Tuesday, October 31, 2006

Paro en FCPyS en apoyo a Oaxaca

Pese a desacuerdos, “Asamblea estudiantil” toma instalaciones

Una “Asamblea estudiantil” tomó en paro las instalaciones de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM “en repudio a la represión a los pueblos de Oaxaca”, a pesar de que la mayor parte del alumnado que llegó a clases hoy por la mañana manifestó su desacuerdo con esa acción.
Desde antes de las 7:00 horas, los integrantes de la “Asamblea” bloquearon el acceso a los edificios que albergan las aulas, a la biblioteca y a los estacionamientos de alumnos y profesores. Sólo era posible entrar al inmueble B con el fin de utilizar los baños.
El grupo que organizó el paro se instaló con micrófono y bocina en la explanada principal. Desde ahí, sus miembros recordaron que la decisión fue tomada tras dos asambleas celebradas el lunes. Sin embargo, muchos de los cientos de estudiantes que acudieron al plantel este martes a clases dijeron no estar enterados de esas reuniones o no haber participado.
Entre las 8:00 y las 9:00 horas más alumnos se fueron congregando alrededor de los integrantes de la “Asamblea estudiantil”. Algunos de ellos comenzaron a exigir la reapertura de los salones para poder tener clases. Conforme transcurrió el tiempo el reclamo se hizo más fuerte. “¡Váyanse a Oaxaca, queremos estudiar!” y “¡No al paro!”, gritaron.
No obstante, aproximadamente a las 9:30 horas y al no recibir respuesta a sus peticiones, los detractores del cese de actividades se separaron de la comitiva y se dirigieron a la explanada baja con el propósito de organizar su propia asamblea.
En respuesta, el grupo en pro de la suspensión de labores también se trasladó allá y empleó como tarima las escaleras de la entrada sur del edificio A, frente a las ventanillas de Servicios Escolares.
Desde ese lugar continuó la asamblea, y durante más de una hora, en el transcurso de la cual muchos opositores al cese comenzaron a retirarse, se puso a discusión el plan a seguir: continuar con el paro total, reabrir los salones o dar paso a un “paro activo”.
A lo largo de esta discusión quedó de manifiesto la división entre el estudiantado. Mientras aún muchos alumnos exigían el regreso a las aulas y otros estaban expectantes, cada vez más partidarios del paro fueron llegando. Una de ellas arguyó que quienes se oponían a ese tipo de expresiones lo hacían porque “no tienen conciencia”.
Al final, cerca de las 11:00 horas, cuando los promotores del cese superaban en número a sus opositores, la votación ratificó la medida, a la que se añadían una movilización a la torre de Rectoría a las 13:00 horas y, a las 16:00 horas, la participación en la marcha del Hemiciclo a Juárez a la Secretaría de Gobernación en apoyo a la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO).
Para Quetzalcóatl Espinal Cortés, alumno en favor del paro, su ratificación se explica porque los miembros del grupo que lo promueven “ya se la saben: después de cuatro horas se esperan a que la gente se canse y se vaya”. En ello coincidió Juan José Cué, detractor del cese, quien sentenció: “Lo de siempre: le apuestan al desgaste”.

Cierran calles por falta de agua

Llevamos dos semanas sin el servicio, afirman vecinos de La Cascada y Merced Gómez

La noche de este lunes 30 de octubre habitantes de las colonias La Cascada y Merced Gómez, en la delegación Álvaro Obregón, cerraron, entre otras calles, avenida Centenario, Eje 5 Poniente, Río Mixcoac, Rosa Vulcano y Francisco P. Miranda en protesta por la falta de agua en sus hogares, que se ha prolongado por 15 días.
El bloqueo comenzó desde las 19:00 horas y se mantuvo hasta las 23:30 horas, lo que ocasionó tráfico, desconcierto en los automovilistas y que microbuses como el de la ruta 2 (Metro Zapata-Plateros) circularan en sentido contrario.
Ante las protestas, Leonel Luna, delegado de Álvaro Obregón, acudió a la zona a dialogar con los inconformes acompañado de elementos de seguridad. Una de las posibilidades que se planteó fue “negociar” con los habitantes de la Unidad Habitacional Lomas de Plateros, contigua a La Cascada y Merced Gómez, para que éstos permitan el acceso a las tomas comunes situadas en sus edificios.
Sin embargo, vecinos de Plateros, también presentes durante la manifestación, mencionaron que podrían dar agua a esas colonias pero “luego se hacen costumbres” y, por otro lado, argumentaron que como condóminos deben pagar el recibo de las tomas comunes.
Mientras el delegado hablaba con los inconformes se escucharon gritos como “¡Chismoso!” y “¡Ya traigan el agua!”. Asimismo, un hombre que se quejó del bloqueo obtuvo como respuesta la rechifla del contingente.
Luna, quien recientemente recibió la administración de manos de la también perredista Leticia Robles, se comprometió a llevar agua a las 12:00 horas de este martes 31. Si no cumple, amenazaron los manifestantes, “volveremos a cerrar las calles”.

“A mí no me gustan estas cosas”
Alicia Saldívar y Laura Tadeo, habitantes de La Cascada, señalaron que el servicio fue suspendido un jueves. Desde ese momento comenzaron a reportar el problema a las autoridades pero sus peticiones nunca fueron atendidas.
La señora Saldívar comentó que sí han llegado a sus colonias pipas con el líquido, aunque éstas han resultado insuficientes. “Después de dos semanas ya no podemos acarrear”, añadió. Además, pese a que se supone se trata de agua potable, agregó la señora Tadeo, no se sabe qué tan limpios estén los contenedores.
“A mí no me gustan estas cosas”, aclaró Alicia Saldívar. “Me fueron a tocar a las 6:00 [PM] y me preguntaron si los apoyaba. No me gustan los plantones, pero también es mi problema y, bueno, los apoyo”, concluyó. Por su parte, Laura Tadeo enfatizó que ante situaciones como esa la gente “se agota”. La “desatención de las autoridades” es la que agrava el problema, finalizó.

Wednesday, October 25, 2006

Un relato adolescente [cuento]

Un sabor amargo inundaba mi boca. Sentía una capa áspera sobre los dientes y la lengua, como aquella que se forma cuando uno se va a dormir sin antes haberse cepillado, sólo que ésta era más gruesa y pesada. No me daba vueltas la cabeza, no estaba mareado. Sin embargo, sí sentía una molesta punzada en el lado derecho de la nuca. Me dolía el cuerpo. En suma, estaba crudo.
Todavía con los ojos cerrados intentaba recordar qué había ocurrido la noche anterior, ¿o debo decir la madrugada de hoy, hace quizá sólo apenas unas horas? Yacía bocabajo, recostado en un juego de colchones y cobijas dispuestos sobre el suelo. Decidí voltear hacia mi izquierda y lo que vi comenzó a darme algunos indicios, algunas explicaciones. Ahí se encontraba David, mi primo, bien jetón. Le seguían Carlos y Ana, también dormidos; más allá Luis y Armando, acomodados en el sillón.
Estábamos en la sala de casa de Fernando. Era —creo— la mañana del sábado. El viernes habíamos tenido fiesta. O algo así. En todo caso, puede ser que chesta o peda sean conceptos más precisos.
Tal parece que sí había acudido mucha gente. Al fondo del cuarto, pegada a la pared, estaba la mesa, encima de la cual descansaban botellas de Coca y de Squirt vacías, bolsas de chicharrones repletas de basura, cáscaras de limón, ceniceros copados de colillas, un tequila y un pomo (un Antillano blanco, al que desde hacía un tiempo apodábamos cariñosamente el “Antihumano”). Alcancé a divisar que debajo del mueble había dos cartones de caguamas y, junto a ellos, lo que quedaba de un par de panalitos de mezcal.
Ante esa visión de los saldos de la noche anterior —o, corrijo, de la madrugada de ese día—, mi organismo no tardó en reclamar: una terrible arcada acuchilló mi estómago. Sentí asco.
Empezaba, no obstante, a hacer memoria. Nosotros —Ana, Carlos, David y yo— habíamos llegado como a las ocho y media o nueve. En efecto, mucha gente atendió a la invitación. No conocía a la mayoría o únicamente los ubicaba de vista. Eran güeyes de la prepa, de sexto, por tanto, dos generaciones arriba de la mía.
Al principio, francamente, la música estaba medio chafa. Los falsos freskis que esa noche querían hacerse pasar por amigos de Fernando exigían escuchar electrónica, los que ya andaban medio entonados cumbia, y uno que otro borracho prematuro ya pedía las clásicas —por no decir choteadas y aberrantes— rolas de Inspector.
Como siempre ocurría en casos similares, hicimos nuestro círculo aparte, recolectamos la vaca, fuimos por unas chelas y nos pusimos a chupar y a criticar a los posers que se creían muy rudos por escuchar a Limp Bizkit para después enfrascarnos en una de nuestras eternas discusiones: ¿quién era el mejor guitarrista del planeta?
—La neta Tom Morello —asentó Carlos—. ¿Has visto el video en el que desconecta su lira y toca con el enchufe? ¿O la pedalera que trae? ¿Y todos los sonidos que saca?
—No mames —lo frenó, tajante, Ana, su novia—. Kirk Hammett está más cabrón.
—¿Tú qué dices, pinche Agus?
—¿Eh?
Sí, andaba en la pendeja. Tenía suficientes motivos para estarlo. A esa fiesta, se suponía, iría Susana. De acuerdo con mis cálculos llegaría de un momento a otro. Aunque habíamos cortado, yo mismo la invité. Si ni siquiera me había dolido... ¡Okay, okay! Ella me había cortado a mí, y sí, precisamente por eso le pedí que fuera. Quería que regresáramos. Y bueno, finalmente ella había aceptado ir, ¿no? Tenía posibilidades...
—Ya párate, cabrón —Fernando interrumpió mis remembranzas—. No mames, dejaste el baño hecho un desmadre.
—¿Qué?
—¿Apoco no te acuerdas? Así andabas. Total, al rato me ayudas. Voy por consomé y barbacoa. ¿Qué, vas a querer?
Para ese momento, tanta era mi náusea que la imagen de un humeante y picoso consomé acompañado de sendos tacos de maciza, en otras ocasiones casi cercana a un atisbo al paraíso, me causó una repulsión tremenda. Las arcadas vinieron otra vez.
—No, güey. Gracias.
—¿Crudito? Ay, pinche Agus— tomó su chamarra y enfiló rumbo a la puerta.
—Oye —intenté detenerlo—, ¿qué pasó ayer?, ¿qué hice?
—¿En serio no te acuerdas? —dijo mientras seguía avanzando.
—Por eso te pregunto —repuse ya algo molesto.
—Ay, no mames. No te creo.
—¡Dime!
—¡Acuérdate! —gritó desde el zaguán, salió y cerró.
Hijo de la chingada, pensé. Me dejó con la duda. Pero, ¿qué carajos pasó?
Retomé mis esfuerzos por reconstruir los sucesos. Y, pese a todo, la historia comenzaba a adquirir forma: teníamos fiesta (o algo parecido) en casa de Fernando, llegamos, había mucha gente, esperaba a Susana. Por supuesto, estaba nervioso.
Habíamos abandonado el debate acerca de los guitarristas, como siempre, y como en muchos otros casos, sin obtener resultados. Así pues, de la discusión pasamos a la autocomplacencia, o sea, a los juicios en los que todos coincidíamos.
—¿Ya escuchaste el nuevo disco de System of a Down? —inquirió Carlos—. No ma..., está bien cabrón. Ese bataco parece pulpo.
—Neta, está bien chido— secundó David.
Para ese entonces logramos desplazar a los freskis que apañaron el estero. Nos apropiamos de él y pusimos a Pantera. Carlos movía la cabeza cual headbanger e imitaba los gritos de su ídolo, Phil Anselmo. Por mi parte, aunque los riffs del ahora difunto Diamond Darrell o el vigor de Vinnie Paul me llegaban a la médula, y de que me moría de ganas por tomar mi airguitar o sentarme en mi batería imaginaria, trataba de contenerme. Sin importar que Susana ya me había visto hacerlo en un sinnúmero de veces, esta ocasión no quería que me sorprendiera lanzando golpes a la nada como un vil loco.
Las nueve y media. Ella aún no se aparecía. Por ende, mis nervios iban en aumento. Las preguntas me torturaban: ¿y si no venía?, ¿y si solamente me había dado el avión?, ¿y si de plano ya no quiere nada conmigo? ¡Vale madres! Pero, a los pocos minutos, llegó.
Me dejó en la baba. Lucía guapísima: acababa de pintarse el cabello de rojo y lo traía suelto; vestía un pantalón negro y entallado, y una blusita azul con los hombros descubiertos; sus ojos cafés, enmarcados por sus largas pestañas rizadas, irradiaban luz.
Sin embargo, el encanto duró poco. Detrás de ella, ¡y tomado de su mano!, entró el imbécil de Rodrigo, uno de tantos fósiles de la prepa que se parapetaban en su edad y su supuesta “experiencia en la vida” para apantallar chavitas. Por desgracia, con cierta frecuencia lo lograban.
De inmediato mis cuates captaron la situación.
—¿Qué pedo? ¿No era esa tu chava? —me preguntó Luis. Él y Armando acababan de llegar.
—Era... —respondí lacónico.
Más que enojado me sentí desconcertado. Tenía que averiguar qué ocurría. ¿Eran novios? Imposible. ¿O no?
—Ahorita vengo.
Eché a andar rumbo a donde se encontraban, decidido a... ¿A qué? ¿Qué planeaba hacer? ¿Reclamarle? No éramos más que amigos. Por lo demás, simplemente me habría visto fatal al asumir el papel del celoso, posesivo, hermético y ridículo ex novio. En el trayecto, por fortuna, rectifiqué la estrategia.
—Hola, Susana. ¿Cómo estás? —me dirigí a ella—. ¿Qué onda? —saludé cordial a aquel intruso, aunque, evidentemente, se me retorcían las tripas.
—Bien, gracias. ¿Y tú qué tal? —Susana sonrió mientras el estorbo apenas había asentido y, sin disimulo, me barría como si yo fuera quien desentonara en el cuadro.
—Qué bueno que viniste —a pesar de mi diplomacia, no podía hablar en plural. —Ojalá te la pases a gusto. Voy a andar por allá por si necesitas algo.
—Bueno, gracias —dijo con amabilidad.
—Oye, güey —irrumpió el lastre—. Consígueme una chela, ¿no?
—Ajá —apenas pude contener mi enojo y expresar ese ambiguo monosílabo. Claro está, no le conseguí nada. Mi cordialidad tiene límites.
De pronto recibí un codazo en las costillas. David se dio la vuelta, se acomodó y despertó.
—¿Qué onda, Agus?
—¿Qué pasó, David?
—No mames, te pusiste bien pedo ayer.
Sus palabras fueron como un llamado a la tropa. Carlos y Ana se desperezaron; Luis y Armando también; Fernando regresó con el desayuno.
—Pinche Agus, qué desmadre te traías —se burló Carlos.
Todos rieron y, por fin, me explicaron lo sucedido. Según su relato (yo sigo sin acordarme de todo), ver a Susana con aquel idiota me cayó bastante mal, aunque todavía peor me sentó todo el alcohol que bebí en las siguientes horas, en especial los panalitos de mezcal cuyos restos quedaron debajo de la mesa. Un clásico caso de intoxicación etílica producto de una depresión amorosa, pudo haber diagnosticado cualquier doctor. En términos llanos, como dicen los que de eso saben, me puse a chupar, hasta la madre, por una vieja. Obviamente acabé en el baño de Fernando visitando al monstruo de porcelana, o, para olvidar los eufemismos, guacareando de briago, pues.
Lo anterior aclaraba el porqué de mis lagunas mentales, del mal sabor de boca, del dolor de cabeza, del cuerpo cortado y de la momentánea repulsión hacia la barbacoa. Pero, estaba seguro, había algo más, algo que me tenía inquieto, preocupado... ¡Claro! ¿Susana me vio así, haciendo todo ese relajo? ¡En la torre! Hube de quedarme con la duda durante el resto del fin de semana, porque ese espantoso remedo de mezcal había disuelto mi memoria, y ninguno de mis amigos —que sí agarraron una jarra memorable, de esas que hasta da gusto evocar— sabía a qué hora se había ido Susana y, por tanto, si contempló o no mi patético espectáculo.
Sábado y domingo se me fueron en curarme la cruda, dormir, dizque hacer tarea y torturarme pensando con qué cara llegaría a la prepa el lunes si el rumor se había esparcido —lo que era lo más probable— o, peor aún, si ella había sido testigo de todo. Para colmo, por cierto, los Pumas perdieron con el América en esas fechas.
Pero inició la semana. Llegué temprano y entré a la escuela como si no quisiera que nadie se percatase de mi presencia. (Para ser franco, no lo quería.) Caminé rumbo al salón donde teníamos clase. Todavía no arribaba la maestra: la mayoría de los escasos compañeros que también habían madrugado esperaban afuera.
Me asomé al salón. Ahí estaba Susana. Sola. Me brincó el corazón y empezaron a sudarme las manos. No obstante, si quería hablar con ella y averiguar si estaba enterada de mi ridículo ese era el momento. Saqué valor no sé de dónde y entré como si nada. Me acerqué. Saludé tranquilo haciendo acopio de un aplomo hasta ese instante desconocido para mí.
—Hola —dije.
Levantó la mirada de su libro, el Diario de Lecumberri de Álvaro Mutis.
—Hola —respondió.
Su indiferencia inicial me alarmó.
—¿Qué tienes?
—Nada... Sueño... Bueno, no. Tuve un mal fin de semana.
—¿Te peleaste con tu galán?
Frunció en entrecejo, sonrió y, finalmente, preguntó:
—¿Cuál galán?
—El chavo con el que fuiste a casa de mi amigo.
—¿Quién? ¿Rodrigo? ¡Ay, no! Quiere conmigo y el viernes se me pegó. Me estaba ligando; pero no, es un odioso. De hecho ahí empezó mal mi fin de semana.
—¿Por?
—Ay, ni me dejó disfrutar la fiesta. Desde que llegamos no me soltaba. Además, ¿tú crees?, después de que fuiste a saludarme se puso bien celoso. Y eso que no somos nada. Empezó a molestarme con que se veía que yo todavía quería andar contigo y no sé qué más.
—¿Y a qué hora se fueron? —fingí no haberle dado importancia a su última frase.
—Como a la media hora. La verdad me hartó y le inventé que tenía que regresar temprano a mi casa. Ya ni te vi para despedirme. ¿Cómo te la pasaste?
—¿Nadie te ha contado nada?
—No, ¿qué pasó?
—N... No, nada.
A esas alturas todo iba de maravilla como para cometer el error de hablar de más. Susana no andaba con Rodrigo; por el contrario, según me explicó, él se había puesto celoso de mí. Y, por si esto resultase poca cosa, ella se fue temprano de casa de Fernando, lo que significaba que no había visto mi show. Aunque aún quedaba la posibilidad de que se hubiera enterado por otro lado; los informantes —los chismosos y chismosas que tanto abundaban en la prepa— nunca brillaban por su ausencia.
En esas conjeturas me sumergía cuando, de repente, sus siguientes palabras hicieron que el que se estuviera al tanto o no de mis peripecias en el baño del Fer perdieran importancia:
—Oye —dijo—, ¿qué vas a hacer el viernes? Te invito a una fiesta.