo a seguir, incluso para quienes sólo pudimos conocerlo a través de sus libros.

Monday, January 22, 2007

Choferes justifican demanda de aumento de tarifa


Tiene un rezago de más de cuatro años, argumentan

Choferes de microbús la ruta 2, que va de Metro Zapata a la Unidad Habitacional Lomas de Plateros, en la delegación Álvaro Obregón, justifican su “solicitud de aumento de tarifa” en virtud de que ésta tiene “un rezago de más de cuatro años”, y los costos de los productos y servicios necesarios para mantener en funcionamiento el transporte —según sus cifras— han aumentado hasta 115.8% entre 2002 y 2006.
Desde hace 15 días algunas unidades de esa ruta, compuesta por 37 vehículos, exhiben una tabla dirigida “al público usuario” en la que se comparan los precios en varios conceptos durante los años señalados, así como el incremento que éstos han experimentado tanto en pesos como en porcentaje.
El gas carburante, por ejemplo, costaba 2.28 pesos en 2002, mientras que en 2006 costó 4.92 pesos, lo que representa un alza de 2.64 pesos, es decir, 115.8%. Asimismo, el mantenimiento general mensual de una unidad (frenos, clutch, suspensión) —afirman— se cotizaba en mil 800 pesos y ahora supone una inversión de 4 mil pesos, o sea, 2 mil 200 o 112% más.
A estos aumentos les siguen el de las llantas, de 480 a 800 pesos cada una (320 pesos o 66.6% más); el del motor, de 14 mil 200 a 22 mil 500 pesos (7 mil 300 pesos o 58.45% más); el de gastos administrativos como tenencia, revista y verificación, de 7 mil 300 a 11 mil 600 pesos (4 mil 300 pesos o 58% más); el del costo de una unidad en pago de contado, de 550 mil a 730 mil pesos (180 mil pesos o 32.7% más); el del litro de gasolina, de 5.6 a 6.84 pesos (1.24 pesos o 21.06% más); y el del litro de diesel, de 4.90 a 5.70 pesos (80 centavos o 16.3% más).

50 centavos, el incremento esperado
Octavio Flores, quien trabaja en una de las bases de esa ruta, explica que para los operadores el ajuste a la tarifa en relación al alza en los costos “es como con el salario mínimo” para la población en general: puede pactarse un aumento de dos o tres pesos “pero también te suben todo lo demás”.
Agrega que la asociación Rutas Unidas, a la que pertenecen la 5 y la 38, entre otras, absorbió el gasto de la impresión de los “pegotes”, cuya exhibición, hasta donde él sabe, se supone es generalizada a todos los microbuses que circulan en la ciudad.
Por otro lado, Octavio señala que, para él, tal vez sea exagerado citar tantos costos, pues aunque el propósito es que los usuarios “se conscienticen” de lo que implica mantener el servicio, el aumento en la tarifa de todas formas se va a dar.
Concluye que las negociaciones para decidir el porcentaje del alza y la entrada en vigor de la nueva tarifa se están efectuando en la Secretaría de Transportes y Vialidad (Setravi) del Gobierno del Distrito Federal. Sin embargo, desconoce la fecha en que el incremento pueda ocurrir, pero se piensa que posiblemente venga en mayo y se espera que sea de 50 centavos. No puede ser mayor —termina— porque “no le puedes pegar más a la economía de la gente”.

Wednesday, January 10, 2007

Hugo Chávez: ¿socialista incomprendido o icono del autoritarismo?


[Foro internacional, columna]

Venezuela lo vio llegar al poder el 2 de febrero de 1999. Desde ese momento, Hugo Rafael Chávez Frías, nacido el 28 de julio de 1954, ha sido junto con Fidel Castro uno de los mandatarios más polémicos de toda Latinoamérica, si no es que del mundo entero.
Identificado con la izquierda, defensor del “socialismo bolivariano”, cabeza del fallido golpe de Estado de 1992 en contra de Carlos Andrés Pérez y, a su vez, objeto de un intento de derrocamiento en 2002, el coronel no ha dudado en externar su opinión, con frecuencia políticamente incorrecta, sobre los procesos electorales y problemas en la región, el “imperialismo” de Estados Unidos o, por supuesto, su propio gobierno.
A inicios de 2007, tras haber derrotado a Manuel Rosales en las elecciones del 3 de diciembre de 2006, Chávez comienza su segundo periodo, que, si en el camino no se atraviesa una reforma constitucional que lo prolongue, habrá de terminar en 2013.
El pasado martes 9 de enero, la prensa destacó el anuncio del presidente Chávez de nacionalizar la electricidad, la Compañía Anónima Nacional de Teléfonos de Venezuela (CANTV) y la infraestructura encargada de los procesos de mejoramiento de los crudos pesados.
Asimismo, se hizo énfasis en su intención de promover una ley habilitante que le otorgue poderes especiales que le permitan legislar sin necesitar la aprobación del Congreso y, en otro ámbito, los insultos que profirió en contra del secretario general de la Organización de los Estados Americanos (OEA), el chileno José Miguel Insulza.
Vale la pena adentrarnos en el contexto de estos hechos, indagar qué hay detrás y alrededor de ellos. Venezuela, para empezar, es un país rico en petróleo, el tercer exportador de ese energético a Estados Unidos (a cuyo presidente, por cierto, Chávez acusó de ser “el diablo” durante la última sesión de la Asamblea General de la ONU).
Con esa riqueza, según lo explica el periodista argentino Andrés Oppenheimer en su libro Cuentos chinos, Hugo Chávez ha consolidado su poder dentro y fuera de su territorio, mas no ha logrado abatir la pobreza y la desigualdad social que aquejan a los venezolanos.
Por otro lado, se ha venido especulando que Chávez planea afianzarse en su mandato de aquí al 2030, con lo que se agregaría otro nombre a la historia de dictadores iberoamericanos que buscaron y consiguieron perpetuarse en el poder. Piénsese, por ejemplo, en Francisco Franco en España o en el más o menos recién fallecido Augusto Pinochet en Chile.
Y si bien Chávez ha pretendido justificar sus acciones, todo parece indicar que cuando menos las llevadas a cabo en últimas fechas persiguen el fin de mantenerlo en la silla.
A unos días de su triunfo en las presidenciales de diciembre, anunció su intención de crear un partido único, y advirtió que aquel miembro del gobierno que no perteneciese a él debería abandonar su cargo.
Igual de sonada fue su decisión de no renovar la concesión a la televisora privada Radio Caracas Televisión (RCTV), un medio crítico hacia el gobierno. Tal medida provocó reacciones de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), que se declaró preocupada porque el móvil de esta maniobra fuera castigar a un emisor opositor para premiar a uno afín al régimen chavista, y además, también originó los comentarios que le valieron a José Miguel Insulza ser tildado de —con todas sus letras— “pendejo”. Valga la aclaración, no escandaliza la palabra, sino que venga de un primer mandatario y vaya dirigida al titular de un organismo internacional.
Pese a todo lo anterior, Hugo Chávez afirma que conduce a Venezuela al socialismo, no pierde la oportunidad de acaparar cámaras y micrófonos lo mismo que la atención mundial (recuérdese, si no, la pugna con Guatemala por ver quién ocuparía el asiento no permanente correspondiente a América Latina en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas) y hace gala de una retórica entre bíblica y demagógica del tipo “todo aquello que fue privatizado nacionalícese”.
Ahora bien, si ante la ambivalencia que pudiere despertar la figura de Hugo Chávez —polarizante en sí misma— surgen dudas, lo cierto es que sólo el tiempo y, claro, las acciones y omisiones del presidente, así como las consecuencias que de ellas deriven, dirán al mediano y largo plazo si este hombre fue un socialista incomprendido, un genuino héroe que rescató el sueño de Simón Bolívar de una América Latina unida, o si, por el contrario, no fue más que otro de tantos ejemplos de autoritarismo, uno con muchos petrodólares en los bolsillos.